martes, 16 de noviembre de 2010

7 de septiembre (Parte 1).

MI EPITAFIO
  Son las 4.18 p.m. He pasado todo el día triste y muy deprimido. Me estoy tomando unos tragos para soportar el dolor. Hace apenas un minuto estuve a punto de estallar en llanto, pero nada. Escasamente se me humedecieron los ojos. Por eso decidí escribir mí epitafio en la parte trasera de una de mis viejas tarjetas de presentación y pegarla con cinta plástica en el centro de la agenda negra, donde comencé a escribir este Diario.

PAUSA DE TRABAJO: Freddy acaba de tocar la puerta para poner uno de los últimos travesaños de la despensa. Está agachado, a mi derecha, cerca del fregadero, luchando con la tabla, ya que no le cuadra. Aquí, debido a la humedad todo se dilata y deforma con rapidez increíble. Acaba de salir para serrucharle un pedazo que le “sobra”. Pronto volverá. De momento suspenderé este tormentoso diálogo interior. Cuando Freddy termine y se vaya, volveré a tomar la pluma.
  Ya concluyó. Son las 4:33 p.m. El pobre Freddy es un verdadero desastre como carpintero. La tabla quedó tan mal hecha y descuadrada, que no pude evitar reírme y hacerle las observaciones pertinentes antes de que se marchase.
  –Bueno, traté de hacer una gracia y me salió un despelote –reconoció sonreído.
  Nos volvimos a sonreír al contemplar el entuerto, pero ni modo. El mal ya estaba hecho. Nos despedidos y se fue no sin antes comunicarme que volvería en la mañana para fijarle los tornillos.
  El epitafio que estaba escribiendo antes de llegar Freddy, dice así: “En caso de que algo me suceda (muerte), entregar esta agenda y otros cuadernos con mis notas del Diario de un Desesperado a… (Nombre reservado hasta para esta trascripción) para que lo ordene y edite. Es mi última voluntad y que nadie se atreva a leerlo al ser encontrado porque lo atormentaré todas las noches mientras tenga vida”. Después del punto final y del cierre de las comillas puesto ahora, puse, en punto y aparte y abajo a la derecha, mi firma autografiada y la fecha: 7.9 00.

MAÑANA:                                                                    
  Muchos, a sus espaldas, le decían “aliento del diablo”. No obstante, yo creo que eso no es todo, ese sólo es el camuflaje de la verdad.