viernes, 22 de octubre de 2010

25 de agosto (Parte y III)

  Rosalía afirma quererme, pero nada más lejos de la verdad. Le interesé cuando “tenía” mi pequeño y relativo poder. En aquel entonces siquiera sabía quién era, aunque ella afirmaba conocerme desde “atrás”. A todo les decía que yo era su “amigo del alma”. No sé de dónde sacó eso. La conocí después. Antes de que ella me presentase a Carolina, hasta buscó seducirme, pero no logró su cometido. Me invitaba a salir. Andábamos juntos de fiesta en fiesta y hasta dormía su casa, pero en habitaciones lejos y separadas. Nada de sexo. Siquiera hubo una insinuación de mi parte. Fue en mi época de libertinaje y amor desmedido. Aunque, a decir la verdad, no me faltaron ganas de pasarla por las armas. No porque estuviese muy buena ni nada que se le parezca, sino por el sólo, único e imponderable hecho de engrosar mi lista. Ser una estadística más en la bitácora amorosa que en ese entonces llevaba a fin de preservarme de una enfermedad infecciosa o del mortal sida.
  Carolina es, emocionalmente, inestable. De ahí todos sus rollos mentales. De ahí sus continúas, desde que tenía los dieciséis años de edad, visitas al psiquiatra. Quizás fui imbécil o poco delicado. Quizás falsamente creí que estaba curada cuando tanto su padre, madrastra, hermanos y personas cercanas me decían: “¿Qué le has dado a esa mujer que ahora se ríe?... ¡Al fin vemos a Carolina alegre!… ¡Le curaste su tristeza!”. Por eso comencé a tratarla como se trata a una pareja normal. Con sus altos y bajos. Con los reclamos, tanto de ella como míos, que luego se convertían en delicias. Con el si y el no que no era ni si ni no, sino un tal vez que se traducía en puro amor y sublime devoción en un lecho repleto de pasión. Quizás de allí provino su confusión. De no aceptar más mis ínfimas y lógicas diferencias. De todo, hasta de lo más mínimo, se sentía agredida. Por eso, gracias a esa “alma bondadosa que se llama Rosalía, me decía que mis “agresiones verbales” eran consideradas violencia doméstica y que una nueva Ley que había entrado en vigencia hace pocos días condenaba mi proceder…. Y a los hombres, ¿quién nos protege?... ¿Qué más violencia de las continúas y degradantes humillaciones de las mujeres?...
  “Eres un chulo, un aprovechador… A mi hijo no les da nada (¿Mío no? Yo siempre pintado de la pared. Como si lo hubiese parido por obra y gracia del Espíritu Santo)… ¡Si esto es lo que esperas de mi vida contigo, mejor es no estar casada y tirar (hacer el amor) por fuera!”… Qué palabras tan sucias y humillantes. Seguramente recomendación y “consejo” de Rosalía. ¿Y eso no es violencia doméstica?… ¿Quién nos protege a los hombres?

PAUSA MEFISTOFELICA: Mis recuerdos parecen un acto de magia del diablo... De ese maldito cabrón que jode mente, cuerpo y espíritu... Pero conmigo no podrá… Podrá acabarme físicamente, pero no espiritual y mentalmente… ¡Será mi lucha!... ¡Derrotaré a ese cabrón mal nacido!

PAUSA SOBRE LA PAUSA: Estoy a punto de llorar, pero las lágrimas no quieren salir. He llorado tanto en las últimas semanas que creo que hasta los lagrimales se me secaron… El recuerdito de bautizo de Dorian, la hojita con los rezos de La Milagrosa, la copia de Corintios 13, a la que se sumó una estampita, no sé como, de una oración a la Virgen Santa Rita y una tarjetica navideña escrita por Carolina fechada el 24 de diciembre del 99 y que, en inglés, dice: “To: Dorian. From: Mamá y papá: …” PAUSA DENTRO DE LA PAUSA: No podré transcribir nada. No sé donde anda la dichosa tarjetita. ¡De repente desapareció!... ¿Qué diabólico maleficio asalta mi ser?... Te lo dije… ¡Conmigo no podrás maldito diablo!... Lo sé. Me ves débil, casi “evaporándome”, pero una fuerza a la que temes me sostiene… ¡La fe, Dios, Jesucristo y su madre, la Virgen María, así como el Espíritu Santo, son mi aliados!...
 
  Evidentemente uno de los dos está más de allá que de acá. ¿Seré yo, oh Maestro?... Quizás.
  No obstante voy a emitir otro juicio, aunque según Chopra, no debemos hacerlo. Mucho antes de conocerla, Carolina era adicta a los psicoterapeutas, como ella misma llama a los psiquiatras. Es totalmente cierto. Sus más íntimos lo saben. Entonces, quién, psicológicamente hablando, está mal, ¿ella o yo? Me quieren hacer creer que yo. Todas las maléficas baterías antirazón apuntan hacia mí. No desistirá en sus intentos hasta lograrlo. “Él es un borracho, enamora a todas las mujeres… En definitiva, es un alcohólico”, afirmaba para descalificarme ante su familia y amistades. Y me pregunto: ¿Cómo y bajo qué milagroso artificio un presunto alcohólico puede trabajar exitosamente en una misma empresa durante muchísimos años sin que el dueño del consorcio lo sepa o, en el peor de los casos, acepte esa condición en un empleado?

PAUSA ADORMECIDA: Estoy embobado por todo el tiempo que hoy dediqué en escribir estas líneas. Mi mano, la izquierda, está entumecida. Si a ello le agrego mis precarias condiciones, el “viaje de lexos” y ahora el poquito de gin que bebí, deberán concluir que únicamente un hombre centrado psicológicamente puede someterse y resistir tan gran esfuerzo, sea psíquico, físico o espiritual. Son las 12:05 a.m. de la madrugada del sábado 26 de agosto. O sea, en este momento hoy ya no es hoy, sino mañana. ¿No es así?

PAUSA HONESTA: Carolina me acusa, además de muchas otras cosas, de ser un alcohólico. Quizás… Es posible que eventualmente lo sea… Por un día o dos, a lo sumo… ¿Quién sabe?... Bebo… Soy un bebedor social y a veces me paso de tragos… Es la pura verdad… Es verdad que también a veces meto las extremidades, como la gran mayoría de los ejecutivos. Y no quiero por ello justificarme… En mis años mozos vi a un arzobispo totalmente ebrio y hablando pistoladas, pero no por ello dejó de ser arzobispo y pastor de la Iglesia Católica… Fue un desliz, pero, estoy seguro, que su fe sigue tan firme y sólida como una roca. Además, ella, Carolina, también bebe. Muy poco, es cierto, pero la he visto borracha unas cuantas veces. No por ello la considero alcohólica. Son cosas del momento, de la euforia, de la fiesta, de lo bien o mal que lo está uno pasando, de las defensas, bajas o altas, pero todos, creo yo, desde la China hasta Alaska, pasando por los Polos, el del Norte y el del Sur, para finalmente aterrizar en el Tibet (sin ser monje) nos hemos emborrachado y nos seguiremos emborrachando, pero no por ello somos alcohólicos, enfermos que para vivir necesitan del alcohol como si se tratase de agua, oxígeno o una medicina. No soy de los que ingieren bebidas alcohólicas desde que se levanta de la cama y termina cuando el alcohol lo venza. Nunca he bebido en las mañanas. Me da asco hasta de pensarlo. Sería un vomitivo. Siquiera ahora, que estoy desesperado, con un gran dolor en el alma y a punto de dejar este mundo. ¡Tomo y punto!... Es probable que ahora esté en el límite, en el bordeline, a punto de convertirme en un total, verdadero y confeso alcohólico... Así trabaja Satanás, pero no me dejaré vencer. ¿Dónde andas Dios?... ¿Estás de vacaciones?... ¡Te quiero ver!… Necesito de tú presencia… ¡No me abandones!

P/D A LA PAUSA HONESTA: ¿Cómo es posible que durante tantos años de trabajo en una misma empresa un “alcohólico” sea considerado por superiores y subalternos como un hombre sumamente centrado, de éxito e invalorables logros? ¿Cómo es posible que a un “alcohólico” el presidente de la república, altas esferas gubernamentales y de la sociedad civil lo enaltezcan como un excelente trabajador y sus méritos sean premiados con las más altas condecoraciones del país?... No, no me estoy justificando. Tampoco a mis borracheras. Una cosa es que tome, a veces en demasía, lo reconozco y otra que sea un enfermo alcohólico. ¿Fue esa la excusa para urdir su traición? ¿Quién está más enfermo: quien necesita tres o cuatro veces a la semana ayuda psiquiátrica o el que se toma unos tragos -con exceso o no- dos o tres veces a la semana?... Que un “loco” me de la respuesta, porque he conocido psiquiatras que absorben más alcohol que un cubo vacío. Entonces, ¿quién tiene la razón, a quién le asiste la verdad? ¿Quién, de todos los psiquiatras del mundo, puede presumir que conoce siquiera el 20% de la mente humana? La mente es el microcosmos más desconocido del universo, tanto o más que el cosmos infinito. Piensen un poquito. Deténganse a pensar…

  Digo esto, hago esta real reflexión, porque creo que Carolina, mi aún amada y misteriosa esposa, es una mujer de resquebrajable factura psíquica. Que quizás todo fue producto de los abusos y maltratos de su padre, pero que el peor de los daños lo hicieron los propios psiquiatras, uno tras uno y todos ellos en conjunto, porque le amalgamaron y forjaron una mente débil, proclive al precipicio por cualquier banalidad. Que se aprovecharon de ella porque sabían que tenía dinero para pagar todas las consultas y hospitalizaciones que decidían hacerle. Que la mayoría de ellos al principio actuaron de buena fe, pero que con el transcurrir de los meses y el tratamiento, al no poder doblegar su prepotencia, soberbia y sabelotodismo, únicamente se limitaron a escucharla y cobrar la hora de consulta. Y no estoy inventando, ni elucubrando. Me lo confesó en privado una de sus psiquiatras. Para resumir, textualmente me dijo: “Ya no soportaba esa situación. Ella venía y hablaba. Así transcurría la hora de consulta. No permitía que yo interviniese o le diese un diagnóstico. Cuando trataba de decírselo, se paraba, agarraba su cartera y se iba. Un buen día al fin pude decirle que así no íbamos a ningún lado, que no progresaríamos. Que me daba pena seguir cobrándole por nada y que, por favor, se buscase otro psiquiatra, pero que yo no la atendería más”. Me da lástima confesarlo, pero así fueron las cosas. Y entonces, ¿qué podría esperar yo?... De ella todo… Hasta mucho más de lo que me está sucediendo.
  Aunque en mi vida nunca he odiado a nadie. No porque no quiera, sino porque no tengo esa capacidad… ¡No sé cómo hacerlo! A veces me embarga un sentimiento que podría confundirse con el odio. No obstante, creo que sólo es rabia e impotencia, la cual se disipa a los pocos minutos. En la vida sólo he aprendido a amar, a soñar y a dejar que los sueños me envuelvan en ese halo misterioso que transporta al infinito… ¡Al cielo!... Entonces, ¿por qué odiar?... ¡Qué mortal estúpida ocurrencia!... ¡Amor, mucho amor necesita el mundo!

PAUSA DESFALLECIDA: Estoy empezando a perder las líneas en la agenda… ¡Mi brazo se descarriló por el alcohol y el cansancio! Voy a descansar un poco los dedos, ya que aprisiono con mucha fuerza la pluma antes de depositar mis palabras sobre el papel. Mañana será otro día. Espero que no esté cargado de tanta angustia y desesperación.

PAUSA ESTÚPIDA: ¡Ya es el otro día! Son las 1:40 a.m. de la madrugada del sábado. O sea hoy ya no es hoy sino mañana. Dejo abierto el Diario en esta misma página por si no puedo conciliar el sueño. Si fuese así, tomaré otra vez el bolígrafo y seguiré escribiendo.

MAÑANA:                                                                                
Prófugos de dolor.


Como quieres que te olvide - Soledad Bravo.

jueves, 21 de octubre de 2010

25 de agosto. (Parte II).

  No sé cómo terminará esta noche. Son las 10:10 p.m. Acabo de escuchar un ruido afuera. Me asomé y no vi a nadie. Antonello y Luna tienen su puerta cerrada. Fernando y Sonia aún no han llegado. Tampoco los vecinos que se mudaron anoche. Una abogada y su novio, o pareja… qué sé yo.
  Cerré la puerta, que aún permanecía abierta, y escribí estás líneas. Luego puse Desaires, el CD de Rocío Durcal. Lo escucho. La nostalgia y el desamor invaden cada poro de mi cuerpo. Mi corazón comienza a latir con más fuerza y me embarga una triste sensación. Una gran necesidad de llorar. De golpe el reproductor saltó a la canción Palomo gris, que dice: Vete…Vete… Levanta el vuelo… Yo te quiero feliz. Aunque comienza con estrofas como: Cuando el amor se acaba… Pero cuando el amor termina, se terminan las palabras… Se esconden los te quiero… ¡Qué angustia Dios mío!... ¡Qué lacerante desesperación hace presa de toda mi humanidad!... Mi alma y mi ser me abandonan a la oscuridad más absoluta, pero debo seguir de pie, luchando, entendiendo o tratando de entender qué está pasando en realidad… ¡O confusión amarga, apártate de mí.

  A mí no se me acabó el amor por Carolina. Espero que en ella tampoco. Que sus sentimientos se mantengan puros, que me siga amando y podamos recoger los pedazos rotos, si es que el fantasma de una tercera persona no sea más que una ilusión, una fantasía mía.
  Pensando en ello y sin poner en tela de juicio la integridad ni moral de Carolina, el otro día, el del cumpleaños de Robert, éste hizo un comentario tan lapidario que me estremeció. Estaba hablando de sus padres, de cómo rehicieron su vida y capital después de salir de su Cuba natal. De huir del marxismo-leninismo de Fidel y sus sanguinarias milicias. Contó que se les ocurrió la sabia idea de montar un gimnasio digno y de primera, totalmente alejado de la concurrencia de personas inescrupulosas. Refirió que en esa época la mayoría de los que funcionaban en Caracas estaban plagados de prostitutas, chulos y malvivientes. Los utilizaban como centro de encuentro de rufianes. Eran caldo de cultivo para la “prostitución social y selectiva”, aunque hoy en día, pese a todo al modernismo y discreción, la cosa no ha cambiando. Sólo han cambiado sus personajes y protagonistas. Apuntó Robert que el éxito de sus padres (antes no existía el spinning) consistió en hacerlo muy selectivo. Lo “depuraron”. Sólo aceptaban personas de reconocida solvencia moral.
  ¿Por qué me estremeció tanto ese comentario?... ¡Por Carolina, por supuesto! Ella tiene unos cuatro meses o cinco, a lo sumo, -lapso en el cual se produjeron nuestros mayores encontronazos- haciendo spinning y cambia a cada rato de gimnasio. Ninguno le cuadra o satisface aún. ¿Persigue a alguien?… ¿Qué busca en realidad?... ¿Ponerse en forma o algo más?
  Otra cosa. Robert también aseveró que la gran mayoría de los entrenadores o “profesores”, como les gusta que se les llamen ahora, son chulos, aprovechadores y aventureros.
  Las últimas “intercepciones” y chequeo de las llamadas de Carolina me indican que muchas fueron hechas a centros de spinning… ¡Dios mío!... ¿Qué hay de turbio en todo esto? ¿Será por ello que en la última llamada que me hizo -no la grabé- que duró más de hora y pico me decía y calificaba a cada rato de viejo… ¡Sí, decía que yo era un viejo!... Sigo deduciendo… Sigo pensando… Sigo atando cabos… ¿Cuál fue el verdadero motivo de nuestra separación?... ¿Las ofensas de parte y parte, o qué?... ¿Algo más profundo, más oscuro e insondable?… ¿Por qué en las últimas semanas me decía: “¡Ya verás cómo me voy a poner!”. Se refería a convertirse en flaca, o bajar muchos kilos, porque está bastante pasadita de ellos.
  ¿Habrá caído en la maraña de chulos entrenadores y vividores de gimnasios?... Si es así, ¡Qué Dios se apiade de su alma!
  No puede ser que en su confusión mental no haya respetado nada… ¡Ni matrimonio, ni hijo, honor o decencia!... ¿Será por eso toda la cortina de humo que tendió con lo de las fotos de mis antiguas amigas, las que tenía mucho antes de conocerla? Ella se califica de mujer honorable. Espero que así sea.
  Dios, ¿por qué no me unges con el don de la verdad?... ¿Por qué te obcecas en mantenerme en está horrible oscuridad?... ¡Dios, quiero ver!... ¡Ilumina mis ojos y corazón!
  Son las 10:38 p.m. Mi angustia se reaviva y las esperanzas de una reconciliación se disipan… ¿Qué hacer?... ¿Quedarme quieto y esperar la muerte?... ¿Qué hacer: irme a Aruba y enfrentarme con ella y la realidad?… ¿Hablar con la mitómana de Rosalía y ser pasto de sus viles engaños?... ¿Qué hacer?... ¡Dios mío, apiádate de mí!.... ¿Qué hacer?... ¿Esperar el desenlace del tiempo, de las horas, de la eternidad de los segundos?.... ¿Eso me devolverá la dicha y premiará con la verdad?... No quiero morir sin saber la verdad… Sé que muchos mueren sin saber porqué mueren y tampoco de dónde salió la ponzoña… ¡Lo sé!... Quizás es lo más fácil… Morir sin saber porqué, ni de dónde salió el tiro o la herida mortal que partió de las entrañas del propio cuerpo…Es lo más divino… Es morir como reyes… ¡Qué fácil es morir infartado!... Pero esta agonía… Este daño físico, espiritual y mental es la propia tortura del infierno… En esta oscuridad sólo la música salva mi alma.
  Ahora Soledad Bravo canta: Esperaré que pases lo mismo que yo… Que sientas nostalgia por mí…Que no me separe de ti… ¡Ay, qué dolor aprisiona mi alma!

PAUSA MISTERIOSA: Creo que por mi ventana entró un murciélago. Está cerca de la luz que está a mi espalda. Voy a investigar. Les tengo más asco que miedo, pero allá voy. Falsa alarma. Era una “tarita” chillona (grillo). La agarré y boté por la puerta.
  Como no tengo nada o poco que hacer, menos hoy y a esta hora, me puse a examinar mis manos y brazos. Carolina tiene razón, está en lo cierto: ¡son de un viejo!... Claro, me he demacrado mucho en la montaña. He perdido kilos a granel. Antes era fuerte, relleno y musculoso. Ahora doy pena ajena. Me parezco a uno de esos judíos que sobrevivió a los Campos de Concentración… Parezco salido de los hornos crematorios… No importa… Aún estoy vivo y tengo, creo yo, mis facultades mentales perfectas, casi inalteradas… Sólo el sufrimiento le ha hecho daño, pero no es tan grave e irreparable como para no dejarme pensar y escribir tal como lo estoy haciendo… Sé que algunas veces expreso cosas un poco alocadas, pero es lo que sinceramente pienso y como de aquí saldré, en el mejor de los casos, en una urna, me importa un carajo lo que se piense o no se piense de lo que escribo si alguien, alguna vez, llegase a encontrar este Diario… Escribo para no morir… Escribo para vivir… Escribo para entenderme, no para que me entiendan… Escribo para no pensar, porque el pensar mucho mata espíritu y mente… Escribo porque las palabras que voy garabateando en el Diario tienen vida, sentimiento, dolor…. Y si ellas están vivas yo también…

  PAUSA PREOCUPANTE: Lo de viejo parece ser cierto. Mucho más cuando, a pesar de mi incipiente barba (dejo de rasurarme durante días)… ¡Qué horror!... Además, me salieron bolsas en los ojos… Quizás repletas de esa ordinaria ginebra o por la humedad y los hongos, que me tiene los ojos constantemente irritados y llorosos… No hay dudas… Mi vejentud comienza evidenciarse. Sí, voy hacia el ocaso. ¿Pero ella sabía mi edad antes de casarnos?... Ella, que el 13 de octubre cumple cuarenta y un años, tampoco es ninguna niña. Cuando la jala mecate de Rosalía “aconseja” por teléfono a Carolina (¡qué malévolos mensajes subliminales le manda! Lo digo con conocimiento de causa, porque una noche “atrapé” y escuché durante casi una hora su conversación), no se cansa en decirle que es una “muñeca”, una muñequita linda, y la muy engreída se lo cree. Lo hace para endiosarla y después, cuando lo crea oportuno, esquilmarle un dinerillo o lo que se le antoje. ¡Qué sibilina es la tal Rosalía y que poca autoestima tiene Carolina!... ¡Cosa de locos!... Una vez, irritado por tantas y repetidas falsedades y porque Rosalía la ponía en mi contra, califiqué esa relación “amistosa” de cuasi lésbica. Carolina es Rosalíadependiente. La necesita como si fuese una droga. Sin sus adulancias se desmoronaría. Ella vitalmente precisa que a cada rato le suban la autoestima. No importa de dónde ni de quién provenga. Yo lo hice durante un tiempo, pero me agotó su prepotencia y soberbia. Renuncié a la falsedad y comencé a hablarle con la verdad, como un ser normal. Al parecer, eso la fastidió. Lo que pasa, y de ahí viene la dependencia, como si fuese una droga de alto poder, hacia Rosalía, ella necesita que le suban su ego, el cual se lo pasa en el subsuelo, y la vieja zorra lo sabe. Por eso la mima y le dice muñequita. Tú eres una princesa… Eres bella… Mereces lo mejor, le dice. La muy tonta de Carolina no se da cuenta de que está siendo manipulada y como esa imperiosa necesidad le hace tanta falta como el aire que respira, le prodiga fe ciega a esa celestina.


MAÑANA:                                                                               
“…¡Si esto es lo que esperas de mi vida contigo, mejor es no estar casada y tirar (hacer el amor) por fuera!

Diego Fortunato



Andrea Bocelli y Marta Sánchez. Vivo por Ella.
http://www.youtube.com/watch?v=wyqbpSyLiGc

miércoles, 20 de octubre de 2010

25 de agosto. (Parte I).

  Anoche me acosté temprano, a eso de las ocho y media de la noche. A la media hora un fuerte calambre, que me torció hasta arriba el dedo gordo del pie derecho, con dolor reflejo extensivo hasta el muslo, me hizo levantar de golpe. Comencé a caminar por mi pequeña cascarita, pero el dolor no se me quitaba y el dedo del pie seguía apuntado tieso hacia mi cara… ¡Coño, qué dolor!  Hoy desperté full deprimido. Quiero huir de la montaña y de todo lo que huela a ella.


PAUSA DE CANSANCIO: Son las 2:35 de la tarde del viernes 25. He fumado ya mucho y sólo tengo en el estómago las sobras de la pasta con atún de ayer, las cuales utilicé como desayuno. Además, como dije, estoy muy deprimido por algunos acontecimientos.

  No sé si echarme en la cama, fumarme otro cigarrillo y pensar si prepararme o no algo de comer. No lo sé… Indecisión turbadora…
 Por ahora me quedó aquí, atado al Diario. Estoy releyendo mi lista de deseos. En su libro Las siete leyes espirituales del éxito (de la vida), el cual tengo parcialmente subrayado, Deepak Chopra recomienda hacerlo.
 Desde que los escribí en una hoja de papel, el cual posteriormente doblé meticulosamente en ocho partes, la guardé debajo del cargador de mi celular que está sobre el mesón, a la izquierda de donde estoy escribiendo ahora. Lo hice con el propósito de tenerla siempre a la vista. La hoja en la cual redacté el gran sueño de mi vida la arranqué de una libreta. Es una hoja común y corriente tamaño carta, color violácea y con el dibujo de un corazón del mismo tono, pero en degrades, estampado en el centro. Forma parte del material de propaganda sobre el control de la hipertensión de un conocido laboratorio médico. El diecisiete de agosto escribí sobre esa hoja los seis deseos primordiales de mi vida. Ayer le agregué un séptimo. El texto es el siguiente:

MIS DESEOS

1) Ser feliz y amar al prójimo como a mí mismo.

2) Tener una quinta-museo, con todo el confort apetecible del mundo, en La Manzanita Country Club.

3) Lograr éxito como pintor.

4) Alcanzar notoriedad como novelista y escritor.

5) Que, a través de todos estos deseos, pueda darle felicidad, amor y paz a mi familia, amigos y a todos los semejantes que se me acerquen para que yo, a través de la Sabiduría Divina de Dios, los haga felices y convierta en seres que siembren paz, bondad y amor por en el mundo.

6) ¡Salud! Mucha salud espiritual, mental y física.

7) Volver con Carolina y vivir con ella un matrimonio lleno de dicha y felicidad.

 Dado, escrito y archipensado, el diecisiete del mes de agosto del año dos mil, en Las cascaritas, al sureste de las montañas de Turgua.

PAUSA ACCIDENTAL: Mientras terminaba de transcribir mis deseos en el Diario, Antonello, el siciliano, a quien -y que me perdone Luna- le hace falta otro tipo de mujer a su lado, si no nunca saldrá del hoyo en el que se encuentra, se asomó por mi ventana trasera y me pidió, en estado verdaderamente alarmante, para no decir deprimente, un vaso de agua mineral. Aquí el que toma agua de tubería y abusa en ello, corre con el peligro de contraer bilharzia, diarreas u otras enfermedades, sin mencionar el cólera, que siempre anda danzando por ahí. Le llené el vaso. También le ofrecí pasta, diablitos, atún, aceite de oliva, legumbres y lo que quisiese si le hacia falta. A los cinco minutos, o menos, volvió a asomarse.

  –Scusa.Un altro bicquiere d’acqua– manifestó en italiano mientras me extendía el mismo vaso plástico color naranja que le había llenado momentos antes.
  Le expresé que en la tarde había comprado un botellón (18 litros) y que si tenía un recipiente más grande se lo llenaría.
  Luego, suponiendo que el agua era para hacer una pasta, le ofrecí mi olla. (Va con “h” o sin “h”. Me refiera a cómo se escribe olla. Bueno, me da igual). Lo sé. Estoy perdiendo facultades y unos cuantos millones de neuronas con tanto alcohol barato que ingiero.
  No está en mí juzgarlos, pero creo que Luna y Antonello están dañados, muy dañados. Lo sé, no soy nadie, ni tengo autoridad para emitir juicio alguno, menos ahora. Aunque meses atrás me creía un ser casi perfecto y con capacidad de todo, de ser juez y el verdugo a la vez, ahora entiendo mi error y estupidez. ¡Qué cagada!... ¡Qué perversa prepotencia domina a veces pasajes de nuestras vidas y no nos damos cuenta del desatino sino hasta la hora de la muerte! Bueno, la cosa es que presiento que ambos, además de alcohol, utilizan drogas. ¡Qué Dios me perdone, pero es lo que creo!
  Sus ojos enrojecidos, más que todo los de Antonello, y la serie de tatuajes que se hizo recientemente Luna en manos y piernas (al menos son los que he podido ver), me arrastran a este apresurado juicio. No los critico. Ese es su problema, aunque lamento no poder ayudarlos, aunque el instinto animal que los humanos tenemos adormecido en nuestros cerebros, me indica que debo estar alerta. Hay mucha desesperación en sus rostros. A lo mejor ellos pensarán igual de mí, no obstante debo hacerle caso a mi intuición. No porque en realidad me importe mucho su vicio o que su proceder vaya de alguna forma a perjudicarme, mucho menos en esta desolada y triste montaña, sino por mis principios, por la forma en que fui educado. ¿Bien, regular o mal? No lo sé, ni eso importa ahora. Pero el sentido moral que creció, desarrolló, vivió y vive dentro de mí desde que era niño, difícilmente se pueden transgredir, olvidar o tirar al cesto de la basura en el momento que lo desee porque, simplemente, está cincelado con tinta indeleble e indestructible en mí ser. No existe nadie en el universo, ni tampoco jamás existirá, que pueda borrar el tatuaje moral grabado en mí conciencia.

PAUSA IMPORTANTÍSIMA: Había olvidado anotar en este Diario que encima del rústico “closet” de madera de mi cascarita acomodé unos portarretratos. En uno de peltre, que en alto relieve tiene grabada la imagen de un golfista en pleno swing, tengo a Dorian disfrazado de osito (fue hecho con tela amarilla y roja). La foto la tomé durante el Carnaval de este mismo año. En una de las equinas del portarretrato le incrusté una tarjetita de Anne Geddes en forma de huevo, de cuyo cascarón, resquebrajado en su extremo superior, se asoma el rostro de un lindo bebé. Es la tarjeta del Día del Padre de mi querido Dorian. Por supuesto, la compró y escribió Carolina. Decía: Papi… ¡Feliz día! Yo soy la apertura a la nueva vida que nació conmigo y que te regalo… Soy tu cascarón al… Tú lo pondrás en el futuro. ¡Feliz día! 18/06/2000. Eso era todo. Hace pocos días, no sé cuántos, a los puntos suspensivos que Carolina dejó en blanco, en el espacio sin escribir, lo continué y garabateé la palabra amor.

  A la izquierda del portarretrato coloqué una ardillita gris hecha de fieltro sostenida sobre una base plástica roja en forma de corazón, en cuyo interior, en letras blancas, decía: “Todo sería mejor si estuvieras conmigo”. Esa ardillita me la habían regalado cuando todavía vivía con Carolina. La había puesto sobre el televisor que estaba en la habitación principal. En la misma donde dormíamos, nos amábamos y soñábamos Carolina y yo cuando no había turbulencia en nuestros corazones. Luego de un tiempo, por decisión de Carolina, fue a parar dentro de una cesta que estaba a un lado del lavamanos “mío”. Escribo “mío” entrecomillas porque cuando Carolina remodeló el pent-house donde viviríamos después de casarnos, a un lado del dormitorio principal hizo construir una gran baño donde, además de una pequeña bañera circular, hizo poner dos lavamanos separados uno del otro por poco más de medio metro. Uno era de ella y el otro, supuestamente “mío”. Aunque siempre me recordaba que el apartamento y todo lo que estaba adentro era suyo.
  Sobre el listón de madera que funge de “repisa” del pequeño closet de mi cascarita, cerca del portarretrato de Dorian coloqué un carrito verde, un “draguns” de plomo que pertenece a una colección de autos en miniaturas que mi amiga Nina Plavovic llevó como obsequio cuando fue a visitarlo. En ese entonces Dorian tenía ya diez meses de nacido. A la izquierda, tapando un bolsón de palos de golf en alto relieve que forma parte del marco de otro portarretrato, dispuse, un poco desordenadamente, un pequeño Mickey Mouse de fieltro, de los que obsequian en los McDonald. Sobre el mismo tablón, al lado de la foto de Dorian, ubiqué un portarretrato dorado, muy hermoso y brillante, con una foto en blanco y negro, de esas antiguas, de mi madre en su época juvenil. En la época en que todavía Carolina y yo no amábamos estaba en “mi” estudio de pintura. Finalmente, a fin de darle un “acabado” impecable a ese rincón de la cascarita, cerré la “decoración” ubicando a la derecha de la foto de mi madre, una foto de Carolina y mía enmarcada en un portarretrato plateado, el cual tenía en casa sobre la mesita de noche de mi lado. En la estampa se nos veía felices. Estábamos sentados abrazados en la mesa de un romántico restaurante de Nueva York, al otro lado del Hudson. A nuestras espaldas se distinguía la Torre Crysler y otros rascacielos. Esa “hermosa y tierna” imagen también fue pasto de la hoguera de odio y desamor que hice con todas las fotos que tenía de ella. Antes, por supuesto, recorté el pedazo donde aparecía yo. ¡No me quería ir a podrir en el infierno donde iba ella! Fue el mismo día que rodé hasta el fondo del barranco. ¿Habrá sido por malo, perverso o un castigo del Altísimo? Esa foto, ya incinerada y que réquiem descanse en paz, la sustituí en el portarretrato por una del el bautizo de Dorian que tenía guardada entre los folios de mi agenda.

P/D A ESTA PAUSA: Aún conservo fotos de Carolina. Las escondí en un álbum que al abrirlo se despliega en cuatro alas. Allí sólo tenía fotografías de cuadros. No las destruiré.

SEGUNDA P/D A LA PAUSA ANTERIOR: Entre los portarretratos coloqué la pequeña Biblia de bolsillo. Está abierta de par en par en las páginas 318 y 319 correspondiente al Capítulo 13 de la primera epístola del apóstol San Pablo a los Corintios. Así concluyo esta pausa. Era lo más importante que quería escribir y describir al referirme a las fotos, pero la mano de Dios me lo hizo anotar de último… ¡Qué Dios los bendiga y les de paz y amor a todos!

MAÑANA:                                                                                         
...¡Dios, quiero ver!... ¡Ilumina mis ojos y corazón!



BURKA - LIBERTAD (Nabucco de Verdi) - Nana Mouskouri.

martes, 19 de octubre de 2010

24 de agosto. (Parte y II).

  Sin sospechar que estaba desorientado, Iván y Carlos me seguían sin chistar. Seguían creyendo en mis “habilidades” por la seguridad que imprimía en cada una de mis palabras. Pero la realidad era otra. Estábamos perdidos. Yo lo sabía, pero no se los dije porque tenía la esperanza que de seguir subiendo podríamos ubicar las cascaritas.
  Comenzamos a subir montañitas. Una tras otra. Cuando terminábamos de subir una creyendo que era la última, al llegar, frente a nosotros veíamos otra, aún más alta.
  Ya no había que decir nada. Los tres sabíamos que estábamos completamente perdidos. Temíamos que la noche nos atrapase en esa fosa. De ser así y necesitar ser rescatados, nadie sabría siquiera dónde comenzar a buscarnos porque dimos muchas vueltas. Yo, al menos, no recordaba los sitios por los que pasamos. Quizás por el cansancio, quizás por la presunción de que no hacía falta recordar nada porque sería fácil salir de allí. Estaba equivocado. Muy equivocado. En todo caso, de no poder conseguir el camino de regreso, tenía el celular. Llamaría a Robert y le daría algunas pistas para que nos encontrasen.
  A fin de aplacar un poco la sed, comencé a absorber el néctar de algunas cayenas silvestres que encontraba a mi paso, cuya flor después mastica y comía. Eso calmaba el ansia y la urgente necesidad de bocado. Tenía días alimentándome mal y la poca reserva energética que tenía mi cuerpo la dejé en la montaña. Por más que insistí, mis compañeros de aventura no quisieron probarlas.
  Caminabamos extenuados, sedientos y, como dije arriba, con un hambre infernal. No sé como se veían nuestros rostros, pero presumo que tenían expresión de terror.
  Durante los ascensos pensé que de un momento a otro me daría un infarto. De la vanguardia pasé a la retaguardia. A veces, me detenía por segundos para que el ritmo de mi corazón aminorara un poco su traqueteo. Los guariqueños se detenían a esperarme metros más adelante. Aunque había perdido toda credibilidad ante ellos, de pronto les dije que no deberíamos seguir subiendo, sino bajar. Mi agotamiento era tal, que creí que de un momento a otro no daría un paso más. Que no lo lograría. Que no llegaría hasta el final de aquel cerro, el cual era bastante alto, y que ese final también sería el mío.
  Mientras avanzábamos, nuestros ojos trataban de ubicar un punto de referencia que nos orientara, pero nada. Desde lo alto de una de las montañas Iván divisó a lo lejos unos naranjales. Muy seguro de sí mismo afirmó que la finca de Robert quedaba por esos lados. Ya pasaban las tres de la tarde. Debido a la hora, el mismo Iván sugirió que lo mejor era regresar por el mismo camino que momentos antes habíamos dejado e ir hacia los naranjales. Carlos y yo asentimos.
  Bajamos y pronto entre la enramada nos topamos con un destartalado ranchito. Había sido abandonado desde hace bastante tiempo por quién sabe quién. En el suelo, bordeando el rancho, vimos una plantío de tomaticos silvestres en su punto exacto de maduración. Aunque eran del tamaño de una uva, mitigaron parte de nuestra sed y hambre. Mientras los comíamos divisamos otro apetitoso manjar: dos pequeños árboles repletos de limonsones, especie de naranja con injerto de limón. Uno sólo estaba maduro. Los corté con mi cuchillo y repartí entre los tres. Nos los comimos con apetito voraz.
  En la mañana, cuando bajábamos, percibimos en las profundidades del bosque el ruido de un riachuelo. Aunque no llegamos a ver ni una gota de su agua debido a la espesura, sabíamos que estaba allí. Gracias al cielo lo volví a escuchar. También vi una vereda muy similar por la que habíamos pasado. Se los dije y los tres pusimos nuestros oídos en estado de alerta.
  A pocos metros escuchamos el suave murmullo de pequeñas caídas de agua. ¡Allí estaba el río! Corrimos y bebimos hasta saciar toda nuestra sed y lavarnos con ese vital y preciado líquido cara, manos y cuerpo.
  Felices, pero preocupados, comenzamos el retorno río arriba. Encharcándonos de pies a cabeza fuimos escalando las resbaladizas piedras llenas de musgo y moho. Algunos resbalones, pero ninguno de nosotros perdió la vertical. De los cunaguaros nada. Sólo una bella, silenciosa y extasiante vegetación.
  Cuando solventar las gigantescas rocas se nos hizo ya imposible, dejamos el cauce del río y comenzamos a subir por un sitio muy empinado, buscando siempre una vereda paralela. El corazón casi se nos salía del pecho a los tres. Los latidos hacían eco en ese mortuorio silencio.
  Desde hace bastante tiempo iba con el torso desnudo. Había afianzado parte de la franelilla debajo de la gorra para que el resto me protegiese el cuello y parte de los hombros del sol. ¿El suéter?... ¡Quién me mandó a llevarlo! Colgando del cinturón, donde lo había anudado a fin de tener las manos libres. Los lentes nike, que tenía enganchados por una de sus patas debajo de la correa pasaron a mejor vida. Al inclinarme para pasar debajo de un tronco escuché el inconfundible track que hizo trizas a una de sus patas. A despecho mío los boté un poco más adelante.
  El regreso se hizo tan largo que mis piernas no querían responder. El asunto de los cunaguaros se había borrado de nuestras memorias y pensamientos, pero gracias a Dios, estábamos por salir de esa pesadilla. Lo único que queríamos era estar arriba, seguros y descansar.
  Los más agotados éramos Carlos y yo. Iván no lo parecía tanto, aunque a escasos kilómetros de las cabañas confesó estar molido.
  Poco antes de llegar, por la vereda que subíamos Carlos vio una serpiente cazadora oculta entre unos troncos de bambú podridos. Con sus demoníacos ojos seguía cada uno de nuestros pasos. El joven guariqueño alzó la rama que utilizaba, al igual que yo, como cayado y punto de apoyo, y le lanzó un garrotazo. Esta se rompió y sibilina la culebra corrió a refugiarse en la espesura.
  Al fin, unos cuantos metros más y estábamos en terreno conocido. Mientras pasábamos frente al grupo 16 de las cascaritas (yo vivía en una en el grupo 18), Nelson, su mamá y otros trabajadores que trataban a duras penas meter un fajo de bambúes dentro de un destartalado jeep, se asombraron al vernos.
  Iván y Carlos se quedaron ahí. Habían llegado a sus “casa”. Muy cerca de la residencia principal de la finca. Vivían en una suerte de caballeriza sin uso. Ese era su hogar y dormitorio. Proseguí hacia arriba solo. Faltándome apenas unos doscientos metros, una de mis piernas casi se encalambra y deja de responder a mis requerimientos. Tuve que “regañarla” para que siguiese caminando.
  Una vez en la cascarita, tomé mucha agua, me desvestí, lavé toda la ropa: botas, medias y ropa interior (menos el suéter) y la puse a secar. Luego me preparé una pasta corta (plumitas), a las cuales le vacié una latica de atún para darle sabor. Saciada el hambre, tomé un largo baño.
  Deberían ser cerca de las seis de la tarde. Estaba agotado y con dolores en las extremidades. Me tendí sobre la cama, puse las piernas en alto a fin de recuperar fluidez en la circulación, pero uno calambritos me obligaban a deshacer esa posición e incorporarme de la cama en el acto. Luego de unos cuantos pasos, el dolor se atenuaba.


MAÑANA:                                                                         
…escribí sobre esa hoja los seis deseos primordiales de mi vida.


Renato Carosone -  Tu Vuò Fa' L'Americano.
(Para disfrutarlo, reírse un rato y aprender).
http://www.youtube.com/watch?v=BqlJwMFtMCs

lunes, 18 de octubre de 2010

24 de agosto. (Parte I)

   Desperté temprano. Apenas dormí un par de horas o quizás un poco más.
  Aunque estoy aturdido por la noche de ayer, puedo pensar bien. Soy yo mismo, al menos eso creo. Me acabo de chupar un lexo, eso me tranquiliza casi como por arte de magia. Al momento de disolver bajo el paladar la pastilla, se realiza el “milagro”. Es como si un timbre sonara en tú interior y el subconsciente baja sus niveles de revolución interior y la paz vuele a tú espíritu.
  Por supuesto que la dichosa pastilla no obra así de rápido y no tiene nada de “milagrosa”. Lo único milagroso que en realidad existe es tú propia mente, que es más poderosa que un millón de drogas juntas si la sabes utilizar para bloquear o erigir lo que quieras. El milagro, el más grande de los milagros vivos y conscientes, es la mente.
  Pero hay un diablo, uno que pulula entre tu yo y la mente, y se llama conciencia. Muchos, cuando la muerte llega, a la conciencia la llaman espíritu. De esa misma forma, o algo parecido, funciona cuando la mente se debate entre pastillas y subconsciente.
  No hay uno ni lo otro. No puedo absorber conciencia ni espíritu si no soy digno de mi mismo. Sepan que el hombre es un animal social que no resucita si asume que su mente muerta está...
  Últimamente me da por llorar en las mañanas, igual pasa cuando estoy muy tomado. Es una sensación nueva, cuyos efectos “curativos” estoy empezando a descubrir. Antes no era así, ahora lo soy. Yo nunca lloraba, ahora lo hago casi por nada y con frecuencia. Me hace bien. Es como si arrojara por los ojos todo el dolor y las penas que tengo dentro. Refresca un poco mi ser y mi mente atormentada.
  El cristofué se alejó… Me abandonó. Quizás emigró. Se fue de este desesperado lugar. En estas montañas no hay nada, sólo penas. Ahora siquiera puedo escuchar su canto recriminatorio en las mañanas. Hubo un momento en que quería deshacerme de el a toda costa, ahora lo añoro… Añoro su canto de vida… Añoro su camuflaje… Añoro su cercanía.
  La vida en la montaña es dura. Los elementos la hacen aún más insoportable, mucho más viviendo en las endebles cascaritas. Primero el viento y el frío, luego la lluvia y en el verano el fuego del sol y los incendios, para seguir con las inundaciones de octubre y otra vez los desalmados chubascos... Es fuerte…
  Enjugué mis lágrimas y preparé una tortilla a la española con las papas que había salcochado ayer. Fue mi desayuno. Luego comencé a vestirme lentamente mientras pensaba en los cunaguaros (especie de pequeños tigres americanos) que, me dijeron, había por montones montaña abajo, hacia una pequeña selva donde confluyen varios silenciosos riachuelos.
  Desde hace días tengo ganas de bajar montaña abajo. La idea me seduce, y mucho. No puedo aguantar ese incontenible deseo de ir hacia aquel ignoto lugar que, aseguran, se encuentra al final del cerro, después de pasar un intrincado y oscuro bosque lleno de gigantescos y tupidos árboles.
  Hoy lo decidí. Voy a descender por el escabroso sendero alfombrado de mohosas hojas secas, aunque dicen que nadie se ha atrevido a bajar por allí. No pretendo ser un pionero, eso me importa un bledo. Sólo quiero, si es que en verdad voy a morir dentro de poco, una muerte noble, digna y sin sentido.
  Mi acción podrá interpretarse como un intento deliberado de poner fin a mi vida. Quizás, podría ser. No lo sé. El instante que decidí bajar, me encontraba en tal estado de dolorosa euforia, que ahora no puedo explicar si lo hice por simple aventura desquiciada o por qué. No sé… No lo sé… Sin embargo, debo decir que pese a todo lo que estoy pasando amo mucho a la vida y no creo estar tan loco como para intentar algo descabellado, estúpido e inútil. Eso no aplacaría mi sufrimiento, sino simplemente me quitaría la vida y entonces, sin vida, no podría desentrañar mi tormento… Saber el porqué de muchas cosas… ¿Qué hice mal y por qué?... ¿Si todo es verdadero o simples juegos de la fantasía, de fantasmas creados por mis celos?... Mi espíritu de aventura, de búsqueda de la verdad, por más dolorosa que esta fuese, no me habría permitido suicidarme… En fin, eso creo ahora, hoy. Mañana no sé si cambie de parecer.
  Lo que si es cierto e indudable, es que estaba todavía bajo los efectos del abuso de alcohol de la noche anterior. En ese estado de modorra que no sabes si estás parado sobre la tierra o levitando. Esa mezcla de estar y no estar totalmente en si, llevan a un estado de indiferencia donde el valor y el coraje rasguñan el atrevimiento. Ya nada importa si estás decidido y seguro de lo que vas a hacer. Es el ser héroe habiendo sido alguna vez un poco cobarde… En realidad, creo que estoy escribiendo lo que no debería escribir ya que no sé, ni estoy claro ni seguro sobre lo que verdaderamente siento y soy y, mucho menos, de lo que pasaba por mi mente en ese momento.
  No obstante, pese a no tener una verdadera motivación, estaba decidido a bajar por ese sendero que, decían, era extremadamente peligroso. Y lo hice y regresé, por eso lo estoy contado.
  Así comenzó: Me puse unas botas, mi viejo jean verde oliva y una franela del mismo color, colgué de mi cuello un péndulo hecho con cuarzo de seis aristas y una brújula de aficionados, de esas baratas, y un escapulario con la medallita de La Virgen de la Milagrosa en cuyo reverso estaba la imagen de San Miguel Arcángel, el protector de Carolina, santo del que es muy devota.
  En el bolsillo trasero del pantalón llevaba la cartera con mi documentación y apenas mil bolívares, el móvil, y una linternita. Endosé una gorra negra que en su frente tenía impresa la propaganda de Pirelli y me lancé a la aventura.

PAUSA CONFUSA: No se si escribo en primera, tercera, cuarta o quinta persona. Lo único que sé es que escribo la verdad, sin tiempos ni medida, pero sí con momentos reales y vivos, aunque salpicados de tormento e inconsciencia.

  Enganchado al cinto del pantalón llevaba un cuchillo de supervivencia, de esos que llaman Estilo Rambo, porque en la empuñadura, que es desenroscable, tiene incorporada una brújula (la de mi cuchillo está dañada desde hace bastante tiempo) además de otros implementos, como nylon para pescar, anzuelo y otras cosas que al momento de la verdad, cuando tienes hambre y te sientes perdido, no sirven para nada si no fuiste entrenado para saber cómo utilizarlos.
  ¡Epa!... Faltaba anotar que tenía puestos mis lentes negros Nike, estilo Robocop, y en mi izquierda llevaba un afilado machete.
  A esa hora de la mañana los guariqueños estaban cortando bambúes y troncos hacia el lado derecho de mi cascarita, paralelo al sitio por donde iba a descender. Es el paraje más peligroso y escarpado de esos lados de la montaña. Al verme, me preguntaron adónde iba. Les dije: “En busca de los cunaguaros” y dicho eso me lancé cerro abajo.
  Mientras bajaba abriéndome paso con el machete escuché ruidos como a sesenta metros detrás de mí. Me detuve para oír mejor y de pronto veo a Iván, quien sin ton ni son decidió seguirme. Me pidió el machete y cortando el monte y arbustos que nos impedían el paso, siguió bajando callado. Yo iba atrás, muy cerca. A los pocos minutos otro ruido de ramas rotas. Era Carlos, quien también se nos unió seducido por la aventura. No tendrían más de veintiséis o veintisiete años cada uno y, de los nueve, eran los más fornidos de los guariqueños. Los otros, excepto José Ángel y Pedro, son unos bebés.
  Según Iván, cuando comenzamos el descenso eran como las once y treinta.
  Al principio la pasamos bien. Todo era nuevo, ignoto ante nuestros ojos. Muchas cosas que explorar y de muchas cosas de qué maravillarnos, como de su flora. De los sembradíos naturales de bastón del emperador y su hermoso color escarlata y las aves del paraísos con sus verdes, amarillos y rojos que contrastaban con el paisaje semiselvático. Los había a montones por doquier. Así como las crestas de perico (o algo así).
  Bajamos y bajamos buscando el río, morada de los supuestos cunaguaros, pero nada de los felinos y menos del dichoso río. Estuvimos caminando sin detenernos y remontando un cerro tras otro durante más de tres horas y nada. Sólo sudor, cansancio y mucho sol.
  Llegado un momento caminábamos sin rumbo. No sabíamos dónde nos encontrábamos y tampoco cómo regresar a nuestro punto de partida. Evidentemente estábamos perdidos.
  Confiado en la brújula, de la que estaba súper seguro de que nos sacaría de allí, insistí en seguir adelante a fin de conseguir un camino, aunque fuese diferente, para iniciar el regreso.
  No obstante, lo mío era pura presumida intuición. Hace tiempo que estaba desorientado. No sabía, ni remotamente, donde estábamos. Lo único que sabía en mis adentros es que había perdido el norte. La brújula estaba bien, funcionaba a la perfección, no así yo.
  Antes de salir de la cabaña, al realizar la lectura inicial, cometí un grave error. Con un bolígrafo anoté las coordenadas del punto de partida en la palma de mi mano, pero con el sudor, el agua y todo lo demás, se borró. Lo sé. Eso solo se le ocurre a un… Bueno, digamos que son cosas de la resaca, descuidos de un desesperado. Sin embargo tercamente señalaba que las cascaritas estaban a 140 grados al sureste (quizás me traicionó el subconsciente (¡todo me traiciona!), porque la casa donde vivía con Carolina está al sureste de la capital). La realidad era que las cabañas estaban a 240 grados al suroeste, cosa que supe después. Estúpida y peligrosa confusión. Debí anotarlo en un papel. La próxima vez tomaré esa precaución.


MAÑANA:                                                                                                                
 Los tres sabíamos que estábamos completamente perdidos.

Diego Fortunato

Celine Dion - I'm Alive  - Live in Las Vegas - A New Day DVD.


domingo, 17 de octubre de 2010

23 de agosto (Parte y III).

 Son las 4:25 p.m. según el reloj de mi móvil. Enciendo otro cigarrillo y comienzo a escuchar a Soledad Bravo y ella me dice que La vida no vale nada si cuatro caen por minuto y al fin se decide la jornada… La vida no vale nada si no puedo cambiar lo que me rodea. La vida no vale nada si no es para perecer para que otros puedan disfrutar lo que uno tiene ya…
  ¡Coño, qué carajo! Al menos esta es una canción cubanoide de protesta, que, aunque me afecta por su planteamiento social y humano, no me jode el cerebro con los recuerdos de Carolina. Por ahora, pese a que sigo siendo un revolucionario nato, tengo un problema existencial y de sobrevivencia aún más grave. Estoy librando mi propia revolución, mi propia guerra interior solo, sin más soldados que el silencio y dolor. Las únicas armas que tengo, o me quedan, son un par de bolígrafos viejos y baratos, una vieja agenda y una libreta.
  En mi cenicero cuento ocho colillas, además del que me estoy fumando, que pronto será cadáver de cigarrillo. No recuerdo cuántos cabos bote por la ventana, pero chequeando la primera de las dos cajetillas que tengo, me percato que está por perecer.

PAUSA OBLIGADA: Tengo más de dos horas sin tomar agua. Voy a servirme un vaso. Lo que estoy tomando quema hasta más allá de la traquea.

PAUSA CURIOSA: Un grillito bebé está en el vaso tomando de mí agua. Delicadamente, a fin de no extirparlo con mis toscas manos, lo apartaré para absorber la parte que me toca… ¡Listo! Normalmente cubro la boca del vaso con un CD a fin de no convertirlo en una piscina de moscas y mosquitos. Debo evitar una infección… ¡Es lo único que me faltaría! Lo mismo hago cuando tomo café, pero como la tacita es tan pequeña, encima le pongo la cubierta plástica de un cassette.

  Creo que varias páginas atrás escribía que cuando estaba hablando con Sonia, Robert subió hacia donde estábamos. Entre los chistes que hicimos con motivo de su cumpleaños confesó que estaba llegando al medio cupón, o sea los cincuenta, y que se sentía sumamente realizado ya que había terminado de escribir su tercer libro. Me preguntó que era un machote en términos periodísticos y le expliqué que se trataba de una maqueta, un bosquejo... De un ejemplar de prueba de la revista o periódico por crear y editar. El término se aplica, igual mente, a los libros. También estaba confuso con el significado de prólogo y prefacio que, aunque en definitiva son la misma vaina, cada editor según la edad o terquedad, podrían marcarle diferencias inconfundibles. Literariamente son recursos muy antiguos pero a veces necesarios para introducir al principio de la obra su comprensión y enriquecimiento, más que todo en libros históricos, ensayos... ¡Coño, cómo que estoy lúcido otra vez!... ¿Qué milagro generó este momento de reflexión?... O, Dios, ¿por qué me arrebatas el pensamiento real y luego me sumerges en las profundidades de dolor, de la amargura y el tormento?

PAUSA ALCOHÓLICA: No sé si lo había anotado antes en este Diario, pero confieso que tengo una carterita (recipiente de plata o acero, forrado en piel o no, en el cual se deposita cerca de un cuarto de litro de alcohol, sin importar el grado, marca o color), que una vez me regaló una novia. Rosita se llama y es hermosa, pero tan puta y cariñosa que jamás la olvidaré. La primera vez que estuve con ella, por cierto en ocasión de un partido muy importante de un Mundial de Fútbol, el cual seguí a medias por el televisor del hotel donde nos encontrábamos, quedé perplejo. Después de hacerlo y en ello me esforcé y le imprimí la pasión que sentía en ese momento, ella comenzó a llorar. Me sentí mal, muy mal… Tan mal, que a priori me condené. Creí que había sido un desastre. Atónito, pero reflejando la seguridad en mi mismo que siempre destilo y mucho más en ocasiones difíciles, le pregunté sobre el porqué de las lágrimas. Con una sinceridad viva y espontánea, casi divina, sin dudarlo expresó: “¡Es que tenía mucho tiempo sin saber lo que era un orgasmo!”. Suspire aliviado en mis adentros. Quedé tan satisfecho y estimulado con la respuesta, que lo volvimos a hacer otras tres veces.

  Hoy he tenido algunas divagaciones… ¿Bellas?... ¡No sé!... Me resisto a anotarlas en el Diario… No valen la pena.
  ¡Qué día tan largo y confuso el de hoy, Dios mío! Son las seis y nueve minutos, según mi móvil, el cual reposa silencioso conectado al cargador a la izquierda de donde estoy… ¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y alimañas te das cuenta!... Hasta la más mínima sombra es un lugar de ver, observar y explorar… ¡La soledad es muerte!... La peor de las pestes, de las enfermedades, porque no sólo acaba con tu psiquis sino también con tú cuerpo y tú alma.
  La tarde sigue hermosa, tan bella que su luz parece dibujar la palabra AMOR en las nubes. Yo no estoy igual. Todo me da vueltas. Mi cerebro y la voluntad de escribir están en punto crítico, pero quiero y siento la necesidad de seguir escribiendo. Si ceso de hacerlo, quizá muera, quizás ya no exista, quizá todo acabe. Es la fuerza, la de escribir, la única que me mantiene vivo, que me hace sentir que existo. Por eso siquiera, a veces, quiero dormir, porque no se si voy a despertar. Y, si no despierto, ¿quién va a escribir?
  Principios. Modelos de ser. El hombre. Su furia. La maldad. La inteligencia. La esperanza. El amor… Sí, el amor, la única fuerza que mueve al mundo de forma intangible, es lo que necesito… ¡Amar!... ¿Pero cómo, si tengo una espina en el corazón?... Divagaciones estériles… ¡Padre!... ¿Por qué yo?... La sombra se esconde, huye… La verdad sigue prisionera… ¡Ay, miseria, ay vida!…
  Son las 6:37 p.m. Me tomé cuatro cápsulas naturistas de Vitamina A de 25.000 IU (?). Como son aceitosas, es factible que hagan descorres mis manos con suavidad, aunque ahora estén entumecidas.

PAUSA PASIONAL: Anoche estuve llorando mucho, quizás demasiado. Después quedé dormido, no sé a qué hora y soñé que me cantaban Tenerte en mis manos otra vez… No hay derecho a sufrir así… No aguantaré más… Si no regresas a mí voy a morir… ¡La verdadera cagada!... Hasta mis sueños no son nobles, menos sus letras... Pienso y muero en mi silencio, las palabras están muertas, ya no me dicen nada.

  Voy a hacer pipí. Soledad Bravo me está ahora jodiendo con la canción No llores porque te vas ni porque te alejas… ¡Llora mi corazón!... ¡Joder!... ¿Dios, qué te pasa?... Mi premura por desaguar me dejó sin sentido, sin pensar…
  De aquí en adelante, el caos. El No al entendimiento. Le echo la culpa a los 43.5 grados alcohólicos de la ginebra.

PAUSA ESENCIAL: Este bolígrafo también está muriendo, al igual que yo..., pero seguiré, aunque estoy un poco fastidiado… Me estoy tocando… Suave, con ternura… Es que gusta… ¡Qué bonito y tranquilo está!... Es carne que mágicamente toma posición de combate… ¡Qué reflejos!... ¡Qué instintos tiene la carne cuando piensa en otra carne viva!... ¡Cómo toma vida estando muerto!... Una idea carnal me enciende en su fuego... No se si pueda, aunque valor y ganas no me faltan… Me voy a masturbar con el recuerdo de mis noches con Carolina… No, no puedo… Ayer, mientras dormía y estaba excitado, un pelito que se atravesó por el “capullo”, me causó una leve rasgadura y la molestia, aunque la heridita es casi imperceptible, es grande… Me masturbaré sin dolor cuando se me cure… ¡El amor debe estar lejos del dolor!...

  En estos momentos de mi vida no hay algo que me transporte más que la masturbación… Es un viaje y en el viaje me siento fuera de aquí… Es el viaje del viajero solitario… Al cerrar los ojos, es como estar en otra dimensión… ¡Claro!… Estoy en la dimensión del placer, pero en mi caso es como alcanzar algo divino que está más allá de la conciencia, porque toco el momento y sus imágenes, como si en verdad estuviesen pegadas a mi piel… Tanto es así, que todo queda impregnado de su perfume… Es algo más allá, inclusive, de lo telepático, de lo paranormal, porque el calor de su cuerpo y sus suspiros se adhieren a mi colchón… Es algo mágico e inexplicable, pero ¡cómo nos amamos!
  Son mis sueños alcohólicos. No más pausas. No más de nada. Desfallezco y nadie lo sabe y a nadie le importa. Y, lo peor, si muero, nadie se dará cuenta… Siquiera soy una palabra, quizá un momento, un número… En la montaña apenas somos apariciones… Nadie pregunta y si lo hacen todo se olvida.
  Oh, alcohol maldito. Cierra este capítulo. Enciérrame en la noche bendita y hazme ver el día otra vez… Hazme vivir, quiero ver… Tantas cosas quiero ver…
  Son las 12:54 a.m., según marca el reloj de mi móvil. Otra madrugada sin conciliar sueño, sin paz, llena de recuerdos tristes y sin masturbarme.


MAÑANA: …hay un diablo, uno que pulula entre tu yo y la mente             


Diego Fortunato
 
 

Vivo por ella, Andrea Bocelli y Sandy - Videoclip original.

sábado, 16 de octubre de 2010

23 de agosto. (Parte II).

  En la mañana, luego de asearme y lavar los corotos sucios, limpiar y ordenar un poco la cascarita, me puse a charlar un largo rato con Sonia. Me contó de su vida y amores con Fernando, a quien conoció en el liceo cuando apenas tenía catorce años. En ese entonces eran amigos y confidentes nada más. Aunque a Fernando ella le gustaba mucho, no se atrevió a confesárselo sino siete años después.
  Pasó el tiempo. El vivía en un pueblo situado en el centro del país y ella en otro, hacia al este. Un buen día éste la llamó y se encontraron en el pueblo de ella. Cuando se volvieron a ver, relató Sonia, Fernando la abrazó con el mismo cariño de siempre, pero nada más. Confundida, ella tomó la iniciativa y lo besó apasionadamente. Al separar sus labios le expresó: ¡Hasta cuándo esa timidez, no sabes qué te amo!
  En esa época Fernando vivía, sin estar casado, con una árabe mucho mayor que él, ex esposa de un famoso preparador de caballos de carrera. La relación, aunque sólida, tenía sus contraltos porque la mujer era muy soberbia y dominante. Contó que esa relación, aunque pasada y superada, seguía haciendo mella en sus recuerdos y torturándolos a los dos. Que el domingo pasado discutieron por esa causa. Sonia es muy tierna y amorosa, todo lo contrario de Fernando, quien es basto y ordinario.
  Mientras Sonia contaba su historia, dentro de mi pensaba: “Eso es amor, el verdadero amor sin límites ni fronteras. La entrega total, desprendida de prejuicios y vulgares intereses”.
  No pude resistirme. Me conmovieron tanto sus palabras, que le expresé lo que sentía de viva voz.

PAUSA: Y tú, mi amor, me elevas del suelo… Sólo te pido quererme. Eres mi adoración… ¡Quiéreme!... ¡Quiéreme!... Sólo te pido que me quieras… No te pido una fortuna… Quiero perderme en el abismo de tú piel, suena en estos instantes por la radio. Agarro mi tacita, la lleno hasta el tope de ginebra y la empino de un solo trago hasta el final. No puedo resistir más este gran dolor. Siento que me desgarra por dentro.

  Sonia me relató los sacrificios y las montañas de problemas y vicisitudes que tuvieron que remontar para, al fin, cristalizar su amor y alcanzar la felicidad. Contó tantas cosas hermosas y dulces que por momentos enternecieron mi alma y conmovieron mi espíritu atormentado.
  Dijo que en muchas oportunidades, soportando frío y maltratos de conocidos y extraños, tuvieron que dormir dentro del auto con su bebé (Dánger, que en aquel entonces era aún un cachorro). Palabras, amor, sufrimiento y más palabras. Estuvimos hablando más de una hora sentados en la parte de atrás de su cascarita. Yo, en mi silencio y amor, y con un nudo en la garganta, la escuché embelesado.

PAUSA DE LÁGRIMAS: Gloria Estefan canta Sé que todo terminó. No sé que sucedió… Puedo fingir cuando te veo… Por eso no te olvidaré a pesar de que sufrí… El amor hay que salvarlo pueda… No te olvidaré… Si a mi quieres volver te haré feliz… Si no hay otra solución es mejor decir adiós. Copio la letra con rapidez, aunque me golpea. Esta radio me va a matar de pena. Pareciera que el universo entero conspira contra mí.

  En la tarde, mientras hablaba con Sonia, por los lados del barranco por donde caí, los guariqueños, que se multiplican por diez, construyen otras ocho cascaritas a un paso endiabladamente asombroso.
  Con ellos estaba Robert, quien recién había llegado y le estaba dando algunas instrucciones. Por cierto Nelson, uno de los asistentes de Robert, temprano había dicho que su jefe estaba de cumpleaños. Desde arriba Sonia y yo le gritamos a toda voz su feliz cumpleaños. Después de terminar con los trabajadores, Robert subió a saludarnos. En ese momento pudimos felicitarlo formalmente y, en mi caso, acompañarlo con un abrazo.

PAUSA EXISTENCIAL: Francisco Céspedes en su canción me preguntó: ¿Dónde está la vida?... Luego siguió Armando Manzanero con No se tú… ¿Cómo que en verdad me quieren matar?… ¿Se habrá metido Dios a musicalizar todas las emisoras que sintonizo?... ¡Esto es un atentado a la cordura y al sufrimiento!

PAUSA VITAL: Me quedan apenas menos de cuatro mil bolívares. No importa. Alcanza para otra botella de gin. Voy a comprarla. Tengo la necesidad de noquearme. Son las 3:45 de la tarde. Eso es lo que indica mi reloj, que nunca falla… Pero…, me siento perdido. No sé, en realidad, si hoy es hoy… O si estoy contando y escribiendo lo de ayer hoy o lo estoy haciendo simultáneamente hoy, en este instante, con los eventos ¡en vivo!, como dicen en la TV. Pero así no puede ser porque normalmente escribo en las noches lo que me sucedió en el día. No entiendo… La verdad es que estoy abandonado hasta por tiempo. Al parecer siquiera el me quiere. Bueno, me da igual, ya que para mí ya no existe el tiempo, como tampoco las horas ni los días. Ellas son absurdas y si no fuese por mi móvil no sabría en qué día estoy viviendo. Es la única referencia que tengo para mis anotaciones en el Diario… Seguramente debo estar escribiendo lo de hoy pero haciendo gala del recuerdo… Bueno, mejor es dejarlo de ese tamaño. Además, ¿a quién carajo le importa?… La vita é come la scala di un pollaio: corta e piena di merda (La vida es como la escalera de un gallinero: corta y llena de mierda), como dicen los napolitanos, pero la mía parece ser aún más corta y más sucia.

OTRA PAUSA. LA DEL NOCAUT: Mientras me ponía la chaqueta (¿cuál?) comenzó a sonar Perdóname si te estoy llamando en este momento, pero quería sentir tu respiración… Cariño mío sin ti me siento vacío… Las noches me saben a puro dolor… Me estoy muriendo por verte… Estoy agonizando… Devuélveme la vida… Devuélveme mi fantasía, mis ganas de vivir la vida… Devuélveme el aire… ¡Es como para noquearse, no!

  Empaqué la basura para botarla cuando pase junto al depósito de recolección que está a unos seiscientos metros de mi cascarita, hacia la carretera de asfalto y única salida, en auto, rústico o a pie, de la montaña.
  Al regresar -el viaje es corto- me crucé con un hombre de barba larga y cana peinada al estilo hindú que siempre anda caminando cerro abajo por la vía terrosa. Lo he visto en varias ocasiones y me llama mucho la atención. Su apariencia me infunde un respeto interior que no sé cómo describirlo. Es flaco y desgarbado. A primera vista parece un vagabundo, pero a medida que lo veo más de cerca, su rostro y porte semejan a uno de esos profetas que he visto en las películas bíblicas, tanto en televisión como en el cine. Para mí ese es el único patrón físico que tengo de los profetas, ya que, al parecer, es la mejor, o la única, descripción “viva” de ellos.
  Siempre que lo veo, al superarlo con el auto, me hago la señal de la cruz al tiempo que elevo una oración al cielo para que Dios lo proteja. Por estos parajes he visto muchos hombres con aspecto parecido, tanto en su delgadez, barba y semblante profético, aunque ninguno como la de éste, en especial, ya que por su lento caminar parece estar suspendido en el aire, a muy corta distancia del suelo.

PAUSA LOCA: Django me acaba de dar en la madre con A esa loca que yo amaba (¡y amo!)… La quisiera olvidar o que volviera esa loca que no olvido… Yo quisiera olvidarla o que volviera o que en el mundo existiera otra igual o parecida a esa loca que yo amaba.

  Definitivamente voy a apagar la radio y poner el CD de Soledad Bravo titulado Canciones de la Nueva Trova cubana. (Otro trago largo…, como un suspiro).

SIGUEN LAS PAUSAS: Aunque mi intención no era hacerles daño, tomé el Raid (mata zancudos, cucarachas, moscas y demás. Estas últimas son las que más me joden) y rocié un poco sobre ellas, pero siguen como si nada, como si les hubiese echado Chanel.

  Francisco, el joven el carpintero-administrador, o viceversa, ya que dijo que se había titulado de Administrador en España, está barnizando el closet y los mesones de madera de la cocina de Sonia, los cuales estaban como casi todos los de las cascaritas, repletas de diminutos hongos. Por estos lados hay mucha humedad. ¡Es el paraíso de la humedad!

  Sonia no se aparta de su lado, exigiendo cada detalle. Por eso es que hoy se quedó sola en la montaña.

MAÑANA:                                                                                                             
¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y alimañas te das cuenta!...


Diego Fortunato






SOFIA LOREN "Tu vuò fa l'americano" y "Karina" Show musical.