miércoles, 1 de diciembre de 2010

11 de septiembre (Parte 2).

  Vuelvo a empatar el ayer con el hoy. A pesar de la autocomplacencia tuve un sueño intranquilo, lleno de fantasmas sin rostros, que me hicieron despertar sobresaltado por una visión que aún tengo fresca en la memoria. Serían algo así como las cuatro de la madrugada. Algo así, no recuerdo bien la hora, lo que si no puedo olvidar es el sobresalto. Realmente no sé si fue un sueño o lo imaginé debido a la turbación. La realidad es que sigue atado a mi mente. Y es que fue impactante, aterradoramente impactante ver a Carolina totalmente desnuda, tal como en mí mente la recuerdo, con sus cicatrices y celulitis, haciendo de modelo en una Escuela de Pintura, donde los noveles aprendices se reían, se burlaban despiadadamente de ella y mi mujer, mi querida esposa, incólume, siquiera pestañeaba. Se quedaba quieta, como una estatua de bronce. Al parecer había caído en desgracia, tanto mental como económicamente y no se le ocurrió mejor idea, debido a su desbordada vanidad, que la de servir de modelo. Al principio, en el sueño, me regocijé en su desgracia. Luego sentí una gran compasión, pero también un incontrolado amor. No podía creer los que mis extasiados ojos veían. Iracundo y bajo las socarronas burlas de los jóvenes aprendices, fui en su busca, la tomé delicadamente del brazo y, con los ojos repletos en lágrimas, la apreté contra mí pecho y deposité un acariciante beso en su mejilla. La abracé tan fuerte y con tanto amor, que ambos cuerpos se convirtieron en un todo. En pensamiento, cuerpo y alma. Éramos un legajo de amor. Fue tanta la veneración, ese saber haber vuelto a encontrar, sin importar en qué condiciones, a la parte de mí ser que había extraviado que, como prodigio divino, el sueño se disipó en el momento en que la abrazaba aún con más fuerza, amor y pasión. En ese instante, sobresaltado, y con los dos brazos apretando mí propio cuerpo, desperté.
  Cuánto tiempo estuve abrazándome a mí mismo, sólo Dios lo sabe. Lo cierto es que plenó el alma mía.
  No sé si el sueño ya lo asenté en el Diario o si este fue uno parecido al otro que tuve, lo cierto es que no pude volver a dormir. Tendido boca arriba en la cama sólo parpadeaba angustiado. Era mi vuelta a la realidad y a la desesperación…. El sueño se había ido y yo estaba otra vez sólo con mi suplicio.
  Enseguida alguien mandó una orden a mi cerebro. Era clara, precisa y totalmente válida: no tenía sentido permanecer en la cama si no podía dormir. Entonces me incorporé, fui al baño, oriné, tomé un sorbo de agua y comencé a escribir nuevamente.
  No transcribiré todavía del grabador al Diario la tercera llamada que le hice a Elsa. Primero la escucharé y si tiene algún valor para mis atormentadas reflexiones, alucinaciones y conjeturas, quizás la anote. Encenderé el aparato y rebobinaré la cinta. Luego la pondré a punto y escucharé.

PAUSA TÉCNICA: Estoy haciendo lo que dije en las líneas precedentes… ¡Espera, conciencia mía!... ¡Espera y sabrás qué disparates dije!

  Lo había olvidado. Esta, la tercera llamada, fue la que más me angustió al momento de realizarla y condujo a ser lo más discreto posible al reescucharla a fin de que mi vecinos no se enterasen del tenor de lo allí hablado. Sé que en parte es paranoia, pero es mi intimidad y no pretendo compartirla con nadie. Estas cascaritas son tan endebles que, aunque una de otra estén separadas por algo menos de un metro, si uno se lo propone podría escuchar hasta el ruido de una mosca en la cabaña contigua… ¡Sí!... Exagero, claro está, pero este asunto es mío, es mi tormento. Nadie tiene porqué enterarse de mi íntimo desespero. ¡Punto!... Es mí decisión. Si cambio de parecer, veré quién, cómo, cuándo y dónde, podrá enterarse de “mis cosas”, tal como me decía Carolina cuando desaparecía durante todo un día y yo sin saber qué hacía, dónde y, lo peor, con quién andaba. Cuando regresaba a casa y yo dulcemente le preguntaba, ella me contestaba: “Estaba haciendo mis cosas y punto. Quien mantiene esta casa soy yo y no tienes ningún derecho de reclamarme nada”. Y yo, de nuevo mansamente, le decía: “Está bien, mi amor. No te estoy reclamando nada. Sólo me preocupé. Uno nunca sabe”. Y ella con desfachada naturalidad y cara bien lavada, dándoselas de dama fisna y pretensiones ‘intelectualoides’, me contestaba: “Me vas a venir con ese eufemismo… Me va a venir con ese eufemismo”. Y yo, por el bien de la naciente familia callaba y me iba regañado, arrecho y con el rabo entre las piernas a ver televisión. Eso fue en la época en que quedé sin trabajo. Y, hablando del asunto ese del ‘eufemismo’, al parecer mi pobre y querida esposa no sabía el significado de la palabra o no sabía utilizarlo en su momento adecuado, ya que eufemismo, según el diccionario, simple y llanamente quiere decir: Modo de expresar con suavidad o disimulo ideas o palabras de mal gusto, inoportunas o malsonantes. Pero en mi caso no cabría esa palabra y, mucho menos, su significado. Mis intenciones no eran ‘malsonantes’ y tampoco se podrían encasillar en ninguna de esas partes, en un pretendido eufemismo (cuyos sinónimos, además de otros, son indirecta, insinuación, ironía) porque hablaba con amor, cariño y verdadera y sincera preocupación. Bueno, pero así es la vida. Por cierto, recordé otra de las barrabasadas del lenguaje que cometía me querida y amada Carolina. Debido a su trabajo ella debía, periódicamente, hacer algunos informes. Hasta allí todo bien. Lo que estaba mal es que a los informes ella los llamaba informenes. En ese caso si me atreví a corregirla en varias ocasiones porque repetía constantemente el dichoso informenes cuando hablaba con colegas y extraños por teléfono. Lo tenía pegado en su ser como estampilla. Ojalá que de tanto decírselo, ya lo haya corregido. Es mi querida y amada esposa y lo que más quiero en la vida es que quede siempre bien, muy bien, incluso ahora, que soy víctima de su desprecio y maldiciones.

MAÑANA:                                                                                
  Cada letra, cada palabra que escribo me mata lentamente, pero no sé como desatarme. Es como un hechizo, un pérfido embrujo.