sábado, 18 de diciembre de 2010

15 de septiembre (Parte 1).

El grueso de La novela fue publicada en forma de “folletines” (por entregas), tal como se hacía en la época de Alejandro Dumas, en esta página principal del blog y se lee a la inversa. De abajo hacia arriba, debido a la forma como comenzaron a ser editadas las entregas. Los capítulos finales los podrá leer al darle un click a la primera pestaña, a la izquierda, del blog.




  Esto si lo estoy escribiendo hoy viernes. Son las 9:05 p.m. y ya tengo unos cuantos tragos encima.
  Pese a la borrachera de ayer, a eso de la una y media de la madrugada de hoy me despertó el ring del celular, no del número nuevo, que sólo lo tienen el doctor Valera y Alfredo Díaz, sino del viejo. Era Maura. Quería saber si hoy, a las dos de la tarde, podría ir a buscarla a su casa. Que prepararía un maletín con ropa y se quedaría aquí, conmigo, hasta el próximo lunes. Bastante adormilado le dije que no sabía qué decirle. Que a eso de las diez de la mañana hablaríamos nuevamente para ponernos de acuerdo. Realmente no sabía qué decirle y no me iba a poner a discutir con ella a esa hora. Tenía mucho sueño. Para mí las una y media de la madrugada es todavía ayer. Mucho más con toda la bebida que tenía metida en el cuerpo.
  Para resumir el asunto, ahora que estoy bien despierto aunque un poco borracho (¡otras vez!), debo decir, a fin de elevar un digno tributo a la verdad, que le mentí a Maura. No la llamaría a la hora que le dije y menos iría a buscarla, como de hecho no lo hice. Hoy quiero estar sólo y, por ahora, así lo estoy. No sé mañana.

PAUSA DE TORMENTA: Se acaba de desatar el segundo temporal con visos de tempestad eléctrica de la noche. El primero fue como a las diez, pero duró poco. Quién sabe cuánto este. Ahora son las 10:55 p.m. y desde que me senté en mi sillita, frente al tablón y al cuaderno del Diario con la finalidad de garabatear algo, lo único que he hecho es beber y escuchar música.

  Los recuerdos de mis días en el tormento, me asaltan por ráfagas. Hoy escribiré sobre ellos porque, aunque desperté a las 5:30 a.m., no he salido de la montaña en todo el día y no tengo desventuras nuevas que anotar.
  Esta mañana, lo único que se me ocurrió hacer después de vaciar la vejiga, fue masturbarme con el recuerdo de Carolina. De cómo lo hacíamos. Aunque no quería, una deleitante sensación electrificó mi cuerpo de arriba abajo, quitándome todas ganas de seguir durmiendo. Entonces, después de hacer pipí, desenrollé apresuradamente bastante papel toilette y volví a echarme sobre el lecho. Me desnudé completamente y comencé a acariciarme pensando en Carolina. A esa hora nadie podría verme a través de la ventana porque todavía era de noche, aunque lentamente el cielo comenzaba su apresurada carrera hacia el alba.

PAUSA DE OTRO TORMENTO: Aunque Deepak Chopra afirme en sus libros que la culpa no existe, yo soy el único culpable de lo que de ahora en adelante suceda con mi vida. Son las 11:35 p.m. y acabo de recibir y atender una llamada de Maura. Está desesperada por venir a La Montaña de los Desesperados. Quiere verme y estar conmigo. ¿Qué contradicción, no?... Grabé parte de la conversación. Me agarró fuera de base y, por mis vapores etílicos, dije cosas inoportunas, aunque siempre digo lo que no debería decir cuando debo decir otra cosa o evadir respuestas y hacerme el loco. ¡Me encanta el trabalenguas anterior!... Soy demasiado confiado. ¡Por la boca muere el pez! Y creo que yo moriré por mi extrema ingenuidad y bocota. Si me acuerdo, después haré y anotaré un resumen de nuestra conversación. Por ahora, me tomaré otro gin y voy a lo importante. Hacia el centro, el corazón, la médula de la existencia de este Diario: Carolina, mi único amor y la masturbada que me eché con ella.

PAUSA DE FUGA: Aunque sé que nadie notó mi ausencia, debo asentar en el Diario que después de escribir el nombre “Carolina” y el asunto de la masturbada, me escapé al lado, a la cabaña de Antonello y Luna. Estuve allí más de una hora. Hablamos de mi, ellos, la vida y la filosofía propia de los borrachos que al expresarla te parece arrechísima, magnífica, una revelación sin parangón, el próximo premio Nóbel de Filosofía, pero al día siguiente, cuando despiertas y estás sobrio, es la propia cagada filosófica. Mañana, si Dios quiere, o más tarde, contaré los detalles, pero ahora, son las 1:00 a.m. del sábado, quiero contar y revivir mi orgasmo imaginario con Carolina… El que comenzaba a relatar antes de estas pausas…

   Retomo la parte del orgasmo…
  Seguí acariciándome sin lograr evolución ni erección. Todavía estaba muy dormido y bastante débil por la borrachera precedente. Mi miembro permanecía inerte, pero mis deseos ardientes… ¡La depresión es maldita! ¡Hasta acaba con la hombría del hombre! Pero, como soy Aries, soy muy cabeza dura y no me doy por vencido tan fácilmente. Seguí tocándome, acariciándome, mimándolo y de repente, como el Ave Fénix, resurgió de sus cenizas y se puso “grande y duro”, como me decía mi amada Carolina cuando lo tenía en sus manos, lista para llevárselo a la boca. Con mis ojos cerrados, vagando en la dimensión del placer, como si Carolina estuviese cabalgando sobre mi miembro erecto, comencé mover la mano de arriba- abajo y de abajo hacia arriba, suavemente, con pasión. Una pasión que poco a poco fue convirtiéndose en huracán desbocado. Mi respiración se aceleró y comencé a entreabrir la boca y mover la cabeza de un lado a otro de la almohada… ¡Qué bien lo estaba haciendo Carolina!... Seguía y seguía cabalgándome como una jinetera del sueño y del placer infinito. A veces soltaba una mano y cambiaba para la otra y durante esos cambios levantaba la mano que tenía libre y en la oscuridad la subía hasta la altura de sus senos, los cuales imaginariamente acariciaba… Quise también alcanzarlos con mi boca, pero no pude y seguí y seguí con furia y pasión, hasta que de pronto lancé un susurrante grito… ¡Ahhhhh!... ¡Ahhhh!... ¡Ahh! y sentí como me venía y casi desvanecía… Mi cuerpo se electrificó de tal forma que creí que ahí, en ese orgasmo, moriría… El rictus de mi cara cambió y mis labios se pusieron flácidos al tiempo que la respiración se entrecortaba de placer. Siquiera solté el miembro y tampoco tuve tiempo de alcanzar el papel toilette… Quedé bañado de mi propio y caliente amor… Así quedé por un tiempo, con los labios semiabiertos, hasta que recuperé la respiración. Al fin logré inhalar y exhalar normalmente. Dejé escapar un suspiro y lancé un beso al viento. Exhausto, moví el cuerpo hacia un lado y satisfecho, maravillosamente satisfecho, me iba a echarme la cobija encima con la intención de seguir durmiendo, pero el frío y ya pegajoso semen recordó que debía limpiarme. Lo hice apresuradamente y boté el papel a un lado de la cama. Pronto el espejismo se esfumó y yo quedé profundo.

PAUSA DE ÍNTIMA DECENCIA: Muchas de las cosas, actos, posiciones, palabras y frases que escuché durante toda la fantasía real en la que me transportó mis recuerdos durante la masturbación, los reservo por íntimo pudor y decencia. No porqué estén salpicadas de aberración, ya que en el amor todo está permitido entre los amantes, sino para preservar la dignidad y esencia de Carolina a fin de que, sin justicia ni conocimiento de causa, alguien se forme una errónea opinión sobre ella.


MAÑANA:                                                                               
  Al rato, alabado sea el Señor, me vi inundado de pensamientos positivos y una gran y serena paz. Sentí como si un ángel se hubiese metido en mi cuerpo y mente para cuidarme. ¡Qué embriaguez de luz y placer divino! El ángel se sentó cómodamente en un agradable resquicio de mi mente y comenzó a interrogarme.
  – ¿Quieres realmente volver al lado de Carolina y tú hijo? ¿Estás seguro de eso? –preguntó con cándida voz, muy parecida a la de un niño de seis años.

¡ATENCIÓN!... ¡ATENCIÓN!... ¡ATENCIÓN!...
A partir del día domingo 19 de diciembre DIARIO ÍNTIMO DE UN DESESPERADO se seguirá publicando en la primera de las pestañas de este blog a fin de darle paso al texto completo de la novela URL, EL SEÑOR DE LAS MONTAÑAS, que quedará a la vista de los blogueros hasta consideraciones al contrario.



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viernes, 17 de diciembre de 2010

14 de septiembre (Parte y2).

  Llegué a la Central de Servicios. No había casi nadie y me atendieron con prontitud. El bendito aparato funcionó a las mil maravillas en manos de la programadora. Para cerciorarse de que todo estaba bien hizo una llamada de prueba. Funcionó y me lo entregó no sin antes advertirme que la línea se haría activa de cuatro a seis horas. Salí del Centro con la intención de llamar al doctor Marcos Valera por unos teléfonos públicos ubicados en todo el frente de la salida de las oficinas de Selcel, pero ambos estaban ocupados. Esperé impaciente unos minutos. La conversación que sostenían los usuarios parecía interminable. Llamaré de otro lugar, me dije, ya que esta espera me va a costar, con lo que tendré que pagar de estacionamiento, más que una larga conversación por celular. (Reflexiones de un hombre quebrado y, para remate, desesperado).

  Al salir del estacionamiento del centro comercial equivoqué la salida y fui a parar hacia la vía que va a Altamira. En vista del error, propio de desesperados, decidí dar, antes de regresar a la montaña, una vueltecita por el ambulatorio de Bello Campo. ¿Sorprendería esta vez a Carolina buscando al fantasmagórico médico?
  Cerca del ambulatorio había un par de teléfonos públicos. Estacioné y llamé al doctor Valera. Sería un suspiro en la tormenta si se llegase a un pronto acuerdo con lo de la demanda. El abogado era la primera persona, por necesidad vital y monetaria, que debería tener mi nuevo número.
  Contestó la secretaria. El doctor no estaba y le dicté a ella el número. Luego le pedí que lo repitiese para cerciorarme de que lo había anotado correctamente.
  Mientras hacia la llamada y veía inquieto hacia el ambulatorio creyendo descubrir lo que posiblemente sólo existe en mi atormentada mente, mis piernas fueron presas de un leve temblor… Terminó la llamada y, por supuesto, nada del fantasma y su bella princesa.
  Durante todo el trayecto de regreso a la cabaña sentía el rostro compungido, como a punto de caerse a pedazos sobre el volante y mis piernas. Mis pensamientos estaban tan dispersos y deprimidos (¡ellos también -los pensamientos- se deprimen!) que recordaba el aspecto que tenía la cara de Carolina cuando se deprimía, lo cual es frecuente en ella, por eso se atragantaba de pastillas tranquilizantes y somníferos. Nor… (Aquí terminó el cuaderno número tres. Sigo transcribiendo el cuaderno cuatro y último, el cual comienza por la página 757 del manuscrito).
  Retomo la línea anterior, la quedó en Nor…
  Normalmente la observaba así, con su rostro compungido, labios arqueados hacia abajo, los ojos sin luz ni brillo y absorta en las oscuras y lúgubres cavernas de sus pensamientos.
  Tan sombríos eran sus pensamientos, que cuando ella iba sola, manejando su camioneta, siempre llevaba la radio o el reproductor al máximo del volumen y, con ¡los vidrios cerrados! Si por casualidad nos topábamos en la vía de regreso a casa y llegábamos simultáneamente al estacionamiento, no se daba cuenta de que estaba a su lado y hablándole. Ella siempre llevaba el volumen de la radio a la locura. Era su fórmula se escape, su evasión de la realidad para bloquear o dispersar los pensamientos que le asaltaban. Hacía lo mismo cuando comenzamos nuestra relación y convivía con ella en su casa de Altamira. Al sentir chirriar el portón metálico del estacionamiento sabía que era ella (Normalmente, yo llegaba antes a casa). A fin de recibirla me asomaba por la pequeña terraza del segundo nivel. Ella se bajaba de la camioneta (antes tenía una Blazer gris, la cual vendió a la celestina de Rosalía) con el motor aún encendido y la música a reventar. Recogía sus cosas. Carpetas, cartera o alguna compra, desactivaba el motor y subía. Era su constante. Así lo hacía siempre. A veces, no sé porqué tormentosos motivos, subía sin siquiera apagar el auto y dejaba que la música siguiese chillando a todo volumen. Hace, pero hace mucho tiempo, Carolina convive con un gran tormento interior que no le da paz. Se esfuerza, pero no lo logra. Por eso su vital y constantes visitas psiquiátricas.
  A pesar de todo la amo. Cuántas veces intenté ayudarla. Pocas veces pude, porque con celos maníacos evita que nadie se entrometa en su mente. Esa es su caja fuerte más preciada y su tormento mortal.
  Unos cuatro meses atrás, estando yo al volante de su Explorer nueva, íbamos muy tranquilos y callados a una reunión de no recuerdo qué.
  –Yo no me quiero enfermar… No me quiero enfermar… –estalló de repente en amargo llanto.
  – ¿Qué te pasa mi vida?... ¿Por qué te vas a enfermar? –pregunté sorprendido y asustado por esa repentina explosión.
  –Es qué mi mamá se enfermó de los nervios después de cumplir los cuarenta y al poco tiempo murió de cáncer… Eso me atormenta… Yo no quiero enfermarme –decía en sollozos y moqueando como una bebé.
  La tranquilicé como pude.
  – ¿Y por qué esa comparación?... Tú no tienes nada que ver con tú mamá… No tiene nada qué ver una cosa con la otra. Tú no estás enferma. Además, todavía faltan unos cuantos años para que llegues a los cuarenta –argumenté a fin de serenarla.
  –Pero ese presentimiento no me lo puedo quitar de la mente… –decía mientras seguía sollozando sin parar.
  – ¡No chica!... ¡Quítate esa vaina de la cabeza! A ti no te va a pasar nada. Tú morirás de vieja –afirmé para calmarla.
  Poco a poco se fue tranquilizando. La distraje con otros temas hasta que llegamos a nuestro destino. Ese mismo presentimiento obsesivo me lo había comunicado en otras ocasiones, pero nunca en la forma tan dramática como lo hizo esa vez.
  Aquel rostro compungido que siempre veía en Carolina, ahora también es mío. Me pertenece. Le robé su depresión y la enmarqué en mi rostro. Estoy igual, idéntico, cual copia al carbón. Inexpresivo, con el rictus de los labios hacia abajo, como la máscara griega de la tragedia, los ojos parecidos a la noche y dispersos en la oscuridad de mis pensamientos aunque el día sea radiante y, para que la copia sea aún más fiel, ahora yo también, inconscientemente, ando con la radio a todo volumen buscando aturdirme con la música, sin importar del tipo que sea y sin reparar tampoco si ando con los vidrios del auto subidos o bajados. Es su herencia de amor y sufrimiento.
  Estando a unos dos kilómetros de La Montaña de los Desesperados, una canción me enardeció y puso a correr como un demente. Era de Sopra pa contraría (creo que se escribe así). Me sacó de mis cabales. Es de un negrito brasilero y Carolina la cantaba con mucho amor. Decía algo así: Cuando hago el amor con él sólo recuerdo tu cuerpo/Aunque sea de otro sólo es tu cuerpo el que quiero y mierdas por el estilo, cuya letra hablaba de amores y sexo no olvidados y prohibidos pese a estar los amantes separados y ella con otro hombre. No recuerdo bien la letra, pero me da en la propia madre porque cuando la canción salió al mercado y se puso de “moda”, Carolina se desvivía al escucharla por la radio del auto mientras iba conmigo (sola supongo que también) y la cantaba y se reía. Yo, molesto, verdaderamente molesto, le pedía que la quitara. Que pusiese otra emisora, que esa canción, argumentaba por celos, era de arrabal, sin clase, pero ella se negaba. En varias ocasiones le moví el dial y ella se quedaba tranquila. Otras, la volvía a sintonizar y me decía “Pero si a mí me gusta ¿Qué pasa? Y yo, al lado suyo, manejando muerto de dudas y cavilaciones, tenía que soportar esa canción que me horadaba el cerebro. Pero más sorprendido quedé cuando compró el CD y lo llevó a casa. Esa canción, de todas las que contenía el compacto, era la que ponía y repetía insistentemente. “Esa es la mejor del disco. Por esa nada más vale la pena comprarlo”, decía mientras me moría de celos y dudas. ¡Coño de la madre!, como que en esa época ya tenía a otro, pienso ahora.
  Al releer este Diario, si es que llegó a hacerlo y concluirlo, la buscaré y la copiaré a fin de que alguien, sea quien sea, entienda porqué una simple canción, como la calificaba Carolina cuando le pedía que la quitara, me afectaba y me afecta aún más hoy. Sí, es cierto, es una simple canción, que carece de cuerpo, vida y razón, pero también es totalmente cierto que cuando una mujer se “encariña” tanto con una canción es por un motivo y nunca sano o intrascendente. Siempre hay una razón. Les dice algo o le recuerda algo que, casi siempre, es clandestino. Ellas son, además de muy hormonales, excesivamente vaginales, y mucho más cuando una canción habla de hacer el amor con otro, el goce y todo ese otro montón de porquerías de mierda. En el peor de los casos, ese tipo de canciones les reviven un secreto, una traición, algo condenable pero que disfrutan mucho callándolo. Forma parte de su baúl secreto e infranqueable que llevarán a cuestas toda la vida y nadie jamás podrá penetrarlo.
  Soy tonto pero no tanto (¡sonó cacofónicamente bonito!), o quizás demasiado para ser un imbécil real, de carne y huesos, y no una comiquita.
  Antes de casarme con Carolina, cuando me separé de Eva María, una novia que quise mucho, adopté, a fin de aplacar mi dolor y despecho la canción No sé tú, de Luis Miguel. La asociaba a mí tristeza y cuando hacía el amor con otras mujeres, al menos durante el primer año de nuestra separación, veía su cuerpo. Sentía que era ella, Eva María. Lo mismo que me acaba de pasar con Maura. Sabía que era otro cuerpo, pero me imaginaba que hacía el amor con Carolina. ¡Qué desgracia!... Toda la mierda me cae a mí… Ese es el baúl que tendré que cargar a cuestas toda la vida… ¡Pura mierda!... ¡Mierda de mujeres!... ¡Qué asco!
  Al llegar a casa quise estallar en sollozos, pero por aquí uno no tiene ni la privacidad ni la libertad siquiera para eso. Siempre alguien anda cerca, sin pretensiones de husmear, pero cerca y te cortan el gusto (¡las ganas!) de sufrir con ¡muchas ganas!
  En vista de ello, no me quedó más remedio que beber enloquecido y fumar. Tanto, que me sentí prisionero de una nube de humo. Bebí hasta desvanecer, pero antes de que mis manos y mi cabeza se resistieran a seguir adelante, en un papel aparte escribí un poema, el cual titulé Por qué lloran las mariposas, el cual copiaré.
  Aclaro que todo lo que corresponde a este día 14 de septiembre, lo escribí en el Diario al día siguiente, o sea hoy 15. No obstante le dejé un suave ‘matiz’ para que pareciese escrito en su día y no ahora… ¿Qué les pareció eso de un ‘suave matiz’, fantasmas de mis sueños y de mis sombras?
  Fue tanto el gin y la cuota de lexos, que quedé nocaut a eso de las 11:30 p.m.
  A continuación el poema y me despido de este día para entrar en el próximo, el cual no es tan próximo porque ya estoy viviendo la noche del 15 de septiembre, pero si me vuelvo a noquear con el gin, lo seguiré el 16 y así sucesivamente hasta el final. Esa es la tónica que me impuso mi comandante La Ginebra.

POR QUÉ LLORAN LAS MARIPOSAS

Tirado en la ribera de la nada
pensaba en el atardecer
de la primavera, en los bosques
callados y siempre vivos
de la sabiduría silenciosa.

Escuchaba el riachuelo
de mi alma descorrer
hacia el eterno
soplo del viento.

Miraba embelesado
a los pájaros cantores
de fantasías y quimeras
que cabalgan en los sueños.

Miraba al mundo
girar en torno mío
pero no entendía
sus movimientos
ni el porqué de la vida.

Todo fluye. Nada es eterno.
Hasta la muerte es temporal,
como temporales son
las ideas y las ilusiones.

Me vi tirado
sobre una alfombra
de hierba viva
adornada por flores
de tantos colores
que el mismísimo arco iris
las hubiese envidiado
si ese vil defecto
albergase su juego golondrino.

Estaba tan feliz
que hasta la dicha
susurraba su alegría
en el eco de la montaña.

De pronto vi una,
después otra,
más adelante a millones
de hermosas mariposas
de múltiples colores, formas
y maneras de danzar al viento.

Una muy pequeña,
de tiernas y agraciadas
alas color azul cobalto
ribeteadas de perfumado
listón blanco, dejaba
descorrer una lágrima
por su inocente mejilla.

No pude permanecer más tiempo
tendido en la hierba viva.
Me incorporé, fui hacia
ella y curioso le pregunté:
¿por qué lloras mariposa?

Levantó su rostro
y con la lágrima
aún rodando hacia
la inmensidad intangible,
me dijo: Por el mundo…
Por ustedes…
¿Y por qué?, la interrumpí
en su sollozo interior sin
dejarla concluir.
Porque navegan hacia el fin
y siquiera se han dado cuenta.

Me recosté junto a ella
y puse a pensar a su lado
mientras una gran lágrima
también rodaba por mi rostro.


MAÑANA:                                                                               
  Retomo la parte del orgasmo…
  Seguí acariciándome sin lograr evolución ni erección. Todavía estaba muy dormido y bastante débil por la borrachera precedente. Mi miembro permanecía inerte, pero mis deseos ardientes… ¡La depresión es maldita! ¡Hasta acaba con la hombría del hombre! Pero, como soy Aries, soy muy cabeza dura y no me doy por vencido tan fácilmente. Seguí tocándome, acariciándome, mimándolo y de repente, como el Ave Fénix, resurgió de sus cenizas y se puso “grande y duro”, como me decía mi amada Carolina cuando lo tenía en sus manos, lista para llevárselo a la boca.


¡ATENCIÓN!... ¡ATENCIÓN!... ¡ATENCIÓN!...
  A partir del día domingo 19 de diciembre DIARIO ÍNTIMO DE UN DESESPERADO se seguirá publicando en la primera de las pestañas de este blog a fin de darle paso al texto completo de la novela URL, EL SEÑOR DE LAS MONTAÑAS, que quedará a la vista de los blogueros hasta consideraciones al contrario.



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jueves, 16 de diciembre de 2010

14 de septiembre (Parte 1).

  Lo que comenzó como un esplendoroso día, al pasar las horas se convirtió en diabólico y todo por mí ocurrencia, mi tozuda disposición de cambiar el número telefónico del celular.

  A primera hora de la mañana, serían las siete y treinta, llamé a casa de José Rafael. La dama que respondió el teléfono dijo: “Hoy se marchó muy temprano”. Escuchada la ‘terrible’ respuesta ya que, de momento, se esfumaba la posibilidad real de trabajo con la que soñaba, le pedí encarecidamente que le notificase sobre mi llamada. Que se lo anotase en un papel y que cuando volviera a casa se lo diese.
  Como no me doy por vencido fácilmente y soy más cabeza dura que un toro de lidia o un asno, como mejor prefieran, marqué el número de su celular. Nadie contestó y la casilla de mensajes estaba llena. Siquiera pude dejarle dicho nada. Llamada perdida.
  Aunque tenía muchas ganas de echarme en la cama y seguir durmiendo, melancólico me puse a preparar el desayuno. Tres rebanadas de pan cuadrado, el cual doro en la sartén, a la francesa. Una vez dorado, les unto encima queso fundido y listo.
  Terminada la colación, me dispuse, a fin de darle tregua, aunque fuese mínima, a mi mente, a ocuparme un poco de la “casa”.
  Lavé los pocos trastos sucios, la parte de abajo del mono de gimnasia, o sea el pantalón, dos short y unos cuatro interiores. Todos con una gran mancha marrón por el lado que está cerca de la comisura del ano y, debo reconocerlo, hediondos a mierda. Por supuesto que los remojé y estrujé un buen rato antes enjuagarlos y ponerlos a secar al sol, el cual estaba radiante. Todas mis tareas las realicé en el pequeño fregadero, el cual sirve para tres esenciales funciones: lavar trastos sucios, lavaplatos y lavamanos. Un tres en uno excelente. El lo único en toda en cabaña., además de la ducha, por donde sale un chorro de agua.

PAUSA DE TORMENTO: Las moscas me tienen enloquecido (¡aún más!) y a punto de un ataque de angustia con su frenética y cochina danza de espolvoreo de bacterias y cosquilleo irritante cuando se posan en mi torso y piernas desnudas. Estoy escribiendo en short y aunque, por ahora, no “asesino” a indefensos insectos, pienso que un poco de insecticida las espantarán y si alguna tiene tanta mala suerte como la mía y pasa delante del rociador cuando acciono la válvula, pues QEPD.

  A eso de las once de la mañana tomé una cebolla, medio cubito de pollo y me dispuse a preparar una suculenta sopa de cebollas para el almuerzo.
  Mientras estoy absorto en mi quehacer culinario, pese a que durante el día siempre dejo la puerta abierta, de pronto escucho el sonar de unos nudillos contra la madera.
  – ¿Se puede, Don Leonardo? –pregunta una voz desde la parte de afuera de la cabaña.
  Asentí y entró.
  Era Freddy, quien venía a instalar la última portezuela de madera del estante de la cocina.
  El pobre, aunque tiene todas las intenciones de hacer las cosas bien, no atina una: No pudo colocarla. Mientras lo intentaba yo seguía pendiente de la cocción y de sus intentos de encajarla y cuadrarla bien.
  Cuando creí que la sopa estaba casi lista, le agregué un puño de arroz y revolví con la cuchara de plata, que en su extremo cóncavo inferior tomó un color negruzco brillante. Si la viese ahora Carolina, agregaría esta “afrenta, este maltrato a la dignidad y bienes de la mujer”, como un agravante más en su demanda de divorcio. ¿Qué carajo, qué guiso diabólico estará cocinando con sus abogados?... De seguro inventando cualquier cosa con tal de joderme.
  Como tenía todo dispuesto para almorzar, Freddy, educadamente y exhausto (más parecía que quería huir de la tortura que le impuso la portezuela), expresó:
  –Coma tranquilo, Don Leonardo. Volveré en la tarde.
  Le comuniqué que en la tarde no podría ser porque saldría de la montaña. Le diferí su ‘misión’ para el día siguiente.
  Últimamente todos los trabajadores de por estos lados me dicen Don Leonardo. No sé si es por respeto o por todo lo que he envejecido en estos días de angustia, tormento y desespero. Debe ser por lo segundo, porque hasta yo, cuando me veo en el espejo noto las marcas, lo envejecido que me ha dejado esta pena. Sí, seguramente se dieron cuenta de mi metamorfosis, porque antes me saludaban con un “¡Epa, Leonardo!”… ¿Cómo estás Leonardo? ¿Cómo amaneciste Leonardo?” y saludos por el estilo. Pero ese cambio a ‘Don’ en menos de dos meses me tiene preocupado. Debo analizar la causa.
  Algunas horas más tarde después de almorzar, llamé al 811 de Selcel por el otro celular, un viejo ‘prepago’ que tenía tirado en la maletera del auto, a fin de efectuar el cambio de número.
  –Buenas tardes. Bienvenido a Selcel. Le habla Javier, ¿en qué puedo servirle? –escuché del otro lado de la línea.
  Le informé que llamaba para efectuar el cambio de número. Luego de un corto pero preciso interrogatorio para chuequear la autenticidad de todos mis datos con el objeto de cerciorarse de que, ciertamente, el aparato me pertenecía (por el asunto ese de los robos de teléfonos), me asignó el nuevo número 014-249.85.53 y comenzamos la lenta y un poco complicada nueva programación. Yo escuchaba sus indicaciones a través del viejo ‘prepago’ y en el mío iba asentando todos los pasos que señalaba: “Marque 41* (asterisco), seguidamente el número 887… “. No llegaba a marcarlos todos porque mi aparato regresaba automáticamente al inicio. Se bloqueaba. Quedó defectuoso desde que durante toda la noche le cayó encima el piche zumo de un queso blanco semiduro que había apoyado precisamente en el tablón de arriba de donde tenía enchufado el aparato cargando. No me lo esperaba, ya que estaba bien envuelto en tres bolsas plásticas, pero al parecer tenía un pequeño orificio por donde comenzó a gotear y las gotas fueron a caer directamente sobre el celular. Lo inundó. Lo limpie cuidadosamente con papel toilette, luego con trapito húmedo y, aparentemente, había salido ileso, aunque oliendo a mierda… ¡Es qué el pobre celular está quesudo como yo!... Le hace falta su celulara
  Con el operador de Selcel intenté la acción dos veces más. Fastidiado, sugirió que lo llevase a chequear a una de sus Centrales de Servicios, que allí lo podrían reprogramar con la computadora. Preguntó dónde me encontraba. Le dije que en Las Mercedes. No le iba a decir que en La Montaña de los Desesperados. Me informó que fuese al CCCT, Nivel C-1 y que ellos trabajaban hasta las cinco y treinta de la tarde. Ya eran pasadas las tres. Pensaba ducharme, pero aborté la idea. “¡Coño de la madre. Todo me sale mal!”, me recriminé.
  Lo peor de todo esto es que el número viejo había sido totalmente eliminado y asignado el nuevo y el celular quedaría inoperante hasta no resolver el problema que presentaba. En fin, en dos palabras: ¡quedé jodido! Sin poder llamar ni recibir llamadas.
  Apresuradamente me vestí y corrí hacia la Central de Servicios con la esperanza de que allí el puto celular se dignara de funcionar.
  Conseguí rápidamente donde estacionar. Ya dentro del centro comercial caminé hacia el Nivel C-1. Me sentí incómodo, pueblerino, andando sobre su piso de mármol después de estar pisando terruños, piedras y pedruscos en la montaña. Tenía la falsa sensación que todos me observaban. Quizás les llamaba la atención mi cara de amargado, pero, la verdad, era que caminaba con inseguridad. No era ‘el yo’ de siempre.
  Vi a un señor empujando el cochecito de un bebé con su risueña esposa marchando a su lado y sentí una aflicción de muerte. Carolina, y yo haciendo lo mismo, rodando el coche con Dorian en su interior, pasamos varias veces por ese mismo lugar. Nostalgia, pena y desespero. ¿Por qué coño estoy reducido a esto? ¿Por qué tanto sufrimiento?... ¡Contéstame, Dios!…Tengo tiempo que no peleo contigo, pero ganas no me faltan para comenzar una ya, aunque sé que tu siempre, como eres Todopoderoso, saldrás triunfante y cagado de la risa.
  Tengo tres días sin llamar a casa. ¿Tres?... No recuerdo. Tres días sin hablar con Dorian sabiendo que puedo llamar en las horas que me ‘asignaron’. ¿Para qué llamar? Para que me digan qué no está, qué está durmiendo o qué la mamá lo está bañando. ¿Qué burla es esa? ¡Estoy arrecho con tantas vejaciones! Y, lo peor, para hacerme sufrir más y ser más crueles con mi deshecha vida, utilizan a Dorian como arma. ¿No es suficiente con haberlo perdido todo? El amor de Carolina, mi autoestima, mis ganas de vivir, la paz, mis afectos, amistades y toda la felicidad que el mundo me habías concedido.
  Por ese motivo y cualquier otro que está perdido en mi mente, decidí no llamar más. Es mi castigo… ¿A qué? No lo sé. Quizás a mí mismo… ¡Al carajo los motivos!... Voy a llamar ahora mismo…

PAUSA DE DOLOR Y NOTALGIA: No hay nadie en casa. Se activó la contestadora. ¿Estarán en el Club? ¿Ella haciendo spinning y Elsa paseando al niño por el parque infantil? ¿O Carolina la dejó allí con el niño y anda con su amante y cuando termine de besuquearse con él los irá a recoger? ¿Quién coño sabe en qué anda esa mujer?

MAÑANA:                                                                               
  Aquel rostro compungido que siempre veía en Carolina, ahora también es mío. Me pertenece. Le robé su depresión y la enmarqué en mi rostro. Estoy igual, idéntico, cual copia al carbón.

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miércoles, 15 de diciembre de 2010

13 de septiembre (Parte y7).

DIVAGANDO EN LAS PAUSAS…
 
PAUSA URGENTE Y HÚMEDA: Me acabo de tirar un peo y de mi culo no salió sólo aire putrefacto, sino también un salpicón de mierda. Corro al baño a limpiarme… ¡Ya!... Gasté un cuarto de rollo de papel en lograrlo. Mañana lavaré el bóxer, el cual colgué lleno de mierda enganchado a un clavo tras la puerta del baño (no uso interiores en la “casa”). Mañana será otro día. Por lo menos hoy no huelo a mierda. El bóxer se quedará ahí. Tengo tantos gins en mi cerebro, que ya carezco de olfato, gusto y visión. Por eso es que escribo tan enrevesado. Y, si me meto a duchar, seguramente aterrizaré de cabeza al piso y ya no quiero más heridas. Con las que tengo es suficiente. Me disculpo con este Diario por la ‘peíta’ debido a que las últimas diez o catorce páginas de este manuscrito las estoy escribiendo hoy jueves y no ayer miércoles. Mentí porque me faltaban muchas cosas por decir y no encontraba la manera de hacerlo. Mi letra toda ‘roñosa’ se debe a que hoy, aunque aparentemente tranquilo, estoy tan o más descompuesto que ayer. Si a eso le unimos la ginebra y la carátula de un CD que pongo bajo mi mano para que sirva de punto de apoyo a fin de que levante un poco y me canse menos. Soy zurdo y escribo poniendo el cuaderno al revés, o sea mirando hacia el frente, en forma horizontal (torcida) y no vertical, tal como lo hacen los seres normales. De esa forma y manera el ‘peo’ se vuelve más complicado, porque la bendita y lúcida carátula del CD, debido al afinque y la presión que ejerzo sobre ella para poder llegar a la altura del Diario, gracias a su resbaladiza superficie plástica, se me mueve de un lado a otro haciendo que mi mano se atore, se convierta en aún más torpe. No sé si se entiende esta pobre y borracha explicación, pero cuando uno escribe al amparo de Dios y metido en una montaña sin las más elementales herramientas modernas, sino sólo con bolígrafo y papel para garabatear, cualquier cosa puede suceder. Como que una pequeña, pero de apariencia feroz, araña, de repente camine, como Dios por su casa, sobre el papel en que escribes. O que otro bichito cornudo, que no es alacrán, pero que tiene ponzoñas muy parecidas, empieza a merodear amenazante sobre el tablón en el que escribes. Y, lo peor, que una chiripa cornuda y borracha, busque meterse en tu tacita para beberse el gin que con tanto sacrificio compraste. En fin, como el temor se vence enfrentándolo, las mayoría de las noches me a jugar con ellos a fin de salvarlos de la depredadora y mortal luz de la lamparita. La técnica de salvamento que aplicó, a fin de no maltratarlos y salgan sin un rasguño de la cabaña, es la siguiente: coloco la punta del bolígrafo en dirección y muy cerca de donde vienen caminado a fin de que se monten en ese bote salvavidas (a veces es difícil lograrlo) y una vez allí, cuando son pequeños, los sacudo por la ventana con un fuerte soplido, o moviendo impertinentemente la pluma para que caigan afuera, a su verdadera vida, a su hábitat natural. No pasa igual con las inquietas mariposillas y polillas, y no tanto porque algunas sean son muy grandes y de aspecto aterrador, sino por su complicado y circunvalado vuelo en espiral (los científicos aeronáuticos deberían copiar su impecable forma de vuelo direccional). Con ellas aplico el Método del Cansancio. Después de su frenético revoloteo por toda la cascarita, espero que se agoten y se pongan a descansar en el rincón que ellas prefieran a fin de retomar un poco de aliento para luego volver con su danza. Antes de que eso ocurra, me les acerco sigilosamente por detrás y, a fin de no lastimarlas, las agarro con un pedacito de papel toilette, el cual luego arrugo en forma de paracaídas y las boto también por la ventana. Por supuesto, van “enroscadas” en el mismo blanco y perfumado papel en la esperanza de que no regresen y se cieguen, que es lo peor que le puede pasar a una mariposa, o mueran atrapadas en la luz de mi lámpara. La luz para ellas hace el mismo efecto que el sol para nuestros ojos y si se acercan mucho y por un período de tiempo no tan considerable, primero pierden la vista, después enloquecen (¡y, qué yo sepa, no hay manicomio para mariposas!) y finalmente se achicharran bajo sus rayos. Muchos indígenas australianos y de otras latitudes se las comen porque dicen que es un rico manjar lleno de suculentas proteínas… ¡Yo nunca he comido chicharrón de mariposa!... ¿A qué sabrá?... Tal vez las pruebe algún día… Si los locos comen mierda, nada malo sería que un hombre cuerdo coma chicharrón de mariposas.

PAUSA VITAL: Estoy borrachito. Lo único que he comido en todo el día es una sopa de cebollas con arroz que me preparé al mediodía. Afuera hay voces y ruidos. Ya llegaron Fernando y Andreína, los más parlanchines en este paraje de la montaña… No me soporto ni soporto la torpeza de mi mano y mente, las cuales se resisten a continuar por hoy. Despertaré en la madrugada y seguiré, por hoy ¡basta! Menos mal que yo no utilizo metáforas preconstruidas. Mi sólo tormento ya es una metáfora. Por ello digo, o me pregunto: ¿Mí vida es una metáfora plena de tormento o una fantasía del alma?... ¿Tiene sentido o no se entiende nada? Bien, lo diré de otra forma, muy clara y precisa. Mi vida es una poceta llena de mierda, que metafóricamente quiere decir ¡un desastre!... ¡Esa es una metáfora!... ¿O al revés?

PAUSA DE INCOMPRENSIÓN: ¿Por qué todas las canciones, por lo menos las últimas cien que he escuchado, sus letras siempre hablan de desamor, de tristezas, traiciones y olvidos y muy pocas de amor sublime puro y tierno, comprensión y tolerancia? ¿Y es qué el mundo, cantores y juglares se han olvidado que el amor puro existe? ¿Por qué tanta alegoría, tanta exaltación a la traición, a los corazones partidos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el norte de la humanidad?... ¿Su propia destrucción? ¿Por qué los cantores no subliman el amor sino el despecho, la aberración de una mente enferma y atormentada por una traición?

  ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia la carencia de fe, hacia la nada absoluta? ¿Al funeral de la espiritualidad? ¿Hacia el suicidio del amor? Si el amor lo es todo. Es fuerza vital y Dios encarnado en nuestras almas. ¿Cuál es el diabólico mensaje? ¿Qué nada sirve y qué todo es podrido y falso? ¿Qué vivimos en un mundo inundado de mierda falaz, hipócrita y superficial? Me resisto a creerlo. No lo acepto. Me pondré en huelga de amor para que la verdad renazca y triunfe en toda su brillante espiritualidad. Y eso que los que no me conocen (y nunca conocerán por su falta de sesos), me califican como un verdadero coño de madre. Soy todo lo contrario. Las apariencias engañan. No soy un santo, ¡lo sé! Pero estoy muy distante de la precariedad de los sentimientos, del amor, la fe, la confianza y el deber ser hacia mí prójimo. Amo a los seres humanos, con defectos o sin ellos, simplemente ¡lo amo! Esa es mi naturaleza.
  Aunque normalmente las PAUSAS que intercalo en el Diario no “admiten” punto y aparte, porque así me dio la perra gana de concebirlas y entrelazarlas con la narración cuando las ‘invente’, hoy, debido a mi pulcra, desvariada y total borrachera, me da la gana de hacerlo, por eso puse punto y aparte y ahora vuelvo a poner punto y aparte, ¡okey!
  ¿Preocupados fantasmas de mí conciencia por mi burda filosofía? Yo lo estaría, por burda que fuese, si piensan, se detienen, únicamente por instantes, a pensar en las absurdidades que constante y conscientemente hacemos los seres humanos y, sin pensar siquiera en sus funestas consecuencias, las repetidos cientos de veces, se darían cuenta, queridos fantasmas, de lo hermosa que es la vida y sus verdades. Todas, inobjetables, como, por ejemplo, la máxima que dice: Haz el bien y no mires a quién y la sagrada, única e irrebatible enseñanza de nuestro señor Jesucristo: Ama al prójimo como a ti mismo. Toda la filosofía de una vida sana, pura y hermosa y llena de amor encerrada en es sólo frase. ¿Qué más se puede pedir o decir?

PAUSA DECIDIDA: Saqué de entre las páginas del cuaderno donde escribo el Diario, mi “procesión” de acompañantes. El recuerdito del bautizo de Dorian y todo lo demás, ya que por su grosor y volumen, no dejaban que la punta de mi ya destartalada pluma corriese con facilidad. Como estoy terminando este tercer cuaderno, pronto comenzaré el “tomo” cuatro.
 


MAÑANA:                                                                              
  ¿Por qué tanto sufrimiento?... ¡Contéstame, Dios!…Tengo tiempo que no peleo contigo, pero ganas no me faltan para comenzar una ya, aunque sé que tu siempre, como eres Todopoderoso, saldrás triunfante y cagado de la risa.




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martes, 14 de diciembre de 2010

13 de septiembre (Parte 6).

LA TRIBU DEL AMOR

 El otro día, cuando andaba rondando por la ciudad y bajé cerca de un kiosco a comprar cigarrillos, casualmente me conseguí un amigo de la juventud que tenía siglos sin ver. Por lo hablado, el encuentro me hizo reflexionar bastante.
  –Tú eres Leonardo Vento, a qué no sabes quién soy yo –me atajó cuando estaba por montarme otra vez en el auto.
  –Te conozco. Sé que te conozco, pero ahora no recuerdo –expresé confundido y sobresaltado.
  –Ricardo Cassatti… ¿Te acuerdas?
  ¡Claro qué sí!... ¡Qué maravilla volver a verte! –expresé dichoso viéndole directamente a los ojos que es lo único que, además de la voz, no cambia con los años.
 –Pero, ¿en verdad sabes quién te está hablando? –indagó al observar mi evidente confusión ya que topármelo era lo que menos me esperaba cuando bajé del auto para comprar cigarrillos.
 – ¡Claro!... Claro qué lo sé. Estudiamos juntos –respondí, observando a aquel ser extraño, gordo y bastante calvo que tenía delante de mí y que en nada se parecía al joven de mis recuerdos estudiantiles.
  Después de otro ‘escarceo’ de reconocimiento y recuerdos, me dijo que era médico. Que se había graduado con honores junto a un par de judíos de su promoción. Le manifesté que en Venezuela los médicos judíos son muy buenos.
  –En todas partes del mundo, no sólo en Venezuela, los judíos son los primeros –respondió sin titubeos a fin de convalidar mi afirmación.
  –Bueno, como ellos tiene dinero, después de graduados mandan a sus hijos a hacer sus post grados en los mejores hospitales de los Estados Unidos. De allí tanta fama… –traté de justificar mi primera errónea afirmación.
  –No es que tiene dinero –atajó a fin de corregirme–. Es que son muy unidos. Con una sola llamada diciendo: “Abraham, te envío mí hijo y protégelo”–expresó a manera de chanza–. Con eso está todo solucionado. No importa la parte del mundo donde estén, pero ellos con o sin dinero se ayudan mutuamente –precisó.
  –Es cierto… Ese es parte de su credo –contesté rápidamente–. Tengo amigos judíos de muchos recursos económicos y sé que ayudan a otros menos favorecidos. Los he visto darles cheques de varios ceros sin siquiera hacerles firmar un recibo… Sólo apuntan en una libreta el monto. El otro sabrá cuándo devolvérselo… Entre ellos son muy honestos y se respetan mucho –concluí recordando a un amigo judío que todas las tardes de los jueves de todas las semanas las ocupaba en recibir, escuchar y extender cheques a compatriotas hebreos que estaban necesitados de dinero o querían montar un negocio y no tenían capital suficiente. Esas tardes no recibía a nadie, que no fuese judío, en su oficina.
  Seguimos hablando por un corto tiempo más y luego nos despedimos. Siquiera intercambiamos teléfonos o tarjetas (yo tenía las viejas, las de mi antiguo trabajo).
  Cuando me monté en el auto me puse a reflexionar sobre lo que habíamos hablado. De los judíos y de los amigos hebreos que tengo. La judaica, en realidad es una familia, una única familia, sin importa nombre, apellido o condición social, unida a través del mundo y si estuviesen en la Luna o Marte, sería lo mismo. Nada cambiaría su estilo de vida. Siquiera una tercer guerra mundial, ya que en vez de “débiles” los haría aún más fuertes porque ya vivieron todos los horrores imaginables y sin imaginar durante el holocausto. Ellos no son una familia integrada por cinco o más miembros, son una familia universal compuesta por miles de millones de personas. Particularmente, aunque la gran mayoría de los humanos los odian (¿envidia, recelo, ignorancia, religión, ineptitud?), yo los admiro con plenitud pese a su evidente y sectario egoísmo y desconfianza hacia otro ser que no sea judío como ellos. Es más, aunque no soy escultor, a veces mi mente proyecta que estoy realizando un gran monumento del alto de una torre de treinta pisos, donde recreo a miles de seres humanos sin importar color, edades, sexo o contextura. Niños, adolescentes, adultos, hombres fuertes y otros débiles y enclenques, mujeres hermosas y otras feas y gordas, viejos, unos de apariencia mesiánica y otros modernos, y bebés en brazos de sus madres unidos en una sola gigantesca pieza escultórica de mármol. Es la piedra de la hermandad, de la fidelidad, paz, amor, unidad y religión porque encima de todos ellos una resplandeciente constelación de estrellas adopta la forma de Estrella de David. ¿Por qué todos los seres humanos no formamos una gran tribu con la de ellos?, me pregunto. Aunque con distintos credos y principios, porque hay que respetar la pluralidad de ideas, sería una tribu de amor. De esa forma estaríamos siempre unidos y conformaríamos una verdadera y digna especie humana y no los animales depredadores que somos ahora. Pese a que Dios no dotó de conciencia, somos los seres más destructores, viles, sanguinarios e inconscientes de todas las especies, sea animal, insecto, planta, río, montaña o árbol o de todo lo que tenga vida y materia sobre la Tierra. En definitiva, nosotros los humanos, seres repletos de ignominiosa inconsciencia y estúpida arrogancia, nos creemos dioses del mundo y, en realidad, somos el último eslabón de la imperfección. No somos nada y nos creemos todo. ¡Qué vanidad fuera de toda lógica universal! Aunque me esté gustando, y mucho, descargarme con esta pendejada, de ponerme a filosofar sobre el mundo y el papel que juegan los seres humanos en este complejo, irracional e intolerante planeta, mi peo es otro. Buscar la fórmula, mágica o no, para cambiar y vencer mi desesperación y tormento.

MAÑANA:                                                                            
  ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia la carencia de fe, hacia la nada absoluta? ¿Al funeral de la espiritualidad? ¿Hacia el suicidio del amor? Si el amor lo es todo. Es fuerza vital y Dios encarnado en nuestras almas. ¿Cuál es el diabólico mensaje?

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lunes, 13 de diciembre de 2010

13 de septiembre (Parte 5).

GUERRA SIN CUARTEL CONTRA EL DESESPERO
  Aunque había quedado con Leandra que llegaría a la galería a las nueve en punto de la mañana, a duras penas llegué a las 9:38 a.m.
  Me había acostado muy tarde e hice caso omiso a los anuncios de los despertadores.
  En la galería fui recibido por ambos jóvenes curadores, Leandra y Genardo. Son novios, pero parecían estar algo molestos. Noté cierta tirantez entre ellos.
  Los cuadros que les llevé les encantaron y manifestaron que quizás los expondrían los tres (un tercero lo tenían en su depósito) en la Gran Colectiva que inaugurarían el domingo.
  Sin insistirle mucho les indiqué que, si podían y estaban a tiempo para el montaje, les cambiasen los ya pasados de moda e insulsos ‘marcos de museo’ (aunque nuevos) con lo que estaban montadas las pinturas y le pusiesen un “vestido mejor”, de los que hacen en la marquetería de Néstor, el papá de Genardo, ya que son unos marcos únicos, espectaculares y muy elegantes. Que, de esa forma, sin quitarle méritos a las obras, estas relucirían más. Asintieron. Veré el domingo qué tal quedaron, que vestidos de gala le pusieron a mis pinturas.
  Dicho esto y acordado los precios, Genardo mismo me hizo el recibo de la ‘entrega a consignación’. Con antelación me había informado que la galería cobraba el cincuenta o cuarenta por ciento de comisión, según el caso. Le expresé que bajaría mis precios, debido a que para mí más importante que el dinero era tener la satisfacción de saber que una de mis obras fuese adquirida por un amante del arte, que de esa forma las daría con gusto en “adopción”, ya que consideraba a mis pinturas como hijos, como parte de mi mismo. En realidad siempre he pensado así, no estaba mintiendo ni exagerando. Aunque, ahora, por esta tempestad que estoy atravesando, el dinero es muy importante, vital, de otra manera no hubiese bajado tanto los precios.
  Acordamos trescientos cincuenta mil bolívares por cada uno de los dos cuadros que le llevé y una comisión del cuarenta por ciento para la galería. Del que tenían en depósito, cuyo título no recuerdo y que estaba en consignación por mil doscientos dólares, le indiqué a Genardo que también le bajase un poco el precio.
  Antes de despedirnos les pedí una tarjeta de la galería (me dieron unas ocho) con el propósito de llamar y darles la dirección correcta del salón de arte a mis invitados, a quienes comenzaría a llamar después de llegar a “casa”, o sea mi cascarita. Le expresé que yo sabía llegar perfectamente, pero que siempre olvidaba el número de la transversal.
  Salí de la galería pletórico de felicidad y elevándole repetidas gracias al Señor. Como estaba escaso de ginebra y cigarrillos, decidí comprarlos en un automercado que está a varias calles de la galería. Pasé de largo con el auto porque, por lo que alcancé a ver desde afuera, estaba atestado de gente. Eras las 10:20 a.m., aproximadamente. Además, había cola para entrar al estacionamiento y en la avenida dos fastidiosos agentes de tránsito evitaban que alguien pudiese orillase a la acera.
  Decidí volver a la montaña y comprar mis ‘pertrechos de guerra’ por allá. Mantengo una guerra sin cuartel contra el desespero y la ansiedad y no consigo mejor arma que la ginebra, cigarrillos y lexos.
  En el camino siempre vigilaba el paso de una camioneta Explorer que tuviese las mismas características que la de Carolina. Tengo haciéndolo desde que llegó de Aruba con Dorian, no en la esperanza de topármela y verla, sino de cazarla con el fantasmagórico amante que punza mi atormentado corazón. Hasta a altas velocidades, cuando diviso una a lo lejos, voy tras ella.
  En mí desespero el otro día perseguí una que me costó mucho alcanzar. Tenía gran similitud con la de Carolina, incluso los topes de las puertas y otras características, pero cuando al fin pude ponérmele atrás (el endiablado conductor corría como un loco y también como un loco fui tras el), me percaté que no era un Ford Explorer sin una Blazer Chevrolet. ¡Qué cagada!, me dije y le pedí disculpas a mi auto por el sofocón que le di. Cosa de desesperados. Eso lo sabe muy bien mi coche, fiel y silencioso compañero de desespero ya que a el también lo he hecho sufrir con tantas sobremarchas y aceleraciones impulsivas e impertinentes. A veces, para tranquilizarlo, lo mimo y le levanto su alter ego diciéndole: “Soy un caballero andante y tu mi indómito corcel”. Cosas de autos y dueños… Sé que no me entiende, pero hasta los momentos se ha portado como todo un campeón… ¡Es un auto maravilloso!

MAÑANA:                                                                               
  Particularmente, aunque la gran mayoría de los humanos los odian (¿envidia, recelo, ignorancia, religión, ineptitud?), yo los admiro con plenitud pese a su evidente y sectario egoísmo y desconfianza hacia otro ser que no sea judío como ellos.




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sábado, 11 de diciembre de 2010

13 de septiembre (Parte 4)

  Me puse a lavar una franela y descolgar, doblar y guardar una ropa que tenía secando afuera. Ya se habían hecho las cinco de la tarde. Como mi puerta no está cerrando bien y en varias ocasiones me he golpeado fuertemente la mano izquierda al tratar de desencajarla, le grité a Jhonny, uno de los guariqueños que está trabajando en la finalización de la cascarita-suite, que cuando bajase le dijese a Joaquín que mi puerta no cerraba y que me estaba lastimando las manos en los intentos de abrirla. Que, por favor, subiese a arreglarla.
  A la media hora llegaron Joaquín, Freddy, su ayudante, y el propio Jhonny. Sacaron bisagras y tornillos. Lucharon con la puerta más de cuarenta minutos para poder cuadrarla.
  Mientras ellos trabajaban en el encuadre yo lo observaba y, de tanto en tanto, chequeaba un risotto que estaba preparando. Al fin lo lograron y se fueron.
  Al estar solo, me hice la señal de la cruz y en silencio interior le di gracias a Dios por la comida que me había ofrendado. (Desde que estoy en la montaña siempre lo hago durante todas las comidas. En casa lo hacía muy poco). Comí y me dispuse a dormir.


TODO POR UNA TIRADITA…

   Ahora son un cuarto para las cinco de la mañana del día jueves. Ya se fue el fatídico día 13. No sé si desheredarlo o seguir creyendo en el, porque esta vez el bendito 13 se ensañó conmigo.
  Retomé el Diario a las 2:15 a.m. ya que no pude seguir durmiendo. Otro sueño, muy confuso y salpicado de pesadilla, me despertó sobresaltado. Antes, a eso de las once y media de la noche, me despertó el repicar del celular. Era Maura, pero no atendí la llamada. Dejó un mensaje y como el bip que avisa que hay un mensaje sin escuchar en el teléfono era harto fastidioso para mi endeble paz, me incorporé de la cama y apagué el aparato. Hice pipí y volví a acostarme.
  Al despertar esta madrugada lo escuché. Había dos de ella misma. “¿Por qué no atiendes? ¿Dónde andas metido? ¿Solucionaste el problema de la nevera? (¿Y con qué dinero voy a comprarla si estoy hasta el cuello de deudas?) ¿Cuándo cambiarás el número?”, y más preguntas y más blablablá. Después y para finalizar: “¡Besos!... Te llamo mañana”.
  ¡Coño, qué ladilla! Y todo por una tiradita. Un buen polvo sí, pero una tiradita al fin y al cabo.
  Hasta el momento no he sabido nada de Antonello y Luna.
  Voy a asentar en el Diario el poema que escribió en la que iba a ser la página 671 de este manuscrito. No le puso título y aunque costó descifrar algunos de sus garabatos alcohólicos, creo que no está nada mal si se toma en cuenta las condiciones en que estaba.

Río ancestral
Cauce vital
Cuenca abierta
Amor fluvial.

Sensación escondida.
Invasión agobiante
Consumador ardor
Entrañas pujantes.

Fuerza instintiva
Corazón emocionado
Caricia sutil
Trance sensual.

Oración parida
Grito tribal
Liberación espiritual
Éxtasis desbordante
Luz angelical.
Luces fugaces
de amantes azules.

  Mi mano está entumecida. Son las 5:05 a.m. Voy a descansar un rato. Proseguiré después, porque mi mañana, a pesar de estar todavía cerca del desaparecido y moribundo día 13, fue magnífica.

MAÑANA:                                                                              
  Tengo haciéndolo desde que llegó de Aruba con Dorian, no en la esperanza de topármela y verla, sino de cazarla con el fantasmagórico amante que punza mi atormentado corazón. Hasta a altas velocidades, cuando diviso una a lo lejos, voy tras ella.


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13 de septiembre (Parte 3).

  Sin pensarlo dos veces (si voy a morir que sea mientras esté nocaut) saqué la botella de gin, me serví un largo trago en la tacita y lo apuré de un sorbo. Casi inmediatamente otro, pese a que después de la conversación con Alfredo mi sobresalto se había ido saltando por ahí… Ya no estaba en mi cuerpo.
  Durante todo el tiempo de la espera, la angustia me había hecho su prisionero y había que aplacarlo de alguna manera y esa era la única forma que tenía a mano… ¿Qué otra cosa podía hacer?
  ¡Qué felicidad!... Hoy tengo tres botellas… ¡Qué paz!
  De pronto, mientras sostenía la tacita repleta de gin en la mano irrumpió en la cabaña Antonello. Tenía cara de suicida desorientado. En su rostro se delineaba dolor, confusión, impotencia y desespero. Era un poema a la muerte.
  – ¡Dame un par de cigarros! –murmuró y al ver la botella sobre el mesón y la tacita en mi mano, preguntó–: ¿Qué estás tomando?
  –Eso… El mismo veneno de siempre –contesté mostrando con el índice la botella.
  – ¡Dame un poco! –suplicó y salió hacia su cabaña, la cual está a pocos pasos, contigua a la mía, a buscar un vaso.
  Enseguida regresó con el mismo vaso que le presté ayer y lo llenó hasta más arriba de la mitad. Mientras lo bebía comenzó a sollozar.
  –Ya no puedo más… No sé que voy a hacer con esa caraíta (Luna)… Por ella perdí mi trabajo. No me dejaba ir, me decía que me quedase con ella... Me tiene sometido… Yo si me meto diariamente mi marihuana, pero nada de eso del crack, la cocaína y toda esa mierda que ella trae con sus amigos a la cabaña… ¡Esos son unos diablos! –confesó con crudeza y sinceridad gallarda su adicción. Hizo una reflexiva pausa y agregó–: Bueno, de cocaína máximo me meto unos toquecitos dos veces a la semana… Pero ese poco de gramos que traen sus amigos, ¡no!
  Lo escuché absorto. Yo no le había preguntado nada, tampoco hice alusión a nada sobre el particular. Fue su liberación. Una liberación espontánea y voluntaria.
  –Yo creía que eran amigos tuyos –dije refiriéndome, a los jóvenes que veía ir a su cabaña.
  –Son de ella y a cada rato me los mete en la casa. El día de mi cumpleaños esos diablos trajeron dos bolsas. Como a las once de la noche no pude más con esa mierda, de ver y escuchar a esos diablos y los boté de la cabaña… Les dije que se fueran pal coño con su basura… –siguió explayado en su revelación mientras absorbía largos sorbos de gin–. Yo soy un hombre de buena familia (yo lo confirmé), instruido y ahora enlodado hasta el culo por esa carajita… Por ella perdí todo… A mi esposa, a mis hijos, a quienes mandé para Italia. Mi mamá me quitó el apartamento de La Boyera, donde vivía… No vivía como un rey, pero si decentemente. Estaba ganando seiscientos mil bolívares y no nos faltaba nada –Antonello divagaba entre los recuerdos y el desespero. Yo lo dejé que se desahogara–. Sabes… Yo tengo una hija grande que ya no me habla… Ya no aguanto más…Ya no aguanto –manifestó descontrolado con los ojos inundados en lágrimas para enseguida estallar en llanto.
  Se me hizo un nudo en la garganta al ver a un hombre llorar delante de otro de esa forma. Ante su dolor mis ojos también se humedecieron. Conozco de penas. Lo comprendía como nadie, más en ese momento. Yo también estoy desesperado, pero por amor. No sabía cómo consolarlo. Cómo aplacar su pena porque yo también soy un penado en vida. No obstante, lo así por los hombros y apreté contra mi cuerpo y todavía con el nudo apretando mi garganta, atiné a decirle, ahora yo también con los ojos aguados por el llanto.
  – ¡Coño, recuerda lo que me has dicho varias veces! Noi abbiamo buon sangue –dije en italiano, tal como el mismo me lo había dicho– y tú saldrás de esta… ¡Tranquilízate!
  La amarga conversación se desarrolló en la relativa privacidad que brindaba un resquicio cerca de la entrada del pequeño baño, a un lateral de la cocinilla a gas de cuarto hornillas.
  En su perturbado desahogo Antonello no gritó, casi susurraba aunque estaba bastante ofuscado. Y como los obreros estaban trabajando afuera de la cascarita, a fin de que no se enterasen de lo que estaba ocurriendo, decíamos algunas palabras en italiano y otras en castellano.
  –Ya son ocho meses que estoy con ella, pero no soporto más… Me tiene atado y es que yo soy un pendejo con las mujeres… Me dominan y me dejo pisar…
  Otro largo trago y el encendedor que no dejaba de funcionar. Una larga nube de humo grisáceo envolvía parte de nuestros rostros.
  –Sí, cuando la conocí ella me ayudó a salir de las drogas… Yo en ese entonces no valía nada y ella me sacó de abajo. Pero ahora me está enfermando otra vez. No sé qué hacer –cavilaba, pero más bien parecía estar hablando consigo mismo y no conmigo–. Ella es mi único apoyo pero también mí destrucción… ¿Qué voy a hacer? ¿Qué tengo qué hacer?...
  Mientras Antonello dejaba emerger de lo profundo de su alma su indeciso tormento interior, yo lo escuchaba impotente y también sumergido en mi propio calvario. De pronto afuera se oyó la voz de Luna.
  – ¿Se puede? –preguntó educada, sin entrar a la cabaña.
  Yo, que desde el lugar donde estaba tenía visual hacia la puerta, al notar su compungida cara le digo que sí.
  – ¿Antonello está aquí? –indagó antes de entrar. Desde su ubicación no podía verlo.
  – ¡Sí! –contestó Antonello desde su “escondite” antes que yo respondiese.
  Luna entró a la cabaña, tomó uno de mis cigarrillos y lo encendió.
  Antonello enmudeció.
  –Mira, la vida es dura, pero hay que salir adelante –comenzó diciendo Luna mirándome–. Todo el mundo tiene problemas…
  Y comenzó a contar el cuento de su madre, una mujer muy sumisa que lloraba en silencio cuando su padre, un vasco duro e implacable, la llenaba de insultos y maldiciones.
  –Y ahí están… Hechos una mierda. Esa no es vida. Yo no soy como ella –dijo refiriéndose a su progenitora.
  Luna, me enteré hoy de su propia boca, tiene veintidós años, y no dieciséis como me había dicho Fernando. Es una muchacha fría, terriblemente fría e indolente. Sin el menor rastro de perturbación en su rostro, hablaba como si no le importase un carajo la vida o sus semejantes. Daba miedo escuchar sus palabras, mucho más saliendo de la boca de una mujer tan joven y hermosa. No vislumbra el futuro, tampoco parece importarle un carajo, pero sí el pasado. Sus palabras estaban salpicadas de odio hacia la humanidad. Al parecer el sufrimiento y las vicisitudes la marcaron desde que era muy niña. Ese tatuaje lo llevaba dentro de su corazón porque alma parecía no tener.
  –A mí me importa lo mío y si las cosas no marchan lo mando todo pal coño –sentenció con mirada de centelleante e irascible furia.
  Antonello escuchaba silencioso pero con el desespero marcado no solo en su rostro sino en todo su ser. Estaba inmóvil, recostado de la pequeña pared contigua a la puerta del baño, en el mismo sitio donde estuvo desahogándose conmigo. Yo, apoyado ligeramente en el mesón y Luna sentada en mi cama, la cual aún estaba deshecha.
  Ella, rubia oxigenada, de cabello crespo tipo negroide ligeramente alisado, tan flaca que hasta los huesos parecen salírsele de sus carnes, de mirada (al menos en ese momento) destilando un putrefacto odio y llevando un muestrario de tatuajes pintados en su barriga, hombro y antebrazo, no puede negar su extracción humilde y tampoco hace nada para disimularlo. Es la propia muchacha de barrio. En cambio, la apariencia de Antonello deja vislumbrar otra categoría social, más elevada y culta.
  Seguimos hablando envueltos en una humareda y atragantándonos de ginebra. Esperé que la marea se retirase un poco y le hablé a Luna. Busqué paciencia donde no la tenía y Dios me mandó un poco de ella y de regalo una pizca de sabiduría.
  Le hablé de amor. Que cuando hay amor todo se puede y se supera. Le “filosofé” un poco sobre la vida y cómo salir con decencia de las grandes dificultades. Le hablé de una novela de un escritor rusa donde cuenta la historia de una joven y hermosa mujer que, por amor, pudo dominar a un tosco y desesperado alcohólico. Le hablé de la tolerancia y ternura de aquella mujer y que con esas virtudes pudo domeñar a la bestia hasta hacer renacer al hombre. Hacer brotar de sus adentros al ser bondadoso y cariñoso que en realidad era y que estaba escondido dentro de su frustración e ignorancia.
  En un arrebato, Antonello se sentó aquí, en esta misma silla donde estoy sentado ahora escribiendo el Diario y comenzó, en este mismo cuaderno que está debajo de mi pluma, a garabatear un poema. Iba a comenzar a escribirlo casi al pie de la última palabra que yo había escrito, pero lo contuve.
  – ¡Un momento! –me apuré a decirle y le volteé la página. Una en blanco, como todas las demás que seguían hasta el final de la libreta, las cuales pienso llenar pronto.
  Al terminar leyó lo que escribió. Sonaba bien y me gustó. Quise leerlo por mí mismo pero no le entendí su letra. Ambos estábamos ya bastante tomados. Cuando termine de asentar en el Diario parte de nuestro coloquio, el que recuerdo con mayor frescura, iré hacia atrás y lo copiaré para dejar testimonio fiel de sus dotes poéticas.
  Yo, bastante escasos de argumentos debido a los vapores etílicos, seguía tratando de ablandar con mis palabras a aquella gélida muchacha, mitad demonio y mitad ángel. Mientras, Antonello, mano sobre el papel, buscaba coordinar ideas, pero no le venían. En un arrebato tiró el bolígrafo, sacudió la silla donde estaba sentado y se marchó sin decir palabra.
  Estaba molesto. Muy molesto consigo mismo y, quizás, la conversación que yo sostenía con Luna en vez de tranquilizarlo enfurecía más aún su animal interior.
  –Lo qué sucede es que él es muy introvertido… A veces pasa más de medio día sin hablar –explicó Luna.
  Al rato la conversación se volvió insulsa y algo monótona y ella también se fue a su cabaña. A los pocos minutos, a través de las endebles paredes de la cascarita, escucho portazos y golpes. Preocupado por lo que estuviese ocurriendo adentro, salgo, observo y trato de escuchar algunas voces, pero nada. No tenía intención de entrometerme. Con mí tormento es más que suficiente. Volví a la cabaña y me senté a continuar este Diario. Casi enseguida, Antonello entró como una tromba y desorbitado de pies a cabeza.
  – ¡Esto, esto es lo qué logro! –dijo enseñándome los nudillos ensangrentados y con algunas cortaduras.
  Supuse que los estrelló contra la noble madera de pino de la puerta o contra la pared.
  –Coño, ¿qué hago? –me preguntó desorientado.
  –Tranquilizarte… Sólo tranquilizarte –atiné a decirle.
  Yo me había parado del asiento y a través de la puerta vi a Luna subiendo cabizbaja por la cuesta que da acceso a las cabañas. Antonello estaba de espaldas, sirviéndose otro trago y no pudo verla. Llenó el vaso hasta casi el tope. A finalizar, se volteó hacia mí, tomó en su mano el vaso que estaba apoyado en el mesón, y dijo:
  –Voy a ver qué está haciendo esa carajita.
  Salió y la vio casi en la cima de la cuesta. Se metió en su cabaña, tomó algo, quizás las llaves del auto, y salió a perseguirla.
  Después de tanta presión (la mía y la de él), la lacerante angustia que se percibe en toda La montaña de los desesperados, se me fueron por completo las ganas de seguir escribiendo.

MAÑANA:                                                                               
TODO POR UNA TIRADITA…
 Ahora son un cuarto para las cinco de la mañana del día jueves. Ya se fue el fatídico día 13. No sé si desheredarlo o seguir creyendo en el, porque esta vez el bendito 13 se ensañó conmigo.