A lo largo de todo este Diario, en cada uno de los pensamientos que me abrigan -escritos o no-, intuyo egoísmo en cada una de mis palabras. Un egoísmo de amor -¿carnal?- , un egoísmo que busca, o trata, de reivindicar su amor propio herido. Un egoísmo donde el príncipe es el ego, el yo… “El yo sufro”, parece ser lo único importante. “Me está pasando a mí y debo, tengo la necesidad de una vindicta”… Soy tan egoísta, tan despiadadamente egoísta, que en todo lo que he escrito me he escudado, me he refugiado, como un cobarde, en la premisa de que lo que más me importa, o que me importa mucho, es el amor de Dorian, sus recuerdos, su rostro, su ternura, su afecto. Que tengo necesidad de abrazarlo y de mimarlo. Sí, en verdad es una gran necesidad, una gran falta, y no voy a negarlo. Es una verdad inobjetable, pero no lo imperioso. La verdad es que lo que más inquieta mí alma es Carolina. Su pérdida y su desamor. Es la realidad. La pura y honesta verdad… No más escudos a mi egoísmo.
Por eso Dios, por ser tan vil cobarde, por haber camuflados mis sentimientos con la imagen de un inocente bebé, castígame aún más. Hazme sufrir por egoísta. Por no ser verdaderamente honesto, claro y sincero. ¡Hunde tu daga en el centro de mi corazón por ser tan ególatra!
En tus manos estoy. Tú dispones. Quisiera -y Tú, divino Dios, puedes concederme ese milagro- cambiar mis pensamientos por otros más dignos. Dignos de ti y de mí. Pero, con este tormento, en esta desesperación que me tienes sumido, no podré lograrlo solo… Necesito Tú ayuda… Dios sólo Tú puedes. Yo ya no tengo fuerzas… Además, apenas soy menos que un microbio pensante en tu gran universo. Sé que tienes muchos peos que arreglar por el mundo, pero échame una manito a mí también. Eso sí, cuando te desocupes… ¡No!… No te estoy presionado ni manipulando. Sólo te pido, si puedes, que te acuerdes de mí mientras tenga vida.
PAUSA TEOLÓGICA: Dios da su gracia los humildes... El que se humilla será ensalzado…, dice en la Biblia. ¡Qué más humillación pretendes de mí, Dios!
PAUSA EVIDENTE: No me he vuelto loco… ¡aún! Apenas son divagaciones alcohólicas impregnadas de humo, mucho humo y poca comida.
Son las 10:55 p.m. y estoy escuchando la canción Inolvidable, de Soledad Bravo. Dice así: En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse/Imborrables momentos que siempre guarda el corazón/Porque aquello que un día nos hizo temblar de alegría es mentira que pueda olvidarse con un verso de amor/He besado otras bocas buscando nuevas ansiedades y otros brazos me estrechan ardientes llenos de emoción, pero sólo consiguen hacerme recordar los tuyos, que inolvidablemente vivirán en mí/Porque lo que aquello que un día nos hizo temblar de alegría es mentira que pueda olvidarse con un nuevo amor…
¡Te la dedico Carolina!… Todavía no he estado con otra mujer, aunque la idea me ha seducido… No sé tú… No sé si tú puedes decirlo mismo que yo… Creo que no… Creo, pese a mis atormentadas dudas, que sigues siendo honesta. Al menos eso es lo que quiero creer. Quiero mantenerte limpia en mi recuerdo. ¡Qué Dios se apiade de tú alma, si lo hiciste!… ¡Si manchaste mí amor!
Soy cristiano y te perdonaría…Quizás sí, quizás no. Para ser honesto, no lo sé, ahora estoy confundido. Sólo sé que buscaría dentro de mí alma la forma de concederte ese perdón. Sé que lo lograría, pero eso sí, perderías toda mí estima y únicamente podría verte como simple basura, desecho tóxico de la humanidad… Una criminal del amor… Una asesina de lo más sublime y puro que tiene el ser humano: el amor.
PAUSA NUMÉRICA: Son las 11:19 p.m. Comencé a escribir este Diario en una vieja agenda, donde intercalé varios días entre páginas que ya estaban ocupadas y rayadas. Todo está un poco confuso, pero bastante legible para mí. De la agenda negra (ese es el color de su tapa), pasé a este cuadernillo, el cual sigo numerando (comencé la enumeración en la agenda)… ¡Ajá!... ¡Listo! Estoy escribiendo en la página 489 del manuscrito. Lo número para no confundirme, para no perderme en este mar de garabatos y letras. Este desesperado Diario podría abultarse y seguir abultándose, siempre y cuando tenga fuerza para seguir escribiendo o… dure mí vida.
Son la 1:05 a.m. del día 6 de septiembre. Estoy cansado y borracho, pero no tengo sueño. Trataré de dormir por mí mismo. Tengo en el cuerpo una botella de gin pero no ha podido apaciguar mí desesperación. Aunque no quisiera, si no logro conciliar sueño, recurriré a una fulldosis de lexo. Aguantaré. Trataré de hacerlo sin esa ayuda.
Ah, mañana… Si hay un mañana y me acuerdo, asentaré en el Diario un sueño, precario y lastimoso que tuve anoche (¿o anteanoche?) con la imagen de Carolina donde ella fungía de modelo desnuda de unos aprendices de pintores. Había caído en desgracia económica y ese era el único trabajo que pudo conseguir para poder lograr su sustento diario. Luego anotaré todo el sueño… De las burlas de esos aprendices al ver su cuerpo… No sé si recordaré escribirlo porque no me releo y el anotar el día a día me hace olvidar el que pasó… Es mí catarsis. Es lo que me hace seguir adelante y soportar el tormento.
Mi mano, la izquierda, está como siempre, entumecida. Mi mente adormecida por el alcohol. Debo dejar de escribir ahora. El dolor de los dedos es bestial. No sé porque sigo, porque insisto…
MAÑANA:
De regreso pensé: ¡al diablo con todo! “Sea lo que sea, algún día se sabrá la verdad. Por más que me atormente no cambiaré los resultados.