jueves, 30 de septiembre de 2010

29 de julio.

   29 de julio.

   Estoy aprisionado. Carolina me dio plazo hasta mañana para abandonar la casa. “Si no correrá sangre”, amenazó en una escueta llamada telefónica.
   Traté de calmarla pero nada pude.
   Todo está ocurriendo demasiado rápido y en el momento más inesperado. Tengo poco dinero y estoy sin trabajo. Busco una salida fácil, pero por más que le doy al cerebro no la encuentro… ¡Nunca hay salidas fáciles!... ¡Dios mío qué hago, no me abandones ahora!
   Decido enviarle otro e-mail.  Estoy resignado. Ojalá mis palabras penetren su duro corazón. Lo titulé He enterrado las decepciones muertas y dice así:

Carolina:

   Mi antiguo caudal de pasiones, de posesiones, de banalidades, los reinos de fantasía, los castillos en el aire de mis sueños, todo ha sido abrasado por un fuego que encendí yo mismo en mi corazón.
   Contemplo esta hoguera no sólo con tristeza, sino con regocijo, porque ese fuego ha consumido no únicamente mi hogar de cosas materiales, sino también los fantasmas de tristeza forjados con mis fantasías. Soy feliz ahora mucho más allá de la riqueza de los reyes. Soy rey de mí mismo. No un rey esclavizado por la ambición de posesiones materiales. No tengo nada y, sin embargo, soy rey de mi propio reino imperecedero de paz. No soy ya el esclavo de los temores de posibles pérdidas. No tengo nada que perder. Estoy coronado de satisfacción perenne. Soy un rey verdadero.
   He enterrado las decepciones muertas en el cementerio del ayer, del olvido. Ahora hundo el arado en el jardín de la vida con nuevos esfuerzos creadores. Sembraré en el semillas de sabiduría, de salud, de prosperidad y de felicidad. Las regaré con la confianza en mí mismo y mucha fe y esperaré que el Ser Supremo, la Inteligencia Superior que todo lo sabe y lo ve, me proporcione la anhelada cosecha para que incineres en el bullente horno de tu mente todos los reproches que me haces hacia Dorian, esa inocente criatura que, más que un hermoso bebé, es verdadero don de Dios. Ámalo ahora con todas las fuerzas de tu corazón y proporciónale mucho cariño y ternura. Sé que me complacerás.
   Si pese a mis esfuerzos de salir con dignidad hacia adelante, no recojo el fruto, quedaré contento, porque convencido estoy que puse y pondré todo mi empeño, capacidad e inteligencia para ver realizado ese objetivo. Si fracaso esa vez, daré gracias a Dios porque no me hizo un ser inválido, sino un hombre capacitado para volver a probar, una y otra vez, hasta obtener el éxito. También le daré gracias cuando llegue el éxito. Y, prometo, que muy pronto haré un gran fuego con todas mis cosas perecederas. No seré ya un pordiosero que bendiga prosperidad mortal limitada, salud y conocimientos. Quiero sí, prosperidad, salud y sabiduría sin medida, pero no de fuentes terrenas sino de las manos divinas de Dios Omnipotente, que todo lo posee, todo lo puede y todo lo da. A ese mismo Dios, mi Dios, le pediré que me enseñe a incluir en la búsqueda de mi prosperidad la prosperidad de los demás.

                               Chao y que el Padre Eterno te bendiga,

                                                                                             Leonardo



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