jueves, 7 de octubre de 2010

15 de agosto. (ADVERTENCIA: CAPÍTULO NO APTO PARA MENORES).

  Hoy desperté muy temprano, antes de que despuntase el alba. Apenas dormí un poco. Estoy muy intranquilo. Comencé a dar vueltas por la cascarita. He perdido el apetito y estoy adelgazando aceleradamente. 
  Aunque tengo una buena provisión de comida, no me provoca probar bocado. Casi siempre que entro al pequeño baño me doy un golpe en la frente. No es que yo sea muy alto, sino que la puerta es muy baja y como siempre estoy inmerso en mis pensamientos, olvido agacharme al entrar.
 No sé qué hacer. Me tiendo en la cama y cierro los ojos. Las imágenes y funestos pensamientos me atropellan. Abro los ojos y el panorama que tengo delante de mí es aún peor. Los vuelvo a cerrar y para mis adentros comienzo a repetirme: No pienses… No pienses. No debes pensar… No debes pensar en nada… Nada, nada, nada, nada… No pienses, no pienses, no pienses, no pienses… Nada, nada, nada… Pon tu mente en blanco, en blanco puro, blanco….Blanco, blanco…No pienses…
  Así, a veces, duro horas, hasta que quedo extenuado o dormido. Sin embargo esta mañana los pensamientos fueron más fuertes que yo y me dominaron. En vista de ello, me puse unos jeans, una franelita y zapatos de goma, tomé mi cuchillo de supervivencia y salí a caminar por una vereda que une a la finca con otras montañas. Necesito contacto con la naturaleza, tan sabia y callada. La humedad circundante proporciona un aroma profundo y relajante a rastrojos, árboles y pastizales. Esa sensación de vida y armonía me concede paz.

Bajo y subo colinas. Luego vuelvo a bajar. Cuando veo un sitio, el cual creo indicado, comienzo a escarbar con mi cuchillo en la falda de la montaña en busca de cuarzos. Lo mismo hago en los pequeños riachuelos. Esta es una zona rica en cuarzos. Cada montaña es una cantera de ellos. No obstante, hay que saber buscar, porque saben camuflarse muy bien. Esos cristales, tan vírgenes, relucientes y pulidos, me han seducido desde niño. Presiento algo mágico y celestial en ellos, aunque sé que son simples vidrios de relativo valor económico.

Alzo la vista y entre los túneles que forman un enjambre de bambúes me deleito viendo a las ardillas correr y trepar. A veces, la luz de la mañana los penetra tenuemente y deja filtrar entre sus cañas haces de una sutil luz blanquecina que parecen emerger del infinito Edén. Me extasío observándolos y me pregunto en mis adentros si emanan de la mirada de Dios.

La naturaleza, la misteriosa naturaleza siempre me ha alucinado. En ella no se percibe odio ni rencor. Todo es amor y dulce silencio. No hay sentido de prepotencia, soberbia o de posesión. Conviven unos con otros sin hacerse el menor daño. Una hermosa flor muy bien germina a lado de una hierba mala, así como un gigantesco y majestuoso árbol le da cobijo a una frágil y delicada orquídea. Todos es paz en la naturaleza. En ella no hay traiciones, sino un lenguaje silente de armonía y sabiduría. Desde los principios de los siglos, la naturaleza nos enseñó los secretos de la clonación de las especies, pero los humanos, en nuestra insólita ceguera, nunca nos hemos detenido a observar y estudiar sus divinas enseñanzas. Creo que la naturaleza, toda ella, así como la luz, es parte del ojo invisible de Dios, que todo lo mira y todo lo sabe.

Hoy el día, aunque soleado, amenaza con chubascos. El viento me trae su olor y así lo percibo. No obstante, no me importa y sigo caminando montaña adentro. A la distancia, gracias al reflejo del sol, veo como un trozo de manto gris se desprende con furia del cielo para estrellarse contra una ladera. Es un pequeño chaparrón aislado que tiene una nube negra de sombrero. Camina rápido por la fuerza del viento y se dirige en dirección contraria a la mía.

Sigo caminando despreocupado, aunque alerta, ya que el sector está poblado de serpientes, unas muy venenosas, otras totalmente inofensivas.

De improviso siento que algo penetra mi cuerpo. Una luz diferente a todas las demás. Alzo la vista y veo un gran arco iris, como de gel, que proviene de un lugar que, por mi posición, no puedo ubicar. Una caravana de mariposas amarillas, que las hay por montones en el lugar, lo atraviesan como partiendo a otra dimensión. Me miró los brazos y debido al sudor noto que reflejan colores, miles de ellos. Vuelvo a mirar hacia el cielo y sigo el camino del arco iris. En ese instante me percato que estoy en su final. Totalmente debajo del arco iris. ¡Qué éxtasis! ¡Qué emoción tan indescriptible! Mis ojos se llenaron de lágrimas y sin siquiera proponérmelo caí de rodillas y elevé las manos al cielo rezando una oración.

No sé por cuánto tiempo estuve así. Mi espíritu se colmó de paz. Cuando salí del revitalizante sopor, el arco iris ya se había disipado. Mis rodillas, más la que me había lastimado en la caída, estaban adoloridas ya que las había posado sobre una alfombra de pequeños pedruscos. Al incorporarme miré en los alrededores y no vi a ningún gnomo, tampoco una caldera repleta de monedas de oro. No obstante, sentí unas incontenibles ganas de escarbar.

Saqué el cuchillo de su funda y comencé a abrir un hoyo donde había estado arrodillado. Fue tan frenética mi faena que casi daño la punta de la hoja. Estaba escarbando sobre piedras y guijarros, por lo que decidí no seguir, aunque con las manos me puse a limpiar la tierra sobrante que estaba alrededor del pequeño hoyo. De improviso uno de mis dedos topó con algo puntiagudo. Era un cristal de cuarzo en forma de péndulo el cual, apartando delicadamente la tierra de sus bordes, saqué sin dañarlo. Es bello, hermoso y tallado como diamante por la madre naturaleza. Es mí recompensas y estoy feliz de haberlo hallado.

Se acerca el mediodía y decido iniciar el regreso. De pronto suena el celular, del cual nunca me separo, y siempre llevo en el cinto del pantalón.

Era el doctor Marcos Varela. Me llamaba para informarme que su colega, el doctor Antonio Alzurú, se había comunicado con él a fin de llegar a un acuerdo sobre la demanda laboral que yo había incoado el año pasado contra mi antiguo centro de trabajo, un emporio periodístico presidido por un magnate de las telecomunicaciones. Varela me dijo que se reuniría al día siguiente con los abogados de la empresa y que me informaría sobre los resultados en cuanto los tuviese.

–Mas vale un mal arreglo que un buen juicio –expresó antes de colgar.

Sí, es cierto y estoy de acuerdo con esa premisa. Pero primero deberé saber cuál es el tenor de la propuesta…

¡Al fin una buena noticia!

Le di las gracias al Todopoderoso. Sé que está de mi lado y a mí lado y que no me desamparará.

Quizás esta misma semana obtenga otra buena noticia, ya que Samuel del Valle me recomendó con Luis Macarena, un alto jerarca del gobierno, para trabajar en El Universo, un nuevo diario que saldría a la calle antes de noviembre.

Por cierto, había olvidado escribir que anoche hablé por celular con Cruz Lares, una gran y espiritual amiga. Ella fue dueña de una vanguardista galería de arte donde expuse en varias ocasiones. (La cuenta del telefonito me va a salir un ojo de la cara y no tengo dinero).

El pasado 28 de julio, ante mi desesperada insistencia, había ofrecido ayudarme en la venta de unos cuadros. Yo también pinto, por si no lo sabían. (Esto último que asiento es para quién o quiénes encuentren este Diario).

La vez que hablamos, Cruz percibió lo apremiado de dinero que estaba. Sin darme ninguna explicación, generosamente me pidió el número de mi cuenta bancaria para hacerme un depósito. Una especie de adelanto, regalo o préstamo, qué se yo. Como todavía no lo había hecho, la llamé. Me atendió muy amablemente, como siempre lo ha hecho, y se disculpó diciéndome que había extraviado el papel donde había anotado el número. Se lo di nuevamente. Le conté muy escuetamente la situación que estaba atravesando y sobre las sospechas que tenía de Carolina, a quien ella conoce desde nuestra época de amantes y de quien siempre me advirtió que no era una mujer que estaba en sus cabales.

Cruz me reconfortó con palabras dulces y plenas de filosofía de vida. Durante nuestra conversación me repitió muchas veces, haciendo especial hincapié, que repitiese constantemente las siguientes palabras: NAM MIOJO RENGUE QUIO, que corresponden, según dijo, a una oración divina y mágica que provenía de no recuerdo que hermética secta mística. Que tuviese fe, ya que era infalible.

Bueno, es el caso que cuando comencé a subir la montaña de regreso a la cabaña, la venía repitiendo sin parar, tanto mentalmente como de viva voz. Aquí los únicos que pueden escucharme son los pájaros, ardillas y víboras. Por ello las gritaba a todo pulmón. No obstante, alguien más tuvo que escucharme. No si fue coincidencia, ni que significan o traducen esas palabras, ni de qué idioma se trata o de dónde proviene, pero ¡funciona!, ya que en esos precisos instantes entró la llamada del doctor Varela.

¡Alabado sea el Señor!… ¡Te adoro Dios!

Por cierto, hoy 15 de agosto, en la noche, chequeando esta misma agenda donde comencé a escribir el Diario, me percato, por las anotaciones que siempre hago al final de la página, que el 12 fue el cumpleaños de Luis David. O sea, el mismo día que yo llamé a Dolores. Ella no me dijo nada de la celebración, como tampoco lo hizo Luis David el día que lo visité en su oficina. ¿Raro, no? Él siempre me adulaba e insistía para que asistiese a sus fiestas de cumpleaños. ¿Será que no me invitó porqué Carolina estaba en Aruba y él ya sabía (por boca de Carolina) que estábamos separados? ¿Por qué siquiera me lo recordó? Cuando estábamos trabajando juntos siempre me repetía insistentemente que el día de su cumpleaños haría una gran fiesta en su chalet de montaña, por lo que rogó que Carolina y yo no le fallásemos. Cuando lo visité en su oficina no dijo nada del asunto.

Aunque el supiese que estaba separado (como de hecho sospecho que lo sabía), si tenía su conciencia limpia me hubiese participado lo de su cumpleaños. Pero, ¡no! Como es tan bocón, tuvo temor de que a algunos de sus arrabaleros y aduladores amigos, por la gracia de los vapores etílicos, se le hubiese escapado alguna infidencia que me diese a entender que el muy puerco se la estaba follando.

PAUSA IMPORTANTE. Un pequeño punto y aparte. Debo pasar de un tema a otro para atar cabos en mi mente.

Me asaltó el recuerdo de una llamada muy extraña que recibí de Nicola Sorrento (sólo llama cuando le interesa averiguar algo), un mafioso que conocí durante mis correrías de soltero con las misses, quien me hizo preguntas muy capciosas sobre mis relaciones con Carolina. Él también es gran amigo de Luis David. ¿Están confabulados contra mí? Como son de la misma calaña y ambos hacen negocios sucios, cualquier cosa se puede pensar… Cuando recibí esa llamada no había vestigios claros de una separación. Raro, muy raro.

A medida que reflexiono, aumenta mi decepción y dolor. Definitivamente, Carolina es una mujer psicológicamente muy enferma. Alguien, alguna vez, no recuerdo quién, me habló de que era maníaco depresiva. No sé cuál es el tenor de esa enfermedad pero, la verdad, es que ella se la pasa en una depresión continua, la cual data de hace muchos años. Según me decía durante nuestras tertulias de cama, sufre de insomnio y migrañas desde que era muchacha. En ese entonces creí que no era nada alarmante, pero después me dijeron que con el tiempo podría conducir a la locura. No sé que le deparará el futuro, pero temo por mi hijo.

Todos esos presentimientos, intuiciones, esas punzadas que sin estar enfermo percibía en el plexo solar, muy al lado del corazón, semanas después de comenzar a trabajar con Luis David y a las posteriores conversaciones de alcoba con Carolina, eran un alerta, un aviso de lo que vendría después.

Fui un ciego y un tonto, porque a pesar de que mi corazón me lo advertía a gritos, mi mente se resistía a darle crédito.

Ahora, más que nunca, entiendo las acérrimas defensas que hacía cuando yo intentaba, con toda razón y bases, de desenmascarar a Luis David. En sus argumentos Carolina daba entender que yo era un imbécil, un fracasado, un hombre, según me recriminaba constantemente, que “no podía pagarle ni un café”.

Soportaba calladamente todas sus humillaciones. Yo, que fui tan espléndido con los demás y tan desprendido cuando tenía dinero, debía escuchar semejantes palabras de mí esposa, la loca millonaria. Ambas cosas son ciertas: sus siquiatras y cuentas bancarias así lo confirman. Y lo será mucho más, no sé si más loca que millonaria, cuando su padre muera, acontecimiento funesto que ella ruega que pase lo antes posible, porque lo odia profundamente, odio el cual conjuga con su codicia de heredar parte de su fortuna. La ambición de Carolina rebasa los límites de toda cordura.

Cuando éramos amantes, durante los delirios que tenía después de tomarnos unos cuantos tragos y hacer el amor, en varias oportunidades me confesó el desamor por su padre. Es más, durante una noche de ebriedad y sexo, ante un sutil pero muy calculado interrogatorio mío, me contó que había sido… No, mejor no digo lo que dijo… ¡Da asco y no quiero repetirlo! De ahí, supongo, comenzó sus peregrinar por todos los siquiatras de la ciudad.

Me asombró y asqueó tanto aquella confesión, que nunca más toqué el tema, aunque se había clavado en mi subconsciente como una espina. Sin embargo, un buen día, cuando el alcohol y las continuas sesiones de sexo no había hecho tanta mella en mí, pero si en ella, le pregunté sobre la terrible confidencia. Quería indagar, quizás por una sádica curiosidad periodística, cómo había ocurrido aquello y porqué. Siquiera me dejó finalizar. Sin sorprenderse me dijo que ella nunca había dicho eso, que todo era una “elucubración mía, una deducción falsa”. Pese a lo embarazosa de la pregunta ella, que es tan explosiva y soberbia, siquiera se molestó. Esa noche hubo sexo “sucio” y aberrado, tal como le encanta a ella.

Me gusta el sexo. Vivo por y el placer. Quizás soy un aprendiz de hedonista, pero en mí el placer y deseos no se conyugan con las aberraciones. No sólo le encantaba que la penetrase las veces que quisiese por detrás, no sólo buscaba el orgasmo inmaculado de los amantes que se prodigan amor, sino demandaba un placer más allá del placer. Un placer “sucio”, incoherente. A veces teníamos cuatro o cinco orgasmos en una sola y continua sesión. No obstante, para ella eso no era suficiente, menos beberse mi semen con placentera devoción. ¡No!, ella quería más… ¡No, no es ninfómana!, hasta donde sé. Simplemente es una ¡depravada!

Sí, todo es cierto, y lo digo con vergüenza, no por venganza. ¿O quizás sí?… Bueno, sea como sea lo escribo para mí. Además, nadie leerá esto. Lo asiento en este Diario debido a los tiranos recuerdos y para hacerle honor a la verdad. Aunque, confieso, al menos estas y quizás otras confesiones, las anoto con una profunda rabia salpicada de odio. Lo confieso… Ese letal y amargo sentimiento me ha atrapado.

En nuestro tiempo de amantes, en unas de sus confesiones de alcoba, una vez me relató con precisión asquerosa detalles, de cómo su ex novio, un ingeniero, al igual que ella, utilizaba dos consoladores: uno se lo introducía por detrás y el otro por delante mientras ella se lo chupaba. ¡Es una maldita puta!

Recuerdo también que en más de dos oportunidades, mientras su amorfa anatomía desnuda estaba anudada a la mía, con su cara de tonta y vocecita de yo no fui, refirió con naturalidad:

–Uno está todavía ahí –expresó indicando la parte superior de una especie de armario que estaba ubicado a la derecha la habitación de su antigua casa, insinuándome que lo bajase y se lo metiese por el ano.

Me asqueé de tal manera que hice caso omiso.

¿Qué por qué seguí con ella? No lo sé. Esa pregunta me la hago una y otra vez sin hallar respuesta… ¿Qué coño sé y quién coño lo sabe?... Supongo que son cosas del amor o designios del destino.

Sí, eso es mierda, lo sé. Aunque, reconozco, no tengo una verdadera y sólida respuesta a esa interrogante.

En esos tiempos la estaba pasando muy bien y, ni remotamente, pensaba casarme con ella. Por ello, p’al carajo con todo.

Aunque hoy los recuerdos fluyen como manantial, dejaré, por ahora, de un lado las aberraciones de mi esposa, y me sumergiré en otro recuerdo.

Según me contó Carolina, la más grande de las venganzas que pudo consumar con éxito contra su padre, fue sustraerle de la caja fuerte el poder absoluto que le hizo firmar a todos sus hijos sobre el control de las compañías que poseía. Nadie, en ese entonces, podía mover ni un centavo ni un bien sin la aprobación del padre, quien era el hacedor, dueño absoluto y legal de toda la fortuna de la familia.

Sucedió durante el tiempo que su padre, Don Sanzio, tuvo que huir hacia Miami por el escándalo de una quiebra fraudulenta de un banco del cual era accionista principal. Ella, quien había indagado la combinación de la caja fuerte de la compañía, sustrajo el poder, forjó unos documentos y con la asistencia de una abogada amiga revirtió todo y vendió, en principio, una casa que su padre le había construido en una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Con parte del dinero que obtuvo, se metió en el negocio de un hotel, cuyo presidente es un judío gordo y mofletudo que, luego me enteré, se ligó sexualmente con ella. ¿Una ladrona, una delincuente o una enferma mental? Que juzguen los demás, yo no.

“El que roba a su padre, es hijo que causa vergüenza y acarrea oprobio”, dice la Biblia. Para ella estas frases es papel para limpiarse su culo ajado.

El odio que hay entre padre e hija es tan fuerte, que en un e-mail que Carolina le envió a su hermana Sandra, quien vive en Italia, le relató que su padre le había dicho que no se montaría en un avión con ella ni muerto. Eso fue en la oportunidad que la familia estaba preparando un viaje para asistir al bautizo del pequeño hijo de Sandra.

–Yo voy a heredar una pequeña fortuna… Muy pronto (cuando muriese su padre, cosa que deseaba vehementemente) voy a tener mucho poder –me decía para seducirme cuando comenzamos a salir.

Yo no le hacía mucho caso, aunque la cosa me sorprendía nauseabundamente.

Creo que lo mismo se lo repetía y repetirá a todos sus hombres para atraparlos rápida y de forma contundente.

¿Quién coño se cree esa maldita?… ¿La reina de Saba? … ¡Porquería!

Sí, lo sé. Vengo de un supuesto encuentro espiritual y destilo más odio que el diablo. Me disculpan, pero no puedo contenerme. Mi ira es más grande que yo.

Son tantas las historias de sus desvariaciones y desviaciones, que podría escribir una novela de más de dos mil páginas con esas experiencias.

Y hablando de desvariaciones, que más bien son aberraciones sexuales, bajas y pueriles, con un ingrediente de depravación tal, que dan asco, ganas de vomitar, relataré que un día lúcida y serenamente -aunque dudo que así fuese, ya que vive siempre adormecida por un cóctel de drogas tranquilizantes- me contó de su relación con otro ex novio, a quien conoció mientras asistía a un simposium en el Mozarteum, una especie de charla sobre la vida y obra de Mozart.

Con frialdad y un aparente asco que la deleitaba, comenzó a narrarme de aberraciones y consoladores. Me causó tanta repulsión, que tuve que ponerle la mano en la boca para que no siguiese hablando.

Aún no entiendo porqué lo hacía. Yo soy un hombre sexualmente activo, ardiente y complaciente. Todas las mujeres que estuvieron conmigo me calificaban de buen amante y, por supuesto, ella también. En el sexo soy incansable. Doy todo, ya que mi máximo goce es complacerlas en la cama. Me encanta saberlas plenas, cansadas y satisfechas. Los gritos y los ahogos de éxtasis de las cientos de mujeres que estuvieron conmigo aún retumban en mis oídos. Quizás alguna fingió, es posible, pero nunca todas. De otra forma no me hubiesen llenado de regalos, amor, mimos y dinero… ¡No!, no piensen mal. No les cobraba. No soy ni era ningún gigoló. Ellas lo hacían para halagarme. Por su hacia amor mí. Y lo hacían sin ninguna presión o interés de mi parte. Sólo le gustaba la forma de cómo me les entregaba, intuían mi sinceridad, además, las complacía, las llenaba.

Pero con Carolina, mi maldita perra gorda y amorfa, aunque todo comenzó con una pasión desbordante, día tras día fue cambiando. Al parecer su enfermedad depresiva, no le hacía entender el verdadero sentido de la familia y el amor. En su trastorno lo que priva es la lascivia y el placer incontrolado por otros cuerpos y formas… No sé, eso me dijeron que pasa con los mitómanos, con los maníaco depresivos, con los que sufren un tipo de trastorno que se llama bipolar.

No sé si por el arco iris o por el diablo, que nunca me abandona, hoy tengo más voluntad y fuerzas de escribir que los días anteriores. La ira… ¿Cuál ira? ¡Esto ya es odio!... ¡Lo mío es puro odio! Lo percibo, tal como si fuese el aroma de un café recién colado, cuando desciende por mis entrañas y luego me abraza con rabia. No hago nada por librarle de él. Me gusta. Es mí válvula de escape.

¿Ay infortunio miserable por qué escucho el corazón y no me dejo llevar por la razón?

Sigo con los recuerdos, pese a que me atormentan. Pero no puedo ser objetivo ni leal a mí mismo, si no digo la verdad. Si la manipulo o tergiverso. Si no saco todo de adentro, aunque se profundicen las heridas de mi alma ya desecha.

Carolina se la da de gran señora, pero ese disfraz le queda muy grande, el que le ajusta es el de puta, aunque se crea muy santa y devota. Por eso no pierde oportunidad para, en un santuario improvisado que hizo aledaño al comedor de la casa donde vivía con ella, encender velitas a los santos, entre ellos a San Miguel Arcángel, Santa Bárbara y la Virgen de la Rosa Mística.

¡La muy puta ofende a los santos!... ¡Es una sacrílega!

¡Cuántas veces no me suplicó que la penetrara por el ano!, cosa que a mí no me da mucha nota. Y después se la da, entre sus amistades y familia, de santurrona y se persigna ante el más insignificante comentario de sexo honesto.

¡Hipócrita puta!… ¡Porquería es lo que eres!... ¡Falsa de toda falsedad!

Estoy escribiendo con odio, ahora más que nunca y me lo reprocho. Me hace sentir vil y cobarde… Pero metido en esta montaña sin nada, desesperado y con apenas un poco de aliento en qué más puedo pensar.

“Y qué pretendes, ¿disfrazar tú vida?... ¡Bah, al diablo con todo!”, escucho que aprueba en débil susurro mí conciencia.

En época de mis correrías de soltero anotaba en la agenda de trabajo, además de los recordatorios de cumpleaños, reuniones, compras y lugares y hora de eventos, detalles sobre todas y cada una de las mujeres con las que me acostaba. Comencé a hacerlo para protegerme de la constante amenaza del Sida, la cual siempre estaba latente sin importar condición social o moral de la mujer. Mucho más en mi caso, ya que casi nunca o muy pocas veces usaba protección. A las mujeres con las que me acostaba no les gustaba que usase condón. Muchas, si me lo ponía, se sentían ofendidas en “su amor propio”. Era una presunción de desconfianza. Y cómo iba yo a desconfiar de ellas, si me “amaban”. “Si tú eres el único hombre con el que me acuesto”, decían. Y toda ese rosario de cosas que siempre dicen las mujeres para hacerse ver ante nuestros ojos como castas, puras e inmaculadas, como si fuesen la mismísimas reencarnación de la Virgen María. Y uno, como es débil, terminaba por complacerlas y evitaba la protección. Por eso anotaba cada una de mis correrías en la agenda.

Era una especie de Bitácora de Amor. Al pie de la agenda escribía día, hora, tiempo de estadía, hotel o casa, las veces y cómo lo hacíamos y cuántos orgasmos lográbamos. No había aberración en mis anotaciones, sino supervivencia. Si por mala suerte me contagiaban de Sida no iba a acusar ni exponer a ningún inocente. De no haber llevado la Bitácora, en caso de infección hubiese tenido que señalarlas a todas ante los médicos y autoridades sanitarias. Figúrense el escándalo con las que estaban casadas. Sería someterlas al escarnio público. Le habría desgraciaría la vida a ella y a toda su familia. Sería criminal e imperdonable. Por eso me organicé de esa forma. Para deducir de dónde provendría cualquier eventual contagio, que en personas como yo era, siempre estaba latente. De esa forma, gracias a la Bitácora sabría a quién dirigirme e increpar. No habría falsas acusaciones y mantendría confidencialidad con las buenas e inocentes otras mujeres. Le recomiendo esa modalidad a todos los solteros. De esa forma se protegen y protegen. ¡Gracias a Dios que durante toda mi vida nunca me pegaron nada! Siquiera una pequeña infección… ¡Suerte la mía!

Cuento esto en el Diario, porque en víspera de mi separación, Carolina hurgó en mi biblioteca y consiguió tres de mis viejas agendas, cuya existencia casi había olvidado por completo, y comenzó a leerlas.

Las guardaba porque en las nuevas agendas anuales nunca actualizaba el directorio telefónico. En caso de hacerme falta equis número o dirección sabría dónde buscarlo. Me servían, pero nunca creí que servirían para mi propia destrucción.

Cuando Carolina “descubrió” las agendas, pongo comillas porque nunca estuvieron encubiertas, sino a la mano en mi biblioteca, explotó iracunda. Quizás fue parte de la puesta en escena que había maquinado desde hace algún tiempo. No lo sé. No sé si todo lo planificó cruel y fríamente ya que sabía de la existencia de las notas marginales, porque en una oportunidad se lo comenté, aunque creo que no sabía que ella también estaba incluida en ellas. Es posible, conociéndola como la conozco, que utilizó el asunto de las “agendas” como el detonante que acabaría con nuestra vida en común. Era el pretexto perfecto para justificar su aberrante conducta posterior.

Al parecer, leyó todo o parte de ellas, no sé. No obstante, hubo un sólo reclamo: la forma (en los casos donde se patentizaba su aberración) como yo describía su lascivia. Desvariada, negó todo. Que solo hacía el amor por el ano para complacerme (¡qué mitómana!), que se bebía mi leche porque yo se lo pedía y que era falso que después que terminaba, se iba al baño -la sorprendí en dos oportunidades- a masturbarse mientras se duchaba.

Nunca aceptó razones, menos los motivos que indujeron esas notas marginales. Sabía que cuando las comencé a escribir estaba soltero, que tenía cinco años de divorciado de mi segunda ex, y que lo hacía para protegerme del Sida, por ello ella la larga lista de anotaciones y de mujeres. En la época en que comenzamos a hacer el amor, yo no sabía quién era Carolina, menos que iba a ser mi esposa. La creía una más, por eso la incluí en mis agendas de “protección”.

La mayoría de los escritos le gustaron a “santa” Carolina, porque en ellos relataba lo tanto que la amaba y lo bien que la pasaba con ella. Mucho más donde reseñaba nuestros múltiples y seguidos orgasmos llenos de pasión y amor y lo tanto que la amaba, pero le molestó la parte en que la mostraba psicológicamente enferma.

Eso no le gustó. No le agradó la forma como conté la primera vez que la penetré por el ano: ella, como estaba muy impaciente y seca por detrás, y era lógico que así estuviese, comenzó a escupirse saliva en la mano, la cual iba poniendo en mi pene para que la introducción se diese rápida y sin dolor. Ese era, o es, su desespero: ¡Lujuria, placer llevado a los confines del hedonismo!

A veces la hacía llegar muy rápido, otras no podía. Es difícil hacer llevar al orgasmo a una mujer que se la pasa todo el día con un pepero encima, drogada con antidepresivos, obnubilada y con una carga de culpa y rollos más grandes que el Empire State.

No debía casarme con ella, lo sé. Fui un tonto y romántico soñador. Creía que su alma era pura y que, en todo caso, podría corregir en el camino todas sus desviaciones. Creía que todo se debía a carencia de afecto y amor. Que su problema era, precisamente, ese: ¡Falta de amor y afecto! Creí, falsamente, que al entregármele de cuerpo, alma y espíritu, cambiaría. No fue así. Era pedirle demasiado a la vida y al amor. Ya estaba dañada, mental, física y espiritualmente y yo no podría lograr el milagro… No soy un Dios.

Su indignación, presumo, no fue tanto por lo que escribí, sino porque alguien, por primera vez, la retrató fielmente como era. Nadie, supongo, jamás se lo había dicho tan cruda y lacerantemente. Yo la desenmascaré sin querer. Esas notas eran mías, parte de mi intimidad, de mi vida sexual con ella. Nunca las releía, ya que lo hacía a diario y todo sucedía muy rápido. Sé que muchas eran asquerosas, pero no menos ciertas. Por ello, cuando Carolina las leyó, las que más la involucraban en su depravada lascivia, las quemó inmediatamente en un caldero que puso a arder en la terraza del pent house donde vivíamos, según me reveló ella misma con rabia. En esa oportunidad, cuando aún la comunicación entre los dos no se había roto, me confesó que de las tres agendas sólo guardaba una, la cual tenía a buen resguardo en su caja de seguridad del banco a fin de utilizarla, cuando quisiese, para destruirme. Es tan sibilina, que seguramente guardó la que más le convenía para fines inconfesables.

Nunca, pero nunca, debí casarme con ella. Me dejé llevar por la soledad, ese tipo de soledad que, pese a que frecuentaba personas distinguidas y hermosas mujeres, sólo logra llenar el amor, la entrega sublime con una alma gemela. Y yo, estúpidamente, en ese entonces creí que era ella: la seductora “ingenua”, la mujer de voz dulce, suave y complaciente, que me arrastró al matrimonio como a un novato boy scout.

Fue un mal paso. Lo intuía, pero no quise hacerle caso a los alertas de mi corazón.

Mujeres tenía a granel, pero quería, más que nada en el mundo, consolidar una relación seria, un hogar, hijos y una familia. Quería, a toda costa, ¡ser feliz!... No a su dinero, como mil veces me lo recriminó, porque yo, en esa época, ni puta idea sabía quién coño era la muy perra… Lo digo con ira momentánea, pero, la verdad, es que realmente la amé, fuese puta, loca o aberrada. En el instante que el amor acaricia el alma de un hombre, no importa lo puta que pueda ser una mujer, ya que su corazón no lo percibe. Sí, lo reconozco, al principio no fue así. Simplemente la veía como a una más del montón, porque tanto en mi ciudad, como el resto del mundo, está lleno de almas que sólo buscan sexo más que amor.

Si no hubiese sido por la maldita insistencia de la celestina de Rosalía Urbaneja, la mejor amiga de Carolina, nuestra relación hubiese terminado enseguida. Desde el mismo momento en que estuvimos por primera vez juntos. Cuando se fue corriendo del hotel donde estábamos hecha un mar de lágrimas. Pero no, ella se empeñó, le doró la píldora.

En aquel entonces nos reconciliamos por la intermediación de Rosalía, quien insistió e insistió, llamándonos por teléfonos a uno y otro para que nos contentáramos.

Esa cabrona, que es una puta de muy vieja data y experiencia, solo socorre a “las amistades” que después por sus favores sentimentales puede sacarle provecho personal o económico.

Luego vino la plácida vida, el anuncio de que estaba embarazada y el repentino matrimonio.

Según los médicos, lo de su embarazo fue un milagro, ya que Carolina tenía apenas un pedacito de ovario, debido a que la otra mitad y media se los quitaron debido a una gastroplastia mal hecha, y las Trompas de Falopio obstruidas, por lo que no podía tener hijos. No tanto por el pedacito de ovario, que si hubiese podido salir embarazada, sino por las Trompas taponadas.

Si bien su gestación fue motivo de felicidad, también fue de desdicha, ya que se tuvo que apresurar la boda a toda velocidad.

“Qué dirán, un hija de Don Di Sanzio, madre soltera... ¡Válgame Dios, nunca en el mundo!… ¡Mi padre me matará!”, alegaba a fin de acelerar el matrimonio.

La escuchaba asombrado, ya que no percibía delito por ningún lado. No le veo delito a un embarazo, sino más bien felicidad. ¿O no?... ¿Lo hay? ¿Hay delito? Hoy en días más del cincuenta por ciento de las mujeres en el mundo son madres solteras y no pasa nada. El planeta sigue girando y cada quien en lo suyo. Nos hubiésemos podido casar después y con calma. Además, nunca me supe explicar de dónde provenían todas sus aristocráticas pretensiones, esas ínfulas de sangre azul que esgrimía a cada instante con prepotente soberbia, si su padre, hombre trabajador y muy respetable, era un inmigrante italiano que durmió casi en las calles durante mucho tiempo hasta que unos paisanos suyos le dieron trabajo en una sastrería. Luego fue obrero y albañil y pasó oscuros años antes de convertirse en constructor de grandes edificaciones, con las cuales amasó su gran fortuna. A él, que es hombre de pocas, muy pocas palabras, lo felicito, respeto y admiro, por su esfuerzo y abnegación. ¡Felicitaciones! Pero, ¿de dónde germinó el abolengo que ella cree poseer?... ¿De su mente enferma?... ¿De la fortuna que su padre amasó con tanto sacrificio?

¡Eso lo podría presumir yo, que desciendo en línea directa de Napoleón Bonaparte!... No, no es juego, ni estoy delirando. Eso al menos, es lo que está escrito en mi árbol genealógico.

Ya que la ira se ha clavado en mí corazón, la utilizaré a discreción: lo que más quiero en este instante es que Carolina y toda su familia se pudran en el infierno. Porque todos, sin excepción, me han lastimado, herido y espiritualmente humillado. ¡Pobre gente, qué lástima me da!

Definitivamente, la humildad es una virtud y ellos siquiera conocen esa sencilla palabra… ¡Dinero!... Dinero y poder, es lo único válido para ellos. Como si así, a través del dinero, se puede adquirir felicidad y amor. El amor no se compra. Se puede comprar una cama, una casa, un buen automóvil y sexo, pero nunca el amor.

Por esa desvirtuación de valores es que esa familia está toda enferma, tanto física como espiritualmente. Padecen de corazón, cáncer, úlceras, riñones, ovarios gastritis y mente, hasta donde sé, ya que no conciben que el éxito que tanto pregonan tener, no sólo se obtiene a través de los negocios y el dinero, sino también por el atesoramiento de una vida espiritual sana, la cual brinda salud y felicidad.

Todos ellos son seres materialistas y de poca fe. De misericordia y humildad nada saben, aunque todos los domingos vayan a misa como borregos. ¡Qué Dios los perdone y se apiade de ellos y les muestre el verdadero camino a la paz interior y al amor!

¿Soy una mierda?… Sí, pero animada por Dios, porque si contara detalle a detalle todas las aberraciones de Carolina, mi Diario se convertiría en una letrina, en una copia pornográfica de Los Placeres de Chun Fú, pero mi ética obliga a callar... Mi noble alma me lo permite.

No soy alcohólico, aunque en estos aciagos días estoy bebiendo mucho, más de lo que jamás había hecho. Presiento que de seguir así pronto podría convertirme en uno.

Estoy fastidiado. No sé porqué coño escribo si nunca nadie se va enterar de esto, de esta mierda que con dolor estoy garabateando.

Pero, coño, debo contarlo… ¿Por qué?... ¿Quién coño sabe el porqué?... Lo único que sé es que haciéndolo me siento vivo, me alejo un poco de la muerte. Mi mente deja de pensar en cosas oscuras, en cosas que puedan acelerar mi muerte. No puedo someterme a la tortura de mis pensamientos las veinticuatro horas del día. Debo alejarlos. Son dañinos. Escribir me mantiene vivo y me rescata del abismo.

Además, ¿qué puedo hacer en esta montaña?... ¿Masturbarme?… ¡Más todavía!... ¡No!... Lo único que me tiene vivo es el Diario….Es la vida, los recuerdos y el odio los que me mantienen de pie.

Oh, inconmensurable desierto de mis pensamientos: ¿Dónde está la vedad?... En mis ideas, o todo es un loco artilugio de la incontrolable mente... ¡Habla!... ¡Dime!... Vacía tú voz en mí para comprender los caminos del bien y del mal… ¿Dónde nace el manantial de la verdad y dónde el de mis pensamientos?… ¿Dónde comienza el día y dónde termina la noche?... ¿En el infinito o en nuestras mentes?… ¿Esa es la vida?... Sólo días y noches… ¿No hay aurora ni esperanza?... ¿Sólo blanco y negro?… ¿Dónde están los grises?... ¿Te olvidaste Dios?... Aunque todo es preludio de muerte, lo prefiero antes que este tormento.

– ¿Envanecido? –pregunta mi conciencia.

–No, nunca nadie se envanece del dolor y el sufrimiento –contesto de viva voz.

Estoy demasiado deprimido. Le voy a poner una P/D (posdata) a mi relato. Mañana, espero, será otro día. Hoy ya no puedo con mi alma. Me he tomado casi dos botellas de ginebra, y ni mis ojos, ni mi cuerpo y mucho menos mi mente pueden seguir garabateando el Diario.



MAÑANA:                                                                                                          
  Un carrusel, una tormenta.

Brucia (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 66 x 48 cm.
Serie MUJERES DE PIEL DE SOMBRA
Colección Privada