jueves, 30 de septiembre de 2010

1º de agosto.




   El cigarrillo me está afectando, pero mucho más la tristeza. Más por sentirme lejos de Dorian, que por la separación de Carolina…
   ¡Mentira!... Estoy mintiendo, porque aún la amo. Amo a Dorian con todas las fuerzas de mi alma, pero en estos momentos creo que utilizo ese sentimiento como una excusa dentro de mi ser.
   ¿Estoy mintiendo o estoy confundido?... ¡Qué alucinación, qué vaguedad de pensamientos!... ¿Cuál es el verdadero amor que me abate?… ¡Por supuesto que el de los dos! Sin embargo, por ahora, hay uno más fuerte… Uno vil y despreciable que apesta a odio.
   Aunque jamás nadie, durante toda mi vida, había podido lograrlo, Carolina despertó en mí un sentimiento que siempre aborrecí y que jamás había experimentado: ¡odio! Un odio que brota como huracán de las cavernas más profundas de mi alma… Me asusta. Quiero contenerlo, pero no puedo. Es tan intenso, que me es imposible dominarlo. Mucho más ahora, que mí debilitada humanidad está tan deshecha.
    ¡La odio!... Aunque yo no sé odiar… ¿Por qué ese tormento tan destructivo florecer en mí si la amo?… No sé como la puedo odiar si únicamente me enseñaron a amar… ¿Dónde germina la flor amarga del odio?... ¿Por qué me tocó a mí?... ¿Qué tan pérfido delito he cometido?... Será que mi amor, aunque puro, es dañino: ¿Celos, inseguridad?... ¿A qué y por qué? … ¿Veo fantasmas o todo son artificios de mi mente?… ¡Oh, lucidez prodigiosa, no me abandones en el tormento!... ¿Dónde está Dios y su divina bondad?... ¿Por qué me maltratas Divino ser?
   En la tarde salí de la montaña. En el auto fui en busca de un Cyber. Sentí la necesidad de enviarle otra carta a Carolina. Quizás sea la última. Antes de llegar a la gran ciudad, en un pequeño centro comercial, vi un aviso y me detuve. Era un centro de computación. Bajé del auto y como autómata entré al recinto. Pedí una computadora y bajo el título Devuelve amor por odio falsamente escribí:


Carolina:

   Sentiré satisfacción en ser humilde de corazón y espíritu. Me alegraré cuando se me brinde la oportunidad de devolver amor por odio. No temeré a nadie, sino a mí mismo, que puedo, en un momento de debilidad, traicionar mi propia conciencia. Pondré todo el empeño que la sabiduría divina me de para no mostrar nunca más esa máscara horripilante de la ira en mi rostro. Jamás atentaré contra mi vida espiritual inyectando el veneno de la ira en el corazón de mi paz, ya que dejaría de existir como ser humano para convertirme en un ser atrapado en las tinieblas de la tristeza y la desdicha. Medita, vive y practica esto en tu vida diaria.

                                                Buenas tardes y chao,

                                                                                   Leonardo


MAÑANA:

Moriré de tristeza, lo sé. Ojalá no sea pronto...

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