jueves, 2 de diciembre de 2010

11 de septiembre (Parte 3).

  Bueno, vuelvo a lo de la tercera llamada. Debido a la hora y evitar molestias y que me molesten, me pongo los audífonos y escucho con atención la grabación de la llamada, muy distorsionada, al igual que las otras. Trato de descifrar e interpretar la conversación, la cual pronto iré garabateando en este Diario. Por supuesto, muchas de las palabras salidas de la boca de Elsa fueron dirigidas y manipuladas de antemano por la señora (mi querida Carolina), quien es experta en aleccionar servicios. Y aquí no hay ‘eufemismos’ que valgan, porque lo estoy diciendo directo, sin ambages, tal y como soy y he sido siempre al momento de hablar. Voy al grano y punto, aunque después me arrepienta de lo dicho y pida disculpas. Soy directo, claro, transparente y un incurable adicto a la verdad. ¡Duélale a quien le duela! Por la verdad murió Cristo y si yo tendré que morir por ella, simplemente no se ha perdido gran cosa.

PAUSA DE INDECISIÓN: No sé si hacerlo. Si seguir escuchando esta grabación y mucho menos después pasarla al Diario. Me desespero sólo de efectuar el “ritual” para oírla y copiarla. Eso de ponerme los audífonos, luego darle a play y escuchar. Una vez oído, pinchar el botón de pausa y escribir lo escuchado. Enseguida, después de garabatear la última palabra en el Diario, retroceder, volver adelante y ponerla a punto donde había quedado para cerciorarme de que anoté todo. Después desactivar el botón de pausa, escuchar y anotar esa perturbante conversación. No sé si hacerlo. Simplemente, ¡me ahoga! Más cuando repito cientos de veces la rutina retrocede-pausa-avanza-anota.

  Como no tengo nada qué hacer y todavía es de madrugada y falta mucho para que los primeros rayos de sol asomen por el horizonte, decidí escuchar nuevamente el diálogo Elsa-Leonardo (tercera llamada), del cual haré un resumen con todas las contradicciones y falsedades que de esa grabación me atormentan.

PAUSA DE DESESPERO: Tengo que terminar rápido con este Diario. Botarlo, desaparecerlo o, simplemente, guardarlo y no escribir más. Es urgente que lo haga. Se ha convertido en una amenaza contra mi estabilidad emocional. Si no lo hago terminará conmigo… ¡Acabará conmigo!… Presiento la muerte. Una muerte estúpida, vacía y, todo, por amor… Pensándolo bien, sería una buena muerte, una muerte de príncipes… ¿Y de qué más se puede morir uno?... De un ataque cardíaco, una enfermad incurable, que lo atropelle un auto o le caiga un árbol encima, en la guerra o a manos del hampa… Rectifico. Morir por amor sería la mejor muerte y la mejor de las suertes… ¡Gracias, Dios!... ¡Gracias! Veo que no me has abandonado y me quieres que jode… ¡Muchísimo!

  En realidad nadie, más que Carolina, sabe con quién se fue para Aruba. Además del bebé, por supuesto, pero él es muy pequeño para decir algo ni enterarse de nada. Lo cierto es que no logro entender mucho de este enredo y desenredarlo me está volviendo loco. Quizás lo del dichoso viaje es toda una madeja de continuas mentiras y más mentiras. Elsa afirma que estuvieron en el Hilton y que cuando ella llegó se mudaron a un resort cuyo nombre no recuerda. Entonces, Carolina no contrató a un servicio adicional por tiempo de “vacaciones” para que se ocupase del niño tal como yo pensaba. De otra forma no tendría objeto que Elsa fuese. ¿Cómo no voy a dudar si con cada llamada que hago me consigo un mar de contradicciones y afirmaciones sin sustentación?
  Y, por si fuese poco, en esa tercera llamada hice la “infalible” pregunta del desesperado, la que nadie nunca, por más que se esté muriendo por dentro, debe hacer.
  El resumen será breve, no así mi dolor.
  –Señora Elsa, otra vez Leonardo. ¿Usted cree, como mujer qué sabe de la vida, que ella me pueda perdonar, que me ama todavía? –pregunté de sopetón.
  Fui directo al grano por dos motivos. Uno, para saber de una vez por todas a qué atenerme y el otro, porque no sé hasta cuando tenga teléfono ya que no he pagado mis tarjetas de crédito y el cargo me lo hacen a una ellas.
  – ¡No!... Ya no… Ella ya no lo perdona más… No quiere saber más nada… –manifestó tajante.
  Luego del suspenso y sollozo interior, lancé la satánica pregunta crucial, la que nunca se debe hacer porque nunca te dirán la verdad. Ninguna mujer que exista o que esté por existir o nacer en este mundo, la responderá sin ambigüedad, con total sinceridad. Siquiera si el hombre logra descubrir la verdad, lo aceptarán, lo afirmarán. Si se le llegase a insinuar a una mujer que descubriste “al otro”, al hombre que te robó su amor y que sabes quién es, simplemente dirán: “Estás equivocado… Estas o loco”. Y en ello insistirán hasta la muerte. No existe “tortura” o prodigio alguno en el mundo de los vivos o de los muertos que a una mujer le haga confesar a su pareja la existencia de otro hombre en su vida.
  – ¿Pero tiene a otro? –pregunté mientras un nudo se desagarraba en mi garganta.
  – ¿No tiene qué? –respondió haciéndose la sorda.
  –Que no hay otro hombre de por medio –insistí a punto de llorar.
  – ¡Ay, no!... No, señor Leonardo. ¡Cómo cree usted!...
  –Entonces… Entonces, sí tengo chance de reconquistarla… –pregunté desesperado, como si la buena de Elsa supiese o podría influir en el corazón de Carolina.
  –No creo –respondió lapidaria.
  – ¿Por qué?
  –Está muy dolida… Usted la insultó mucho. No creo que lo perdone.
  –Pero yo la amo todavía… Los insultos fueron por su misteriosa mente, por su forma de ser –dije excusándome ante ella.
  –No creo que vuelvan…
  –Usted cree que no.
  –Bueno, yo no sé… ¡No!…
  – ¿Cómo mujer, qué piensa? –solicité.
  –Ella tiene sus principios… Dice que usted la ofendió… –(siguió un blablablá ininteligible a través de la grabación, el cual, como no pude entender ni descifrar, no transcribo)–… Que usted la trató muy mal… Que no soporta más…
  –Pero, ¿ella se sigue hablando con Rosalía?
  – ¡No! –contestó en forma contundente.
  – ¡Ah!, pero esa... Esa fue la que causó toda la mierda.
  – ¿Sí?
  –Una noche yo le intercepté una llamada de casi una hora y escuché todos los malévolos consejos que le estaba dando –solté de un tirón revelando el watergate sentimental que tenía montado en la casa.
  Pero la buena Elsa, seguramente asesorada por Carolina, a quien la percibía a su lado escuchando la conversación por el inalámbrico, afirmó para finalizar:
  –Ella ya tomó su decisión. Dice que de ahora en adelante se entenderían a través de sus abogados –precisó tajante.
  –Bueno… –afirmé con el corazón partido–. Qué Dios la bendiga… De todos modos yo la sigo amando –No había terminado la frase cuando en el fondo escuché un chillido de atención de Dorian–. Y al bebé también, ¡oyó!... ¡Dígales que los amo a los dos! –agregué con voz firme, tratando de mantener la entereza. No quería que percibiese mi inmenso dolor a través del hilo telefónico, aunque en ese momento por mi rostro descorría un par lágrimas.
  –Bien –se despidió con un rápido monosílabo para correr a atender al niño.
  – ¡Chao! –dije lacónico, con voz de ultratumba, como queriendo, ¡al fin!, morir de una vez por todas y acabar con este sufrimiento.

PAUSA MALDITA: Quiero terminar inmediatamente con este Diario, pero por algún extraño fenómeno sigo aprisionado a sus páginas y al bolígrafo. Cada letra, cada palabra que escribo me mata lentamente, pero no sé como desatarme. Es como un hechizo, un pérfido embrujo.


MAÑANA:                                                                               
  Carolina sigue, y será hasta más allá de la muerte, mí verdadero amor. La única mujer que, a pesar de mis malditas dudas y celos, pudo hacer florecer al Dios del amor en mi alma aunque sea fría como una nevera, calculadora, mala, despiadada y cruel…

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