Aunque este Diario está cargado de odiosas verdades. Hirientes y, aparentemente, destructivas y malévolas hacia Carolina, la mujer objeto de mí pena y sufrimiento, no por ello la odio… No sé odiar... y sé perdonar. Yo la amo todavía. Una llamada suya reconfortaría mi espíritu herido. Aunque me dijese la verdad más amarga, la perdonaría, aunque no excusaría sus pecados si los cometió. Mi opinión, a pesar del perdón, seguiría siendo la misma, aunque yo también haya fallado en la relación. Mis pecados fueron veniales y todo inducidos por los celos y las dudas que me creó sus misteriosa personalidad.
La perdono, Dios, pero por favor, sácame de esta incertidumbre, como recomienda san Agustín, para, con valentía, poder empezar una nueva vida.
Son las 8:58 p.m. y no hay llamadas de ella, siquiera para ponerme a Dorian al teléfono. Gracias a Dios que mi pequeño y adorado bebé no tiene conciencia de lo que está sucediendo y por lo que estoy pasando. Tan pequeño, tan indefenso. Tan tierno y dulce, que sería verdaderamente criminal que tuviese conciencia del sufrimiento de su padre… De su madre no creo. Lo dudo bastante, porque con su indiferente crueldad está demostrando todo lo contrario, tanto hacia mí como al bebé.
Son las 9:21 p.m. he bebido poco pero si he fumado bastante. No sé si en lo que queda de noche seguiré así. Tengo buena provisión de ambas cosas.
Hoy suspendí uno de los colirios que me recetó la oftalmóloga. Creo que en vez de mejorar me está empeorando. Seguiré sólo con el que mandó ponerme cada doce horas por doce días seguidos y el ungüento de terramicina, el cual debo aplicarme antes de dormir. Mis ojos siguen llorosos aunque esa doctora afirma que ya no tengo ni conjuntivitis ni queratitis. ¡Coño, qué brutos son algunos médicos! Ni que esta vaina de los ojos fuese una enfermedad rara o desconocida para que no puedan dar con un diagnóstico preciso y contundente. Es un simple lagrimeo y nada más. ¡Pero cómo jode!
Mi cama todavía está desarreglada. Llevo treinta y siete días en la montaña y las sábanas aún están limpias e impecables. Todavía no pienso mandarlas a lavar, no por dinero, porque la lavandera de por aquí cobra sólo “lo que usted quiera darme”. Tampoco por antihigiénico, sino porque no tengo otro cambio y con los temporales que están cayendo por aquí, los trapos duran, a veces, hasta dos días para secarse. Lo que sí yo mismo he lavado, son las fundas de la almohada, ya que con el juego de sábanas que compré venían dos y, como estoy solo, uso una nada más y las voy reemplazando. Mientras lavo una y espero a que seque, uso la otra y así viceversa. La primera la lavé al día siguiente de la caída por el barranco, debido a que, por las heridas frescas, amaneció manchada de sangre y ese tipo de manchas, si se dejan mucho tiempo, no hay detergente inventado hasta ahora que las borre.
Mis dedos vuelven a entumecerse. Últimamente me pasa con mucha frecuencia. Sobre la cama me espera mudo y silencioso el libro Sangre, dioses y mudanzas, de Sergio Dahbar . Me intriga el título y nunca he leído nada de ese autor. Voy a ver de qué se trata y se me gusta, lo leeré hasta quedarme dormido.
Son las 10:22 p.m. Vuelvo a lo mío. No quiero perder tiempo leyendo esa “obra”, ese libraco escrito por Dahbar, un periodista argentino -lo sé porque leí la síntesis “biográfica” que está en la solapa-, que reside en Venezuela desde 1974. Más que nada, la “obra” consiste en una sucesión desordenada de pequeños y tristes artículos sin ninguna ilación, con comentarios de prensa anexos, los cuales para mí no tienen ningún valor literario. Es un empaste sin sentido y sin razón y eso que ganó, aquí en Venezuela, el Premio Hogueras 1989. En el mismo libro leí el fallo del jurado y los nombres de sus integrantes, y me dio risa. En este país la cultura está mediatizada y tasada. Mejor dicho, totalmente secuestrada. ¡Esos malditos intereses y tráfico de influencias! Realmente no perciben o no les interesa el daño que le hacen al decoroso desarrollo de nuestras letras. Realmente entristece. Es una desconsolada realidad. Aquí se compra todo. Nuestra cultura está corrompida y manipulada por mercenarios de las letras. Lo único bueno, a mi humilde parecer, es el título del libraco y la cita de Sarmiento, verdaderamente genial, que Dahbar escogió para reproducirla en la página siete de su “obra” (¿una forma de justificar tan desaguisado librito?).
La cita de Sarmiento es verdaderamente hermosa. Propia de un verdadero escritor y buen estadista. Y, como a mí me viene al pelo, debido a las incorrecciones, repeticiones, grandes fallas de construcción en este Diario (estoy consciente de que las hay, y muchas) que nunca releo, aunque me he propuesto hacerlo algún día, me permito reproducirla.
En su tiempo y en forma simple, clara y sincera, Sarmiento sentenció: Escribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que se os antoje (que es mí caso). Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta (el caso de Dahbar), será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilazo; no se parecerá a lo de nadie; pero bueno o malo, será nuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza.
MAÑANA:
¿Estoy fallándole a los principios divinos? ¿Estos es amor u odio? No soy un fabricante de ideas, sino un desesperado que plasma su dolor sobre papel.