LA TRIBU DEL AMOR
El otro día, cuando andaba rondando por la ciudad y bajé cerca de un kiosco a comprar cigarrillos, casualmente me conseguí un amigo de la juventud que tenía siglos sin ver. Por lo hablado, el encuentro me hizo reflexionar bastante.
–Tú eres Leonardo Vento, a qué no sabes quién soy yo –me atajó cuando estaba por montarme otra vez en el auto.
–Te conozco. Sé que te conozco, pero ahora no recuerdo –expresé confundido y sobresaltado.
–Ricardo Cassatti… ¿Te acuerdas?
¡Claro qué sí!... ¡Qué maravilla volver a verte! –expresé dichoso viéndole directamente a los ojos que es lo único que, además de la voz, no cambia con los años.
–Pero, ¿en verdad sabes quién te está hablando? –indagó al observar mi evidente confusión ya que topármelo era lo que menos me esperaba cuando bajé del auto para comprar cigarrillos.
– ¡Claro!... Claro qué lo sé. Estudiamos juntos –respondí, observando a aquel ser extraño, gordo y bastante calvo que tenía delante de mí y que en nada se parecía al joven de mis recuerdos estudiantiles.
Después de otro ‘escarceo’ de reconocimiento y recuerdos, me dijo que era médico. Que se había graduado con honores junto a un par de judíos de su promoción. Le manifesté que en Venezuela los médicos judíos son muy buenos.
–En todas partes del mundo, no sólo en Venezuela, los judíos son los primeros –respondió sin titubeos a fin de convalidar mi afirmación.
–Bueno, como ellos tiene dinero, después de graduados mandan a sus hijos a hacer sus post grados en los mejores hospitales de los Estados Unidos. De allí tanta fama… –traté de justificar mi primera errónea afirmación.
–No es que tiene dinero –atajó a fin de corregirme–. Es que son muy unidos. Con una sola llamada diciendo: “Abraham, te envío mí hijo y protégelo”–expresó a manera de chanza–. Con eso está todo solucionado. No importa la parte del mundo donde estén, pero ellos con o sin dinero se ayudan mutuamente –precisó.
–Es cierto… Ese es parte de su credo –contesté rápidamente–. Tengo amigos judíos de muchos recursos económicos y sé que ayudan a otros menos favorecidos. Los he visto darles cheques de varios ceros sin siquiera hacerles firmar un recibo… Sólo apuntan en una libreta el monto. El otro sabrá cuándo devolvérselo… Entre ellos son muy honestos y se respetan mucho –concluí recordando a un amigo judío que todas las tardes de los jueves de todas las semanas las ocupaba en recibir, escuchar y extender cheques a compatriotas hebreos que estaban necesitados de dinero o querían montar un negocio y no tenían capital suficiente. Esas tardes no recibía a nadie, que no fuese judío, en su oficina.
Seguimos hablando por un corto tiempo más y luego nos despedimos. Siquiera intercambiamos teléfonos o tarjetas (yo tenía las viejas, las de mi antiguo trabajo).
Cuando me monté en el auto me puse a reflexionar sobre lo que habíamos hablado. De los judíos y de los amigos hebreos que tengo. La judaica, en realidad es una familia, una única familia, sin importa nombre, apellido o condición social, unida a través del mundo y si estuviesen en la Luna o Marte, sería lo mismo. Nada cambiaría su estilo de vida. Siquiera una tercer guerra mundial, ya que en vez de “débiles” los haría aún más fuertes porque ya vivieron todos los horrores imaginables y sin imaginar durante el holocausto. Ellos no son una familia integrada por cinco o más miembros, son una familia universal compuesta por miles de millones de personas. Particularmente, aunque la gran mayoría de los humanos los odian (¿envidia, recelo, ignorancia, religión, ineptitud?), yo los admiro con plenitud pese a su evidente y sectario egoísmo y desconfianza hacia otro ser que no sea judío como ellos. Es más, aunque no soy escultor, a veces mi mente proyecta que estoy realizando un gran monumento del alto de una torre de treinta pisos, donde recreo a miles de seres humanos sin importar color, edades, sexo o contextura. Niños, adolescentes, adultos, hombres fuertes y otros débiles y enclenques, mujeres hermosas y otras feas y gordas, viejos, unos de apariencia mesiánica y otros modernos, y bebés en brazos de sus madres unidos en una sola gigantesca pieza escultórica de mármol. Es la piedra de la hermandad, de la fidelidad, paz, amor, unidad y religión porque encima de todos ellos una resplandeciente constelación de estrellas adopta la forma de Estrella de David. ¿Por qué todos los seres humanos no formamos una gran tribu con la de ellos?, me pregunto. Aunque con distintos credos y principios, porque hay que respetar la pluralidad de ideas, sería una tribu de amor. De esa forma estaríamos siempre unidos y conformaríamos una verdadera y digna especie humana y no los animales depredadores que somos ahora. Pese a que Dios no dotó de conciencia, somos los seres más destructores, viles, sanguinarios e inconscientes de todas las especies, sea animal, insecto, planta, río, montaña o árbol o de todo lo que tenga vida y materia sobre la Tierra. En definitiva, nosotros los humanos, seres repletos de ignominiosa inconsciencia y estúpida arrogancia, nos creemos dioses del mundo y, en realidad, somos el último eslabón de la imperfección. No somos nada y nos creemos todo. ¡Qué vanidad fuera de toda lógica universal! Aunque me esté gustando, y mucho, descargarme con esta pendejada, de ponerme a filosofar sobre el mundo y el papel que juegan los seres humanos en este complejo, irracional e intolerante planeta, mi peo es otro. Buscar la fórmula, mágica o no, para cambiar y vencer mi desesperación y tormento.
MAÑANA:
¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia la carencia de fe, hacia la nada absoluta? ¿Al funeral de la espiritualidad? ¿Hacia el suicidio del amor? Si el amor lo es todo. Es fuerza vital y Dios encarnado en nuestras almas. ¿Cuál es el diabólico mensaje?
diegofortunato2002@yahoo.es
http://diariodeundesesperadodiegofortunato.blogspot.com/