jueves, 30 de septiembre de 2010

3 de agosto.

  Estoy fumando y bebiendo demasiado. Me trago casi una botella de whisky barato a diario. Estoy abusando, lo sé. Ojalá que mis defensas resistan este duro embate.
 Hoy vinieron unos obreros a instalar la puerta de mi cascarita. Así llaman ellos a este tipo de cabañas por semejarse a media cáscara de nuez invertida, aunque su techo es de zinc y sus paredes de tronco de bambú arqueado, el cual después recubren con una suave mezcla de cemento, arena y agua. Las cascaritas vienen equipadas con lo esencial, pero sin refrigerador, por lo que la comida, si no se trata de enlatados hay que comprarla y prepararla a diario. Yo sólo lo hago cuando me da hambre o tengo que salir a buscar mi provisión de whisky y cigarrillos. De lo contrario, me conformo con pasta y latas.
  Los obreros, casi adolescentes, son unos artistas construyendo cascaritas. Instalaron la puerta en un dos por tres y prometieron, para dentro de algunos días, “cuando haya real”, ponerle los vidrios a las ventanas. Esperaré. Eso me tiene sin cuidado.
  Todos los días, desde que salí de casa, llamo a Dorian. Mi principito adorado toma el teléfono (Elba, la nana, le pone el auricular al oído), pero la mayoría de las veces mi bebé lindo no articula palabra alguna, sólo sonríe, según me refiere la nana. Es muy pequeño y todavía no habla, sólo emite algunos sonidos muy tiernos.
  Quiera Dios que esta separación no lo afecte psicológicamente.
  Nunca me acuesto sin orar. Pero, últimamente, lo estoy haciendo más que de costumbre. Ruego a Dios para que Carolina me lo deje ver antes de que parta de vacaciones a la isla de Aruba, según me dejo dicho con la nana que iría pronto. Serán ¡cuarenta y cinco días de ausencia!... ¿Mi alma no podrá resistirlo?... ¡Ojalá se apiade y me lo deje ver! Su perversidad no puede ser tal.
 Estuve, y aún lo estoy, tan enamorado de ella que jamás intuí tanta maldad en su ser como el que ahora esboza… Me resisto a creerlo… ¿Es mi confusión la que me hace pensar de esa forma?… ¡Sí, eso debe ser!... Aunque no ha contestado ninguno de mis e-mail… ¿Las habrá recibido?... ¡Claro que sí!... Esas máquinas no fallan tal como lo hacemos nosotros los humanos… Ellas no tienen sentimientos, sólo obedecen órdenes… ¡No!... No estoy desvariando, sólo haciendo una pequeña reflexión.
 Moriré de tristeza, lo sé. Ojalá no sea pronto. Aspiro que Dios me de fuerza para soportar este duro trance. Espero que mi salud no se resquebraje, ni física, mental o espiritualmente, para que pueda ver y abrazar a mi querubín en todas las etapas de su tierna e inocente existencia… Fuerza, mucha fuerza, y presencia de ánimo le ruego al Señor… ¡Esto pasará y todo volverá a ser como siempre fue!





4 de agosto.



 Hoy amanecí temblando. Es agosto y en esta época del año más bien hace calor, mucho calor. Un dolor penetrante y una angustia que no puedo contener me inutilizan.
 Tomé un tranquilizante, mejor dicho, varios, y pasé casi todo el día en cama, sin comer. Sólo bebo agua y whisky y cuando mi vejiga obliga a levantarme, voy al baño, orino y vuelvo a acostarme. Siquiera pienso. Mi aturdimiento confunde el pensar con el existir. El ser con el no ser… Fue mejor quedarme acostado, de otra forma no sabría imaginarme qué habría sido de mí.
 Todo me abandonó, hasta mi espíritu, que una vez fue recio e indomable. Me he convertido en algo que nunca fui y sin embargo soy… No tengo ganas de escribir.




5 de agosto.

 Estoy igual que ayer, no obstante en la tarde tuve fuerzas para caminar entre el bosque de bambúes que circundan la cabaña. No hay nadie en las cascaritas aledañas. Todos se han ido a trabajar y estoy sólo. Miro al cielo buscando una respuesta. Invoco al Altísimo, pero sólo halló silencio, un silencio que perturba aún más mi alma. Decidí tomarme otro tranquilizante y volverme a esconder entre las cobijas. Así me siento bien. Todo es oscuro, tal como mi alma.


MAÑANA: En mi guerra interior todo está muerto, menos yo.








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1º de agosto.




   El cigarrillo me está afectando, pero mucho más la tristeza. Más por sentirme lejos de Dorian, que por la separación de Carolina…
   ¡Mentira!... Estoy mintiendo, porque aún la amo. Amo a Dorian con todas las fuerzas de mi alma, pero en estos momentos creo que utilizo ese sentimiento como una excusa dentro de mi ser.
   ¿Estoy mintiendo o estoy confundido?... ¡Qué alucinación, qué vaguedad de pensamientos!... ¿Cuál es el verdadero amor que me abate?… ¡Por supuesto que el de los dos! Sin embargo, por ahora, hay uno más fuerte… Uno vil y despreciable que apesta a odio.
   Aunque jamás nadie, durante toda mi vida, había podido lograrlo, Carolina despertó en mí un sentimiento que siempre aborrecí y que jamás había experimentado: ¡odio! Un odio que brota como huracán de las cavernas más profundas de mi alma… Me asusta. Quiero contenerlo, pero no puedo. Es tan intenso, que me es imposible dominarlo. Mucho más ahora, que mí debilitada humanidad está tan deshecha.
    ¡La odio!... Aunque yo no sé odiar… ¿Por qué ese tormento tan destructivo florecer en mí si la amo?… No sé como la puedo odiar si únicamente me enseñaron a amar… ¿Dónde germina la flor amarga del odio?... ¿Por qué me tocó a mí?... ¿Qué tan pérfido delito he cometido?... Será que mi amor, aunque puro, es dañino: ¿Celos, inseguridad?... ¿A qué y por qué? … ¿Veo fantasmas o todo son artificios de mi mente?… ¡Oh, lucidez prodigiosa, no me abandones en el tormento!... ¿Dónde está Dios y su divina bondad?... ¿Por qué me maltratas Divino ser?
   En la tarde salí de la montaña. En el auto fui en busca de un Cyber. Sentí la necesidad de enviarle otra carta a Carolina. Quizás sea la última. Antes de llegar a la gran ciudad, en un pequeño centro comercial, vi un aviso y me detuve. Era un centro de computación. Bajé del auto y como autómata entré al recinto. Pedí una computadora y bajo el título Devuelve amor por odio falsamente escribí:


Carolina:

   Sentiré satisfacción en ser humilde de corazón y espíritu. Me alegraré cuando se me brinde la oportunidad de devolver amor por odio. No temeré a nadie, sino a mí mismo, que puedo, en un momento de debilidad, traicionar mi propia conciencia. Pondré todo el empeño que la sabiduría divina me de para no mostrar nunca más esa máscara horripilante de la ira en mi rostro. Jamás atentaré contra mi vida espiritual inyectando el veneno de la ira en el corazón de mi paz, ya que dejaría de existir como ser humano para convertirme en un ser atrapado en las tinieblas de la tristeza y la desdicha. Medita, vive y practica esto en tu vida diaria.

                                                Buenas tardes y chao,

                                                                                   Leonardo


MAÑANA:

Moriré de tristeza, lo sé. Ojalá no sea pronto...

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30 de julio.



   Triste, abatido y sintiendo el peso del mundo sobre mi espalda, hoy dejé lo que hasta días antes fue mi hogar. Las presiones y constantes amenazas de Carolina, me obligaron a salir casi en desbandada y dejar el mundo incoherente en el que estaba aprisionado.
   Con poco dinero, sin trabajo y sin hogar, atrás quedaron todos mis afectos y una inocente criatura que me rompe el alma y destroza los sentidos al sentirme lejos de su cariño. Dios sabe que hice lo imposible para quedarme a su lado, pero contra la crueldad, insensibilidad y malevolencia de Carolina no hay fuerza en el mundo que pueda. Su castigo celestial, y que Dios me perdone, deberá ser atroz.
   La estoy odiando y eso me atormenta, porque aún la amo. Nunca había sentido esa sensación porque nunca hasta ahora había saboreado la ácida hiel del odio.
   A partir de hoy estoy “viviendo” en una pequeña cabaña construida en la pendiente de una montaña de escabroso acceso situada al sur, a unos treinta kilómetros de la ciudad.
   Días antes había hablado por teléfono con Robert, un amigo de años. Mintiendo, le dije, que estaba escribiendo una novela y que quería apartarme un poco de la ciudad y sus tentaciones, de otra forma jamás podría terminarla.
   Debido a la angustia que destilaba cada una de mis palabras, estoy seguro que no me creyó. Intuyendo mi desesperación, me dijo que en una colina cerca de su finca estaba construyendo un grupo de cabañas, las cuales alquilaba a personas de bajos recursos y con problemas de vivienda, y que podría quedarme en una de ellas el tiempo que quisiese.
   Se lo agradecí en el alma, empero igualmente me sentía perdido, desorientado y sin ganas de vivir. Tomé el auto y fui hacia allá. Me costó mucho llegar, pero al fin encontré ese apartado rincón del mundo, muy adecuado para esconder mi desesperación y angustia.
   La primera noche dormí en oscuridad plena y casi a la intemperie, ya que la cabaña, muy rústica, estaba a medio construir y aun le faltaba por instalar puerta y ventanas y no tenía luz eléctrica.
   No obstante esa noche, primera en los últimos quince días, dejé de flotar en la infinita incertidumbre y, al fin, pude dormir casi con placer.
   Quizás fue por el agotamiento o el desprendimiento del embrujo de Carolina. De no estar cerca de los recuerdos, de dormir sólo en la misma cama en la que dormía con ella y presentir su olor en la almohada, que esa noche me concedió esa pequeña tregua.
   Antes de salir de casa le envié otro e-mail, el cual le puse por título Aún podemos alcanzar la felicidad. Tanto este correo como los anteriores los salpicaba de frases copiadas de unos libritos religiosos que tenía cerca. Lo hacía por que la desesperación no me permitía pensar con lucidez. Mi corazón estaba tan destrozado y mi tormento era tal, que las palabras brotaban con encrespada dificultad de mi cerebro.
   Estas fueron las palabras escritas en el correo:

Carolina:

   La existencia no puede ser un holocausto. Dame, al menos, tiempo para la reflexión sana, sincera, con desprendimiento. A ti te pido lo mismo. Ahora mi corazón llora amarga y desconsoladamente. Comprendo y, al mismo tiempo no entiendo, la naturaleza, la gravedad, que precipitó nuestra ruptura. Sólo sé que mi alma está destrozada. Hecha pedazos. Y mi mente se ha convertido en un torbellino repleto de infelicidad. Según los Vedas "sufrir infelicidad es la única forma de lograr la felicidad". Ruego a Dios, por nuestro amor y por el pequeño Dorian que esas escrituras milenarias tengan razón y que la cordura y la paz vuelvan a nuestros corazones.

                                                         Leonardo


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29 de julio.

   29 de julio.

   Estoy aprisionado. Carolina me dio plazo hasta mañana para abandonar la casa. “Si no correrá sangre”, amenazó en una escueta llamada telefónica.
   Traté de calmarla pero nada pude.
   Todo está ocurriendo demasiado rápido y en el momento más inesperado. Tengo poco dinero y estoy sin trabajo. Busco una salida fácil, pero por más que le doy al cerebro no la encuentro… ¡Nunca hay salidas fáciles!... ¡Dios mío qué hago, no me abandones ahora!
   Decido enviarle otro e-mail.  Estoy resignado. Ojalá mis palabras penetren su duro corazón. Lo titulé He enterrado las decepciones muertas y dice así:

Carolina:

   Mi antiguo caudal de pasiones, de posesiones, de banalidades, los reinos de fantasía, los castillos en el aire de mis sueños, todo ha sido abrasado por un fuego que encendí yo mismo en mi corazón.
   Contemplo esta hoguera no sólo con tristeza, sino con regocijo, porque ese fuego ha consumido no únicamente mi hogar de cosas materiales, sino también los fantasmas de tristeza forjados con mis fantasías. Soy feliz ahora mucho más allá de la riqueza de los reyes. Soy rey de mí mismo. No un rey esclavizado por la ambición de posesiones materiales. No tengo nada y, sin embargo, soy rey de mi propio reino imperecedero de paz. No soy ya el esclavo de los temores de posibles pérdidas. No tengo nada que perder. Estoy coronado de satisfacción perenne. Soy un rey verdadero.
   He enterrado las decepciones muertas en el cementerio del ayer, del olvido. Ahora hundo el arado en el jardín de la vida con nuevos esfuerzos creadores. Sembraré en el semillas de sabiduría, de salud, de prosperidad y de felicidad. Las regaré con la confianza en mí mismo y mucha fe y esperaré que el Ser Supremo, la Inteligencia Superior que todo lo sabe y lo ve, me proporcione la anhelada cosecha para que incineres en el bullente horno de tu mente todos los reproches que me haces hacia Dorian, esa inocente criatura que, más que un hermoso bebé, es verdadero don de Dios. Ámalo ahora con todas las fuerzas de tu corazón y proporciónale mucho cariño y ternura. Sé que me complacerás.
   Si pese a mis esfuerzos de salir con dignidad hacia adelante, no recojo el fruto, quedaré contento, porque convencido estoy que puse y pondré todo mi empeño, capacidad e inteligencia para ver realizado ese objetivo. Si fracaso esa vez, daré gracias a Dios porque no me hizo un ser inválido, sino un hombre capacitado para volver a probar, una y otra vez, hasta obtener el éxito. También le daré gracias cuando llegue el éxito. Y, prometo, que muy pronto haré un gran fuego con todas mis cosas perecederas. No seré ya un pordiosero que bendiga prosperidad mortal limitada, salud y conocimientos. Quiero sí, prosperidad, salud y sabiduría sin medida, pero no de fuentes terrenas sino de las manos divinas de Dios Omnipotente, que todo lo posee, todo lo puede y todo lo da. A ese mismo Dios, mi Dios, le pediré que me enseñe a incluir en la búsqueda de mi prosperidad la prosperidad de los demás.

                               Chao y que el Padre Eterno te bendiga,

                                                                                             Leonardo



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