sábado, 20 de noviembre de 2010

7 de septiembre (Parte y5).

  Volví a la cama, puse los pies en alto, recostados de la pared, y comencé a leerlo. Su corta lectura, ya que llegué apenas a la páginas diecisiete, me hizo cuatro revelaciones. La primera, que soy muy injusto con Carolina (después escribiré porqué). La segunda, que lo que me produce ese fastidioso lloriqueo en mis irritados ojos es el moho y la humedad, pero, más que todo, el moho. Lo descubrí porque el libro, en cada página que pasaba, despedía ese molesto olor a roña húmeda. Y mis ojos, que hoy no habían lloriqueado, comenzaron a aguarse nuevamente. Claro, como estaba acostado boca arriba y con los pies suspendidos contra la pared, el libro lo tenía en todo el frente de la cara, justo encima de los ojos, y al pasar las páginas, aunque microscópico, el polvillo de moho acumulado por el tiempo y la inlectura, iba cayendo como nieve en el interior de mis globos oculares. La tercera revelación fue qué caí en cuenta de que no sólo había leído el libro, sino que también había visto la película que, basada en su argumento, hicieron los gringos. Y la cuarta… Que ya se me había pasado la angustia. Por eso suspendí inmediatamente la lectura. Me inoculé gotas de colirio y me puse otra vez a escribir. Un poco antes fui a disculparme con Antonello y Luna, quienes me habían invitado a su cabaña a la siete para celebrar su cumpleaños (de él, ¿ya lo escribí?), que iba a estar “muy bueno debido a que esperaban visitas muy agradables”.
  Ahora son las 9:15 p.m. y estoy pensando en la primera revelación. De que soy muy injusto con Carolina, porque si bien es cierto que nuestras peleas verbales -porque nunca hubo siquiera una bofetada o algo parecido- se debían a su misteriosa personalidad y a las dudas y desconfianza de ambos, también es cierto que la mayoría de ellas se suscitaban cuando yo estaba borracho o algo tomado. Que en esos momentos, debido a la actitud que asumía, yo le incitaba un odio profundo. Por eso sus llantos y desesperos. Aunque bebo mucho no me considero un alcohólico. En cuanto al cigarrillo lo había dejado hace año y medio. Lo retomé, recaí, debido a mi actual desesperación. Drogas no uso. Ni tengo vicios ocultos. Lo de los tranquilizantes, los lexos, es de ahora y espero que sean sólo circunstanciales. Que cuando acabe mi tormento queden en el olvido. No soy adicto a nada extraño. Sólo al amor. No soy un hombre maltratador como describe Grisham al padre de Mark, uno de sus personajes de la novela. Y en sus páginas narra: “El único tiempo que su padre -el de Mark- pasaba en casa solía dedicarlo a beber, dormir y maltratarlos”, narra el autor de El cliente.
¡Dios me libre de tamaña locura criminal! Aunque ella, bajo su óptica, debe tenerme en un concepto parecido al que tenía Mark de su padre, al igual que lo tenía su madre, quien era salvajemente golpeada. No, no es que quiera hacer ninguna comparación, ya que no existe ningún parecido siquiera en el imaginario más descabellado entre el personaje de Grisham y yo. Sólo trato de meterme aquí, en este turbador silencio, en la mente de Carolina, en saber qué piensa, cuál es su concepto real de mí. Busco explicarme muchas cosas, como el porqué de tanto odio si apenas tuvimos un cruce de palabras. Ofensivas sí, pero palabras al fin. Las ofensas que ella me profirió aún retumban en mi mente. Muchas, pero muchas de ellas todavía me atormentan, pero la que me perturba enormemente es cuando, muy irritada, en dos ocasiones me dijo: “Para vivir así es mejor tirar por fuera”. ¿Salió de ella, de su corazón o repitió palabras, sugerencias de Rosalía u otra malsana “consejera”? Quiero creer, mi corazón se inclina se inclina en creer la segunda opción, porque esas son expresiones propias de prostitutas, de personas carentes de moral, y quién se lo haya sugerido, sea quien fuese, es una total ramera.
  ¿Y el amor, los hijos, el afecto, los sentimientos y toda esa comunión de pequeñas, hermosas y maravillosas cosas que conforman un hogar, no tienen ningún valor? ¿Lo único importante es revolcarse en una cama como un animal? ¿Lo único importante es el sexo, la aberración y el placer? ¿De esa manera se forman familias dignas y honestas?... ¡Insólito y aberrante! Como si el matrimonio se tratase sólo de eso: ¡De tirar!... ¡Qué asco! Qué asco me dieron esas palabras salidas de la boca de la mujer que amo con incondicional devoción. Y después se dicen una gran dama. Una mujer decente. Aún me resisto a creerlo. A creer que fue una expresión suya, salida de su corazón.
  Son las diez de la noche y voy a acostarme. Pondré de semifondo el CD con el Concierto para Piano Nº 5, Emperador, de Beethoven, cuya dirección orquestal está bajo la batuta de Palev Ricov.

MAÑANA:                                                                   
  En el camino de regreso, una mortal vorágine de pensamientos negativos comenzaron a hacer ebullición en mi cerebro. ¿Quién será?… ¿Quién me la robó? ¿Quién es el ladrón de mi amor?