Al colgar recibí otra llamada. Esta vez de Prestor Maratinos, amigo de farras y de desdichas. Me invitaba a pasar por su oficina, una pequeña empresa discográfica, para tomarnos unos tragos. Le dije que tal vez iría. El debía saber, por algunas preguntas que hizo, que estoy separado de Carolina.
De improviso y casi inmediatamente después de colgar, me dio un fuerte ataque de pánico. Creí que iba a morir. Me tiré sobre la cama buscando que se me calmara, pero nada. Desesperado, respirando en ahogos y con el corazón palpitando con tanta fuerza que creí que iba a estallar, me incorporé y busqué la Biblia. Presuroso examiné en sus primeras páginas una sección titulada “Donde encontrar ayuda cuando estás…”. Los leí a golpe de vista. Ninguna de las opciones que estaban ante mis ojos cuadraba para el momento que estaba pasando. Di vuelta a la página y encontré un titulillo que rezaba “Buscando la protección de Dios”. Recomendaba la lectura del Salmo 27:1-6 y remitía a la página 501. Busqué y lo leí todo. Me concedió un poco de paz. Luego releí varias veces el inicio del Salmo: El Señor es mi luz y mi salvación; ¿De quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? 2.- Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron. 3.- Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mí corazón; aunque contra mi se levante guerra, yo estaré confiado.
La lectura no pudo concederme la paz que necesitaba. Entonces, con la Biblia todavía en la mano, caminé hacia el baño, bajé el boxer y comencé a masturbarme. Aunque al principio no lograba una erección, al rato sí. Una vorágine de mujeres, posiciones, rostros, cuerpos, expresiones de placer, entre ellas la de Carolina, opacaron mis pensamientos de angustia y comencé a concentrarme en las imágenes de esas noches de coitos. A duras penas llegué al éxtasis. El ataque fue cediendo y la mente aclarándose. Utilicé esa “técnica” no para profanar a nadie, sino porque hace tiempo leí que los ataques de angustia, también llamados ataques de pánico y síndrome del soldado, entre muchas otras definiciones, la usaban los soldados aislados en sus trincheras durante la Segunda Guerra Mundial. Estos, atrapados entre el miedo y las balas, sufrían ataques de pánico y la única forma de borrar toda idea de muerte súbita de su mente era con la autocomplacencia.
Mientras escribo estas líneas, trato de reponerme de uno más leve. Esos ataques duran apenas segundos, minutos quizás, pero parecen una eternidad.
Ahora son las 6:21 p.m. y la montaña está totalmente en penumbra.
Poco después del ataque que sufrí en la tarde vino la señora Marixa, la “Gerente de hospedaje”, para mostrarle mi cascarita a María (¿?), una psicólogo clínico que ocuparía la última, la 28, del grupo que están construyendo en el terraplén de abajo. Estaba acompañada por una amiga de trabajo que es psicopedagoga. Y como la mía, para colmo de fastidio, Marixa la utiliza de “cascarita modelo”, porque según ella la tengo “bien bonita”, las trajo hasta aquí para que viesen la “decoración interior” de mi cueva de soledad y angustia.
Entró sólo María. Su amiga se quedó afuera, hacia la parte de atrás, charlando con Marixa y conmigo sobre las ventajas y desventajas de estas casitas, a las cuales ella llama iglús debido a su forma arqueada y, en honor a la verdad, tiene mucha razón. Lo único que las diferencia de un iglú es que no están hechas con bloques de hielo y tienen ventanas.
María comentó que quien le había dicho que este lugar existía, era un tal Pasqual, un italiano que vivía en la exclusiva urbanización La Manzanita Country Club, y quien, supuestamente, le dijo que me conocía, que era mi amigo. María no supo decirme, ya que aseveró no recordarlo, su apellido. ¿Quién será? ¿Qué estará pasando? ¿Será verdad lo que dice o alguien las envió a espiarme?
Con las dos mujeres hablé largo. Les enseñé mi dossier de pintura, el cual contiene fotos 8x10 de muchos de mis cuadros, invitaciones a exposiciones y recortes de prensa con notas sociales y las entrevistas más importantes que me habían hecho.
Casi al momento que partieron, me dio un segundo ataque de angustia, aunque mucho más leve que el anterior. Busqué otro lexo (hoy ya llevo cuatro) y lo bajé con un trago de ginebra. A esta hora ya he ingerido tres tacitas repletas de gin.
Ayer, al caer la tarde, estuve hablando con Robert, el dueño de la finca y hermano de Helena Rex una conocida actriz cubano-venezolano, que ha tenido mucho éxito en Hollywood. (Creo que ya lo había escrito en otra página del Diario que eran hermanos. No importa. Repetirlo no le hace daño a nadie).
Bueno, para resumir, Robert orgullosamente me dijo que quizás Vargas Llosa prologaría su nuevo libro (¿No les dije qué él también escribía?), del que me prometió una copia original, impresa en su computadora, para que la fuese leyendo. Terminado de decirme eso, su esposa lo llamó por el celular para comunicarle que le acababa de entrar un e-mail de Vargas Llosa. Se despidió y presuroso salió a chequear el mail.
Yo me encerré en mi cascarita. Descansé un rato, luego comí el resto de las albóndigas -por cierto quedaron durísimas, ya que no tenía pan molido- que hice para el almuerzo, y lavé los trastos sucios.
No sé si lo había anotado en el Diario, pero por estos lados, cerca de un pequeño caserío llamado La Mata, vive Lucía Sarria, hermosa y escultural ex actriz de Miravisión y coprotagonista de varias telenovelas estelares de ese canal de televisión. Se aloja en un destartalado rancho hecho de láminas de zinc, tablas corroídas y piso de tierra. Está muy abandonada y vive en la total indigencia. Afirman que la droga la volvió loca. Robert me dijo que andaba con un malviviente drogadicto de quien ella estaba perdidamente enamorada y que esa relación la llevó a su destrucción física, mental y, por supuesto, económica. Afirmó que aquella otrora bella y escultural mujer, ahora es un andrajo, un desecho humano. Refirió que a veces bajaba hacia Gavilán, otro caserío, más poblado y con algunos pequeños centros comerciales y restaurantes de carretera que venden carne en vara y pollo en brasa a los visitantes domingueros de la zona. Aseveró que allí, drogada y completamente desnuda, se baña debajo de un surtidor de agua que está instalado en plena vía pública a fin de que camiones cisternas de Hidrocapital se reaprovisionen del vital líquido para después distribuirlo por las zonas más desposeídas del sector. Totalmente indefensa y fuere de sí, la otrora gran y todavía hermosa y joven actriz, es objeto de burla de chavales y lugareños.
En días pasados fui a husmear por el sector La Mata. Quería ver y corroborar con mis propios ojos el asunto ya que la gente tiende siempre a exagerar. Pregunté a unos muchachos y no supieron darme detalles del lugar preciso donde vivía. Seguí adelante y volví a preguntar. Esta vez a una moza jovencita. Con muchas imprecisiones me dio una dirección muy campestre: “Bajas y después subes por la subida. Pasa cerca de donde está una matica y por ahí pá dentro es”.
Por supuesto, aunque hice el intento, no encontré el sitio porque hay muchas maticas (pequeños árboles, casi arbustos) y confundirse es sumamente fácil, más aún con una explicación tan vaga como la que me dió.
Ya era pasado el mediodía y como por la carretera no encontré ninguna otra alma a quien preguntarle, me fastidié y emprendí regreso a mi cascarita.
MAÑANA:
… Carolina había regresado a la casa, una villa campestre ubicada en las cercanías de la playa que veía no tan lejos de las dunas blancas…