sábado, 16 de octubre de 2010

23 de agosto. (Parte II).

  En la mañana, luego de asearme y lavar los corotos sucios, limpiar y ordenar un poco la cascarita, me puse a charlar un largo rato con Sonia. Me contó de su vida y amores con Fernando, a quien conoció en el liceo cuando apenas tenía catorce años. En ese entonces eran amigos y confidentes nada más. Aunque a Fernando ella le gustaba mucho, no se atrevió a confesárselo sino siete años después.
  Pasó el tiempo. El vivía en un pueblo situado en el centro del país y ella en otro, hacia al este. Un buen día éste la llamó y se encontraron en el pueblo de ella. Cuando se volvieron a ver, relató Sonia, Fernando la abrazó con el mismo cariño de siempre, pero nada más. Confundida, ella tomó la iniciativa y lo besó apasionadamente. Al separar sus labios le expresó: ¡Hasta cuándo esa timidez, no sabes qué te amo!
  En esa época Fernando vivía, sin estar casado, con una árabe mucho mayor que él, ex esposa de un famoso preparador de caballos de carrera. La relación, aunque sólida, tenía sus contraltos porque la mujer era muy soberbia y dominante. Contó que esa relación, aunque pasada y superada, seguía haciendo mella en sus recuerdos y torturándolos a los dos. Que el domingo pasado discutieron por esa causa. Sonia es muy tierna y amorosa, todo lo contrario de Fernando, quien es basto y ordinario.
  Mientras Sonia contaba su historia, dentro de mi pensaba: “Eso es amor, el verdadero amor sin límites ni fronteras. La entrega total, desprendida de prejuicios y vulgares intereses”.
  No pude resistirme. Me conmovieron tanto sus palabras, que le expresé lo que sentía de viva voz.

PAUSA: Y tú, mi amor, me elevas del suelo… Sólo te pido quererme. Eres mi adoración… ¡Quiéreme!... ¡Quiéreme!... Sólo te pido que me quieras… No te pido una fortuna… Quiero perderme en el abismo de tú piel, suena en estos instantes por la radio. Agarro mi tacita, la lleno hasta el tope de ginebra y la empino de un solo trago hasta el final. No puedo resistir más este gran dolor. Siento que me desgarra por dentro.

  Sonia me relató los sacrificios y las montañas de problemas y vicisitudes que tuvieron que remontar para, al fin, cristalizar su amor y alcanzar la felicidad. Contó tantas cosas hermosas y dulces que por momentos enternecieron mi alma y conmovieron mi espíritu atormentado.
  Dijo que en muchas oportunidades, soportando frío y maltratos de conocidos y extraños, tuvieron que dormir dentro del auto con su bebé (Dánger, que en aquel entonces era aún un cachorro). Palabras, amor, sufrimiento y más palabras. Estuvimos hablando más de una hora sentados en la parte de atrás de su cascarita. Yo, en mi silencio y amor, y con un nudo en la garganta, la escuché embelesado.

PAUSA DE LÁGRIMAS: Gloria Estefan canta Sé que todo terminó. No sé que sucedió… Puedo fingir cuando te veo… Por eso no te olvidaré a pesar de que sufrí… El amor hay que salvarlo pueda… No te olvidaré… Si a mi quieres volver te haré feliz… Si no hay otra solución es mejor decir adiós. Copio la letra con rapidez, aunque me golpea. Esta radio me va a matar de pena. Pareciera que el universo entero conspira contra mí.

  En la tarde, mientras hablaba con Sonia, por los lados del barranco por donde caí, los guariqueños, que se multiplican por diez, construyen otras ocho cascaritas a un paso endiabladamente asombroso.
  Con ellos estaba Robert, quien recién había llegado y le estaba dando algunas instrucciones. Por cierto Nelson, uno de los asistentes de Robert, temprano había dicho que su jefe estaba de cumpleaños. Desde arriba Sonia y yo le gritamos a toda voz su feliz cumpleaños. Después de terminar con los trabajadores, Robert subió a saludarnos. En ese momento pudimos felicitarlo formalmente y, en mi caso, acompañarlo con un abrazo.

PAUSA EXISTENCIAL: Francisco Céspedes en su canción me preguntó: ¿Dónde está la vida?... Luego siguió Armando Manzanero con No se tú… ¿Cómo que en verdad me quieren matar?… ¿Se habrá metido Dios a musicalizar todas las emisoras que sintonizo?... ¡Esto es un atentado a la cordura y al sufrimiento!

PAUSA VITAL: Me quedan apenas menos de cuatro mil bolívares. No importa. Alcanza para otra botella de gin. Voy a comprarla. Tengo la necesidad de noquearme. Son las 3:45 de la tarde. Eso es lo que indica mi reloj, que nunca falla… Pero…, me siento perdido. No sé, en realidad, si hoy es hoy… O si estoy contando y escribiendo lo de ayer hoy o lo estoy haciendo simultáneamente hoy, en este instante, con los eventos ¡en vivo!, como dicen en la TV. Pero así no puede ser porque normalmente escribo en las noches lo que me sucedió en el día. No entiendo… La verdad es que estoy abandonado hasta por tiempo. Al parecer siquiera el me quiere. Bueno, me da igual, ya que para mí ya no existe el tiempo, como tampoco las horas ni los días. Ellas son absurdas y si no fuese por mi móvil no sabría en qué día estoy viviendo. Es la única referencia que tengo para mis anotaciones en el Diario… Seguramente debo estar escribiendo lo de hoy pero haciendo gala del recuerdo… Bueno, mejor es dejarlo de ese tamaño. Además, ¿a quién carajo le importa?… La vita é come la scala di un pollaio: corta e piena di merda (La vida es como la escalera de un gallinero: corta y llena de mierda), como dicen los napolitanos, pero la mía parece ser aún más corta y más sucia.

OTRA PAUSA. LA DEL NOCAUT: Mientras me ponía la chaqueta (¿cuál?) comenzó a sonar Perdóname si te estoy llamando en este momento, pero quería sentir tu respiración… Cariño mío sin ti me siento vacío… Las noches me saben a puro dolor… Me estoy muriendo por verte… Estoy agonizando… Devuélveme la vida… Devuélveme mi fantasía, mis ganas de vivir la vida… Devuélveme el aire… ¡Es como para noquearse, no!

  Empaqué la basura para botarla cuando pase junto al depósito de recolección que está a unos seiscientos metros de mi cascarita, hacia la carretera de asfalto y única salida, en auto, rústico o a pie, de la montaña.
  Al regresar -el viaje es corto- me crucé con un hombre de barba larga y cana peinada al estilo hindú que siempre anda caminando cerro abajo por la vía terrosa. Lo he visto en varias ocasiones y me llama mucho la atención. Su apariencia me infunde un respeto interior que no sé cómo describirlo. Es flaco y desgarbado. A primera vista parece un vagabundo, pero a medida que lo veo más de cerca, su rostro y porte semejan a uno de esos profetas que he visto en las películas bíblicas, tanto en televisión como en el cine. Para mí ese es el único patrón físico que tengo de los profetas, ya que, al parecer, es la mejor, o la única, descripción “viva” de ellos.
  Siempre que lo veo, al superarlo con el auto, me hago la señal de la cruz al tiempo que elevo una oración al cielo para que Dios lo proteja. Por estos parajes he visto muchos hombres con aspecto parecido, tanto en su delgadez, barba y semblante profético, aunque ninguno como la de éste, en especial, ya que por su lento caminar parece estar suspendido en el aire, a muy corta distancia del suelo.

PAUSA LOCA: Django me acaba de dar en la madre con A esa loca que yo amaba (¡y amo!)… La quisiera olvidar o que volviera esa loca que no olvido… Yo quisiera olvidarla o que volviera o que en el mundo existiera otra igual o parecida a esa loca que yo amaba.

  Definitivamente voy a apagar la radio y poner el CD de Soledad Bravo titulado Canciones de la Nueva Trova cubana. (Otro trago largo…, como un suspiro).

SIGUEN LAS PAUSAS: Aunque mi intención no era hacerles daño, tomé el Raid (mata zancudos, cucarachas, moscas y demás. Estas últimas son las que más me joden) y rocié un poco sobre ellas, pero siguen como si nada, como si les hubiese echado Chanel.

  Francisco, el joven el carpintero-administrador, o viceversa, ya que dijo que se había titulado de Administrador en España, está barnizando el closet y los mesones de madera de la cocina de Sonia, los cuales estaban como casi todos los de las cascaritas, repletas de diminutos hongos. Por estos lados hay mucha humedad. ¡Es el paraíso de la humedad!

  Sonia no se aparta de su lado, exigiendo cada detalle. Por eso es que hoy se quedó sola en la montaña.

MAÑANA:                                                                                                             
¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y alimañas te das cuenta!...


Diego Fortunato






SOFIA LOREN "Tu vuò fa l'americano" y "Karina" Show musical.

viernes, 15 de octubre de 2010

23 de agosto. (Parte I).

¡CÓMO QUEMAN LOS RECUERDOS!

Aquí estoy otra vez, garabateando el Diario y, por supuesto, bebiendo y escuchando música por la radio.
  Ya resolví por hoy mi problema de subsistencia, o seas las exigencias de mi maltratado estómago. Me preparé un risotto “al caico” (como llaman por aquí a las baldosas rústicas y color rojizo quemado de los pisos de las cascaritas). La receta es simple y me quedó apetitoso. Los ingredientes son los siguientes: un puñado y medio de arroz previamente lavado, 200 gramos de salchichitas de perro caliente (las cuales compré junto a un kilo de papas que estoy salcochando, ya que en la mañana me había antojado de un puré y croquetas, las cuales prepararé después), una cebolla previamente rallada, un cubito de pollo, un toque de passata (pasta de salsa de tomate), un salpicón de orégano, queso parmesano, aceite de girasol o el que se tenga a mano y agua. El primer paso es dorar en una sartén, con un poquito de aceite, la cebolla...

PAUSA: Me está llamando Tania, quien se quedó en casa porque Antonello le prometió barnizarle el closet. Quería que viera a través de su TV los hermosos paisajes naturales que enmarcan la telenovela “Amantes de luna llena”, las cual estrenó anoche un importante canal televisivo nacional y que a esta hora (1:30 p.m.) están repitiendo en su capítulo inicial. Salí, hablamos, vi algunas escenas al tiempo que le ofrecí un poquito de risotto, el cual le encantó. Al rato volví a mi encierro.

  Sigo, pues, con la receta: Después de dorar la cebolla, que, precisamente toma un color dorado sucio, se agrega el arroz, el cual también se hace dorar por espacio de un par de minutos. Concluidos estos, se le vierte encima un vaso y medio de agua tibia y una cucharada de passata (de allí, el color rojizo del risotto “caico”). Seguidamente se le espolvorea un poquito de orégano molido, se le desintegra el cubito y se revuelve, preferiblemente con un cucharón de madera. Pero si no lo tienes cualquier cosa sirve, hasta un pedazo de rama, un lápiz o lo que se te venga en gana. Lo importante, eso sí, es revolverlo. Se espera, a fuego máximo, que la parte líquida (el agua) se retire (evapore). Una vez que el cocido esté semiseco, se le echa otro medio vaso de agua a fin de que el arroz quede al dente y se espera a que se seque, que se absorba un poco la parte líquida. Se prueba y si el arroz está en el punto exacto que prefiere tú paladar, ya se puede comer. La mejor forma de servirlo es extendiéndolo en un plato plano y, mientras esté humeante, espolvorearle el queso parmesano. Si es Reggiano, ¡aleluya!

PAUSA: Me siento muy deprimido, me voy a tomar otra media tableta de lexo: Mientras escribo esto estoy maltratando con la punta del lapicero el recuerdito de Dorian y la hojita de la Virgen de La Milagrosa, que están al voltear la página. Las voy a mudar de lugar y poner junto a una fotocopia del Capítulo 13 de Los Corintios, que hace tiempo, aproximadamente dos años, me obsequió un periodista de mi staff de redacción.

 En la radio está sondando la canción Corazón espinado, de Maná. Sus estrofas me ponen aún más triste, pero masoquísticamente la sigo escuchando. Es una de las preferidas de Carolina… Cómo me duele estar vivo… Cómo me duele no estar a tú lado…, entona el cantante.
  Tomo un sorbo de agua, enciendo otro cigarrillo de las dos cajas que compré cuando fui a buscar las salchichitas y las papas, las cuales, por estar en esto, escribiendo, se me pasaron de cocción, y enseguida empino otro largo sorbo del venenoso y barato gin. Mis ojos se entrecierran mientras el trago pasa.
  No pienso en nada, sino en escribir y en soñar que todo pronto terminará, pero el hedor del pupú de Danger, quien defeca cerca de mi ventana, me hace volver a la realidad, a mi vida humana. Ese olor penetra tanto por mí nariz, que me dan ganas de cagar, otra vez, a mí también.
  Dejo el cigarrillo en el cenicero y atrás la cháchara insulsa y jocosa que dos amigos míos sostienen en su diario programa radial y me voy a sentar en la poceta. Salió algo, pero no mucho. Primero un insulso pedito, luego una cagarrutica. Tomo el papel toillette y me seco… Otro poco más, lo vuelvo a pasar, y ya… Estoy seco… Me lavo las manos y estoy listo… ¡No, no estoy loco!... Hago esto como una catarsis, un pensar sin estar pensando a fin de no volverme loco. Es un dejar de martirizarme y escribir y escribir todo, todo lo que hago y pienso sin complejos, sin censura y sin importarme nada, porque nada importa ya.
  Se acabó el programa de mis amigos y ahora están transmitiendo una canción de Gloria Estefan que se me mete por los oídos. Algunas de sus estrofas dicen: Cómo me duele perderte… Qué delicia tú sensualidad… Cómo fue que tú dejaste de querer… Cómo duele quererte, cómo duele perderte… ¡Qué drama el mío!

PAUSA: Tocan la puerta de mi cascarita. Es Antonello, quien acaba de regresar a la montaña. Atiendo su llamado. Lo veo más desorientado que yo. Me pidió un cigarrillo. Se lo di y le ofrecí un poco de risotto, del que todavía quedaba, pero manifestó que ya había comido. El también está sufriendo mucho, aunque tiene a Tania con sus veintidós añitos, que es todo un consuelo para momentos tormentosos. Yo no tengo a nadie. Sólo mis recuerdos y este Diario. Pero no importa, en la incertidumbre está la libertad y la felici-dad, afirma Deepak Chopra en uno de sus libros. Esperaré y dejaré todo al libre albedrío.

  Hace más de una hora las moscas no dejan de fastidiarme.
  Volvió a sonar en la radio Maná. Parece que en la emisora saben por lo que estoy pasando y me lo hacen a propósito… ¿Estupideces?... “Cuando te va mal hasta el burro te caga”, dicen por estos lares. Y eso es, precisamente, lo que me está ocurriendo. Parece como si todo el universo estuviese contra mí… ¡Cóño y qué mal he hecho!... ¿Amar con locura y pasión?... ¿Es eso un delito?
  Bueno, dejo a Maná jodiéndome con su Es más fácil llegar al Sol que a tú corazón y no se me ocurre mejor idea que empinarme un largo trago de gin a pico de botella… ¡Qué imbécil, soy!, me reprendo, pero como que mi consciente no está muy de acuerdo con mi subconsciente, o quizá, lo reta, ya que segundos después volví a hacer lo mismo.
  ¡Cómo queman los recuerdos!... ¿Es la mente o es uno?... ¿Por qué pensar?... ¿Es un prodigio o una tortura?... ¿Dónde se fue la razón, dónde están sus límites, dónde fue a naufragar y por qué?... ¿Es la mujer reflejo del diablo o diosa?... No lo sé… El sufrimiento existe y aunque nadie lo pueda palpar, es un arma mortal... ¡Bienaventurados los felices, porque son hijos de Dios, ángeles humanos, ángeles eternos!

MAÑANA:¡Qué mierda es la soledad!... ¡Hasta del color de los mosquitos y...           
 

 Monica Bellucci - La ragazza piú bella del mondo

jueves, 14 de octubre de 2010

22 de agosto.

  Jamás me habría despertado si no hubiese sido por el sonar de palas, picos y mandarrias de los guariqueños. Algunos golpeaban con reciedumbre pedazos de cavillas en el rocoso suelo para que sirviesen de soporte de las nuevas cascaritas que están construyendo.
  Son las 9:45 a.m. Es la primera vez que me levanto a esta hora desde que estoy en la montaña. Aquí normalmente madrugo, cosa inusual en mí, y mucho más por las altas dosis de tranquilizantes y alcohol que estoy ingiriendo.
  De ésta, si pierdo el norte y la medida, me convertiré muy pronto en un auténtico adicto y alcohólico, para complacencia de Carolina. Me imagino su rostro desvariado balbuceando: “No se los dije. Vieron que tenía razón… ¡Es un alcohólico!”.
  Mientras me desperezo oigo voces requiriendo a Beto, el más joven de los guariqueños. Debe tener unos doce o trece años. Lo utilizan casi abusivamente, como un utility. Lo que les fastidia hacer a los demás, le pegan un grito a Beto y el problema está resuelto o, al menos, olvidado.
  Al incorporarme de la cama recogí del suelo terroso las últimas cuatro colillas de los cigarros que fumé antes de quedarme dormido. Cuando dirigí la mirada hacia el cenicero, vi un platón de terracota repleto de cabos. Me sorprendí. Recordé que en la noche, tarde, boté muchos por la ventana. Definitivamente, estoy fumando demasiado. De ahí la tocesita que me sofoca todas las mañanas.
  Monté la cafetera. Cuando oí el borboteo que indica que la efusión ha llegado al punto más elevado de ebullición, giré la perilla para desconectar el gas de la cocina. Esperé unos instantes. Luego arrimé mi tacita hasta la boca de la cafetera, la cual incliné suavemente para verter la infusión en la taza. Sólo bastó una pequeña inclinación y el ardiente café se desbordó, en todo su aroma.
  Estoy confuso. No entrelazo una cosa con la otra, un día con el ahora. Ni el ayer presente con este instante, pero seguiré escribiendo, aunque en ello deje la vida… ¡Coño, alguien tiene que enterarse de que existo y de lo que estoy pasando!
  Mientras absorbo mi café veo hacia afuera. Los guariqueños más que trabajadores de la construcción, parecen marabuntas. Son unos verdaderos magos, prodigios naturales de la construcción. En un abrir y cerrar de ojos desmontan y levantan cascaritas en apenas un par de días. Su rapidez es asombrosa, y eso que carecen de casi todo el instrumental adecuado. Ellos se las inventan.
  Salí hacia la montaña y después de una breve charla con los guariqueños regresé a la cabaña y me dispuse a preparar el almuerzo.
  Hoy comeré una suculenta sopa montañera, tipo “Juliana”, que inventé yo mismo. Es rápida, fácil de hacer y apetitosa.
  La receta es simple. Consiste en lo siguiente: A media olla de agua se le agrega un cubito, de carne o de pollo, indistintamente. Se ralla una cebolla y una zanahoria, las cuales se vierten en el recipiente con el agua aún fría. Luego se pone a hervir por veinte minutos. Al finalizar ese tiempo se le agrega medio plato de tubbettini (pasta italiana a los que algunos la llaman guergueritos). Otros diez minutos de cocción y listo. Suculenta, se lo aseguro. Por supuesto que la receta que acabo de anotar es para una sola persona. Para dos se doblan los ingredientes y así sucesivamente.
  Aunque es muy temprano todavía y pese al buen plato de sopa que comí en el almuerzo, me está dando hambre otra vez. Anoche apenas cené con un paquete de galletas, una botella de gin y dos cajas de cigarrillos.
  Ayer, cuando fui al bufete de Alfredo Díaz, no había siquiera desayunado. Lo único que tenía en el estómago era un plato de pasta condimentada con diablitos, que no recuerdo si me los comí el día anterior o plus anteayer.
  Hoy estoy un poco tembloroso. Trataré de tranquilizarme. Me tomaré un pequeño descanso y después seguiré escribiendo.
  ¡Listo!... Aunque no lo crean, ya estoy aquí, de vuelta, aunque un poco amnésico. Ya es de noche y no sé qué pasó, qué hice durante las horas de la tarde. No lo recuerdo, pero eso no tiene la menor importancia. Lo importante es seguir escribiendo sin parar.
  Mi viejo grabador-reproductor no me abandona. Es mi inseparable compañero. Lo único “ser” fiel que permanece a mí lado. Bueno, también tengo a Dios, aunque por ahora parece hacerse el pendejo, sordo y mudo y eso que se dice Todopoderoso.
  No me importa si todos me abandonan, ya estoy en el fondo… ¡Que carajo!... Si esto es el infierno, no es tan malo como dicen. Pero si apenas es el vestíbulo, ¡coño!, no quiero ir más adelante. Esto es mierda, no es para humanos, menos para desesperados.
  PAUSA DE RECUERDO: ¡Uf, me estaba preocupando! “Una vaina más”, me dije hacia mis adentros. Ahora, además de pendejo, soy también amnésico. Pero no. Fue una falsa alarma. Recordé lo que hice en la tarde. Estuve escuchando un viejo cassette de meditación con mensajes muy hermosos y positivos, que, en condiciones normales, me hubiesen servido de algo, pero a estas alturas tanta belleza parece ciencia-ficción o digno de un cuento de hadas. No pude terminar de oírlo porque Danger se asomó por la ventana reclamando sus galletitas. Le di sólo cuatro a fin de no mal acostumbrarlo.
  A las 7:30 p.m. recalenté la sopa que había quedado del mediodía. Pese a la receta, me excedí tanto en la cantidad de pasta y zanahorias, que todavía hay sopa para rato.
  Una mariposilla que nadie había invitado a degustar mi sopa penetró en la olla y, lamentablemente, se ahogó. La removí con el cucharón antes de encender el fuego y comí el manjar con deleite. Quedé satisfecho, al menos ese es el mensaje que transmite mi estómago, pero, y no es psicosomático, siento unos fuertes puyazos en la barriga.
  PAUSA GOLOSA: Prepararé café y me serviré una tacita repletaron bastante azúcar para ver si la poción atenúa el dolor.
  Nada que ver. Sigo sintiendo esos fuertes puyazos.
  Se están acabando las páginas. La tarjeta de bautizo de Dorian y una pequeña hoja con la estampa y la historia de la Virgen de La Milagrosa que tenía dentro de la agenda, en la página correspondiente al 8 de agosto, y que traslado constantemente tres o cuatro páginas más adelante mientras escribo, están ante mi vista. Son y seguirán siendo mis guías, fieles protectores y silenciosos compañeros durante este viaje donde la palabra toma cuerpo y forma de desespero en el Diario.
  Hablando de compañeros silenciosos, uno que anda por ahí, que no es nada discreto, es un enorme grillo que arrulla mi sueño.
  También me acompañan unas tres docenas de variadas mariposillas. Una gigantesca cucaracha, que por su forma y tamaño, creo que es una sobreviviente del pleistoceno, un escarabajo y otra gran cantidad de pequeños insectos, amén de las diminutas y trabajadoras hormiguitas que a veces se me meten hasta en la cama.
  Son dignas de asombrosa admiración... ¡Cómo trabajan! De día y de noche. No sé si hacen turno de ocho o diez horas cada batallón, como los estibadores neoyorquinos. No sé cuál es su organización, menos si pertenecen a una mafia o sindicato. Lo real, lo verdaderamente real, es que son admirables, únicas en el mundo. ¡Cómo me encantaría ser una de ellas y pertenecer a su familias!... ¿Las hormigas se traicionan entre sí?... Lo dificulto… ¿Las hormigas son infieles?… Menos lo creo, ya que son cuerpo y pensamiento compacto y perfecto. Su ideal es la conquista del trabajo y siempre lo logran… ¡Cómo me gustaría ser hormiga!
  Estoy en otro momento de mí vida. Por favor entiéndanme. No contaminen mi delirio, déjenme divagar libremente.
  Es más, estoy tan arrecho, que si te me apareces, diablo maldito, te arrancaré una oreja de un sólo mordisco… ¡Ahí sabrás, al igual que yo, el tormento que se vive en la tierras y no en el infierno!
  ¡Sí!... Lo sé. Estoy otra vez borracho y loco. Pero qué más puedo hacer en esta montaña... ¿Morirme?... ¿Esperar la cigüeña o un ángel que me traiga a mi Dorian para besarlo, mimarlo y regresarme la felicidad perdida?... ¡Qué cagada!... ¡Eso!... Eso es lo que, precisamente, me provoca en estos instantes… Aunque cago poco, mi pupú es perfecta, casi celestial. Tan rubio como yo, o catire, como se dice en criollo. Lo importante es que estoy en perfectas condiciones: Si cago, estoy vivo. Si no cago, estoy muerto.
  En eso, últimamente reside mi vida… ¡Qué belleza!


MAÑANA:                                                                
¡CÓMO QUEMAN LOS RECUERDOS!


©Diego Fortunato
  
La amante del gobernador (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 90 x 80 cm.
Colección privada




miércoles, 13 de octubre de 2010

21 de agosto.

SÓLO EN MI SILENCIO                                                            

  Y llegó el lunes. Día de mi cita en el bufete de Alfredo Díaz, cita que habíamos acordado el sábado, en la reunión de degustación de la porquetta.
  Otra dosis de lexo al despertarme, una aspirina y cuatro tazas de café bien tinto. Luego un baño con agua casi helada, ya que mi calentador -como casi la de todos los moradores de las cascaritas- es neurótico e impredecible. Nunca se sabe cuando funciona. Como son a gas y están instalados a la intemperie, en la parte trasera de las cabañas, el agua de la lluvia, los fuertes vientos y los rigores propios de la montaña y pese a su sistema “infalible” (según Robert, ya que son franceses y de buena calidad), uno nunca sabe cuándo se les ocurre surtir agua caliente por la grifería. Los dichosos aparatos son un fraude, contrario a lo que diga el mago de la montaña: el invencible Robert.
  Ya son las 10:10 p.m. y yo sigo en esto. Ya me he fumado no sé qué cantidad de cigarrillos (la cajetilla está feneciendo, pero me queda otra en el auto). He devorado media botella de ginebra pura en mi tacita de estrellitas azules, he escuchado no se cuántos discos y canciones de Soledad Bravo -tengo toda su colección-, y me estoy comiendo unas galletitas de soda porque esta noche estoy de huelga: ¡me resisto preparar la cena!, sin embargo persisto en la malsana costumbre de martirizarme.
  Aunque escribir apacigua mi ser, no sé en realidad porqué lo hago, ni quién leerá lo que escribo -o se atreverá a leerlo- algún día.
  ¿Lo escribo para mi querido Dorian?... ¿A fin de desahogar mi desesperación y reprocharle a Dios y al mundo su injusticia?... O para maldecir mi mala suerte. Aún no lo sé. Siquiera me importa, ni me interesa. Lo único que sé es que es una forma de catarsis, una liberación.
  Pese a la música, al canto de los grillos que me acompañan, un mudo silencio de la paz a mi mente. Un silencio reconfortante…
  Tomo un poco de agua, no porque me arda el estómago, sino para pasar el sabor de las galletas. Luego, otra tacita repleta de gin.

  Llegué a la oficina de Alfredo Díaz a las once y ocho minutos, sólo ocho después de lo pautado. Me recibió la secretaria, quien con cordial sonrisa informó:”El doctor viene en camino”. De la otra abogada, Marelby, ni pista. No estaba.
  Me senté en el recibidor muy callado. A los pocos segundos le pedí a la secretaria que me abriese la puerta para ir a fumarme un cigarrillo en el pasillo aledaño. Le dio a un botón situado en un extremo de su escritorio y abrió en forma automática.
  Alfredo Díaz era un fumador empedernido, pero después que le detectaron un incipiente cáncer en la lengua, prohibió fumar en el interior del bufete. Lo respeto. Respeto su decisión, aunque el día de la porquetta todos fumaron como turcos. Y él estaba allí, sonriente y feliz… Bueno, cosas de la vida y tolerante buena educación.
  Apenas terminado el cigarrillo regresé a la oficina. Me senté en la salita de espera. Estaba desorientado, con una terrible angustia oprimiéndome el corazón. Al rato llegó Marelby, quien me saludó afablemente y ofreció un café. Casi enseguida sonó su celular. Era un cliente del bufete, quien parecía reclamarle algo en tono airado.
  Gracias a Dios pronto, detrás de la amplia puerta de vidrio, apareció la robusta imagen de Alfredo Díaz. La situación me estaba incomodando y verlo fue como un regalo de Navidad.
  Yo mismo le abrí la puerta. Se disculpó por la demora y pidió que lo esperase unos minutos más porque tenía que reunirse con Marelby a fin de puntualizar estrategias sobre los casos que ese día tenían pendientes en los tribunales.
  Pasaron largos y tediosos minutos. No sé cuántos, pero fueron bastantes. De pronto la secretaria se acercó donde estaba y expresó: “Doctor -refiriéndose a mí- ya puede pasar”.
  Pausado, ya que los lexos que había tomado dos horas antes estaban en plena efervescencia y efecto, entré al despacho documentos en mano.
  En presencia de Marelby, indiqué que lo más urgente para mí era disolver la compañía que tenía con Luis David y que me preocupaba mucho lo de la falsificación de mi firma por parte de su abogado. Luego ofrecí otros detalles, muy funestos, sobre la personalidad de mí hasta ahora socio.
  Ambos coincidieron en que lo de la falsificación de la firma era algo insignificante. Pese a ello insistí. Les dije que quería desligarme de todo lo que oliese a ese hombre. Ellos prometieron que pronto iban a proceder y acabar con ese nexo comercial. Les di todos los teléfonos -casa, oficina y móvil- de Luis David advirtiéndole que lo llamaran antes de las doce del mediodía, porque a esa hora le da su ataque de hambre y sale corriendo hacia un restaurante cercano a la oficina llueva, truene o relampaguee. Una vez me contó que de niño sufrió mucha hambre en su pueblo natal, allá por Los Andes. Fue tanta, que una vez estuvo alimentándose durante tres largos meses sólo de papas con cebollas, las cuales robaba de un silo cercano. “La comida para mi no es un placer sino una necesidad esencial”, confió una vez.
  Le referí a Alfredo que Carolina no me deja ver a Dorian y pregunté qué debía hacer. Me dio un rosario de recomendaciones que en vez de reconfortarme me desmoralizaron. Aunque es mi amigo y un buen abogado, cuando Alfredo habla como tal es tan frío e insensible que hiela la sangre. No voy a contar los detalles porque yo mismo no quiero recordarlos.
  Poco antes de irme le comenté que hoy, precisamente hoy, 21 de agosto, mi pequeño Dorian cumple dieciséis meses de vida. Mi alegría le entró por un oído y le salió rápido por el otro. Impasible me dijo que odiaba a los niños, que los prefería grandes y que por eso se casó con una mujer que ya tenía tres hijos que pasaban de los doce.
  Su respuesta me desmoralizó. Él y sus influencias en los tribunales no me serían útiles ni la solución de nada. Me escucho sólo por cortesía. Nada más. Presentí que no estaba dispuesto a hacer mucho, menos de gratis por más amigos que fuéramos. Me despedí y atropelladamente fui hacia el estacionamiento en busca del auto. Quería desprenderme lo antes posible de aquellas palabras que jugaban una especie de ping-pong mortal con mis ideas.
  Salí del bufete derrotado, sin esperanzas y desanimado. Como un loco corrí hacia la montaña para refugiarme en mi dolor.
  En el camino llamé varias veces al celular de Carolina con la intención de darle el feliz cumplemés a Dorian. Misión imposible. Desconectó, suspendió o qué sé yo su teléfono, ya que en todos los intentos la línea siempre estaba ocupada. Al rato volví a marcar, ahora al teléfono de la casa. Como un tonto que habla para sí mismo, dejé grabado en la contestadota mis besitos, amapuches y felicitaciones a mi querido bebé. Espero que cuando regresen Carolina se lo haga escuchar, aunque lo dudo. Cuando se lo propone es tan maligna y perversa que ni Lucifer le gana en maldad.
  Mi Dorian es tan vivaracho y precoz que comenzó a caminar apenas cumplidos los diez meses. Cuando lo arrebataron de mi lado ya balbuceaba algunas palabras, como “agua”, “más” y “no” en perfecta pronunciación.
  ¿Ya estará hablando?... ¿Por qué tanta crueldad, porqué arrebatármelo de esa forma?... ¿Qué coño hice -porque desde mi punto de vista aún no entiendo nada- para que Carolina me lapidara de esa forma?
  Llegué a la cabaña desesperado. Me quería morir. Darme unos golpes contra la pared o únicamente tenderme en la cama. Abandonarme. Eso es lo que me provocaba y así lo hice.
  Primero se acostó mi dolor, luego yo. Cerré los ojos y quedé inmóvil. Pasaron algunos segundos, minutos, tal vez. Pronto recordé un letrero que durante mi regreso leí en una valla que promociona una famosa marca de whiky y salté de la cama como un resorte. El anuncio de la valla decía: No temas ir despacio, sólo teme quedarte parado. No recuerdo de quién es la máxima. Al parecer es un refrán chino o un aforismo anónimo, pero esas palabras me hicieron recapacitar. No debía quedarme parado. De otra forma la depresión vencería y me aniquilaría.
  Decidido volví a salir. Abandoné la cascarita y fui a un concurrido centro comercial del este de la ciudad. Paseé un rato como un sonámbulo entre la gente.
  Nadie notaba mi desespero, pero si mí presencia. Incluso algunas bellas jovencitas que al verme me sonrieron picaronamente.
  Seguí caminado. De un piso, subí al otro. Luego volví a bajar. Al rato estaba otra vez subiendo al nivel superior. Las personas caminaban aparentemente despreocupadas. Veía sus rostros, analizaba sus movimientos… Los psicoanalizaba. Buscaba penetrar sus mentes y conciencia. Saber qué pensaban y porqué. O a qué temían o atormentaba sus espíritus. Antes, cuando todo era paz y felicidad en mí ser, lograba descifrar lo profundo de la psiquis de mis semejantes, ahora todo es gris y sin aparente conocimiento. Perdí mis facultades… Siquiera sé verme y comprender a mí mismo…
  Qué difícil es entenderme y entender todo lo que escribo. A veces, yo mismo no sé lo que escribo. Es una historia, un tormento, ¿o qué?... ¿Es la vida, mí vida o lo que queda de ella? ¿La tengo todavía o ya desapareció?... ¿Qué soy ahora?… ¿Un fantasma?... ¿Y los fantasmas sufren?... No lo sé…
  Lo único que sé es que no resisto más.
  Confundido y aturdido, al rato regresé a la montaña con la intención de escribir estas notas ya que es lo único que evita que esté derrumbado en la cama pensando… Eso sería inercia y un camino inequívoco a la desvariación y la locura… ¿Ya lo estoy?... ¿Ya estoy loco y no me he dado cuenta aún?
Es tarde. Me encuentro tranquilo y en relativa paz. Otra vez, a esta hora de la noche, Soledad Bravo vuele a deleitarme con su canción No puedo ser feliz. No me atormenta, por el contrario, me transmite sosiego, muy alejado del goce masoquista. ¡Es qué esa gran mujer tiene voz de ángeles y sólo puede inspirarte paz y no otra cosa!
  La botella de gin está pereciendo. Yo adormilándome junto a ella mientras escucho el canto de los grillos, las ranas y mi música de siempre. La noche corre presurosa a fin de alcanzar el nuevo día. Añoro, añoro la luz del día y quiero que el alba despunte pronto. La luz es de Dios, la noche de los demonios, fantasmas y recuerdos funestos.
  Hoy dormiré tranquilo porque hay un sólo pensamiento en mi mente: ¡Volveré a ser feliz, con ella o sin ella!
  Se marchó la dicha, pero no la esperanza, ni la vida. El amor renacerá en mí. El amor todo lo puede, escribió San Pablo en Corintios 13. Y el amor, hacia todo y todos, es mi único patrimonio. Reverdecerá en mí el milagro del amor. ¿Por qué amar hace tanta falta para vivir?... Qué es más importante para la vida: ¿el oxígeno o el amor?
  Ya casi es la una y media de la madrugada y mi buen y noble brazo izquierdo (soy zurdo y esto es un manuscrito), me está pidiendo clemencia y un buen y merecido descanso. Además, acabé con la última gota de gin. Será hasta mañana, si sobrevivo.

MAÑANA:                                                                              
  Si esto es el infierno, no es tan malo como dicen. Pero si apenas es el vestíbulo, ¡coño!, no quiero ir más adelante.


 Diego Fortunato


 

 
...y abrió el pozo del abismo (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 66 x 48 cm

Serie Apocalipsis, Cap. 9:2

martes, 12 de octubre de 2010

20 de agosto.

    Dios me ama, aunque estoy molesto con Él. Yo también lo amo, aunque Él esté molesto conmigo.
   Bueno, ¡qué coño!... ¿A quién le importa quién está molesto con quién? Debo escribir y lo voy a hacer aunque me cueste la vida… ¿Cuál vida?... Estoy otra vez alucinando… Le estoy dando carácter de vida a mi sufrimiento mortal... Alguna vez escuché que el hombre es un animal de costumbres. Parece que me estoy adaptando a esta mierda: sufrimiento y dolor desesperado… ¡No, mierda!... ¡Va de retro Satanás!
  Voy a escribir. Hay tantas cosas qué contar, que se me ocurre, hijo mío, decirte que casi todas mis heridas sanaron. En la cara únicamente me queda una pequeña costra. Las que aún me molestan enormemente son la del tobillo izquierdo, la rodilla derecha y la de espalda, un poco más arriba del riñón izquierdo. A pesar de los tubos de Tantum que les he aplicado, no creo que sanen pronto.
  Anoche, cuando me acosté, hijo mío, me sucedió algo insólito.
  El frío de la montaña, que en la madrugada fue más lacerante que de costumbre, me hizo despertar. No recuerdo qué hora era, tampoco me importaba. Pero sucedió. De improviso abrí los ojos y me vi envuelto en una neblina blanca que no me dejaba ver nada. Como todavía no tengo vidrios en las ventanas, supuse que debido a la condensación, la niebla me había atrapado dentro de la cabaña. De pronto sentí miedo, pero a medida que me fui acostumbrado, la sensación de pavor cambió por la de extrañeza y paz. Como si un fenómeno raro estuviese ocurriendo dentro de mi cabaña, y yo, como un imbécil, estaba atrapado en el, mirando como un bobo y sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Entonces, después de abrir los ojos, de sentirme bien despierto y mirando todo a mí alrededor, perdí parte de la conciencia. No sabía si estaba flotando en el aire o acostado en la cama, no obstante me sentía feliz. Pero, lo más asombros, es que en ese paraíso de nubes e inconsciencia, percibí como levitaba y desplazaba de un lado a otro de la cabaña. Era como estar suspendido, atrapado por manos con forma de nubes. Fue sentir la vaciedad del universo. Percibir la mano extraña, pero tierna de la eternidad, debajo del cuerpo que me mecía hacía la paz, la cual, extrañamente, no era de color blanco, sino de rojo rubí. Después, entre ese algodón de nubes que transportaban mi ser, vi un triángulo de estrellas, tan perfecto como el que se admira en el cielo.
  Así, estando despierto y dormido a la vez, llegó el nuevo día. Un día maravilloso, que semejaba al de anoche, porque antes de despertar, soñar o vivir mi alucinación o anunciación, en el triángulo, dentro del ojo de Dios, te vi, como en una fugaz película, jugando y feliz.
  ¡Dios te bendice y cuida, hijo mío, yo también!... ¡Tú presencia es mi vida!
  Ya no me interesa nada. Nada tiene sentido ya. Confundo el día con la noche y me da igual.
  Quiero morir, pero también vivir y amar, pero, ¿cómo hacerlo con este dolor mortal? Fugitivos e incomprensibles son mis pensamientos. Nadan y divagan en mi mente como si encontrasen en el mismo centro de un huracán… ¡Sopor maldito que me roba vestigios de razón!
  La tonada “Para Elisa” del móvil dio tregua a mi infierno a las 8:52 a.m. Sé la hora que era con precisión matemática, porque así quedó grabada en el memoria del teléfono y así lo asiento en este Diario, bitácora de amor, dolor, sufrimiento y muerte.
 En mi letargo, el corazón volvió a la vida y latió con fuerza viva al escuchar esos retoques, ya que eran los que de antemano Carolina y yo habíamos establecido para nuestra comunicación directa e íntima.
  Cuando logré alcanzar el celular, este había cesado de repicar. No obstante, Carolina había dejado un mensaje: “Leonardo, tú sabes que estoy en Aruba…Que estoy bien… ¡Deja la llamadera!… ¡Deja la falta de respeto!… ¡Sinceramente estoy harta! Aquí me voy a quedar un buen tiempo… Agradezco que no me faltes más el respeto por teléfono… Yo soy una persona honorable… ¡Estoy cansada!... ¡Estoy cansada!... Sencillamente me cansé de todo… Pero no es para que me faltes el respeto con esos mensajes que me dejas en la grabadora… Me vas a obligar a cambiar todos los números del teléfono, del celular, de todo… Te agradezco, por favor…” (Terminó el tiempo de grabación y con este el mensaje).
  Segundo mensaje: 8:54 a.m. Estaba en el baño orinando (Sic): “Si quieres saber del niño, está bien… Aquí en sus vacaciones… Tranquilas, en paz… ¿Entiendes?... ¡Quiero paz y tranquilidad!... No hace falta que me estés vejando, maltratando e insultando con una gran cantidad de groserías cuando yo jamás he sido mujer de eso… Estoy cansada… ¡Lo que estoy es cansada de tú persona, de todo lo tuyo!... Yo no quiero saber nada de ti… Lo que quiero es paz y tranquilidad… ¡Deja de insultarme por teléfono!... ¡Déjame en paz!... Yo no quiero saber más nada de ti ¡y punto!… ¡Eso es todo!, pero deja…”. (Y se volvió a cortar la grabación).
  Luego entró una tercera llamada, la cual contesté con: “¡Dime Carolina!”, pero ella, al escuchar mi voz, enseguida cortó.
  Estaba confuso, pero luego de desperezarme, la ira me invadió. Escuché una y otra vez los mensajes que me dejó… No sólo la presentía con “otro”, en buena compañía… Luego pensé: ¡Qué tristeza!... Yo aquí, muerto de sufrimiento, encerrado en esta mísera montaña y ella pasándola de lo mejor en la playa, a pleno sol, con su sombrero de panela y lentes oscuros, saboreando un daiquirí o una piña colada, la cual sostiene con desenfado entre sus manos mientras el hielo granizado se va deshaciendo lentamente debido al calor, y su misterioso “amigo” poniéndole bronceador en la espalda.
  En ese preciso instante, sin siquiera pensarlo… Sin pensar en las consecuencias, obviando los consejos de Deepak Chopra, que tanto he leído, en un arrebato tomé el celular y le dejé varios mensajes, el primero a las 9:15 a.m., los cuales, para posterior corroboración, grabé en mi pequeña grabadora periodística.
  El contenido del primero es como sigue: “Carolina, no te he insultado en ninguna forma. No creo que estés en Aruba… Sé que te escondes… Sé que tienes otro celular y que me estás grabando… ¡Lo sé!... Deja la ridiculez… Deja de decirme esas cosas por teléfono… Yo sé muchas, pero muchas otras cosas más… ¡Qué te vaya bonito!”.
  Casi enseguida volví a marcar su teléfono y expresé: “¡Mira!, se me había olvidado decirte lo más importantes: El que no quiere saber nada de ti, so ¡yo!... Estoy hastiado… ¡Asqueado!.. ¿Entiendes?... ¡No quiero saber nada de ti!... Lo único que me preocupa es Dorian, no tú… ¡No te envanezcas!… No me interesas nada, en lo absoluto….Tú vida es tu vida y la mía la mía…Lo único que me interesa es ese pobre niño, al que tienes abandonado... No vayas a creer que te estoy persiguiendo… ¡Chao!”.
  Dejé de escribir. Me incorporé de la sillita, abrí la puerta y observé hacia afuera. Nadie anda por estos lados de las cascaritas.
  Hice pipí, tomé un sorbo de ginebra, volví a poner el CD “Con amor…”, de Soledad Bravo, el cual estoy escuchando desde que comencé a escribir. Su tema número 12, No puedo ser feliz, penetra hasta el fondo de mi alma. Es mi favorito. No puedo evitar una lágrima o dos.
  Días antes le dejé unas estrofas en el celular de Carolina. Sólo parte de la canción y después, de mí propia voz, afirmé: “¡Te amo!... ¡Te amo!”.
  Luego de tal “proeza”, suspirando, me acosté a dormir regodeándome en mí logro.
  Al día siguiente, al interceptar los mensajes de la grabadora de su celular, cosa que hago permanentemente (puedo escucharlos con facilidad debido a que no tiene contraseña de seguridad), lo borré, porque el “¡Te amo!... ¡Te amo!”, no alcanzó a grabarse al terminar el tiempo establecido. Sólo quedó registrada la canción.
  Hay un tercer mensaje, del que me arrepiento. Fue esa misma mañana. Encenderé la grabadorcita que tengo a mi derecha para transcribirlo textualmente. Fue a las 9:19 a.m. y dije: “Ah, mira, faltaba otra cosa. Tú sabes que yo no te quiero… Absolutamente nada. Se me rompió el amor… El 18 de septiembre, una vez que abran los tribunales yo, yo mismo, me voy a dar el gustazo de introducir la separación… ¡Yo!, porque ese gusto es mío y no te lo voy a conceder a ti… ¿Entiendes? Yo voy a introducir la separación… No es tuya, es mía, porque yo la deseo… ¡Chao, mi amor!”, finalicé con sarcasmo.
  A las 9:21 a.m., dos minutos después, volví a insistir con otro mensaje, esta vez malévolo, cargado de rabia, impotencia, dudas, irritación y un toque diabólico, pero no por ello deja de ser real, verdadero: “¡Mira!, y ya que tú armaste el tinglado con esas fotos… Toda esa cortina de humo que tendiste para tapar qué se yo…, con esas fotos de supuestas novias mías… Bueno, fueron novias mías hace cinco años atrás… Yo, de tus “álbumes privados”, que guardas con celo y mucho amor, saqué las fotos de Emiro y de otras de tus parejas… De varios novios… Las tengo guardadas en una caja fuerte (mentí)…Otra cosa, te respeté los pelos (vellos) que tú guardas empaquetados y bajo llave… No sé de quiénes son… Te los respeté y dejé ahí donde los escondes…”.
  PAUSA OBLIGADA: Estoy tratando de sincronizar la grabadora. Mientras lo hago Soledad está cantando No puedo ser feliz. Luego de una armoniosa instrumentación, en sus primeras partes la canción dice: No puedo ser feliz… No puedo olvidar… Siento que te perdí… Y eso me hace pensar que he renunciado a ti, ardiente de pasión… No se puede tener conciencia y corazón… Hoy, que ya nos separan la ley y la razón, si las almas hablaran, en su conversación las nuestras serían cosas de enamorados…”.
  Esta mañana me masturbe con el recuerdo de mis noches, días y tardes con Carolina. Nuestra pasión, nuestros ardientes besos y pródigas caricias, su recuerdo, todo me impulsó a hacerlo. La amo, la amé y la seguiré amando. No a su cuerpo, no a sus pensamientos, no a su voz, no a sus caricias, sino a toda ella entera.
  En la noche volví a hacerlo con mucha más fuerza, como si la pasión jamás hubiese desvanecido. Lo hice con la misma furia, el mismo amor y pasión de cuando ella se fue a Italia, a visitar a su hermana, y me dejó sólo en su casa. En ese entonces no estábamos casados. Éramos amantes. Fue un diciembre, el más frío que mi alma soportó. Dorian aún no estaba en nuestros sueños. Fueron momentos de soledad y silencio que sólo mi amor por ella pudo soportar. No obstante, ella, insegura de sí misma -antes y ahora- creía que estaba con ella por su dinero. ¡Qué equivocada e insegura, Dios mío!
  La tarde… ¡Qué maldita tarde fue la de este domingo 20!... Ya es de noche…, creo… ¿Estoy recordando o escribiendo hoy lo de ayer?... ¿O todavía es hoy y estoy borracho y siquiera sé que día es hoy, ni lo que digo o pienso, menos lo que escribo?
  Bueno, sea hoy o ayer el hoy, la cosa es que parecía un alma en pena. El deseo de verla, al igual que a Dorian y mis malditas dudas sobre la existencia de una tercera persona en su vida me tuvo dando vueltas por toda la ciudad.
  Como un bandido fugitivo, casi camuflado y ladeando oblicuamente el parasol del auto para ocultar parte de mi rostro, pasé en varias ocasiones por el enverjado de la entrada principal de la casa de sus padres. “Es domingo -me dije-. Hoy habrá almuerzo familiar”. Y no estaba equivocado. Muchas veces participé en ellos. Todos los coches, los de sus hermanos y cuñados, estaban aparcados en el espacioso garaje con vista a la calle. Vi a los niños de José Rafael, su hermano menor, risueños y dicharacheros, jugueteando alrededor de estos. Entonces, tragando la amarga hiel de mis angustias, pensé: “¡Ella también estará allí! … Andará en otro auto, ¡pero está ahí!”… Pero no… ¡No estaba!
  Desesperado, fumando como un condenado antes de ser llevado al patíbulo, dirigí el auto hacia La Manzanita, la exclusiva urbanización donde reside su hermano mayor, pero su auto tampoco estaba en el garaje de la residencia. Ya casi a punto de estallar, descorazonado, pasé frente a la casa de su hermana. Ni rastros de ella. Luego, mí vía crucis me condujo hacía la residencia de otra de sus hermanas y, ¡nada! Ni rastros de su auto ni de cualquier otro indicio que pudiese indicar que ella y mi bebé estaban en la ciudad.
  Desfallecido, derrotado e invadido por una sensación de impotencia y vacío mortal, estacioné el auto en una colina aledaña a la casa donde vivía con Carolina. Saqué los binoculares del portaguantes y me dispuse a husmear hacia los ventanales de la casa.
  Mi intención era ver algo, no sé qué. Algo, que por más doloroso que fuese, corroborase mis sospechas de la traición. Algo que, de una vez por todas, me matase o me regresara a la vida. La incertidumbre es la más maldita de las compañeras. A veces es mejor saber, cuánto antes mejor. Es el final o el principio. O te mueres o te liberas de una vez por toda de la pesadilla que te atormenta. La incertidumbre, la inseguridad, que conduce a la sospecha, es un veneno letal que en pequeñas dosis te administra la razón y te va matando lentamente, muy lentamente, y con crueldad infinita.
  Aparentemente tranquilo y con dominio de mi mismo, coloqué los binoculares cerca de los ojos. Mientras lo hacía, una fatigosa respiración escribía un poema de horror en la mente. Hasta un sordo hubiese podido escuchar los latidos de mi atormentado corazón.
  Siquiera pude enfocar el bendito aparato y eso que siempre lo hago al instante y con facilidad. Tuve que girar la perilla en varias ocasiones. Parecía que todo conspiraba contra mí. Mis movimientos eran torpes, propios de los prisioneros de la angustia permanente.
  Una vez que logré poner los gemelos a punto, vi hacia allá. Hice un croquis mental y visual, pero nada… ¡Nada se movía! No había signos de vida en la casa.
  No satisfecho con los sinsabores del día, en la noche, a esos de las siete y treinta, obviando los peligros de esa carretera tan tortuosa, la cual se hacía aún más peligrosa debido a los desatinos que causaban mi angustia, nervios y desesperación, volví a hacer el mismo tour. Resultado: ¡Nada!... Ni una luz encendida en la casa, ni asomo de vida por sus alrededores, menos de ella y Dorian.
  Derrotado, emprendí el regreso… A masturbarme con su recuerdo y dormir, pero no sin antes ingerir una buena y fuerte dosis de tranquilizantes. No tomé alcohol, apenas agua y un trozo de pan, el suficiente para sobrevivir.


MAÑANA:                                                                              SÓLO EN MI SILENCIO
En el año del silecio (1991)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 150 x 100 cm.
Serie MURMULLOS EN EL SILENCIO
Colección MUSEO CARMEN TINOCO
La Habana (Cuba).




lunes, 11 de octubre de 2010

19 de agosto.

FUEGO EN MI TORMENTO                                                       

  Esos benditos pájaros me van a volver loco. Al principio me agradaban, ahora no. Tienen días acosándome. Hoy estuvieron cuatro de ellos, muy cerca, dándole fuego a mi tormento. Al fin pude divisarlos en las copas de los árboles más altos. Dos estaban hacia el sur y los otros, muy cerca, al este. Su canto es acechador, para no decir culposo. Parecen estar reclamándome algo… ¿Qué?... Si yo soy la víctima, no el victimario. Con furia repetían insistentemente ¡cristofué!… ¡cristofué!... ¡cristofué!, haciendo especial énfasis en el fue, pareciendo referirse a mí. ¿Qué les pasa a esos pajarracos si yo no he hecho nada malo?… ¿O sí?...
  Aunque no lo saben, los tengo pincelados en mi memoria. Pese a que son tan escurridizos y se refugian en las ramas más altas, hoy avisté a dos ellos. Son de pico largo con los lados de la cabeza color negro, cresta amarilla limón y un collar blanco en la nuca. Su lomo es pardo tornasol y su garganta blanca y alas color terroso…
  ¡Qué esos pájaros me dejen en paz es lo que más te pido Señor!... Nunca he delinquido y si el escribir este Diario es un crimen, te diré que para mí consiste en un mecanismo para evadir malsanos pensamientos, aunque también se ha convertido en una agobiante pesadilla y en un instrumento para implorar Tú justicia, nunca un objeto de venganza… ¡Justicia!... ¡Justicia para los degradados y los deshonrados te pido mi Dios!... Mi honor y el de mi pequeño bebé fueron pisoteados y aun no he palpado justicia, ni la de los hombres ni la tuya, “Señor Todopoderoso”…
  Definitivamente, eres sordo e injusto, Dios… Apoyas a la maldad y te ríes de los humildes al soltar, por tú gran bocota, la patraña de “primero entrará un elefante por el ojal de una aguja que un rico al Paraíso”… ¡Qué farsante eres! ¿Y a quién coño le importa el utópico, irreal e improbable Paraíso tuyo, si a los humildes de corazón nos torturas en el infierno de la Tierra?... ¡Sólo nos das miseria y aflicción!... Pero a los ricos los premias con bondades, lujos, opulencia, prosperidad y abundancia… ¡Dios, eres un vil mentiroso!… Sigo pensando que eres Dios, Diablo y humano al mismo tiempo… ¡Esa es tú boba trilogía!... ¡Mátame ahora si te he ofendido!... ¿No puedes?... ¡Claro que no puedes!... No puedes porque eres irreal, una fantasía… ¡Sí!, una fantasía… Ja… ¡Jajá!... ¡Jajaja!… ¡Jajá!… ¡Jajaja!
  – ¡Hijo, querido Dorian, perdóname si he pecado, pero vivo horas azarosas, infames!
  –Después de tantas blasfemias, ¿ahora te arrepientes?
  – ¡Cállate conciencia, que tú nada sabes de sufrimiento!
  – ¿Te burlas de Dios y quieres su ayuda?... ¿Quién te entiende?
  – ¡Basura!... ¡Eres basura conciencia mía, igual que Carolina!… ¿Dónde estaba Dios y dónde tú cuando fui mancillado en mi honor y degradado como humano y hombre?... ¿Por qué no me alertaron?... ¿Por qué dejaron que tal vileza sucediese?... ¿Es qué ustedes también son lujuriosos?... ¡Contéstame!
  –No sabes lo qué dices. Estás atormentado… Blasfemas contra Dios y contra ti mismo.
  –Palabras, me respondes con palabras que tañen a amenazas… ¡Yo quiero respuestas ya!... ¡Basta de parábolas o eufemismos!... ¡Precisa, no te vayas por las ramas!
  –Tú alma cada día se hunde más en la miseria, porque te alejas…
  – ¡Bah, estúpida conciencia!... ¡No hagas caso Dorian!… Tú padre es bueno y te ama más que a su propia vida y ese no es un don divino, ni obra de Dios, sino de mi corazón, querido hijo.
  El tormento persiste como el primer día. La paz ha abandonado mi ser. Debo ser fuerte, pero no se cuán fuerte soy. No recuerdo con claridad qué hice en la mañana, ya que estoy escribiendo lo concerniente a ayer y un poco a lo de hoy. No hay claridad en mi memoria sobre las fechas. Las horas, el tiempo, no tienen sentido para mí.
  Algunas llamadas las tengo presente sólo porque quedan grabadas en el celular, lo demás navega en un mar de confusión. Trato de hilvanar tiempo y espacio lo más fiel posible aunque, la verdad, algunas de estas anotaciones, si bien pertenecen al ahora, es posible que las haya escrito veinticuatro horas después o cuando haya podido recobrar un poco de paz.
  Al menos, hoy recuerdo que después de sostener un diálogo íntimo nada profundo ni reconfortante conmigo mismo, el cual me robó parte de la mañana, estuve dando vueltas con el auto por la ciudad tratando de ubicar a Carolina y a Dorian, a quienes presentía en la ciudad.
  Ya bien entrada la tarde, desesperado y conteniendo un llanto interior que brotaba por todos mis poros, menos por mis ojos, me dirigí hacia la casa de Alfredo Díaz.
  Allí, en medio de mi tristeza, estuve departiendo con sus invitados hasta entrada la noche… ¿Les había contado que él me invitó a su casa? Bueno, qué importa si lo hice o no. La cosa es que Alfredo me puso a hablar con Marelby Landa, una abogada de su bufete, a quien le había comisionado mi caso.
  Con ella conversé, más que todo, sobre el cierre del semanario. Luego, entre los tragos, le referí brevemente por lo que estaba pasando y de mis atormentantes sospechas. En mis locas elucubraciones, pese a todo, defendí imbécilmente la “pureza” de Carolina.
  Marelby palpó mi dolor y pronto entró en confianza. Me contó parte de su vida. Confesó que, luego de siete años de matrimonio, también ella se estaba divorciando. Luego me habló de su tío, un conocido y extraordinario comentarista deportivo, el cual yo conocía. Éste había tenido un derrame cerebral hace ya bastante tiempo. Nunca pudo recuperarse y ahora estaba en estado crítico. Que esa tragedia tenía en vilo a toda la familia. Refirió que de los casi cien quilos que pesaba antes del derrame, hoy apenas tenía cuarenta. Le tapé la boca para que no siguiese. Su relato me conmovió. Últimamente estoy más sensible que nunca. No quería otro pesar, otra desdicha almacenada en mí corazón.
  Sentado en el bar contiguo al comedor del lujoso apartamento de Alfredo, Ralph y otros invitados me observaban con lástima o, al menos, así lo presentía yo. Era obvio que Alfredo y su esposa, la rubia y simpática Rosmarie, le habían comentado sobre mi desgracia.
  Pese a ello, con todos, especialmente con Ralph, charlé animadamente. Le referí que mi gran amigo Robert me había propuesto un proyecto para realizar una serie de veintitrés programas de televisión, a nivel hemisférico, que se llamaría Presidentes de América. Consistirían en una especie de “biografías-promocionales” sobre la vida y obra de los mandatarios latinoamericanos, los cuales, además de fácil realización, serían muy lucrativos para nosotros, los productores del serial.
  Mi fingido entusiasmo los atrapó. Algunos se ofrecieron a participar y aportar capital, ofertas las cuales rechacé, no porque el proyecto, el cual es totalmente válido y real, fuese irrealizable, sino por las condiciones de desesperanza en las que me encuentro. De esa forma, sin paz, nadie puede desarrollar nada, menos algo tan ambicioso, que requería viajes, antesalas y entrevistas por toda Latinoamérica.
  ¡Qué difícil es ser feliz mientras el corazón llora! Mi proyecto, el verdadero proyecto que ambiciona mi ser, el más grande de mi vida, es reconquistar a Dorian y… ¡sí!, ¿por qué no?... a Carolina.
  ¡Qué vil el ser que me critique!... Desposeído estoy, Dios, de felicidad, no obstante nunca, pero nunca, nunca dejaré de amar.
  Luego me puse a hablar con Muci, una señora morena que raya los setenta. Es una mujer muy espiritual y escribe poemas. Me recitó algunas estrofas de Desde el hangar, su poemario inédito. Hablamos de Dios, de Chopra, de la Biblia y algunos temas filosóficos. Quedó encantada conmigo, al punto de que me calificó de brillante y espiritual. ¡Ojalá Carolina creyese lo mismo de mí!
  Pasadas las nueve o diez, no recuerdo bien, de la noche me despedí y a toda velocidad regresé por la serpentinosa carretera que conduce a la montaña. Por instantes me sentí como un niño, dibujándola con mis dedos en un papel imaginario a medida que avanzaba…Quería y no quería morir… No lo sé. No obstante, el chirrido de los neumáticos en cada una de las curvas me devolvía a la vida e inundaban de un gozo infantil y mucha adrenalina. Sabía que a cada extremo habían precipicios de más de trescientos cuatrocientos metros de profundidad y que cualquier descuido me podría costar la vida, no obstante, una alegría, pincelada de vida y muerte, seducía ese paso por la noche y la muerte…
  ¿Por qué la noche invita a amantes y suicidas a abrazarse a su oscuridad?... ¿Es un delito morir por amor? … ¿Por qué siempre debe estar presente la furtiva noche?... ¿La noche es de Satán y el día de Dios?... O sea, que cada uno tiene su territorio bien definido… ¿Será esto real, o la sinrazón pura me atormenta?... ¿Sólo es delirio y borrachera?... ¿Y quién delira más: el que carece de razón o el que se aferra a ella sin saber que la tiene?
  Llegué dando tumbos y comiéndome a toda velocidad los últimos metros que en espinosa pendiente baja sobre barro y troncos hasta las cercanías de mi cabaña, mi refugio, donde puedo alojar sin temores mi sufrimiento.
  No era tan tarde, por ello algunas luces permanecían encendidas. Fernando y Sonia estaban en la entrada de su cascarita, que está a la izquierda de la mía, tomándose unos tragos y escuchando música. Al verme caminar por el terraplén que lleva a las cabañas, ya que los autos no pueden bajar hasta tan profundo, alegres y con gritos de regocijo me invitaron a compartir un rato con ellos. Acepté gustoso. Era otro alto en el camino.
  No estoy fastidiado ni me fastidia escribir. No obstante, estar todo el día metido en una cabaña fumando, bebiendo, metiéndose pepas de tranquilizantes e inmerso en funestos y chocantes pensamientos, para después masoquísticamente escribirlos, no creo que le haga bien a nadie, menos a mí, que estoy en la puerta… ¿De qué?... No lo sé… ¿O sí?... ¡Maldita Carolina!... En lo que me has convertido.
  Fernando y su mujer me sirvieron un trago e invitaron a escuchar changa, su música preferida. Hablamos de todo un poco: mujeres, amor, de mi desgracia, del proyecto de Patricio y otras cosas.
  La paz duró poco, ya que Danger rompió uno de sus collares y, libre de cadenas, comenzó a perseguir al hermano de Beto, uno de los guariqueños, quien se había aventurado a tomar un poco de agua de un grifo que está cerca de mi ventanal posterior, pero también al alcance del feroz can. El muchacho corrió tan veloz, que a su paso salpicó lodo y cemento, el cual está adherido a su piel desde que comenzó a trabajar en la montaña.
  Fernando, indolente, se regodeó con la escena. Era su indómito y fiero mastín, el perro de combate, el imbatible y feroz pitbull, el animal que adoraba tanto como a su propia mujer, según me dijo en varias oportunidades, el que había iniciado la mortal persecución.
  Le supliqué que detuviese a Ranger. Que le diese la orden de regresar, no obstante, con una frialdad, que me erizo, dijo:
  – ¡Déjalo!... ¡Déjalo que se entrene!... ¡Esos muchachos no valen nada!
  El muchacho fue más hábil que el perro. Sintiéndose acorralado, se lanzó por una pequeña hondonada a ras del suelo con sus posaderas rozando la tierra, muy cerca del farallón por donde yo había caído, ya que era menos empinado y de segura caída.
  Danger desistió de la persecución al sentir lejos de sus fauces al pobre chiquillo-obrero.
  Fernando reía como un imbécil tarado. Aquello que le pudo costar la vida al joven muchacho le parecía una gracia.
  Le recriminé su actitud con suavidad, a fin de hacerle entender que fue un juego muy peligroso. Le recordé que el mismo me había dicho que la presión que ejerce ese tipo de perros entre sus mandíbulas es de más de 3.200 libras y que no suelta a su presa hasta no verla destrozada.
  – ¡Bah!, esos muchachos son unos salvajes y saben como cuidarse –dijo a manera de disculpa.
  Uno a uno, los guariqueños, comandados por José Ángel, el mayor y más fuerte de todos, iracundos con lo que había sucedido con el hermano de Beto, comenzaron a subir de lo más profundo de la montaña, donde a esa hora y con improvisados tendidos eléctricos construían otra de las cabañas.
  Además de indignados, estaban repletos de canelita, una especie de licor dulce y barato, que tomaban para mitigar el hambre y el cansancio.
  Todos, uno tras otros, luego se incorporó el hermano de Beto, le reclamaron a Fernando lo sucedido.
  Envalentonado por el alcohol y su fuerza física y tamaño, Fernando, en vez de disculparse, le imprecó:
  –Esta es mi casa y nadie viene a tomar agua aquí sin mi permiso. Yo no tengo culpa de que Danger haya defendido sus dominios… Si lo hubiesen pedido… –dijo a manera de justificación– yo le habría dado toda el agua que quisiesen, pero Danger no entiende de eso.
  Aunque con resentimiento, los guariqueños, sin aceptar los alegatos de Fernando, volvieron a su trabajo.
  Yo, por mi parte, me despedí alegando que estaba cansado y me refugié en mi cascarita.
  Estoy aturdido. Ya es tarde pero no puedo conciliar sueño ni angustia.
  Al rato salí del encierro y, en la oscuridad, me fui a fumar un cigarrillo detrás de la cabaña, en los predios de Danger. Ya estaba otra vez encadenado. Fernando y Sonia, después del deprimente espectáculo que habían protagonizado, se habían ido a dormir.
  Boté la colilla y me acerqué con cierta reserva a Danger, ya que, después de lo acaecido momentos antes, era de temerle. Su fidelidad es total… ¡Me ama!… Mejor dicho, me quiere, ya que ninguno de los dos somos gay.
  El noble animal se me acercó, olfateó mis heridas, aún frescas, y comenzó a lamerlas con tanta compasión, que me conmovió. Lo hizo con insistencia en la más grave, la de la pierna izquierda… ¿Y cómo supo el animal qué esa era la más grave y la que más me molesta?... ¿Son ángeles los perros?... ¿Qué divinidad hay en ellos?... No lo sé… Lo cierto, y es en una de las pocas cosas en las que después de conocerlo estoy de acuerdo con Fernando, es que tenía razón sobre las propiedad curativas de la saliva de los perros.
  “Eso es bueno -me dijo cuando le referí la primera vez de Danger lo hizo-, porque la saliva del perro contiene enzimas que curan las heridas… ¡Déjalo que te lama hasta que te quite las costras!”, recomendó muy seguro.
  Aunque ese era su perro, el que había comprado con sacrificio y mucho dinero, a veces Fernando se mostraba celoso de mí por el afecto que Danger me tenía. No entendía porqué su bebé, como lo llamaba debido a que no tenía hijos, ni pensaba tenerlos con Sonia, estaba tan prendado de mí, si él, Fernando, lo había criado con tetero y chupones desde su más tierna edad.
  Feroz sí. Temible también. De mirada ignota, todos lo saben. Que su mordida es mortal, todos lo entendemos. No obstante Danger, heredero de la más pura y fina estirpe de los pitbull, más que un amigo, es mí aliado.
  ¿Quién es el lobo o el cordero?... ¿Cristina o yo, o viceversa?… ¿Su vocecita suave es símbolo de pureza y la mía, grave, de maldad?… ¡Dime idiota!... ¿Cuál es el disfraz que cobija al mundo?... ¿Tú Omnipotente bondad o Tú misericordiosa maldad?... ¿Dónde estás Dios, que nadie te encuentra?... ¿En qué abismo infinito te refugias para no ver la verdad y hacer justicia?... ¿Incitas al suicidio y luego lo condenas?... ¿Qué clase de Dios eres?... ¿Cuál es la paz que pregonas si nos hundes en el sufrimiento y la ignominia más cruel?...
  Por hoy no voy a escribir más. Me hundiré en mi alcohol, cigarrillos y tranquilizantes.
  Si este es el final, ¡qué así sea! No moveré un dedo para que no suceda. No obstante, si sigo vivo, si despierto con vida después de esta borrachera, te seguiré persiguiendo Dios, porque me has fallado y necesito respuestas precisas, no parábolas, porque esa mierda a nadie le interesa y nadie las entiende… ¡Dame claridad y déjate de pendejadas!... Pareces un político. Puro bla, bla, bla, y nada de concreto. ¡Ponte en mi lugar, huevón, para que sepas lo que es sufrimiento, lo que es agonía!... Sí, lo sé, no puedes hacerlo porque Tú eres el Todopoderoso…Entonces, ¿con quién coño cuento?... ¿Con el Diablo? …¡Sí, lo escribo con mayúsculas, porque parece ser tan arrecho como Tú o la misma persona! No obstante, me importa un carajo.
  Me voy a la mierda, “Dios querido”, a dormir, y me importa un carajo si proteges o no mi sueño, ya que viviré contigo o sin ti… ¡Verás, estúpido, que mañana despertaré!... ¡No te necesito, farsante!


MAÑANA:                                                                               
 ...De improviso abrí los ojos y me vi envuelto en una neblina blanca que no me dejaba ver nada.

 
Procesión (1983)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 60 x 50 cm.