viernes, 3 de diciembre de 2010

11 de septiembre (Parte 4).

  Ya es de madrugada. Es domingo. Lo domingos siempre dormía hasta tarde. Soñaba y amaba. Amaba sonar. Los sueños me reconfortan, me alejan de este depredador mundo y me transportan a maravillosas fantasías. Siempre he amado soñar, aún ahora, que sufro. Son mi válvula de escape a la felicidad. A un mundo lleno de amor, donde todo es primavera y alegría… ¡Ahhhh!... Suspiro por los tiempos idos. Suspiro por mi vida, por lo feliz que era.
  Me cansé de escribir idioteces. Recordar el pasado trastorna el presente y yo vivo en el presente. Lo importante es el ahora. El momento presente. ¡Este momento!, el cual es único e irrepetible. El ahora es la vida, el instante que viene el futuro y el que se fue el pasado, pero si no vivimos el ahora jamás habrá pasado ni futuro, sino una lenta y agónica muerte.
  Me voy a poner el mono de gimnasia y saldré a vivir el ahora, a dar una “vuelta de reconocimiento”.
  Definitivamente, soy un pobre estúpido, un paranoico al que, al parecer, le agrada sufrir. Cuando salí a dar la vuelta de reconocimiento serían cerca de las cinco y treinta de la mañana, o sea de madrugada. Pero como los locos somos locos, y mucho más locos los que sufrimos por amor, enfilé, primero, rumbo a La Manzanita. A mi enferma y lacerada mente le mordía una imperiosa curiosidad. Debía saber, sin que existiese la menor duda razonable posible, si la Cherokee del hermano de Carolina era verde o azul. Me atormentaba la imagen del reluciente jeep que vi aparcado casi en “mi puesto” de estacionamiento. Tenía que saber si, en verdad, era del supuesto amante de Carolina o, por el contrario, tal como le pedí a Dios que fuese, la de su hermano mayor.
  Pese a la hora, conseguí algunos problemillos en la vía que impedían ir más aprisa. Al fin llegué. Con el auto rodando a menos de veinte kilómetros por hora pasé frente a la residencia del hermano mayor de Carolina. ¡Oh, decepción!... Su Cherokee es color verde botella, nada parecida a la otra.
  Lloré por dentro. Mis sospechas habían tomado el rumbo que me negaba a admitir. Pero, ¿tendría, ciertamente, algo qué ver con Carolina el hecho de que ese jeep azul cobalto estuviese estacionado en ese sitio?
  Con el alma hecha pedazos tomé hacia mi antiguo hogar, el lugar donde tantas veces amé y soñé con Carolina. La intención era meterme otra vez en el estacionamiento y sufrir un poco más al ver, nuevamente, el jeep estacionado allí. De pronto, en un momento de lucida reflexión, aborté el plan y seguí de largo para regresar a la montaña con la promesa interior de que no lo volvería a hacerlo. Que no volvería a ese estacionamiento. Que no perforaría más mis intestinos, corazón y mente con tanto innecesario tormento.
  Uno de mis compañeros de La Montaña de los Desesperados me vio llegar a tan temprana hora. Excusé mi dolor con un “fui a hacer un poco de ejercicios y comprar cigarrillos”. ¡Qué contradicción!
  Atormentado y sin saber qué pasó y qué hacer en las siguientes horas, me puse a ordenar la cabaña, que hacía asco con todas las humedecidas colillas tiradas en el suelo. Concluida la tarea, decidí vestirme para ir a “pasear” por la ciudad.
  Al terminar de ponerme los zapatos repicó el celular. Totalmente ‘ido’, metido en mis cavilaciones, como un autómata lo tomé y contesté. Era Maura, la obsesiva italianita con quien tuve un largo y caliente romance en la época en que andaba solo por el mundo. Desde hace varias noches atrás me ha estado llamando, respondiendo, en principio, una primera llamada que yo le hice unas de esas tantas noches de borrachera, soledad y olvido. Me preguntó qué estaba haciendo. Le contesté que nada y enseguida ella dijo que quería verme.
  –Salgo a buscarte –respondí sin pensarlo dos veces.
  – ¿Ya? –preguntó asombrada.
  – ¡Ya! –afirmé–. En media hora estoy en tu casa.
  – ¿Aún sabes dónde vivo? –indagó dubitativa.
  -¡Claro! –contesté y salí en su búsqueda.
  Cumplí la cuarentena y sabía que ella me liberaría.
  En el camino casi me arrepiento. Me recriminaba mi segura y garantizada primera infidelidad. “¡Carolina pal carajo!, me dije buscando justificarme a priori. Lo que importa soy yo”.

PAUSA DE ALCOHOL Y CANSANCIO: Fue divino. Mañana (ahora son las 8:42 p.m. y he estado embriagándome sin comer casi nada), si aún estoy cuerdo (o vivo), asentaré en el Diario mi primera infidelidad. Ahora, más que nunca, después de haber pecado en mi amor, estoy totalmente convencido de que amo a Carolina sobre todas las cosas terrenas existentes y por existir. Maura es mucho más joven que Carolina… Pero, ¿por qué escribo esto?... Comenzaron las lagunas y maremotos alcohólicos en mi mente. Les cedo el paso. Seguiré escribiendo mañana, o más tarde si el gin me deja. Necesito asentar en el Diario mi primer domingo, después de cuarenta días de atormentada pero placentera paz, rota por el volcán de Maura… Realmente esa mujer es un tsunami.

PAUSA DE “POR SI ACASO”: Por si la muerte me sorprende mientras esté durmiendo y este Diario quede inconcluso, debo, por amor, confesar que pese a todo el sufrimiento, penurias, obsesiones, padecimientos y dolor, Carolina sigue, y será hasta más allá de la muerte, mí verdadero amor. La única mujer que, a pesar de mis malditas dudas y celos, pudo hacer florecer al Dios del amor en mi alma aunque sea fría como una nevera, calculadora, mala, despiadada y cruel… ¡Qué masoquismo del coño de la madre, el mío! ¿Cómo pudo ser parida mujer semejante y al mismo tiempo ser bendecida por el amor de los hombres?... ¡Qué paradoja de vida!… ¡Seguiré!... ¡De bolas que seguiré escribiendo!… Esta pausa era sólo por un “por si acaso”.

MAÑANA:                                                                               
  Asustado, temeroso, arrepentido y sintiéndome vilmente culpable, después de recogerla en su casa llegué con Maura a La Montaña de los Desesperados a eso de las dos de la tarde.


No hay comentarios: