miércoles, 20 de octubre de 2010

25 de agosto. (Parte I).

  Anoche me acosté temprano, a eso de las ocho y media de la noche. A la media hora un fuerte calambre, que me torció hasta arriba el dedo gordo del pie derecho, con dolor reflejo extensivo hasta el muslo, me hizo levantar de golpe. Comencé a caminar por mi pequeña cascarita, pero el dolor no se me quitaba y el dedo del pie seguía apuntado tieso hacia mi cara… ¡Coño, qué dolor!  Hoy desperté full deprimido. Quiero huir de la montaña y de todo lo que huela a ella.


PAUSA DE CANSANCIO: Son las 2:35 de la tarde del viernes 25. He fumado ya mucho y sólo tengo en el estómago las sobras de la pasta con atún de ayer, las cuales utilicé como desayuno. Además, como dije, estoy muy deprimido por algunos acontecimientos.

  No sé si echarme en la cama, fumarme otro cigarrillo y pensar si prepararme o no algo de comer. No lo sé… Indecisión turbadora…
 Por ahora me quedó aquí, atado al Diario. Estoy releyendo mi lista de deseos. En su libro Las siete leyes espirituales del éxito (de la vida), el cual tengo parcialmente subrayado, Deepak Chopra recomienda hacerlo.
 Desde que los escribí en una hoja de papel, el cual posteriormente doblé meticulosamente en ocho partes, la guardé debajo del cargador de mi celular que está sobre el mesón, a la izquierda de donde estoy escribiendo ahora. Lo hice con el propósito de tenerla siempre a la vista. La hoja en la cual redacté el gran sueño de mi vida la arranqué de una libreta. Es una hoja común y corriente tamaño carta, color violácea y con el dibujo de un corazón del mismo tono, pero en degrades, estampado en el centro. Forma parte del material de propaganda sobre el control de la hipertensión de un conocido laboratorio médico. El diecisiete de agosto escribí sobre esa hoja los seis deseos primordiales de mi vida. Ayer le agregué un séptimo. El texto es el siguiente:

MIS DESEOS

1) Ser feliz y amar al prójimo como a mí mismo.

2) Tener una quinta-museo, con todo el confort apetecible del mundo, en La Manzanita Country Club.

3) Lograr éxito como pintor.

4) Alcanzar notoriedad como novelista y escritor.

5) Que, a través de todos estos deseos, pueda darle felicidad, amor y paz a mi familia, amigos y a todos los semejantes que se me acerquen para que yo, a través de la Sabiduría Divina de Dios, los haga felices y convierta en seres que siembren paz, bondad y amor por en el mundo.

6) ¡Salud! Mucha salud espiritual, mental y física.

7) Volver con Carolina y vivir con ella un matrimonio lleno de dicha y felicidad.

 Dado, escrito y archipensado, el diecisiete del mes de agosto del año dos mil, en Las cascaritas, al sureste de las montañas de Turgua.

PAUSA ACCIDENTAL: Mientras terminaba de transcribir mis deseos en el Diario, Antonello, el siciliano, a quien -y que me perdone Luna- le hace falta otro tipo de mujer a su lado, si no nunca saldrá del hoyo en el que se encuentra, se asomó por mi ventana trasera y me pidió, en estado verdaderamente alarmante, para no decir deprimente, un vaso de agua mineral. Aquí el que toma agua de tubería y abusa en ello, corre con el peligro de contraer bilharzia, diarreas u otras enfermedades, sin mencionar el cólera, que siempre anda danzando por ahí. Le llené el vaso. También le ofrecí pasta, diablitos, atún, aceite de oliva, legumbres y lo que quisiese si le hacia falta. A los cinco minutos, o menos, volvió a asomarse.

  –Scusa.Un altro bicquiere d’acqua– manifestó en italiano mientras me extendía el mismo vaso plástico color naranja que le había llenado momentos antes.
  Le expresé que en la tarde había comprado un botellón (18 litros) y que si tenía un recipiente más grande se lo llenaría.
  Luego, suponiendo que el agua era para hacer una pasta, le ofrecí mi olla. (Va con “h” o sin “h”. Me refiera a cómo se escribe olla. Bueno, me da igual). Lo sé. Estoy perdiendo facultades y unos cuantos millones de neuronas con tanto alcohol barato que ingiero.
  No está en mí juzgarlos, pero creo que Luna y Antonello están dañados, muy dañados. Lo sé, no soy nadie, ni tengo autoridad para emitir juicio alguno, menos ahora. Aunque meses atrás me creía un ser casi perfecto y con capacidad de todo, de ser juez y el verdugo a la vez, ahora entiendo mi error y estupidez. ¡Qué cagada!... ¡Qué perversa prepotencia domina a veces pasajes de nuestras vidas y no nos damos cuenta del desatino sino hasta la hora de la muerte! Bueno, la cosa es que presiento que ambos, además de alcohol, utilizan drogas. ¡Qué Dios me perdone, pero es lo que creo!
  Sus ojos enrojecidos, más que todo los de Antonello, y la serie de tatuajes que se hizo recientemente Luna en manos y piernas (al menos son los que he podido ver), me arrastran a este apresurado juicio. No los critico. Ese es su problema, aunque lamento no poder ayudarlos, aunque el instinto animal que los humanos tenemos adormecido en nuestros cerebros, me indica que debo estar alerta. Hay mucha desesperación en sus rostros. A lo mejor ellos pensarán igual de mí, no obstante debo hacerle caso a mi intuición. No porque en realidad me importe mucho su vicio o que su proceder vaya de alguna forma a perjudicarme, mucho menos en esta desolada y triste montaña, sino por mis principios, por la forma en que fui educado. ¿Bien, regular o mal? No lo sé, ni eso importa ahora. Pero el sentido moral que creció, desarrolló, vivió y vive dentro de mí desde que era niño, difícilmente se pueden transgredir, olvidar o tirar al cesto de la basura en el momento que lo desee porque, simplemente, está cincelado con tinta indeleble e indestructible en mí ser. No existe nadie en el universo, ni tampoco jamás existirá, que pueda borrar el tatuaje moral grabado en mí conciencia.

PAUSA IMPORTANTÍSIMA: Había olvidado anotar en este Diario que encima del rústico “closet” de madera de mi cascarita acomodé unos portarretratos. En uno de peltre, que en alto relieve tiene grabada la imagen de un golfista en pleno swing, tengo a Dorian disfrazado de osito (fue hecho con tela amarilla y roja). La foto la tomé durante el Carnaval de este mismo año. En una de las equinas del portarretrato le incrusté una tarjetita de Anne Geddes en forma de huevo, de cuyo cascarón, resquebrajado en su extremo superior, se asoma el rostro de un lindo bebé. Es la tarjeta del Día del Padre de mi querido Dorian. Por supuesto, la compró y escribió Carolina. Decía: Papi… ¡Feliz día! Yo soy la apertura a la nueva vida que nació conmigo y que te regalo… Soy tu cascarón al… Tú lo pondrás en el futuro. ¡Feliz día! 18/06/2000. Eso era todo. Hace pocos días, no sé cuántos, a los puntos suspensivos que Carolina dejó en blanco, en el espacio sin escribir, lo continué y garabateé la palabra amor.

  A la izquierda del portarretrato coloqué una ardillita gris hecha de fieltro sostenida sobre una base plástica roja en forma de corazón, en cuyo interior, en letras blancas, decía: “Todo sería mejor si estuvieras conmigo”. Esa ardillita me la habían regalado cuando todavía vivía con Carolina. La había puesto sobre el televisor que estaba en la habitación principal. En la misma donde dormíamos, nos amábamos y soñábamos Carolina y yo cuando no había turbulencia en nuestros corazones. Luego de un tiempo, por decisión de Carolina, fue a parar dentro de una cesta que estaba a un lado del lavamanos “mío”. Escribo “mío” entrecomillas porque cuando Carolina remodeló el pent-house donde viviríamos después de casarnos, a un lado del dormitorio principal hizo construir una gran baño donde, además de una pequeña bañera circular, hizo poner dos lavamanos separados uno del otro por poco más de medio metro. Uno era de ella y el otro, supuestamente “mío”. Aunque siempre me recordaba que el apartamento y todo lo que estaba adentro era suyo.
  Sobre el listón de madera que funge de “repisa” del pequeño closet de mi cascarita, cerca del portarretrato de Dorian coloqué un carrito verde, un “draguns” de plomo que pertenece a una colección de autos en miniaturas que mi amiga Nina Plavovic llevó como obsequio cuando fue a visitarlo. En ese entonces Dorian tenía ya diez meses de nacido. A la izquierda, tapando un bolsón de palos de golf en alto relieve que forma parte del marco de otro portarretrato, dispuse, un poco desordenadamente, un pequeño Mickey Mouse de fieltro, de los que obsequian en los McDonald. Sobre el mismo tablón, al lado de la foto de Dorian, ubiqué un portarretrato dorado, muy hermoso y brillante, con una foto en blanco y negro, de esas antiguas, de mi madre en su época juvenil. En la época en que todavía Carolina y yo no amábamos estaba en “mi” estudio de pintura. Finalmente, a fin de darle un “acabado” impecable a ese rincón de la cascarita, cerré la “decoración” ubicando a la derecha de la foto de mi madre, una foto de Carolina y mía enmarcada en un portarretrato plateado, el cual tenía en casa sobre la mesita de noche de mi lado. En la estampa se nos veía felices. Estábamos sentados abrazados en la mesa de un romántico restaurante de Nueva York, al otro lado del Hudson. A nuestras espaldas se distinguía la Torre Crysler y otros rascacielos. Esa “hermosa y tierna” imagen también fue pasto de la hoguera de odio y desamor que hice con todas las fotos que tenía de ella. Antes, por supuesto, recorté el pedazo donde aparecía yo. ¡No me quería ir a podrir en el infierno donde iba ella! Fue el mismo día que rodé hasta el fondo del barranco. ¿Habrá sido por malo, perverso o un castigo del Altísimo? Esa foto, ya incinerada y que réquiem descanse en paz, la sustituí en el portarretrato por una del el bautizo de Dorian que tenía guardada entre los folios de mi agenda.

P/D A ESTA PAUSA: Aún conservo fotos de Carolina. Las escondí en un álbum que al abrirlo se despliega en cuatro alas. Allí sólo tenía fotografías de cuadros. No las destruiré.

SEGUNDA P/D A LA PAUSA ANTERIOR: Entre los portarretratos coloqué la pequeña Biblia de bolsillo. Está abierta de par en par en las páginas 318 y 319 correspondiente al Capítulo 13 de la primera epístola del apóstol San Pablo a los Corintios. Así concluyo esta pausa. Era lo más importante que quería escribir y describir al referirme a las fotos, pero la mano de Dios me lo hizo anotar de último… ¡Qué Dios los bendiga y les de paz y amor a todos!

MAÑANA:                                                                                         
...¡Dios, quiero ver!... ¡Ilumina mis ojos y corazón!



BURKA - LIBERTAD (Nabucco de Verdi) - Nana Mouskouri.

martes, 19 de octubre de 2010

24 de agosto. (Parte y II).

  Sin sospechar que estaba desorientado, Iván y Carlos me seguían sin chistar. Seguían creyendo en mis “habilidades” por la seguridad que imprimía en cada una de mis palabras. Pero la realidad era otra. Estábamos perdidos. Yo lo sabía, pero no se los dije porque tenía la esperanza que de seguir subiendo podríamos ubicar las cascaritas.
  Comenzamos a subir montañitas. Una tras otra. Cuando terminábamos de subir una creyendo que era la última, al llegar, frente a nosotros veíamos otra, aún más alta.
  Ya no había que decir nada. Los tres sabíamos que estábamos completamente perdidos. Temíamos que la noche nos atrapase en esa fosa. De ser así y necesitar ser rescatados, nadie sabría siquiera dónde comenzar a buscarnos porque dimos muchas vueltas. Yo, al menos, no recordaba los sitios por los que pasamos. Quizás por el cansancio, quizás por la presunción de que no hacía falta recordar nada porque sería fácil salir de allí. Estaba equivocado. Muy equivocado. En todo caso, de no poder conseguir el camino de regreso, tenía el celular. Llamaría a Robert y le daría algunas pistas para que nos encontrasen.
  A fin de aplacar un poco la sed, comencé a absorber el néctar de algunas cayenas silvestres que encontraba a mi paso, cuya flor después mastica y comía. Eso calmaba el ansia y la urgente necesidad de bocado. Tenía días alimentándome mal y la poca reserva energética que tenía mi cuerpo la dejé en la montaña. Por más que insistí, mis compañeros de aventura no quisieron probarlas.
  Caminabamos extenuados, sedientos y, como dije arriba, con un hambre infernal. No sé como se veían nuestros rostros, pero presumo que tenían expresión de terror.
  Durante los ascensos pensé que de un momento a otro me daría un infarto. De la vanguardia pasé a la retaguardia. A veces, me detenía por segundos para que el ritmo de mi corazón aminorara un poco su traqueteo. Los guariqueños se detenían a esperarme metros más adelante. Aunque había perdido toda credibilidad ante ellos, de pronto les dije que no deberíamos seguir subiendo, sino bajar. Mi agotamiento era tal, que creí que de un momento a otro no daría un paso más. Que no lo lograría. Que no llegaría hasta el final de aquel cerro, el cual era bastante alto, y que ese final también sería el mío.
  Mientras avanzábamos, nuestros ojos trataban de ubicar un punto de referencia que nos orientara, pero nada. Desde lo alto de una de las montañas Iván divisó a lo lejos unos naranjales. Muy seguro de sí mismo afirmó que la finca de Robert quedaba por esos lados. Ya pasaban las tres de la tarde. Debido a la hora, el mismo Iván sugirió que lo mejor era regresar por el mismo camino que momentos antes habíamos dejado e ir hacia los naranjales. Carlos y yo asentimos.
  Bajamos y pronto entre la enramada nos topamos con un destartalado ranchito. Había sido abandonado desde hace bastante tiempo por quién sabe quién. En el suelo, bordeando el rancho, vimos una plantío de tomaticos silvestres en su punto exacto de maduración. Aunque eran del tamaño de una uva, mitigaron parte de nuestra sed y hambre. Mientras los comíamos divisamos otro apetitoso manjar: dos pequeños árboles repletos de limonsones, especie de naranja con injerto de limón. Uno sólo estaba maduro. Los corté con mi cuchillo y repartí entre los tres. Nos los comimos con apetito voraz.
  En la mañana, cuando bajábamos, percibimos en las profundidades del bosque el ruido de un riachuelo. Aunque no llegamos a ver ni una gota de su agua debido a la espesura, sabíamos que estaba allí. Gracias al cielo lo volví a escuchar. También vi una vereda muy similar por la que habíamos pasado. Se los dije y los tres pusimos nuestros oídos en estado de alerta.
  A pocos metros escuchamos el suave murmullo de pequeñas caídas de agua. ¡Allí estaba el río! Corrimos y bebimos hasta saciar toda nuestra sed y lavarnos con ese vital y preciado líquido cara, manos y cuerpo.
  Felices, pero preocupados, comenzamos el retorno río arriba. Encharcándonos de pies a cabeza fuimos escalando las resbaladizas piedras llenas de musgo y moho. Algunos resbalones, pero ninguno de nosotros perdió la vertical. De los cunaguaros nada. Sólo una bella, silenciosa y extasiante vegetación.
  Cuando solventar las gigantescas rocas se nos hizo ya imposible, dejamos el cauce del río y comenzamos a subir por un sitio muy empinado, buscando siempre una vereda paralela. El corazón casi se nos salía del pecho a los tres. Los latidos hacían eco en ese mortuorio silencio.
  Desde hace bastante tiempo iba con el torso desnudo. Había afianzado parte de la franelilla debajo de la gorra para que el resto me protegiese el cuello y parte de los hombros del sol. ¿El suéter?... ¡Quién me mandó a llevarlo! Colgando del cinturón, donde lo había anudado a fin de tener las manos libres. Los lentes nike, que tenía enganchados por una de sus patas debajo de la correa pasaron a mejor vida. Al inclinarme para pasar debajo de un tronco escuché el inconfundible track que hizo trizas a una de sus patas. A despecho mío los boté un poco más adelante.
  El regreso se hizo tan largo que mis piernas no querían responder. El asunto de los cunaguaros se había borrado de nuestras memorias y pensamientos, pero gracias a Dios, estábamos por salir de esa pesadilla. Lo único que queríamos era estar arriba, seguros y descansar.
  Los más agotados éramos Carlos y yo. Iván no lo parecía tanto, aunque a escasos kilómetros de las cabañas confesó estar molido.
  Poco antes de llegar, por la vereda que subíamos Carlos vio una serpiente cazadora oculta entre unos troncos de bambú podridos. Con sus demoníacos ojos seguía cada uno de nuestros pasos. El joven guariqueño alzó la rama que utilizaba, al igual que yo, como cayado y punto de apoyo, y le lanzó un garrotazo. Esta se rompió y sibilina la culebra corrió a refugiarse en la espesura.
  Al fin, unos cuantos metros más y estábamos en terreno conocido. Mientras pasábamos frente al grupo 16 de las cascaritas (yo vivía en una en el grupo 18), Nelson, su mamá y otros trabajadores que trataban a duras penas meter un fajo de bambúes dentro de un destartalado jeep, se asombraron al vernos.
  Iván y Carlos se quedaron ahí. Habían llegado a sus “casa”. Muy cerca de la residencia principal de la finca. Vivían en una suerte de caballeriza sin uso. Ese era su hogar y dormitorio. Proseguí hacia arriba solo. Faltándome apenas unos doscientos metros, una de mis piernas casi se encalambra y deja de responder a mis requerimientos. Tuve que “regañarla” para que siguiese caminando.
  Una vez en la cascarita, tomé mucha agua, me desvestí, lavé toda la ropa: botas, medias y ropa interior (menos el suéter) y la puse a secar. Luego me preparé una pasta corta (plumitas), a las cuales le vacié una latica de atún para darle sabor. Saciada el hambre, tomé un largo baño.
  Deberían ser cerca de las seis de la tarde. Estaba agotado y con dolores en las extremidades. Me tendí sobre la cama, puse las piernas en alto a fin de recuperar fluidez en la circulación, pero uno calambritos me obligaban a deshacer esa posición e incorporarme de la cama en el acto. Luego de unos cuantos pasos, el dolor se atenuaba.


MAÑANA:                                                                         
…escribí sobre esa hoja los seis deseos primordiales de mi vida.


Renato Carosone -  Tu Vuò Fa' L'Americano.
(Para disfrutarlo, reírse un rato y aprender).
http://www.youtube.com/watch?v=BqlJwMFtMCs

lunes, 18 de octubre de 2010

24 de agosto. (Parte I)

   Desperté temprano. Apenas dormí un par de horas o quizás un poco más.
  Aunque estoy aturdido por la noche de ayer, puedo pensar bien. Soy yo mismo, al menos eso creo. Me acabo de chupar un lexo, eso me tranquiliza casi como por arte de magia. Al momento de disolver bajo el paladar la pastilla, se realiza el “milagro”. Es como si un timbre sonara en tú interior y el subconsciente baja sus niveles de revolución interior y la paz vuele a tú espíritu.
  Por supuesto que la dichosa pastilla no obra así de rápido y no tiene nada de “milagrosa”. Lo único milagroso que en realidad existe es tú propia mente, que es más poderosa que un millón de drogas juntas si la sabes utilizar para bloquear o erigir lo que quieras. El milagro, el más grande de los milagros vivos y conscientes, es la mente.
  Pero hay un diablo, uno que pulula entre tu yo y la mente, y se llama conciencia. Muchos, cuando la muerte llega, a la conciencia la llaman espíritu. De esa misma forma, o algo parecido, funciona cuando la mente se debate entre pastillas y subconsciente.
  No hay uno ni lo otro. No puedo absorber conciencia ni espíritu si no soy digno de mi mismo. Sepan que el hombre es un animal social que no resucita si asume que su mente muerta está...
  Últimamente me da por llorar en las mañanas, igual pasa cuando estoy muy tomado. Es una sensación nueva, cuyos efectos “curativos” estoy empezando a descubrir. Antes no era así, ahora lo soy. Yo nunca lloraba, ahora lo hago casi por nada y con frecuencia. Me hace bien. Es como si arrojara por los ojos todo el dolor y las penas que tengo dentro. Refresca un poco mi ser y mi mente atormentada.
  El cristofué se alejó… Me abandonó. Quizás emigró. Se fue de este desesperado lugar. En estas montañas no hay nada, sólo penas. Ahora siquiera puedo escuchar su canto recriminatorio en las mañanas. Hubo un momento en que quería deshacerme de el a toda costa, ahora lo añoro… Añoro su canto de vida… Añoro su camuflaje… Añoro su cercanía.
  La vida en la montaña es dura. Los elementos la hacen aún más insoportable, mucho más viviendo en las endebles cascaritas. Primero el viento y el frío, luego la lluvia y en el verano el fuego del sol y los incendios, para seguir con las inundaciones de octubre y otra vez los desalmados chubascos... Es fuerte…
  Enjugué mis lágrimas y preparé una tortilla a la española con las papas que había salcochado ayer. Fue mi desayuno. Luego comencé a vestirme lentamente mientras pensaba en los cunaguaros (especie de pequeños tigres americanos) que, me dijeron, había por montones montaña abajo, hacia una pequeña selva donde confluyen varios silenciosos riachuelos.
  Desde hace días tengo ganas de bajar montaña abajo. La idea me seduce, y mucho. No puedo aguantar ese incontenible deseo de ir hacia aquel ignoto lugar que, aseguran, se encuentra al final del cerro, después de pasar un intrincado y oscuro bosque lleno de gigantescos y tupidos árboles.
  Hoy lo decidí. Voy a descender por el escabroso sendero alfombrado de mohosas hojas secas, aunque dicen que nadie se ha atrevido a bajar por allí. No pretendo ser un pionero, eso me importa un bledo. Sólo quiero, si es que en verdad voy a morir dentro de poco, una muerte noble, digna y sin sentido.
  Mi acción podrá interpretarse como un intento deliberado de poner fin a mi vida. Quizás, podría ser. No lo sé. El instante que decidí bajar, me encontraba en tal estado de dolorosa euforia, que ahora no puedo explicar si lo hice por simple aventura desquiciada o por qué. No sé… No lo sé… Sin embargo, debo decir que pese a todo lo que estoy pasando amo mucho a la vida y no creo estar tan loco como para intentar algo descabellado, estúpido e inútil. Eso no aplacaría mi sufrimiento, sino simplemente me quitaría la vida y entonces, sin vida, no podría desentrañar mi tormento… Saber el porqué de muchas cosas… ¿Qué hice mal y por qué?... ¿Si todo es verdadero o simples juegos de la fantasía, de fantasmas creados por mis celos?... Mi espíritu de aventura, de búsqueda de la verdad, por más dolorosa que esta fuese, no me habría permitido suicidarme… En fin, eso creo ahora, hoy. Mañana no sé si cambie de parecer.
  Lo que si es cierto e indudable, es que estaba todavía bajo los efectos del abuso de alcohol de la noche anterior. En ese estado de modorra que no sabes si estás parado sobre la tierra o levitando. Esa mezcla de estar y no estar totalmente en si, llevan a un estado de indiferencia donde el valor y el coraje rasguñan el atrevimiento. Ya nada importa si estás decidido y seguro de lo que vas a hacer. Es el ser héroe habiendo sido alguna vez un poco cobarde… En realidad, creo que estoy escribiendo lo que no debería escribir ya que no sé, ni estoy claro ni seguro sobre lo que verdaderamente siento y soy y, mucho menos, de lo que pasaba por mi mente en ese momento.
  No obstante, pese a no tener una verdadera motivación, estaba decidido a bajar por ese sendero que, decían, era extremadamente peligroso. Y lo hice y regresé, por eso lo estoy contado.
  Así comenzó: Me puse unas botas, mi viejo jean verde oliva y una franela del mismo color, colgué de mi cuello un péndulo hecho con cuarzo de seis aristas y una brújula de aficionados, de esas baratas, y un escapulario con la medallita de La Virgen de la Milagrosa en cuyo reverso estaba la imagen de San Miguel Arcángel, el protector de Carolina, santo del que es muy devota.
  En el bolsillo trasero del pantalón llevaba la cartera con mi documentación y apenas mil bolívares, el móvil, y una linternita. Endosé una gorra negra que en su frente tenía impresa la propaganda de Pirelli y me lancé a la aventura.

PAUSA CONFUSA: No se si escribo en primera, tercera, cuarta o quinta persona. Lo único que sé es que escribo la verdad, sin tiempos ni medida, pero sí con momentos reales y vivos, aunque salpicados de tormento e inconsciencia.

  Enganchado al cinto del pantalón llevaba un cuchillo de supervivencia, de esos que llaman Estilo Rambo, porque en la empuñadura, que es desenroscable, tiene incorporada una brújula (la de mi cuchillo está dañada desde hace bastante tiempo) además de otros implementos, como nylon para pescar, anzuelo y otras cosas que al momento de la verdad, cuando tienes hambre y te sientes perdido, no sirven para nada si no fuiste entrenado para saber cómo utilizarlos.
  ¡Epa!... Faltaba anotar que tenía puestos mis lentes negros Nike, estilo Robocop, y en mi izquierda llevaba un afilado machete.
  A esa hora de la mañana los guariqueños estaban cortando bambúes y troncos hacia el lado derecho de mi cascarita, paralelo al sitio por donde iba a descender. Es el paraje más peligroso y escarpado de esos lados de la montaña. Al verme, me preguntaron adónde iba. Les dije: “En busca de los cunaguaros” y dicho eso me lancé cerro abajo.
  Mientras bajaba abriéndome paso con el machete escuché ruidos como a sesenta metros detrás de mí. Me detuve para oír mejor y de pronto veo a Iván, quien sin ton ni son decidió seguirme. Me pidió el machete y cortando el monte y arbustos que nos impedían el paso, siguió bajando callado. Yo iba atrás, muy cerca. A los pocos minutos otro ruido de ramas rotas. Era Carlos, quien también se nos unió seducido por la aventura. No tendrían más de veintiséis o veintisiete años cada uno y, de los nueve, eran los más fornidos de los guariqueños. Los otros, excepto José Ángel y Pedro, son unos bebés.
  Según Iván, cuando comenzamos el descenso eran como las once y treinta.
  Al principio la pasamos bien. Todo era nuevo, ignoto ante nuestros ojos. Muchas cosas que explorar y de muchas cosas de qué maravillarnos, como de su flora. De los sembradíos naturales de bastón del emperador y su hermoso color escarlata y las aves del paraísos con sus verdes, amarillos y rojos que contrastaban con el paisaje semiselvático. Los había a montones por doquier. Así como las crestas de perico (o algo así).
  Bajamos y bajamos buscando el río, morada de los supuestos cunaguaros, pero nada de los felinos y menos del dichoso río. Estuvimos caminando sin detenernos y remontando un cerro tras otro durante más de tres horas y nada. Sólo sudor, cansancio y mucho sol.
  Llegado un momento caminábamos sin rumbo. No sabíamos dónde nos encontrábamos y tampoco cómo regresar a nuestro punto de partida. Evidentemente estábamos perdidos.
  Confiado en la brújula, de la que estaba súper seguro de que nos sacaría de allí, insistí en seguir adelante a fin de conseguir un camino, aunque fuese diferente, para iniciar el regreso.
  No obstante, lo mío era pura presumida intuición. Hace tiempo que estaba desorientado. No sabía, ni remotamente, donde estábamos. Lo único que sabía en mis adentros es que había perdido el norte. La brújula estaba bien, funcionaba a la perfección, no así yo.
  Antes de salir de la cabaña, al realizar la lectura inicial, cometí un grave error. Con un bolígrafo anoté las coordenadas del punto de partida en la palma de mi mano, pero con el sudor, el agua y todo lo demás, se borró. Lo sé. Eso solo se le ocurre a un… Bueno, digamos que son cosas de la resaca, descuidos de un desesperado. Sin embargo tercamente señalaba que las cascaritas estaban a 140 grados al sureste (quizás me traicionó el subconsciente (¡todo me traiciona!), porque la casa donde vivía con Carolina está al sureste de la capital). La realidad era que las cabañas estaban a 240 grados al suroeste, cosa que supe después. Estúpida y peligrosa confusión. Debí anotarlo en un papel. La próxima vez tomaré esa precaución.


MAÑANA:                                                                                                                
 Los tres sabíamos que estábamos completamente perdidos.

Diego Fortunato

Celine Dion - I'm Alive  - Live in Las Vegas - A New Day DVD.


domingo, 17 de octubre de 2010

23 de agosto (Parte y III).

 Son las 4:25 p.m. según el reloj de mi móvil. Enciendo otro cigarrillo y comienzo a escuchar a Soledad Bravo y ella me dice que La vida no vale nada si cuatro caen por minuto y al fin se decide la jornada… La vida no vale nada si no puedo cambiar lo que me rodea. La vida no vale nada si no es para perecer para que otros puedan disfrutar lo que uno tiene ya…
  ¡Coño, qué carajo! Al menos esta es una canción cubanoide de protesta, que, aunque me afecta por su planteamiento social y humano, no me jode el cerebro con los recuerdos de Carolina. Por ahora, pese a que sigo siendo un revolucionario nato, tengo un problema existencial y de sobrevivencia aún más grave. Estoy librando mi propia revolución, mi propia guerra interior solo, sin más soldados que el silencio y dolor. Las únicas armas que tengo, o me quedan, son un par de bolígrafos viejos y baratos, una vieja agenda y una libreta.
  En mi cenicero cuento ocho colillas, además del que me estoy fumando, que pronto será cadáver de cigarrillo. No recuerdo cuántos cabos bote por la ventana, pero chequeando la primera de las dos cajetillas que tengo, me percato que está por perecer.

PAUSA OBLIGADA: Tengo más de dos horas sin tomar agua. Voy a servirme un vaso. Lo que estoy tomando quema hasta más allá de la traquea.

PAUSA CURIOSA: Un grillito bebé está en el vaso tomando de mí agua. Delicadamente, a fin de no extirparlo con mis toscas manos, lo apartaré para absorber la parte que me toca… ¡Listo! Normalmente cubro la boca del vaso con un CD a fin de no convertirlo en una piscina de moscas y mosquitos. Debo evitar una infección… ¡Es lo único que me faltaría! Lo mismo hago cuando tomo café, pero como la tacita es tan pequeña, encima le pongo la cubierta plástica de un cassette.

  Creo que varias páginas atrás escribía que cuando estaba hablando con Sonia, Robert subió hacia donde estábamos. Entre los chistes que hicimos con motivo de su cumpleaños confesó que estaba llegando al medio cupón, o sea los cincuenta, y que se sentía sumamente realizado ya que había terminado de escribir su tercer libro. Me preguntó que era un machote en términos periodísticos y le expliqué que se trataba de una maqueta, un bosquejo... De un ejemplar de prueba de la revista o periódico por crear y editar. El término se aplica, igual mente, a los libros. También estaba confuso con el significado de prólogo y prefacio que, aunque en definitiva son la misma vaina, cada editor según la edad o terquedad, podrían marcarle diferencias inconfundibles. Literariamente son recursos muy antiguos pero a veces necesarios para introducir al principio de la obra su comprensión y enriquecimiento, más que todo en libros históricos, ensayos... ¡Coño, cómo que estoy lúcido otra vez!... ¿Qué milagro generó este momento de reflexión?... O, Dios, ¿por qué me arrebatas el pensamiento real y luego me sumerges en las profundidades de dolor, de la amargura y el tormento?

PAUSA ALCOHÓLICA: No sé si lo había anotado antes en este Diario, pero confieso que tengo una carterita (recipiente de plata o acero, forrado en piel o no, en el cual se deposita cerca de un cuarto de litro de alcohol, sin importar el grado, marca o color), que una vez me regaló una novia. Rosita se llama y es hermosa, pero tan puta y cariñosa que jamás la olvidaré. La primera vez que estuve con ella, por cierto en ocasión de un partido muy importante de un Mundial de Fútbol, el cual seguí a medias por el televisor del hotel donde nos encontrábamos, quedé perplejo. Después de hacerlo y en ello me esforcé y le imprimí la pasión que sentía en ese momento, ella comenzó a llorar. Me sentí mal, muy mal… Tan mal, que a priori me condené. Creí que había sido un desastre. Atónito, pero reflejando la seguridad en mi mismo que siempre destilo y mucho más en ocasiones difíciles, le pregunté sobre el porqué de las lágrimas. Con una sinceridad viva y espontánea, casi divina, sin dudarlo expresó: “¡Es que tenía mucho tiempo sin saber lo que era un orgasmo!”. Suspire aliviado en mis adentros. Quedé tan satisfecho y estimulado con la respuesta, que lo volvimos a hacer otras tres veces.

  Hoy he tenido algunas divagaciones… ¿Bellas?... ¡No sé!... Me resisto a anotarlas en el Diario… No valen la pena.
  ¡Qué día tan largo y confuso el de hoy, Dios mío! Son las seis y nueve minutos, según mi móvil, el cual reposa silencioso conectado al cargador a la izquierda de donde estoy… ¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y alimañas te das cuenta!... Hasta la más mínima sombra es un lugar de ver, observar y explorar… ¡La soledad es muerte!... La peor de las pestes, de las enfermedades, porque no sólo acaba con tu psiquis sino también con tú cuerpo y tú alma.
  La tarde sigue hermosa, tan bella que su luz parece dibujar la palabra AMOR en las nubes. Yo no estoy igual. Todo me da vueltas. Mi cerebro y la voluntad de escribir están en punto crítico, pero quiero y siento la necesidad de seguir escribiendo. Si ceso de hacerlo, quizá muera, quizás ya no exista, quizá todo acabe. Es la fuerza, la de escribir, la única que me mantiene vivo, que me hace sentir que existo. Por eso siquiera, a veces, quiero dormir, porque no se si voy a despertar. Y, si no despierto, ¿quién va a escribir?
  Principios. Modelos de ser. El hombre. Su furia. La maldad. La inteligencia. La esperanza. El amor… Sí, el amor, la única fuerza que mueve al mundo de forma intangible, es lo que necesito… ¡Amar!... ¿Pero cómo, si tengo una espina en el corazón?... Divagaciones estériles… ¡Padre!... ¿Por qué yo?... La sombra se esconde, huye… La verdad sigue prisionera… ¡Ay, miseria, ay vida!…
  Son las 6:37 p.m. Me tomé cuatro cápsulas naturistas de Vitamina A de 25.000 IU (?). Como son aceitosas, es factible que hagan descorres mis manos con suavidad, aunque ahora estén entumecidas.

PAUSA PASIONAL: Anoche estuve llorando mucho, quizás demasiado. Después quedé dormido, no sé a qué hora y soñé que me cantaban Tenerte en mis manos otra vez… No hay derecho a sufrir así… No aguantaré más… Si no regresas a mí voy a morir… ¡La verdadera cagada!... Hasta mis sueños no son nobles, menos sus letras... Pienso y muero en mi silencio, las palabras están muertas, ya no me dicen nada.

  Voy a hacer pipí. Soledad Bravo me está ahora jodiendo con la canción No llores porque te vas ni porque te alejas… ¡Llora mi corazón!... ¡Joder!... ¿Dios, qué te pasa?... Mi premura por desaguar me dejó sin sentido, sin pensar…
  De aquí en adelante, el caos. El No al entendimiento. Le echo la culpa a los 43.5 grados alcohólicos de la ginebra.

PAUSA ESENCIAL: Este bolígrafo también está muriendo, al igual que yo..., pero seguiré, aunque estoy un poco fastidiado… Me estoy tocando… Suave, con ternura… Es que gusta… ¡Qué bonito y tranquilo está!... Es carne que mágicamente toma posición de combate… ¡Qué reflejos!... ¡Qué instintos tiene la carne cuando piensa en otra carne viva!... ¡Cómo toma vida estando muerto!... Una idea carnal me enciende en su fuego... No se si pueda, aunque valor y ganas no me faltan… Me voy a masturbar con el recuerdo de mis noches con Carolina… No, no puedo… Ayer, mientras dormía y estaba excitado, un pelito que se atravesó por el “capullo”, me causó una leve rasgadura y la molestia, aunque la heridita es casi imperceptible, es grande… Me masturbaré sin dolor cuando se me cure… ¡El amor debe estar lejos del dolor!...

  En estos momentos de mi vida no hay algo que me transporte más que la masturbación… Es un viaje y en el viaje me siento fuera de aquí… Es el viaje del viajero solitario… Al cerrar los ojos, es como estar en otra dimensión… ¡Claro!… Estoy en la dimensión del placer, pero en mi caso es como alcanzar algo divino que está más allá de la conciencia, porque toco el momento y sus imágenes, como si en verdad estuviesen pegadas a mi piel… Tanto es así, que todo queda impregnado de su perfume… Es algo más allá, inclusive, de lo telepático, de lo paranormal, porque el calor de su cuerpo y sus suspiros se adhieren a mi colchón… Es algo mágico e inexplicable, pero ¡cómo nos amamos!
  Son mis sueños alcohólicos. No más pausas. No más de nada. Desfallezco y nadie lo sabe y a nadie le importa. Y, lo peor, si muero, nadie se dará cuenta… Siquiera soy una palabra, quizá un momento, un número… En la montaña apenas somos apariciones… Nadie pregunta y si lo hacen todo se olvida.
  Oh, alcohol maldito. Cierra este capítulo. Enciérrame en la noche bendita y hazme ver el día otra vez… Hazme vivir, quiero ver… Tantas cosas quiero ver…
  Son las 12:54 a.m., según marca el reloj de mi móvil. Otra madrugada sin conciliar sueño, sin paz, llena de recuerdos tristes y sin masturbarme.


MAÑANA: …hay un diablo, uno que pulula entre tu yo y la mente             


Diego Fortunato
 
 

Vivo por ella, Andrea Bocelli y Sandy - Videoclip original.

sábado, 16 de octubre de 2010

23 de agosto. (Parte II).

  En la mañana, luego de asearme y lavar los corotos sucios, limpiar y ordenar un poco la cascarita, me puse a charlar un largo rato con Sonia. Me contó de su vida y amores con Fernando, a quien conoció en el liceo cuando apenas tenía catorce años. En ese entonces eran amigos y confidentes nada más. Aunque a Fernando ella le gustaba mucho, no se atrevió a confesárselo sino siete años después.
  Pasó el tiempo. El vivía en un pueblo situado en el centro del país y ella en otro, hacia al este. Un buen día éste la llamó y se encontraron en el pueblo de ella. Cuando se volvieron a ver, relató Sonia, Fernando la abrazó con el mismo cariño de siempre, pero nada más. Confundida, ella tomó la iniciativa y lo besó apasionadamente. Al separar sus labios le expresó: ¡Hasta cuándo esa timidez, no sabes qué te amo!
  En esa época Fernando vivía, sin estar casado, con una árabe mucho mayor que él, ex esposa de un famoso preparador de caballos de carrera. La relación, aunque sólida, tenía sus contraltos porque la mujer era muy soberbia y dominante. Contó que esa relación, aunque pasada y superada, seguía haciendo mella en sus recuerdos y torturándolos a los dos. Que el domingo pasado discutieron por esa causa. Sonia es muy tierna y amorosa, todo lo contrario de Fernando, quien es basto y ordinario.
  Mientras Sonia contaba su historia, dentro de mi pensaba: “Eso es amor, el verdadero amor sin límites ni fronteras. La entrega total, desprendida de prejuicios y vulgares intereses”.
  No pude resistirme. Me conmovieron tanto sus palabras, que le expresé lo que sentía de viva voz.

PAUSA: Y tú, mi amor, me elevas del suelo… Sólo te pido quererme. Eres mi adoración… ¡Quiéreme!... ¡Quiéreme!... Sólo te pido que me quieras… No te pido una fortuna… Quiero perderme en el abismo de tú piel, suena en estos instantes por la radio. Agarro mi tacita, la lleno hasta el tope de ginebra y la empino de un solo trago hasta el final. No puedo resistir más este gran dolor. Siento que me desgarra por dentro.

  Sonia me relató los sacrificios y las montañas de problemas y vicisitudes que tuvieron que remontar para, al fin, cristalizar su amor y alcanzar la felicidad. Contó tantas cosas hermosas y dulces que por momentos enternecieron mi alma y conmovieron mi espíritu atormentado.
  Dijo que en muchas oportunidades, soportando frío y maltratos de conocidos y extraños, tuvieron que dormir dentro del auto con su bebé (Dánger, que en aquel entonces era aún un cachorro). Palabras, amor, sufrimiento y más palabras. Estuvimos hablando más de una hora sentados en la parte de atrás de su cascarita. Yo, en mi silencio y amor, y con un nudo en la garganta, la escuché embelesado.

PAUSA DE LÁGRIMAS: Gloria Estefan canta Sé que todo terminó. No sé que sucedió… Puedo fingir cuando te veo… Por eso no te olvidaré a pesar de que sufrí… El amor hay que salvarlo pueda… No te olvidaré… Si a mi quieres volver te haré feliz… Si no hay otra solución es mejor decir adiós. Copio la letra con rapidez, aunque me golpea. Esta radio me va a matar de pena. Pareciera que el universo entero conspira contra mí.

  En la tarde, mientras hablaba con Sonia, por los lados del barranco por donde caí, los guariqueños, que se multiplican por diez, construyen otras ocho cascaritas a un paso endiabladamente asombroso.
  Con ellos estaba Robert, quien recién había llegado y le estaba dando algunas instrucciones. Por cierto Nelson, uno de los asistentes de Robert, temprano había dicho que su jefe estaba de cumpleaños. Desde arriba Sonia y yo le gritamos a toda voz su feliz cumpleaños. Después de terminar con los trabajadores, Robert subió a saludarnos. En ese momento pudimos felicitarlo formalmente y, en mi caso, acompañarlo con un abrazo.

PAUSA EXISTENCIAL: Francisco Céspedes en su canción me preguntó: ¿Dónde está la vida?... Luego siguió Armando Manzanero con No se tú… ¿Cómo que en verdad me quieren matar?… ¿Se habrá metido Dios a musicalizar todas las emisoras que sintonizo?... ¡Esto es un atentado a la cordura y al sufrimiento!

PAUSA VITAL: Me quedan apenas menos de cuatro mil bolívares. No importa. Alcanza para otra botella de gin. Voy a comprarla. Tengo la necesidad de noquearme. Son las 3:45 de la tarde. Eso es lo que indica mi reloj, que nunca falla… Pero…, me siento perdido. No sé, en realidad, si hoy es hoy… O si estoy contando y escribiendo lo de ayer hoy o lo estoy haciendo simultáneamente hoy, en este instante, con los eventos ¡en vivo!, como dicen en la TV. Pero así no puede ser porque normalmente escribo en las noches lo que me sucedió en el día. No entiendo… La verdad es que estoy abandonado hasta por tiempo. Al parecer siquiera el me quiere. Bueno, me da igual, ya que para mí ya no existe el tiempo, como tampoco las horas ni los días. Ellas son absurdas y si no fuese por mi móvil no sabría en qué día estoy viviendo. Es la única referencia que tengo para mis anotaciones en el Diario… Seguramente debo estar escribiendo lo de hoy pero haciendo gala del recuerdo… Bueno, mejor es dejarlo de ese tamaño. Además, ¿a quién carajo le importa?… La vita é come la scala di un pollaio: corta e piena di merda (La vida es como la escalera de un gallinero: corta y llena de mierda), como dicen los napolitanos, pero la mía parece ser aún más corta y más sucia.

OTRA PAUSA. LA DEL NOCAUT: Mientras me ponía la chaqueta (¿cuál?) comenzó a sonar Perdóname si te estoy llamando en este momento, pero quería sentir tu respiración… Cariño mío sin ti me siento vacío… Las noches me saben a puro dolor… Me estoy muriendo por verte… Estoy agonizando… Devuélveme la vida… Devuélveme mi fantasía, mis ganas de vivir la vida… Devuélveme el aire… ¡Es como para noquearse, no!

  Empaqué la basura para botarla cuando pase junto al depósito de recolección que está a unos seiscientos metros de mi cascarita, hacia la carretera de asfalto y única salida, en auto, rústico o a pie, de la montaña.
  Al regresar -el viaje es corto- me crucé con un hombre de barba larga y cana peinada al estilo hindú que siempre anda caminando cerro abajo por la vía terrosa. Lo he visto en varias ocasiones y me llama mucho la atención. Su apariencia me infunde un respeto interior que no sé cómo describirlo. Es flaco y desgarbado. A primera vista parece un vagabundo, pero a medida que lo veo más de cerca, su rostro y porte semejan a uno de esos profetas que he visto en las películas bíblicas, tanto en televisión como en el cine. Para mí ese es el único patrón físico que tengo de los profetas, ya que, al parecer, es la mejor, o la única, descripción “viva” de ellos.
  Siempre que lo veo, al superarlo con el auto, me hago la señal de la cruz al tiempo que elevo una oración al cielo para que Dios lo proteja. Por estos parajes he visto muchos hombres con aspecto parecido, tanto en su delgadez, barba y semblante profético, aunque ninguno como la de éste, en especial, ya que por su lento caminar parece estar suspendido en el aire, a muy corta distancia del suelo.

PAUSA LOCA: Django me acaba de dar en la madre con A esa loca que yo amaba (¡y amo!)… La quisiera olvidar o que volviera esa loca que no olvido… Yo quisiera olvidarla o que volviera o que en el mundo existiera otra igual o parecida a esa loca que yo amaba.

  Definitivamente voy a apagar la radio y poner el CD de Soledad Bravo titulado Canciones de la Nueva Trova cubana. (Otro trago largo…, como un suspiro).

SIGUEN LAS PAUSAS: Aunque mi intención no era hacerles daño, tomé el Raid (mata zancudos, cucarachas, moscas y demás. Estas últimas son las que más me joden) y rocié un poco sobre ellas, pero siguen como si nada, como si les hubiese echado Chanel.

  Francisco, el joven el carpintero-administrador, o viceversa, ya que dijo que se había titulado de Administrador en España, está barnizando el closet y los mesones de madera de la cocina de Sonia, los cuales estaban como casi todos los de las cascaritas, repletas de diminutos hongos. Por estos lados hay mucha humedad. ¡Es el paraíso de la humedad!

  Sonia no se aparta de su lado, exigiendo cada detalle. Por eso es que hoy se quedó sola en la montaña.

MAÑANA:                                                                                                             
¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y alimañas te das cuenta!...


Diego Fortunato






SOFIA LOREN "Tu vuò fa l'americano" y "Karina" Show musical.

viernes, 15 de octubre de 2010

23 de agosto. (Parte I).

¡CÓMO QUEMAN LOS RECUERDOS!

Aquí estoy otra vez, garabateando el Diario y, por supuesto, bebiendo y escuchando música por la radio.
  Ya resolví por hoy mi problema de subsistencia, o seas las exigencias de mi maltratado estómago. Me preparé un risotto “al caico” (como llaman por aquí a las baldosas rústicas y color rojizo quemado de los pisos de las cascaritas). La receta es simple y me quedó apetitoso. Los ingredientes son los siguientes: un puñado y medio de arroz previamente lavado, 200 gramos de salchichitas de perro caliente (las cuales compré junto a un kilo de papas que estoy salcochando, ya que en la mañana me había antojado de un puré y croquetas, las cuales prepararé después), una cebolla previamente rallada, un cubito de pollo, un toque de passata (pasta de salsa de tomate), un salpicón de orégano, queso parmesano, aceite de girasol o el que se tenga a mano y agua. El primer paso es dorar en una sartén, con un poquito de aceite, la cebolla...

PAUSA: Me está llamando Tania, quien se quedó en casa porque Antonello le prometió barnizarle el closet. Quería que viera a través de su TV los hermosos paisajes naturales que enmarcan la telenovela “Amantes de luna llena”, las cual estrenó anoche un importante canal televisivo nacional y que a esta hora (1:30 p.m.) están repitiendo en su capítulo inicial. Salí, hablamos, vi algunas escenas al tiempo que le ofrecí un poquito de risotto, el cual le encantó. Al rato volví a mi encierro.

  Sigo, pues, con la receta: Después de dorar la cebolla, que, precisamente toma un color dorado sucio, se agrega el arroz, el cual también se hace dorar por espacio de un par de minutos. Concluidos estos, se le vierte encima un vaso y medio de agua tibia y una cucharada de passata (de allí, el color rojizo del risotto “caico”). Seguidamente se le espolvorea un poquito de orégano molido, se le desintegra el cubito y se revuelve, preferiblemente con un cucharón de madera. Pero si no lo tienes cualquier cosa sirve, hasta un pedazo de rama, un lápiz o lo que se te venga en gana. Lo importante, eso sí, es revolverlo. Se espera, a fuego máximo, que la parte líquida (el agua) se retire (evapore). Una vez que el cocido esté semiseco, se le echa otro medio vaso de agua a fin de que el arroz quede al dente y se espera a que se seque, que se absorba un poco la parte líquida. Se prueba y si el arroz está en el punto exacto que prefiere tú paladar, ya se puede comer. La mejor forma de servirlo es extendiéndolo en un plato plano y, mientras esté humeante, espolvorearle el queso parmesano. Si es Reggiano, ¡aleluya!

PAUSA: Me siento muy deprimido, me voy a tomar otra media tableta de lexo: Mientras escribo esto estoy maltratando con la punta del lapicero el recuerdito de Dorian y la hojita de la Virgen de La Milagrosa, que están al voltear la página. Las voy a mudar de lugar y poner junto a una fotocopia del Capítulo 13 de Los Corintios, que hace tiempo, aproximadamente dos años, me obsequió un periodista de mi staff de redacción.

 En la radio está sondando la canción Corazón espinado, de Maná. Sus estrofas me ponen aún más triste, pero masoquísticamente la sigo escuchando. Es una de las preferidas de Carolina… Cómo me duele estar vivo… Cómo me duele no estar a tú lado…, entona el cantante.
  Tomo un sorbo de agua, enciendo otro cigarrillo de las dos cajas que compré cuando fui a buscar las salchichitas y las papas, las cuales, por estar en esto, escribiendo, se me pasaron de cocción, y enseguida empino otro largo sorbo del venenoso y barato gin. Mis ojos se entrecierran mientras el trago pasa.
  No pienso en nada, sino en escribir y en soñar que todo pronto terminará, pero el hedor del pupú de Danger, quien defeca cerca de mi ventana, me hace volver a la realidad, a mi vida humana. Ese olor penetra tanto por mí nariz, que me dan ganas de cagar, otra vez, a mí también.
  Dejo el cigarrillo en el cenicero y atrás la cháchara insulsa y jocosa que dos amigos míos sostienen en su diario programa radial y me voy a sentar en la poceta. Salió algo, pero no mucho. Primero un insulso pedito, luego una cagarrutica. Tomo el papel toillette y me seco… Otro poco más, lo vuelvo a pasar, y ya… Estoy seco… Me lavo las manos y estoy listo… ¡No, no estoy loco!... Hago esto como una catarsis, un pensar sin estar pensando a fin de no volverme loco. Es un dejar de martirizarme y escribir y escribir todo, todo lo que hago y pienso sin complejos, sin censura y sin importarme nada, porque nada importa ya.
  Se acabó el programa de mis amigos y ahora están transmitiendo una canción de Gloria Estefan que se me mete por los oídos. Algunas de sus estrofas dicen: Cómo me duele perderte… Qué delicia tú sensualidad… Cómo fue que tú dejaste de querer… Cómo duele quererte, cómo duele perderte… ¡Qué drama el mío!

PAUSA: Tocan la puerta de mi cascarita. Es Antonello, quien acaba de regresar a la montaña. Atiendo su llamado. Lo veo más desorientado que yo. Me pidió un cigarrillo. Se lo di y le ofrecí un poco de risotto, del que todavía quedaba, pero manifestó que ya había comido. El también está sufriendo mucho, aunque tiene a Tania con sus veintidós añitos, que es todo un consuelo para momentos tormentosos. Yo no tengo a nadie. Sólo mis recuerdos y este Diario. Pero no importa, en la incertidumbre está la libertad y la felici-dad, afirma Deepak Chopra en uno de sus libros. Esperaré y dejaré todo al libre albedrío.

  Hace más de una hora las moscas no dejan de fastidiarme.
  Volvió a sonar en la radio Maná. Parece que en la emisora saben por lo que estoy pasando y me lo hacen a propósito… ¿Estupideces?... “Cuando te va mal hasta el burro te caga”, dicen por estos lares. Y eso es, precisamente, lo que me está ocurriendo. Parece como si todo el universo estuviese contra mí… ¡Cóño y qué mal he hecho!... ¿Amar con locura y pasión?... ¿Es eso un delito?
  Bueno, dejo a Maná jodiéndome con su Es más fácil llegar al Sol que a tú corazón y no se me ocurre mejor idea que empinarme un largo trago de gin a pico de botella… ¡Qué imbécil, soy!, me reprendo, pero como que mi consciente no está muy de acuerdo con mi subconsciente, o quizá, lo reta, ya que segundos después volví a hacer lo mismo.
  ¡Cómo queman los recuerdos!... ¿Es la mente o es uno?... ¿Por qué pensar?... ¿Es un prodigio o una tortura?... ¿Dónde se fue la razón, dónde están sus límites, dónde fue a naufragar y por qué?... ¿Es la mujer reflejo del diablo o diosa?... No lo sé… El sufrimiento existe y aunque nadie lo pueda palpar, es un arma mortal... ¡Bienaventurados los felices, porque son hijos de Dios, ángeles humanos, ángeles eternos!

MAÑANA:¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y...           
 

 Monica Bellucci - La ragazza piú bella del mondo

jueves, 14 de octubre de 2010

22 de agosto.

  Jamás me habría despertado si no hubiese sido por el sonar de palas, picos y mandarrias de los guariqueños. Algunos golpeaban con reciedumbre pedazos de cavillas en el rocoso suelo para que sirviesen de soporte de las nuevas cascaritas que están construyendo.
  Son las 9:45 a.m. Es la primera vez que me levanto a esta hora desde que estoy en la montaña. Aquí normalmente madrugo, cosa inusual en mí, y mucho más por las altas dosis de tranquilizantes y alcohol que estoy ingiriendo.
  De ésta, si pierdo el norte y la medida, me convertiré muy pronto en un auténtico adicto y alcohólico, para complacencia de Carolina. Me imagino su rostro desvariado balbuceando: “No se los dije. Vieron que tenía razón… ¡Es un alcohólico!”.
  Mientras me desperezo oigo voces requiriendo a Beto, el más joven de los guariqueños. Debe tener unos doce o trece años. Lo utilizan casi abusivamente, como un utility. Lo que les fastidia hacer a los demás, le pegan un grito a Beto y el problema está resuelto o, al menos, olvidado.
  Al incorporarme de la cama recogí del suelo terroso las últimas cuatro colillas de los cigarros que fumé antes de quedarme dormido. Cuando dirigí la mirada hacia el cenicero, vi un platón de terracota repleto de cabos. Me sorprendí. Recordé que en la noche, tarde, boté muchos por la ventana. Definitivamente, estoy fumando demasiado. De ahí la tocesita que me sofoca todas las mañanas.
  Monté la cafetera. Cuando oí el borboteo que indica que la efusión ha llegado al punto más elevado de ebullición, giré la perilla para desconectar el gas de la cocina. Esperé unos instantes. Luego arrimé mi tacita hasta la boca de la cafetera, la cual incliné suavemente para verter la infusión en la taza. Sólo bastó una pequeña inclinación y el ardiente café se desbordó, en todo su aroma.
  Estoy confuso. No entrelazo una cosa con la otra, un día con el ahora. Ni el ayer presente con este instante, pero seguiré escribiendo, aunque en ello deje la vida… ¡Coño, alguien tiene que enterarse de que existo y de lo que estoy pasando!
  Mientras absorbo mi café veo hacia afuera. Los guariqueños más que trabajadores de la construcción, parecen marabuntas. Son unos verdaderos magos, prodigios naturales de la construcción. En un abrir y cerrar de ojos desmontan y levantan cascaritas en apenas un par de días. Su rapidez es asombrosa, y eso que carecen de casi todo el instrumental adecuado. Ellos se las inventan.
  Salí hacia la montaña y después de una breve charla con los guariqueños regresé a la cabaña y me dispuse a preparar el almuerzo.
  Hoy comeré una suculenta sopa montañera, tipo “Juliana”, que inventé yo mismo. Es rápida, fácil de hacer y apetitosa.
  La receta es simple. Consiste en lo siguiente: A media olla de agua se le agrega un cubito, de carne o de pollo, indistintamente. Se ralla una cebolla y una zanahoria, las cuales se vierten en el recipiente con el agua aún fría. Luego se pone a hervir por veinte minutos. Al finalizar ese tiempo se le agrega medio plato de tubbettini (pasta italiana a los que algunos la llaman guergueritos). Otros diez minutos de cocción y listo. Suculenta, se lo aseguro. Por supuesto que la receta que acabo de anotar es para una sola persona. Para dos se doblan los ingredientes y así sucesivamente.
  Aunque es muy temprano todavía y pese al buen plato de sopa que comí en el almuerzo, me está dando hambre otra vez. Anoche apenas cené con un paquete de galletas, una botella de gin y dos cajas de cigarrillos.
  Ayer, cuando fui al bufete de Alfredo Díaz, no había siquiera desayunado. Lo único que tenía en el estómago era un plato de pasta condimentada con diablitos, que no recuerdo si me los comí el día anterior o plus anteayer.
  Hoy estoy un poco tembloroso. Trataré de tranquilizarme. Me tomaré un pequeño descanso y después seguiré escribiendo.
  ¡Listo!... Aunque no lo crean, ya estoy aquí, de vuelta, aunque un poco amnésico. Ya es de noche y no sé qué pasó, qué hice durante las horas de la tarde. No lo recuerdo, pero eso no tiene la menor importancia. Lo importante es seguir escribiendo sin parar.
  Mi viejo grabador-reproductor no me abandona. Es mi inseparable compañero. Lo único “ser” fiel que permanece a mí lado. Bueno, también tengo a Dios, aunque por ahora parece hacerse el pendejo, sordo y mudo y eso que se dice Todopoderoso.
  No me importa si todos me abandonan, ya estoy en el fondo… ¡Que carajo!... Si esto es el infierno, no es tan malo como dicen. Pero si apenas es el vestíbulo, ¡coño!, no quiero ir más adelante. Esto es mierda, no es para humanos, menos para desesperados.
  PAUSA DE RECUERDO: ¡Uf, me estaba preocupando! “Una vaina más”, me dije hacia mis adentros. Ahora, además de pendejo, soy también amnésico. Pero no. Fue una falsa alarma. Recordé lo que hice en la tarde. Estuve escuchando un viejo cassette de meditación con mensajes muy hermosos y positivos, que, en condiciones normales, me hubiesen servido de algo, pero a estas alturas tanta belleza parece ciencia-ficción o digno de un cuento de hadas. No pude terminar de oírlo porque Danger se asomó por la ventana reclamando sus galletitas. Le di sólo cuatro a fin de no mal acostumbrarlo.
  A las 7:30 p.m. recalenté la sopa que había quedado del mediodía. Pese a la receta, me excedí tanto en la cantidad de pasta y zanahorias, que todavía hay sopa para rato.
  Una mariposilla que nadie había invitado a degustar mi sopa penetró en la olla y, lamentablemente, se ahogó. La removí con el cucharón antes de encender el fuego y comí el manjar con deleite. Quedé satisfecho, al menos ese es el mensaje que transmite mi estómago, pero, y no es psicosomático, siento unos fuertes puyazos en la barriga.
  PAUSA GOLOSA: Prepararé café y me serviré una tacita repletaron bastante azúcar para ver si la poción atenúa el dolor.
  Nada que ver. Sigo sintiendo esos fuertes puyazos.
  Se están acabando las páginas. La tarjeta de bautizo de Dorian y una pequeña hoja con la estampa y la historia de la Virgen de La Milagrosa que tenía dentro de la agenda, en la página correspondiente al 8 de agosto, y que traslado constantemente tres o cuatro páginas más adelante mientras escribo, están ante mi vista. Son y seguirán siendo mis guías, fieles protectores y silenciosos compañeros durante este viaje donde la palabra toma cuerpo y forma de desespero en el Diario.
  Hablando de compañeros silenciosos, uno que anda por ahí, que no es nada discreto, es un enorme grillo que arrulla mi sueño.
  También me acompañan unas tres docenas de variadas mariposillas. Una gigantesca cucaracha, que por su forma y tamaño, creo que es una sobreviviente del pleistoceno, un escarabajo y otra gran cantidad de pequeños insectos, amén de las diminutas y trabajadoras hormiguitas que a veces se me meten hasta en la cama.
  Son dignas de asombrosa admiración... ¡Cómo trabajan! De día y de noche. No sé si hacen turno de ocho o diez horas cada batallón, como los estibadores neoyorquinos. No sé cuál es su organización, menos si pertenecen a una mafia o sindicato. Lo real, lo verdaderamente real, es que son admirables, únicas en el mundo. ¡Cómo me encantaría ser una de ellas y pertenecer a su familias!... ¿Las hormigas se traicionan entre sí?... Lo dificulto… ¿Las hormigas son infieles?… Menos lo creo, ya que son cuerpo y pensamiento compacto y perfecto. Su ideal es la conquista del trabajo y siempre lo logran… ¡Cómo me gustaría ser hormiga!
  Estoy en otro momento de mí vida. Por favor entiéndanme. No contaminen mi delirio, déjenme divagar libremente.
  Es más, estoy tan arrecho, que si te me apareces, diablo maldito, te arrancaré una oreja de un sólo mordisco… ¡Ahí sabrás, al igual que yo, el tormento que se vive en la tierras y no en el infierno!
  ¡Sí!... Lo sé. Estoy otra vez borracho y loco. Pero qué más puedo hacer en esta montaña... ¿Morirme?... ¿Esperar la cigüeña o un ángel que me traiga a mi Dorian para besarlo, mimarlo y regresarme la felicidad perdida?... ¡Qué cagada!... ¡Eso!... Eso es lo que, precisamente, me provoca en estos instantes… Aunque cago poco, mi pupú es perfecta, casi celestial. Tan rubio como yo, o catire, como se dice en criollo. Lo importante es que estoy en perfectas condiciones: Si cago, estoy vivo. Si no cago, estoy muerto.
  En eso, últimamente reside mi vida… ¡Qué belleza!


MAÑANA:                                                                
¡CÓMO QUEMAN LOS RECUERDOS!


©Diego Fortunato
  
La amante del gobernador (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 90 x 80 cm.
Colección privada