lunes, 11 de octubre de 2010

19 de agosto.

FUEGO EN MI TORMENTO                                                       

  Esos benditos pájaros me van a volver loco. Al principio me agradaban, ahora no. Tienen días acosándome. Hoy estuvieron cuatro de ellos, muy cerca, dándole fuego a mi tormento. Al fin pude divisarlos en las copas de los árboles más altos. Dos estaban hacia el sur y los otros, muy cerca, al este. Su canto es acechador, para no decir culposo. Parecen estar reclamándome algo… ¿Qué?... Si yo soy la víctima, no el victimario. Con furia repetían insistentemente ¡cristofué!… ¡cristofué!... ¡cristofué!, haciendo especial énfasis en el fue, pareciendo referirse a mí. ¿Qué les pasa a esos pajarracos si yo no he hecho nada malo?… ¿O sí?...
  Aunque no lo saben, los tengo pincelados en mi memoria. Pese a que son tan escurridizos y se refugian en las ramas más altas, hoy avisté a dos ellos. Son de pico largo con los lados de la cabeza color negro, cresta amarilla limón y un collar blanco en la nuca. Su lomo es pardo tornasol y su garganta blanca y alas color terroso…
  ¡Qué esos pájaros me dejen en paz es lo que más te pido Señor!... Nunca he delinquido y si el escribir este Diario es un crimen, te diré que para mí consiste en un mecanismo para evadir malsanos pensamientos, aunque también se ha convertido en una agobiante pesadilla y en un instrumento para implorar Tú justicia, nunca un objeto de venganza… ¡Justicia!... ¡Justicia para los degradados y los deshonrados te pido mi Dios!... Mi honor y el de mi pequeño bebé fueron pisoteados y aun no he palpado justicia, ni la de los hombres ni la tuya, “Señor Todopoderoso”…
  Definitivamente, eres sordo e injusto, Dios… Apoyas a la maldad y te ríes de los humildes al soltar, por tú gran bocota, la patraña de “primero entrará un elefante por el ojal de una aguja que un rico al Paraíso”… ¡Qué farsante eres! ¿Y a quién coño le importa el utópico, irreal e improbable Paraíso tuyo, si a los humildes de corazón nos torturas en el infierno de la Tierra?... ¡Sólo nos das miseria y aflicción!... Pero a los ricos los premias con bondades, lujos, opulencia, prosperidad y abundancia… ¡Dios, eres un vil mentiroso!… Sigo pensando que eres Dios, Diablo y humano al mismo tiempo… ¡Esa es tú boba trilogía!... ¡Mátame ahora si te he ofendido!... ¿No puedes?... ¡Claro que no puedes!... No puedes porque eres irreal, una fantasía… ¡Sí!, una fantasía… Ja… ¡Jajá!... ¡Jajaja!… ¡Jajá!… ¡Jajaja!
  – ¡Hijo, querido Dorian, perdóname si he pecado, pero vivo horas azarosas, infames!
  –Después de tantas blasfemias, ¿ahora te arrepientes?
  – ¡Cállate conciencia, que tú nada sabes de sufrimiento!
  – ¿Te burlas de Dios y quieres su ayuda?... ¿Quién te entiende?
  – ¡Basura!... ¡Eres basura conciencia mía, igual que Carolina!… ¿Dónde estaba Dios y dónde tú cuando fui mancillado en mi honor y degradado como humano y hombre?... ¿Por qué no me alertaron?... ¿Por qué dejaron que tal vileza sucediese?... ¿Es qué ustedes también son lujuriosos?... ¡Contéstame!
  –No sabes lo qué dices. Estás atormentado… Blasfemas contra Dios y contra ti mismo.
  –Palabras, me respondes con palabras que tañen a amenazas… ¡Yo quiero respuestas ya!... ¡Basta de parábolas o eufemismos!... ¡Precisa, no te vayas por las ramas!
  –Tú alma cada día se hunde más en la miseria, porque te alejas…
  – ¡Bah, estúpida conciencia!... ¡No hagas caso Dorian!… Tú padre es bueno y te ama más que a su propia vida y ese no es un don divino, ni obra de Dios, sino de mi corazón, querido hijo.
  El tormento persiste como el primer día. La paz ha abandonado mi ser. Debo ser fuerte, pero no se cuán fuerte soy. No recuerdo con claridad qué hice en la mañana, ya que estoy escribiendo lo concerniente a ayer y un poco a lo de hoy. No hay claridad en mi memoria sobre las fechas. Las horas, el tiempo, no tienen sentido para mí.
  Algunas llamadas las tengo presente sólo porque quedan grabadas en el celular, lo demás navega en un mar de confusión. Trato de hilvanar tiempo y espacio lo más fiel posible aunque, la verdad, algunas de estas anotaciones, si bien pertenecen al ahora, es posible que las haya escrito veinticuatro horas después o cuando haya podido recobrar un poco de paz.
  Al menos, hoy recuerdo que después de sostener un diálogo íntimo nada profundo ni reconfortante conmigo mismo, el cual me robó parte de la mañana, estuve dando vueltas con el auto por la ciudad tratando de ubicar a Carolina y a Dorian, a quienes presentía en la ciudad.
  Ya bien entrada la tarde, desesperado y conteniendo un llanto interior que brotaba por todos mis poros, menos por mis ojos, me dirigí hacia la casa de Alfredo Díaz.
  Allí, en medio de mi tristeza, estuve departiendo con sus invitados hasta entrada la noche… ¿Les había contado que él me invitó a su casa? Bueno, qué importa si lo hice o no. La cosa es que Alfredo me puso a hablar con Marelby Landa, una abogada de su bufete, a quien le había comisionado mi caso.
  Con ella conversé, más que todo, sobre el cierre del semanario. Luego, entre los tragos, le referí brevemente por lo que estaba pasando y de mis atormentantes sospechas. En mis locas elucubraciones, pese a todo, defendí imbécilmente la “pureza” de Carolina.
  Marelby palpó mi dolor y pronto entró en confianza. Me contó parte de su vida. Confesó que, luego de siete años de matrimonio, también ella se estaba divorciando. Luego me habló de su tío, un conocido y extraordinario comentarista deportivo, el cual yo conocía. Éste había tenido un derrame cerebral hace ya bastante tiempo. Nunca pudo recuperarse y ahora estaba en estado crítico. Que esa tragedia tenía en vilo a toda la familia. Refirió que de los casi cien quilos que pesaba antes del derrame, hoy apenas tenía cuarenta. Le tapé la boca para que no siguiese. Su relato me conmovió. Últimamente estoy más sensible que nunca. No quería otro pesar, otra desdicha almacenada en mí corazón.
  Sentado en el bar contiguo al comedor del lujoso apartamento de Alfredo, Ralph y otros invitados me observaban con lástima o, al menos, así lo presentía yo. Era obvio que Alfredo y su esposa, la rubia y simpática Rosmarie, le habían comentado sobre mi desgracia.
  Pese a ello, con todos, especialmente con Ralph, charlé animadamente. Le referí que mi gran amigo Robert me había propuesto un proyecto para realizar una serie de veintitrés programas de televisión, a nivel hemisférico, que se llamaría Presidentes de América. Consistirían en una especie de “biografías-promocionales” sobre la vida y obra de los mandatarios latinoamericanos, los cuales, además de fácil realización, serían muy lucrativos para nosotros, los productores del serial.
  Mi fingido entusiasmo los atrapó. Algunos se ofrecieron a participar y aportar capital, ofertas las cuales rechacé, no porque el proyecto, el cual es totalmente válido y real, fuese irrealizable, sino por las condiciones de desesperanza en las que me encuentro. De esa forma, sin paz, nadie puede desarrollar nada, menos algo tan ambicioso, que requería viajes, antesalas y entrevistas por toda Latinoamérica.
  ¡Qué difícil es ser feliz mientras el corazón llora! Mi proyecto, el verdadero proyecto que ambiciona mi ser, el más grande de mi vida, es reconquistar a Dorian y… ¡sí!, ¿por qué no?... a Carolina.
  ¡Qué vil el ser que me critique!... Desposeído estoy, Dios, de felicidad, no obstante nunca, pero nunca, nunca dejaré de amar.
  Luego me puse a hablar con Muci, una señora morena que raya los setenta. Es una mujer muy espiritual y escribe poemas. Me recitó algunas estrofas de Desde el hangar, su poemario inédito. Hablamos de Dios, de Chopra, de la Biblia y algunos temas filosóficos. Quedó encantada conmigo, al punto de que me calificó de brillante y espiritual. ¡Ojalá Carolina creyese lo mismo de mí!
  Pasadas las nueve o diez, no recuerdo bien, de la noche me despedí y a toda velocidad regresé por la serpentinosa carretera que conduce a la montaña. Por instantes me sentí como un niño, dibujándola con mis dedos en un papel imaginario a medida que avanzaba…Quería y no quería morir… No lo sé. No obstante, el chirrido de los neumáticos en cada una de las curvas me devolvía a la vida e inundaban de un gozo infantil y mucha adrenalina. Sabía que a cada extremo habían precipicios de más de trescientos cuatrocientos metros de profundidad y que cualquier descuido me podría costar la vida, no obstante, una alegría, pincelada de vida y muerte, seducía ese paso por la noche y la muerte…
  ¿Por qué la noche invita a amantes y suicidas a abrazarse a su oscuridad?... ¿Es un delito morir por amor? … ¿Por qué siempre debe estar presente la furtiva noche?... ¿La noche es de Satán y el día de Dios?... O sea, que cada uno tiene su territorio bien definido… ¿Será esto real, o la sinrazón pura me atormenta?... ¿Sólo es delirio y borrachera?... ¿Y quién delira más: el que carece de razón o el que se aferra a ella sin saber que la tiene?
  Llegué dando tumbos y comiéndome a toda velocidad los últimos metros que en espinosa pendiente baja sobre barro y troncos hasta las cercanías de mi cabaña, mi refugio, donde puedo alojar sin temores mi sufrimiento.
  No era tan tarde, por ello algunas luces permanecían encendidas. Fernando y Sonia estaban en la entrada de su cascarita, que está a la izquierda de la mía, tomándose unos tragos y escuchando música. Al verme caminar por el terraplén que lleva a las cabañas, ya que los autos no pueden bajar hasta tan profundo, alegres y con gritos de regocijo me invitaron a compartir un rato con ellos. Acepté gustoso. Era otro alto en el camino.
  No estoy fastidiado ni me fastidia escribir. No obstante, estar todo el día metido en una cabaña fumando, bebiendo, metiéndose pepas de tranquilizantes e inmerso en funestos y chocantes pensamientos, para después masoquísticamente escribirlos, no creo que le haga bien a nadie, menos a mí, que estoy en la puerta… ¿De qué?... No lo sé… ¿O sí?... ¡Maldita Carolina!... En lo que me has convertido.
  Fernando y su mujer me sirvieron un trago e invitaron a escuchar changa, su música preferida. Hablamos de todo un poco: mujeres, amor, de mi desgracia, del proyecto de Patricio y otras cosas.
  La paz duró poco, ya que Danger rompió uno de sus collares y, libre de cadenas, comenzó a perseguir al hermano de Beto, uno de los guariqueños, quien se había aventurado a tomar un poco de agua de un grifo que está cerca de mi ventanal posterior, pero también al alcance del feroz can. El muchacho corrió tan veloz, que a su paso salpicó lodo y cemento, el cual está adherido a su piel desde que comenzó a trabajar en la montaña.
  Fernando, indolente, se regodeó con la escena. Era su indómito y fiero mastín, el perro de combate, el imbatible y feroz pitbull, el animal que adoraba tanto como a su propia mujer, según me dijo en varias oportunidades, el que había iniciado la mortal persecución.
  Le supliqué que detuviese a Ranger. Que le diese la orden de regresar, no obstante, con una frialdad, que me erizo, dijo:
  – ¡Déjalo!... ¡Déjalo que se entrene!... ¡Esos muchachos no valen nada!
  El muchacho fue más hábil que el perro. Sintiéndose acorralado, se lanzó por una pequeña hondonada a ras del suelo con sus posaderas rozando la tierra, muy cerca del farallón por donde yo había caído, ya que era menos empinado y de segura caída.
  Danger desistió de la persecución al sentir lejos de sus fauces al pobre chiquillo-obrero.
  Fernando reía como un imbécil tarado. Aquello que le pudo costar la vida al joven muchacho le parecía una gracia.
  Le recriminé su actitud con suavidad, a fin de hacerle entender que fue un juego muy peligroso. Le recordé que el mismo me había dicho que la presión que ejerce ese tipo de perros entre sus mandíbulas es de más de 3.200 libras y que no suelta a su presa hasta no verla destrozada.
  – ¡Bah!, esos muchachos son unos salvajes y saben como cuidarse –dijo a manera de disculpa.
  Uno a uno, los guariqueños, comandados por José Ángel, el mayor y más fuerte de todos, iracundos con lo que había sucedido con el hermano de Beto, comenzaron a subir de lo más profundo de la montaña, donde a esa hora y con improvisados tendidos eléctricos construían otra de las cabañas.
  Además de indignados, estaban repletos de canelita, una especie de licor dulce y barato, que tomaban para mitigar el hambre y el cansancio.
  Todos, uno tras otros, luego se incorporó el hermano de Beto, le reclamaron a Fernando lo sucedido.
  Envalentonado por el alcohol y su fuerza física y tamaño, Fernando, en vez de disculparse, le imprecó:
  –Esta es mi casa y nadie viene a tomar agua aquí sin mi permiso. Yo no tengo culpa de que Danger haya defendido sus dominios… Si lo hubiesen pedido… –dijo a manera de justificación– yo le habría dado toda el agua que quisiesen, pero Danger no entiende de eso.
  Aunque con resentimiento, los guariqueños, sin aceptar los alegatos de Fernando, volvieron a su trabajo.
  Yo, por mi parte, me despedí alegando que estaba cansado y me refugié en mi cascarita.
  Estoy aturdido. Ya es tarde pero no puedo conciliar sueño ni angustia.
  Al rato salí del encierro y, en la oscuridad, me fui a fumar un cigarrillo detrás de la cabaña, en los predios de Danger. Ya estaba otra vez encadenado. Fernando y Sonia, después del deprimente espectáculo que habían protagonizado, se habían ido a dormir.
  Boté la colilla y me acerqué con cierta reserva a Danger, ya que, después de lo acaecido momentos antes, era de temerle. Su fidelidad es total… ¡Me ama!… Mejor dicho, me quiere, ya que ninguno de los dos somos gay.
  El noble animal se me acercó, olfateó mis heridas, aún frescas, y comenzó a lamerlas con tanta compasión, que me conmovió. Lo hizo con insistencia en la más grave, la de la pierna izquierda… ¿Y cómo supo el animal qué esa era la más grave y la que más me molesta?... ¿Son ángeles los perros?... ¿Qué divinidad hay en ellos?... No lo sé… Lo cierto, y es en una de las pocas cosas en las que después de conocerlo estoy de acuerdo con Fernando, es que tenía razón sobre las propiedad curativas de la saliva de los perros.
  “Eso es bueno -me dijo cuando le referí la primera vez de Danger lo hizo-, porque la saliva del perro contiene enzimas que curan las heridas… ¡Déjalo que te lama hasta que te quite las costras!”, recomendó muy seguro.
  Aunque ese era su perro, el que había comprado con sacrificio y mucho dinero, a veces Fernando se mostraba celoso de mí por el afecto que Danger me tenía. No entendía porqué su bebé, como lo llamaba debido a que no tenía hijos, ni pensaba tenerlos con Sonia, estaba tan prendado de mí, si él, Fernando, lo había criado con tetero y chupones desde su más tierna edad.
  Feroz sí. Temible también. De mirada ignota, todos lo saben. Que su mordida es mortal, todos lo entendemos. No obstante Danger, heredero de la más pura y fina estirpe de los pitbull, más que un amigo, es mí aliado.
  ¿Quién es el lobo o el cordero?... ¿Cristina o yo, o viceversa?… ¿Su vocecita suave es símbolo de pureza y la mía, grave, de maldad?… ¡Dime idiota!... ¿Cuál es el disfraz que cobija al mundo?... ¿Tú Omnipotente bondad o Tú misericordiosa maldad?... ¿Dónde estás Dios, que nadie te encuentra?... ¿En qué abismo infinito te refugias para no ver la verdad y hacer justicia?... ¿Incitas al suicidio y luego lo condenas?... ¿Qué clase de Dios eres?... ¿Cuál es la paz que pregonas si nos hundes en el sufrimiento y la ignominia más cruel?...
  Por hoy no voy a escribir más. Me hundiré en mi alcohol, cigarrillos y tranquilizantes.
  Si este es el final, ¡qué así sea! No moveré un dedo para que no suceda. No obstante, si sigo vivo, si despierto con vida después de esta borrachera, te seguiré persiguiendo Dios, porque me has fallado y necesito respuestas precisas, no parábolas, porque esa mierda a nadie le interesa y nadie las entiende… ¡Dame claridad y déjate de pendejadas!... Pareces un político. Puro bla, bla, bla, y nada de concreto. ¡Ponte en mi lugar, huevón, para que sepas lo que es sufrimiento, lo que es agonía!... Sí, lo sé, no puedes hacerlo porque Tú eres el Todopoderoso…Entonces, ¿con quién coño cuento?... ¿Con el Diablo? …¡Sí, lo escribo con mayúsculas, porque parece ser tan arrecho como Tú o la misma persona! No obstante, me importa un carajo.
  Me voy a la mierda, “Dios querido”, a dormir, y me importa un carajo si proteges o no mi sueño, ya que viviré contigo o sin ti… ¡Verás, estúpido, que mañana despertaré!... ¡No te necesito, farsante!


MAÑANA:                                                                               
 ...De improviso abrí los ojos y me vi envuelto en una neblina blanca que no me dejaba ver nada.

 
Procesión (1983)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 60 x 50 cm.