jueves, 7 de octubre de 2010

15 de agosto. (ADVERTENCIA: CAPÍTULO NO APTO PARA MENORES).

  Hoy desperté muy temprano, antes de que despuntase el alba. Apenas dormí un poco. Estoy muy intranquilo. Comencé a dar vueltas por la cascarita. He perdido el apetito y estoy adelgazando aceleradamente. 
  Aunque tengo una buena provisión de comida, no me provoca probar bocado. Casi siempre que entro al pequeño baño me doy un golpe en la frente. No es que yo sea muy alto, sino que la puerta es muy baja y como siempre estoy inmerso en mis pensamientos, olvido agacharme al entrar.
 No sé qué hacer. Me tiendo en la cama y cierro los ojos. Las imágenes y funestos pensamientos me atropellan. Abro los ojos y el panorama que tengo delante de mí es aún peor. Los vuelvo a cerrar y para mis adentros comienzo a repetirme: No pienses… No pienses. No debes pensar… No debes pensar en nada… Nada, nada, nada, nada… No pienses, no pienses, no pienses, no pienses… Nada, nada, nada… Pon tu mente en blanco, en blanco puro, blanco….Blanco, blanco…No pienses…
  Así, a veces, duro horas, hasta que quedo extenuado o dormido. Sin embargo esta mañana los pensamientos fueron más fuertes que yo y me dominaron. En vista de ello, me puse unos jeans, una franelita y zapatos de goma, tomé mi cuchillo de supervivencia y salí a caminar por una vereda que une a la finca con otras montañas. Necesito contacto con la naturaleza, tan sabia y callada. La humedad circundante proporciona un aroma profundo y relajante a rastrojos, árboles y pastizales. Esa sensación de vida y armonía me concede paz.

Bajo y subo colinas. Luego vuelvo a bajar. Cuando veo un sitio, el cual creo indicado, comienzo a escarbar con mi cuchillo en la falda de la montaña en busca de cuarzos. Lo mismo hago en los pequeños riachuelos. Esta es una zona rica en cuarzos. Cada montaña es una cantera de ellos. No obstante, hay que saber buscar, porque saben camuflarse muy bien. Esos cristales, tan vírgenes, relucientes y pulidos, me han seducido desde niño. Presiento algo mágico y celestial en ellos, aunque sé que son simples vidrios de relativo valor económico.

Alzo la vista y entre los túneles que forman un enjambre de bambúes me deleito viendo a las ardillas correr y trepar. A veces, la luz de la mañana los penetra tenuemente y deja filtrar entre sus cañas haces de una sutil luz blanquecina que parecen emerger del infinito Edén. Me extasío observándolos y me pregunto en mis adentros si emanan de la mirada de Dios.

La naturaleza, la misteriosa naturaleza siempre me ha alucinado. En ella no se percibe odio ni rencor. Todo es amor y dulce silencio. No hay sentido de prepotencia, soberbia o de posesión. Conviven unos con otros sin hacerse el menor daño. Una hermosa flor muy bien germina a lado de una hierba mala, así como un gigantesco y majestuoso árbol le da cobijo a una frágil y delicada orquídea. Todos es paz en la naturaleza. En ella no hay traiciones, sino un lenguaje silente de armonía y sabiduría. Desde los principios de los siglos, la naturaleza nos enseñó los secretos de la clonación de las especies, pero los humanos, en nuestra insólita ceguera, nunca nos hemos detenido a observar y estudiar sus divinas enseñanzas. Creo que la naturaleza, toda ella, así como la luz, es parte del ojo invisible de Dios, que todo lo mira y todo lo sabe.

Hoy el día, aunque soleado, amenaza con chubascos. El viento me trae su olor y así lo percibo. No obstante, no me importa y sigo caminando montaña adentro. A la distancia, gracias al reflejo del sol, veo como un trozo de manto gris se desprende con furia del cielo para estrellarse contra una ladera. Es un pequeño chaparrón aislado que tiene una nube negra de sombrero. Camina rápido por la fuerza del viento y se dirige en dirección contraria a la mía.

Sigo caminando despreocupado, aunque alerta, ya que el sector está poblado de serpientes, unas muy venenosas, otras totalmente inofensivas.

De improviso siento que algo penetra mi cuerpo. Una luz diferente a todas las demás. Alzo la vista y veo un gran arco iris, como de gel, que proviene de un lugar que, por mi posición, no puedo ubicar. Una caravana de mariposas amarillas, que las hay por montones en el lugar, lo atraviesan como partiendo a otra dimensión. Me miró los brazos y debido al sudor noto que reflejan colores, miles de ellos. Vuelvo a mirar hacia el cielo y sigo el camino del arco iris. En ese instante me percato que estoy en su final. Totalmente debajo del arco iris. ¡Qué éxtasis! ¡Qué emoción tan indescriptible! Mis ojos se llenaron de lágrimas y sin siquiera proponérmelo caí de rodillas y elevé las manos al cielo rezando una oración.

No sé por cuánto tiempo estuve así. Mi espíritu se colmó de paz. Cuando salí del revitalizante sopor, el arco iris ya se había disipado. Mis rodillas, más la que me había lastimado en la caída, estaban adoloridas ya que las había posado sobre una alfombra de pequeños pedruscos. Al incorporarme miré en los alrededores y no vi a ningún gnomo, tampoco una caldera repleta de monedas de oro. No obstante, sentí unas incontenibles ganas de escarbar.

Saqué el cuchillo de su funda y comencé a abrir un hoyo donde había estado arrodillado. Fue tan frenética mi faena que casi daño la punta de la hoja. Estaba escarbando sobre piedras y guijarros, por lo que decidí no seguir, aunque con las manos me puse a limpiar la tierra sobrante que estaba alrededor del pequeño hoyo. De improviso uno de mis dedos topó con algo puntiagudo. Era un cristal de cuarzo en forma de péndulo el cual, apartando delicadamente la tierra de sus bordes, saqué sin dañarlo. Es bello, hermoso y tallado como diamante por la madre naturaleza. Es mí recompensas y estoy feliz de haberlo hallado.

Se acerca el mediodía y decido iniciar el regreso. De pronto suena el celular, del cual nunca me separo, y siempre llevo en el cinto del pantalón.

Era el doctor Marcos Varela. Me llamaba para informarme que su colega, el doctor Antonio Alzurú, se había comunicado con él a fin de llegar a un acuerdo sobre la demanda laboral que yo había incoado el año pasado contra mi antiguo centro de trabajo, un emporio periodístico presidido por un magnate de las telecomunicaciones. Varela me dijo que se reuniría al día siguiente con los abogados de la empresa y que me informaría sobre los resultados en cuanto los tuviese.

–Mas vale un mal arreglo que un buen juicio –expresó antes de colgar.

Sí, es cierto y estoy de acuerdo con esa premisa. Pero primero deberé saber cuál es el tenor de la propuesta…

¡Al fin una buena noticia!

Le di las gracias al Todopoderoso. Sé que está de mi lado y a mí lado y que no me desamparará.

Quizás esta misma semana obtenga otra buena noticia, ya que Samuel del Valle me recomendó con Luis Macarena, un alto jerarca del gobierno, para trabajar en El Universo, un nuevo diario que saldría a la calle antes de noviembre.

Por cierto, había olvidado escribir que anoche hablé por celular con Cruz Lares, una gran y espiritual amiga. Ella fue dueña de una vanguardista galería de arte donde expuse en varias ocasiones. (La cuenta del telefonito me va a salir un ojo de la cara y no tengo dinero).

El pasado 28 de julio, ante mi desesperada insistencia, había ofrecido ayudarme en la venta de unos cuadros. Yo también pinto, por si no lo sabían. (Esto último que asiento es para quién o quiénes encuentren este Diario).

La vez que hablamos, Cruz percibió lo apremiado de dinero que estaba. Sin darme ninguna explicación, generosamente me pidió el número de mi cuenta bancaria para hacerme un depósito. Una especie de adelanto, regalo o préstamo, qué se yo. Como todavía no lo había hecho, la llamé. Me atendió muy amablemente, como siempre lo ha hecho, y se disculpó diciéndome que había extraviado el papel donde había anotado el número. Se lo di nuevamente. Le conté muy escuetamente la situación que estaba atravesando y sobre las sospechas que tenía de Carolina, a quien ella conoce desde nuestra época de amantes y de quien siempre me advirtió que no era una mujer que estaba en sus cabales.

Cruz me reconfortó con palabras dulces y plenas de filosofía de vida. Durante nuestra conversación me repitió muchas veces, haciendo especial hincapié, que repitiese constantemente las siguientes palabras: NAM MIOJO RENGUE QUIO, que corresponden, según dijo, a una oración divina y mágica que provenía de no recuerdo que hermética secta mística. Que tuviese fe, ya que era infalible.

Bueno, es el caso que cuando comencé a subir la montaña de regreso a la cabaña, la venía repitiendo sin parar, tanto mentalmente como de viva voz. Aquí los únicos que pueden escucharme son los pájaros, ardillas y víboras. Por ello las gritaba a todo pulmón. No obstante, alguien más tuvo que escucharme. No si fue coincidencia, ni que significan o traducen esas palabras, ni de qué idioma se trata o de dónde proviene, pero ¡funciona!, ya que en esos precisos instantes entró la llamada del doctor Varela.

¡Alabado sea el Señor!… ¡Te adoro Dios!

Por cierto, hoy 15 de agosto, en la noche, chequeando esta misma agenda donde comencé a escribir el Diario, me percato, por las anotaciones que siempre hago al final de la página, que el 12 fue el cumpleaños de Luis David. O sea, el mismo día que yo llamé a Dolores. Ella no me dijo nada de la celebración, como tampoco lo hizo Luis David el día que lo visité en su oficina. ¿Raro, no? Él siempre me adulaba e insistía para que asistiese a sus fiestas de cumpleaños. ¿Será que no me invitó porqué Carolina estaba en Aruba y él ya sabía (por boca de Carolina) que estábamos separados? ¿Por qué siquiera me lo recordó? Cuando estábamos trabajando juntos siempre me repetía insistentemente que el día de su cumpleaños haría una gran fiesta en su chalet de montaña, por lo que rogó que Carolina y yo no le fallásemos. Cuando lo visité en su oficina no dijo nada del asunto.

Aunque el supiese que estaba separado (como de hecho sospecho que lo sabía), si tenía su conciencia limpia me hubiese participado lo de su cumpleaños. Pero, ¡no! Como es tan bocón, tuvo temor de que a algunos de sus arrabaleros y aduladores amigos, por la gracia de los vapores etílicos, se le hubiese escapado alguna infidencia que me diese a entender que el muy puerco se la estaba follando.

PAUSA IMPORTANTE. Un pequeño punto y aparte. Debo pasar de un tema a otro para atar cabos en mi mente.

Me asaltó el recuerdo de una llamada muy extraña que recibí de Nicola Sorrento (sólo llama cuando le interesa averiguar algo), un mafioso que conocí durante mis correrías de soltero con las misses, quien me hizo preguntas muy capciosas sobre mis relaciones con Carolina. Él también es gran amigo de Luis David. ¿Están confabulados contra mí? Como son de la misma calaña y ambos hacen negocios sucios, cualquier cosa se puede pensar… Cuando recibí esa llamada no había vestigios claros de una separación. Raro, muy raro.

A medida que reflexiono, aumenta mi decepción y dolor. Definitivamente, Carolina es una mujer psicológicamente muy enferma. Alguien, alguna vez, no recuerdo quién, me habló de que era maníaco depresiva. No sé cuál es el tenor de esa enfermedad pero, la verdad, es que ella se la pasa en una depresión continua, la cual data de hace muchos años. Según me decía durante nuestras tertulias de cama, sufre de insomnio y migrañas desde que era muchacha. En ese entonces creí que no era nada alarmante, pero después me dijeron que con el tiempo podría conducir a la locura. No sé que le deparará el futuro, pero temo por mi hijo.

Todos esos presentimientos, intuiciones, esas punzadas que sin estar enfermo percibía en el plexo solar, muy al lado del corazón, semanas después de comenzar a trabajar con Luis David y a las posteriores conversaciones de alcoba con Carolina, eran un alerta, un aviso de lo que vendría después.

Fui un ciego y un tonto, porque a pesar de que mi corazón me lo advertía a gritos, mi mente se resistía a darle crédito.

Ahora, más que nunca, entiendo las acérrimas defensas que hacía cuando yo intentaba, con toda razón y bases, de desenmascarar a Luis David. En sus argumentos Carolina daba entender que yo era un imbécil, un fracasado, un hombre, según me recriminaba constantemente, que “no podía pagarle ni un café”.

Soportaba calladamente todas sus humillaciones. Yo, que fui tan espléndido con los demás y tan desprendido cuando tenía dinero, debía escuchar semejantes palabras de mí esposa, la loca millonaria. Ambas cosas son ciertas: sus siquiatras y cuentas bancarias así lo confirman. Y lo será mucho más, no sé si más loca que millonaria, cuando su padre muera, acontecimiento funesto que ella ruega que pase lo antes posible, porque lo odia profundamente, odio el cual conjuga con su codicia de heredar parte de su fortuna. La ambición de Carolina rebasa los límites de toda cordura.

Cuando éramos amantes, durante los delirios que tenía después de tomarnos unos cuantos tragos y hacer el amor, en varias oportunidades me confesó el desamor por su padre. Es más, durante una noche de ebriedad y sexo, ante un sutil pero muy calculado interrogatorio mío, me contó que había sido… No, mejor no digo lo que dijo… ¡Da asco y no quiero repetirlo! De ahí, supongo, comenzó sus peregrinar por todos los siquiatras de la ciudad.

Me asombró y asqueó tanto aquella confesión, que nunca más toqué el tema, aunque se había clavado en mi subconsciente como una espina. Sin embargo, un buen día, cuando el alcohol y las continuas sesiones de sexo no había hecho tanta mella en mí, pero si en ella, le pregunté sobre la terrible confidencia. Quería indagar, quizás por una sádica curiosidad periodística, cómo había ocurrido aquello y porqué. Siquiera me dejó finalizar. Sin sorprenderse me dijo que ella nunca había dicho eso, que todo era una “elucubración mía, una deducción falsa”. Pese a lo embarazosa de la pregunta ella, que es tan explosiva y soberbia, siquiera se molestó. Esa noche hubo sexo “sucio” y aberrado, tal como le encanta a ella.

Me gusta el sexo. Vivo por y el placer. Quizás soy un aprendiz de hedonista, pero en mí el placer y deseos no se conyugan con las aberraciones. No sólo le encantaba que la penetrase las veces que quisiese por detrás, no sólo buscaba el orgasmo inmaculado de los amantes que se prodigan amor, sino demandaba un placer más allá del placer. Un placer “sucio”, incoherente. A veces teníamos cuatro o cinco orgasmos en una sola y continua sesión. No obstante, para ella eso no era suficiente, menos beberse mi semen con placentera devoción. ¡No!, ella quería más… ¡No, no es ninfómana!, hasta donde sé. Simplemente es una ¡depravada!

Sí, todo es cierto, y lo digo con vergüenza, no por venganza. ¿O quizás sí?… Bueno, sea como sea lo escribo para mí. Además, nadie leerá esto. Lo asiento en este Diario debido a los tiranos recuerdos y para hacerle honor a la verdad. Aunque, confieso, al menos estas y quizás otras confesiones, las anoto con una profunda rabia salpicada de odio. Lo confieso… Ese letal y amargo sentimiento me ha atrapado.

En nuestro tiempo de amantes, en unas de sus confesiones de alcoba, una vez me relató con precisión asquerosa detalles, de cómo su ex novio, un ingeniero, al igual que ella, utilizaba dos consoladores: uno se lo introducía por detrás y el otro por delante mientras ella se lo chupaba. ¡Es una maldita puta!

Recuerdo también que en más de dos oportunidades, mientras su amorfa anatomía desnuda estaba anudada a la mía, con su cara de tonta y vocecita de yo no fui, refirió con naturalidad:

–Uno está todavía ahí –expresó indicando la parte superior de una especie de armario que estaba ubicado a la derecha la habitación de su antigua casa, insinuándome que lo bajase y se lo metiese por el ano.

Me asqueé de tal manera que hice caso omiso.

¿Qué por qué seguí con ella? No lo sé. Esa pregunta me la hago una y otra vez sin hallar respuesta… ¿Qué coño sé y quién coño lo sabe?... Supongo que son cosas del amor o designios del destino.

Sí, eso es mierda, lo sé. Aunque, reconozco, no tengo una verdadera y sólida respuesta a esa interrogante.

En esos tiempos la estaba pasando muy bien y, ni remotamente, pensaba casarme con ella. Por ello, p’al carajo con todo.

Aunque hoy los recuerdos fluyen como manantial, dejaré, por ahora, de un lado las aberraciones de mi esposa, y me sumergiré en otro recuerdo.

Según me contó Carolina, la más grande de las venganzas que pudo consumar con éxito contra su padre, fue sustraerle de la caja fuerte el poder absoluto que le hizo firmar a todos sus hijos sobre el control de las compañías que poseía. Nadie, en ese entonces, podía mover ni un centavo ni un bien sin la aprobación del padre, quien era el hacedor, dueño absoluto y legal de toda la fortuna de la familia.

Sucedió durante el tiempo que su padre, Don Sanzio, tuvo que huir hacia Miami por el escándalo de una quiebra fraudulenta de un banco del cual era accionista principal. Ella, quien había indagado la combinación de la caja fuerte de la compañía, sustrajo el poder, forjó unos documentos y con la asistencia de una abogada amiga revirtió todo y vendió, en principio, una casa que su padre le había construido en una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Con parte del dinero que obtuvo, se metió en el negocio de un hotel, cuyo presidente es un judío gordo y mofletudo que, luego me enteré, se ligó sexualmente con ella. ¿Una ladrona, una delincuente o una enferma mental? Que juzguen los demás, yo no.

“El que roba a su padre, es hijo que causa vergüenza y acarrea oprobio”, dice la Biblia. Para ella estas frases es papel para limpiarse su culo ajado.

El odio que hay entre padre e hija es tan fuerte, que en un e-mail que Carolina le envió a su hermana Sandra, quien vive en Italia, le relató que su padre le había dicho que no se montaría en un avión con ella ni muerto. Eso fue en la oportunidad que la familia estaba preparando un viaje para asistir al bautizo del pequeño hijo de Sandra.

–Yo voy a heredar una pequeña fortuna… Muy pronto (cuando muriese su padre, cosa que deseaba vehementemente) voy a tener mucho poder –me decía para seducirme cuando comenzamos a salir.

Yo no le hacía mucho caso, aunque la cosa me sorprendía nauseabundamente.

Creo que lo mismo se lo repetía y repetirá a todos sus hombres para atraparlos rápida y de forma contundente.

¿Quién coño se cree esa maldita?… ¿La reina de Saba? … ¡Porquería!

Sí, lo sé. Vengo de un supuesto encuentro espiritual y destilo más odio que el diablo. Me disculpan, pero no puedo contenerme. Mi ira es más grande que yo.

Son tantas las historias de sus desvariaciones y desviaciones, que podría escribir una novela de más de dos mil páginas con esas experiencias.

Y hablando de desvariaciones, que más bien son aberraciones sexuales, bajas y pueriles, con un ingrediente de depravación tal, que dan asco, ganas de vomitar, relataré que un día lúcida y serenamente -aunque dudo que así fuese, ya que vive siempre adormecida por un cóctel de drogas tranquilizantes- me contó de su relación con otro ex novio, a quien conoció mientras asistía a un simposium en el Mozarteum, una especie de charla sobre la vida y obra de Mozart.

Con frialdad y un aparente asco que la deleitaba, comenzó a narrarme de aberraciones y consoladores. Me causó tanta repulsión, que tuve que ponerle la mano en la boca para que no siguiese hablando.

Aún no entiendo porqué lo hacía. Yo soy un hombre sexualmente activo, ardiente y complaciente. Todas las mujeres que estuvieron conmigo me calificaban de buen amante y, por supuesto, ella también. En el sexo soy incansable. Doy todo, ya que mi máximo goce es complacerlas en la cama. Me encanta saberlas plenas, cansadas y satisfechas. Los gritos y los ahogos de éxtasis de las cientos de mujeres que estuvieron conmigo aún retumban en mis oídos. Quizás alguna fingió, es posible, pero nunca todas. De otra forma no me hubiesen llenado de regalos, amor, mimos y dinero… ¡No!, no piensen mal. No les cobraba. No soy ni era ningún gigoló. Ellas lo hacían para halagarme. Por su hacia amor mí. Y lo hacían sin ninguna presión o interés de mi parte. Sólo le gustaba la forma de cómo me les entregaba, intuían mi sinceridad, además, las complacía, las llenaba.

Pero con Carolina, mi maldita perra gorda y amorfa, aunque todo comenzó con una pasión desbordante, día tras día fue cambiando. Al parecer su enfermedad depresiva, no le hacía entender el verdadero sentido de la familia y el amor. En su trastorno lo que priva es la lascivia y el placer incontrolado por otros cuerpos y formas… No sé, eso me dijeron que pasa con los mitómanos, con los maníaco depresivos, con los que sufren un tipo de trastorno que se llama bipolar.

No sé si por el arco iris o por el diablo, que nunca me abandona, hoy tengo más voluntad y fuerzas de escribir que los días anteriores. La ira… ¿Cuál ira? ¡Esto ya es odio!... ¡Lo mío es puro odio! Lo percibo, tal como si fuese el aroma de un café recién colado, cuando desciende por mis entrañas y luego me abraza con rabia. No hago nada por librarle de él. Me gusta. Es mí válvula de escape.

¿Ay infortunio miserable por qué escucho el corazón y no me dejo llevar por la razón?

Sigo con los recuerdos, pese a que me atormentan. Pero no puedo ser objetivo ni leal a mí mismo, si no digo la verdad. Si la manipulo o tergiverso. Si no saco todo de adentro, aunque se profundicen las heridas de mi alma ya desecha.

Carolina se la da de gran señora, pero ese disfraz le queda muy grande, el que le ajusta es el de puta, aunque se crea muy santa y devota. Por eso no pierde oportunidad para, en un santuario improvisado que hizo aledaño al comedor de la casa donde vivía con ella, encender velitas a los santos, entre ellos a San Miguel Arcángel, Santa Bárbara y la Virgen de la Rosa Mística.

¡La muy puta ofende a los santos!... ¡Es una sacrílega!

¡Cuántas veces no me suplicó que la penetrara por el ano!, cosa que a mí no me da mucha nota. Y después se la da, entre sus amistades y familia, de santurrona y se persigna ante el más insignificante comentario de sexo honesto.

¡Hipócrita puta!… ¡Porquería es lo que eres!... ¡Falsa de toda falsedad!

Estoy escribiendo con odio, ahora más que nunca y me lo reprocho. Me hace sentir vil y cobarde… Pero metido en esta montaña sin nada, desesperado y con apenas un poco de aliento en qué más puedo pensar.

“Y qué pretendes, ¿disfrazar tú vida?... ¡Bah, al diablo con todo!”, escucho que aprueba en débil susurro mí conciencia.

En época de mis correrías de soltero anotaba en la agenda de trabajo, además de los recordatorios de cumpleaños, reuniones, compras y lugares y hora de eventos, detalles sobre todas y cada una de las mujeres con las que me acostaba. Comencé a hacerlo para protegerme de la constante amenaza del Sida, la cual siempre estaba latente sin importar condición social o moral de la mujer. Mucho más en mi caso, ya que casi nunca o muy pocas veces usaba protección. A las mujeres con las que me acostaba no les gustaba que usase condón. Muchas, si me lo ponía, se sentían ofendidas en “su amor propio”. Era una presunción de desconfianza. Y cómo iba yo a desconfiar de ellas, si me “amaban”. “Si tú eres el único hombre con el que me acuesto”, decían. Y toda ese rosario de cosas que siempre dicen las mujeres para hacerse ver ante nuestros ojos como castas, puras e inmaculadas, como si fuesen la mismísimas reencarnación de la Virgen María. Y uno, como es débil, terminaba por complacerlas y evitaba la protección. Por eso anotaba cada una de mis correrías en la agenda.

Era una especie de Bitácora de Amor. Al pie de la agenda escribía día, hora, tiempo de estadía, hotel o casa, las veces y cómo lo hacíamos y cuántos orgasmos lográbamos. No había aberración en mis anotaciones, sino supervivencia. Si por mala suerte me contagiaban de Sida no iba a acusar ni exponer a ningún inocente. De no haber llevado la Bitácora, en caso de infección hubiese tenido que señalarlas a todas ante los médicos y autoridades sanitarias. Figúrense el escándalo con las que estaban casadas. Sería someterlas al escarnio público. Le habría desgraciaría la vida a ella y a toda su familia. Sería criminal e imperdonable. Por eso me organicé de esa forma. Para deducir de dónde provendría cualquier eventual contagio, que en personas como yo era, siempre estaba latente. De esa forma, gracias a la Bitácora sabría a quién dirigirme e increpar. No habría falsas acusaciones y mantendría confidencialidad con las buenas e inocentes otras mujeres. Le recomiendo esa modalidad a todos los solteros. De esa forma se protegen y protegen. ¡Gracias a Dios que durante toda mi vida nunca me pegaron nada! Siquiera una pequeña infección… ¡Suerte la mía!

Cuento esto en el Diario, porque en víspera de mi separación, Carolina hurgó en mi biblioteca y consiguió tres de mis viejas agendas, cuya existencia casi había olvidado por completo, y comenzó a leerlas.

Las guardaba porque en las nuevas agendas anuales nunca actualizaba el directorio telefónico. En caso de hacerme falta equis número o dirección sabría dónde buscarlo. Me servían, pero nunca creí que servirían para mi propia destrucción.

Cuando Carolina “descubrió” las agendas, pongo comillas porque nunca estuvieron encubiertas, sino a la mano en mi biblioteca, explotó iracunda. Quizás fue parte de la puesta en escena que había maquinado desde hace algún tiempo. No lo sé. No sé si todo lo planificó cruel y fríamente ya que sabía de la existencia de las notas marginales, porque en una oportunidad se lo comenté, aunque creo que no sabía que ella también estaba incluida en ellas. Es posible, conociéndola como la conozco, que utilizó el asunto de las “agendas” como el detonante que acabaría con nuestra vida en común. Era el pretexto perfecto para justificar su aberrante conducta posterior.

Al parecer, leyó todo o parte de ellas, no sé. No obstante, hubo un sólo reclamo: la forma (en los casos donde se patentizaba su aberración) como yo describía su lascivia. Desvariada, negó todo. Que solo hacía el amor por el ano para complacerme (¡qué mitómana!), que se bebía mi leche porque yo se lo pedía y que era falso que después que terminaba, se iba al baño -la sorprendí en dos oportunidades- a masturbarse mientras se duchaba.

Nunca aceptó razones, menos los motivos que indujeron esas notas marginales. Sabía que cuando las comencé a escribir estaba soltero, que tenía cinco años de divorciado de mi segunda ex, y que lo hacía para protegerme del Sida, por ello ella la larga lista de anotaciones y de mujeres. En la época en que comenzamos a hacer el amor, yo no sabía quién era Carolina, menos que iba a ser mi esposa. La creía una más, por eso la incluí en mis agendas de “protección”.

La mayoría de los escritos le gustaron a “santa” Carolina, porque en ellos relataba lo tanto que la amaba y lo bien que la pasaba con ella. Mucho más donde reseñaba nuestros múltiples y seguidos orgasmos llenos de pasión y amor y lo tanto que la amaba, pero le molestó la parte en que la mostraba psicológicamente enferma.

Eso no le gustó. No le agradó la forma como conté la primera vez que la penetré por el ano: ella, como estaba muy impaciente y seca por detrás, y era lógico que así estuviese, comenzó a escupirse saliva en la mano, la cual iba poniendo en mi pene para que la introducción se diese rápida y sin dolor. Ese era, o es, su desespero: ¡Lujuria, placer llevado a los confines del hedonismo!

A veces la hacía llegar muy rápido, otras no podía. Es difícil hacer llevar al orgasmo a una mujer que se la pasa todo el día con un pepero encima, drogada con antidepresivos, obnubilada y con una carga de culpa y rollos más grandes que el Empire State.

No debía casarme con ella, lo sé. Fui un tonto y romántico soñador. Creía que su alma era pura y que, en todo caso, podría corregir en el camino todas sus desviaciones. Creía que todo se debía a carencia de afecto y amor. Que su problema era, precisamente, ese: ¡Falta de amor y afecto! Creí, falsamente, que al entregármele de cuerpo, alma y espíritu, cambiaría. No fue así. Era pedirle demasiado a la vida y al amor. Ya estaba dañada, mental, física y espiritualmente y yo no podría lograr el milagro… No soy un Dios.

Su indignación, presumo, no fue tanto por lo que escribí, sino porque alguien, por primera vez, la retrató fielmente como era. Nadie, supongo, jamás se lo había dicho tan cruda y lacerantemente. Yo la desenmascaré sin querer. Esas notas eran mías, parte de mi intimidad, de mi vida sexual con ella. Nunca las releía, ya que lo hacía a diario y todo sucedía muy rápido. Sé que muchas eran asquerosas, pero no menos ciertas. Por ello, cuando Carolina las leyó, las que más la involucraban en su depravada lascivia, las quemó inmediatamente en un caldero que puso a arder en la terraza del pent house donde vivíamos, según me reveló ella misma con rabia. En esa oportunidad, cuando aún la comunicación entre los dos no se había roto, me confesó que de las tres agendas sólo guardaba una, la cual tenía a buen resguardo en su caja de seguridad del banco a fin de utilizarla, cuando quisiese, para destruirme. Es tan sibilina, que seguramente guardó la que más le convenía para fines inconfesables.

Nunca, pero nunca, debí casarme con ella. Me dejé llevar por la soledad, ese tipo de soledad que, pese a que frecuentaba personas distinguidas y hermosas mujeres, sólo logra llenar el amor, la entrega sublime con una alma gemela. Y yo, estúpidamente, en ese entonces creí que era ella: la seductora “ingenua”, la mujer de voz dulce, suave y complaciente, que me arrastró al matrimonio como a un novato boy scout.

Fue un mal paso. Lo intuía, pero no quise hacerle caso a los alertas de mi corazón.

Mujeres tenía a granel, pero quería, más que nada en el mundo, consolidar una relación seria, un hogar, hijos y una familia. Quería, a toda costa, ¡ser feliz!... No a su dinero, como mil veces me lo recriminó, porque yo, en esa época, ni puta idea sabía quién coño era la muy perra… Lo digo con ira momentánea, pero, la verdad, es que realmente la amé, fuese puta, loca o aberrada. En el instante que el amor acaricia el alma de un hombre, no importa lo puta que pueda ser una mujer, ya que su corazón no lo percibe. Sí, lo reconozco, al principio no fue así. Simplemente la veía como a una más del montón, porque tanto en mi ciudad, como el resto del mundo, está lleno de almas que sólo buscan sexo más que amor.

Si no hubiese sido por la maldita insistencia de la celestina de Rosalía Urbaneja, la mejor amiga de Carolina, nuestra relación hubiese terminado enseguida. Desde el mismo momento en que estuvimos por primera vez juntos. Cuando se fue corriendo del hotel donde estábamos hecha un mar de lágrimas. Pero no, ella se empeñó, le doró la píldora.

En aquel entonces nos reconciliamos por la intermediación de Rosalía, quien insistió e insistió, llamándonos por teléfonos a uno y otro para que nos contentáramos.

Esa cabrona, que es una puta de muy vieja data y experiencia, solo socorre a “las amistades” que después por sus favores sentimentales puede sacarle provecho personal o económico.

Luego vino la plácida vida, el anuncio de que estaba embarazada y el repentino matrimonio.

Según los médicos, lo de su embarazo fue un milagro, ya que Carolina tenía apenas un pedacito de ovario, debido a que la otra mitad y media se los quitaron debido a una gastroplastia mal hecha, y las Trompas de Falopio obstruidas, por lo que no podía tener hijos. No tanto por el pedacito de ovario, que si hubiese podido salir embarazada, sino por las Trompas taponadas.

Si bien su gestación fue motivo de felicidad, también fue de desdicha, ya que se tuvo que apresurar la boda a toda velocidad.

“Qué dirán, un hija de Don Di Sanzio, madre soltera... ¡Válgame Dios, nunca en el mundo!… ¡Mi padre me matará!”, alegaba a fin de acelerar el matrimonio.

La escuchaba asombrado, ya que no percibía delito por ningún lado. No le veo delito a un embarazo, sino más bien felicidad. ¿O no?... ¿Lo hay? ¿Hay delito? Hoy en días más del cincuenta por ciento de las mujeres en el mundo son madres solteras y no pasa nada. El planeta sigue girando y cada quien en lo suyo. Nos hubiésemos podido casar después y con calma. Además, nunca me supe explicar de dónde provenían todas sus aristocráticas pretensiones, esas ínfulas de sangre azul que esgrimía a cada instante con prepotente soberbia, si su padre, hombre trabajador y muy respetable, era un inmigrante italiano que durmió casi en las calles durante mucho tiempo hasta que unos paisanos suyos le dieron trabajo en una sastrería. Luego fue obrero y albañil y pasó oscuros años antes de convertirse en constructor de grandes edificaciones, con las cuales amasó su gran fortuna. A él, que es hombre de pocas, muy pocas palabras, lo felicito, respeto y admiro, por su esfuerzo y abnegación. ¡Felicitaciones! Pero, ¿de dónde germinó el abolengo que ella cree poseer?... ¿De su mente enferma?... ¿De la fortuna que su padre amasó con tanto sacrificio?

¡Eso lo podría presumir yo, que desciendo en línea directa de Napoleón Bonaparte!... No, no es juego, ni estoy delirando. Eso al menos, es lo que está escrito en mi árbol genealógico.

Ya que la ira se ha clavado en mí corazón, la utilizaré a discreción: lo que más quiero en este instante es que Carolina y toda su familia se pudran en el infierno. Porque todos, sin excepción, me han lastimado, herido y espiritualmente humillado. ¡Pobre gente, qué lástima me da!

Definitivamente, la humildad es una virtud y ellos siquiera conocen esa sencilla palabra… ¡Dinero!... Dinero y poder, es lo único válido para ellos. Como si así, a través del dinero, se puede adquirir felicidad y amor. El amor no se compra. Se puede comprar una cama, una casa, un buen automóvil y sexo, pero nunca el amor.

Por esa desvirtuación de valores es que esa familia está toda enferma, tanto física como espiritualmente. Padecen de corazón, cáncer, úlceras, riñones, ovarios gastritis y mente, hasta donde sé, ya que no conciben que el éxito que tanto pregonan tener, no sólo se obtiene a través de los negocios y el dinero, sino también por el atesoramiento de una vida espiritual sana, la cual brinda salud y felicidad.

Todos ellos son seres materialistas y de poca fe. De misericordia y humildad nada saben, aunque todos los domingos vayan a misa como borregos. ¡Qué Dios los perdone y se apiade de ellos y les muestre el verdadero camino a la paz interior y al amor!

¿Soy una mierda?… Sí, pero animada por Dios, porque si contara detalle a detalle todas las aberraciones de Carolina, mi Diario se convertiría en una letrina, en una copia pornográfica de Los Placeres de Chun Fú, pero mi ética obliga a callar... Mi noble alma me lo permite.

No soy alcohólico, aunque en estos aciagos días estoy bebiendo mucho, más de lo que jamás había hecho. Presiento que de seguir así pronto podría convertirme en uno.

Estoy fastidiado. No sé porqué coño escribo si nunca nadie se va enterar de esto, de esta mierda que con dolor estoy garabateando.

Pero, coño, debo contarlo… ¿Por qué?... ¿Quién coño sabe el porqué?... Lo único que sé es que haciéndolo me siento vivo, me alejo un poco de la muerte. Mi mente deja de pensar en cosas oscuras, en cosas que puedan acelerar mi muerte. No puedo someterme a la tortura de mis pensamientos las veinticuatro horas del día. Debo alejarlos. Son dañinos. Escribir me mantiene vivo y me rescata del abismo.

Además, ¿qué puedo hacer en esta montaña?... ¿Masturbarme?… ¡Más todavía!... ¡No!... Lo único que me tiene vivo es el Diario….Es la vida, los recuerdos y el odio los que me mantienen de pie.

Oh, inconmensurable desierto de mis pensamientos: ¿Dónde está la vedad?... En mis ideas, o todo es un loco artilugio de la incontrolable mente... ¡Habla!... ¡Dime!... Vacía tú voz en mí para comprender los caminos del bien y del mal… ¿Dónde nace el manantial de la verdad y dónde el de mis pensamientos?… ¿Dónde comienza el día y dónde termina la noche?... ¿En el infinito o en nuestras mentes?… ¿Esa es la vida?... Sólo días y noches… ¿No hay aurora ni esperanza?... ¿Sólo blanco y negro?… ¿Dónde están los grises?... ¿Te olvidaste Dios?... Aunque todo es preludio de muerte, lo prefiero antes que este tormento.

– ¿Envanecido? –pregunta mi conciencia.

–No, nunca nadie se envanece del dolor y el sufrimiento –contesto de viva voz.

Estoy demasiado deprimido. Le voy a poner una P/D (posdata) a mi relato. Mañana, espero, será otro día. Hoy ya no puedo con mi alma. Me he tomado casi dos botellas de ginebra, y ni mis ojos, ni mi cuerpo y mucho menos mi mente pueden seguir garabateando el Diario.



MAÑANA:                                                                                                          
  Un carrusel, una tormenta.

Brucia (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 66 x 48 cm.
Serie MUJERES DE PIEL DE SOMBRA
Colección Privada

miércoles, 6 de octubre de 2010

14 de agosto.

 El tormento no me desampara. Mi mente es un caos. Sólo pequeños destellos de paz iluminan mi espíritu. No sé hasta cuándo soportaré este sufrimiento.
  – ¡La hiciste del carajo Dios!... Me quitaste de un sólo golpe a mis dos grandes amores: mi mujer y a mi hijo… No, no fue un golpe, sino dos grandes carajazos porque el dolor es arrrecho… ¡Te pillé Dios!… ¿No es verdad, coñito?
 Hablo sólo porque en esta mierda, en mi cascarita y por los alrededores nunca hay nadie… ¡Sí, hablo solo!… Lo hago porque dicen que el silencio vuelve loco a las personas.
  A veces le hablo a Ranger. El parece entenderme. Lo sé porque lo presiento en su mirada. ¡Qué inteligentes son los animales!... Bueno, también hablo sólo para escuchar de mi propia y viva voz las pendejadas que salen de mi boca… ¿Pendejadas?… Sí son pendejadas, pero como las mujeres dicen que tengo la voz “aterciopelada y bonita”, así como de locutor, me gusta oír el sonido de mis putas palabras, aunque estas sean pendejadas… Además, a quién coño le importa esa vaina…
  ¡Estoy arrecho, muy arrecho! Todos los desastres me vinieron juntos. Ahora, como si el dolor de mi alma fuese poco, también me duele el culo cuando voy a cagar. Y es que la caída fue bestial. La rodilla me duele muchísimo y, por el maldito cigarro, la tos me aprieta dolorosamente la costilla contra el pulmón.
  ¡Coño, del carajo, Dios!... El humo me jode los pulmones por dentro y la tos los vuelve mierda por fuera... A mí todo me lo das por partida doble, Dios. Donde no me podrás joder, y ahí si no va a ser por partida doble, es con mi muerte… ¿No puedo morir dos veces, verdad?... ¡Qué?... ¡Sí!... Que la que estoy padeciendo ahora es una de las más terribles y dolorosas muertes: la del pensamiento y la razón…
  ¡Basura, Dios! Tú, más que nadie sabes que eso es basura. Tú me estás viendo... Sabes que estoy borracho y no loco. Dormiré un poco y mañana se me pasará la mona. A los locos no se les pasa su locura al día siguiente. Además, esos carajos casi no duermen… ¿No es así?... ¿Ah, te ríes?... Te ríes porque sabes que te amo y que soy un hombre recto y de buena fe… ¡Loco!... ¡Mi Dios loco!... ¡Te amo!...
  Pero coño, Dios, porqué ella no me deja ver a mi Dorian… ¡Qué carajo le pasa por la cabeza!... No respondes… ¿Por qué no respondes?... ¡Está bien Dios, no me respondas!… ¡Ahora, además de sordo eres mudo!
  La segunda botella de ginebra va por la mitad. La primera me la chupé en un ratico. Lo que pasa es que estas botellas son muy chiquitas. Deberían hacer una de dos litros.
 Tengo mis ojos de borracho fijos en la foto de Dorian, la cual coloqué en el portarretrato que está sobre el armario. ¡Qué lindo es mi caraíto y cuánta falta me hace! Me dan ganas de llorar… Lo quiero hacer, pero las malditas lágrimas no quieren salir de mis ojos… ¿Los locos lloran?... ¿Y los atormentados?... ¿Qué pasa con ellos?... Dios, hey, dónde te has ido... ¡Respóndeme!... ¿Por qué nunca lo haces?... ¿Por qué huyes de mí?
 Alguien se está robando los recuerdos… ¿Será el diablo? Todos los bellos momentos que viví junto a Dorian, llenos de ternura y caricias se esfumaron de mi mente. Muchos los percibo nublados… Es como si un tornado se los hubiese llevado a otra dimensión. Sólo una imagen queda viva en mi mente. La de los mediodías, cuando Elba, la nana, después de haberlo bañado, vestido y peinado impecablemente, lo sentaba en su sillón y le daba de comer. Yo llegaba a casa a esa misma hora. Cuando me veía su alegría y regocijo eran casi divinos. ¡Qué pureza tan espontánea!... La expresión de sus ojos era tan angelical, que parecía un querubín. Al verlo sentía una inmensa dicha, tanto que quería devorármelo a besos. Era estar en el Edén. Si el Paraíso existe, en esos días yo viví en el. ¡Qué felicidad y qué alegría de vivir y amar tenía en ese momento!
  Así es como lo recuerdo, en esa posición. Así, sentado en su alta silla durante sus almuerzos, fue la última vez que lo vi sin saber que fuese la última… Esa imagen quedó calcada en mi retina. Está soldada a mis recuerdos. Todas las demás, no sé porque traidores designios, se han ido… Se han borrado…
  – ¿Tú lo sabes Dios?... ¡Claro, que lo sabes!...
  Sí, ya sé… Eres mudo y por eso no me contestas.
  Saldré de este infierno, lo sé, pero con muchas heridas. Espero que no sea en vano. Que del sufrimiento brote sabiduría y paz. Que después de esta amarga experiencia pueda sin rencor seguir brindando felicidad, alegría y paz a mis semejantes… ¡Qué dolor tan espinoso ciñe mi mente!




  P/D: En la madrugada, después de terminar de escribir estas líneas, dejé el siguiente mensaje en la contestadora de Carolina: “Si quieres saber quién es verdaderamente tú nuevo hombre, manda a pinchar el 76789549, el teléfono de su depósito, su centro de depravación. ¡Chao!”.



MAÑANA:                                                                    
… ¡No, no es ninfómana!, hasta donde sé. Simplemente es una ¡depravada!
 ADVERTENCIA: (No apto para menores de edad).





Tiempo de castidad (1989)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 122 x 76.5 cm.
Serie MUJERES DE PIEL DE SOMBRA
Colección Privada familia Tinoco.


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martes, 5 de octubre de 2010

13 de agosto.

EN LOS BORDES DEL DOLOR                        

 Hoy estoy bastante adolorido. Los golpes comienzan a salir. La cara se me hinchó un poco… Parezco un disfraz con careta de monstruo. Me doy lástima a mí mismo y me desprecio cuando veo mi rostro y su lánguida mirada en el espejo, el único que tengo, el cual coloqué sobre un rústico armario donde tengo colgadas parte de mi ropa y algunos trajes, los cuales se están poniendo mohosos y blanquecinos por la descomunal humedad y a los hongos.
 Me estoy convirtiendo en un ser miserable que disfruta auto flagelándose y luego se odia por eso.
 A eso de las diez de la mañana tuve el valor de llamar a Dolores. Durante la conversación, entrecortada e imbuida de amarga sed de venganza, le sugerí que chequease los recibos telefónicos de Luis David, tanto del directo como el celular y el del depósito, su centro de lujuria y aberración.
 Le pedí que indagase en los del mes de julio y principios de agosto y que al tener en sus manos los recibos, me entregase una copia para cotejar si en esos días hubo cruces de llamadas entre Carolina y Luis David. Me prometió que así lo haría.
  Al colgar me embargó un profundo pesar y remordimiento. Me sentí vil e idota al mismo tiempo, casi un mogólico.
  Esa cacería de brujas le está haciendo mucho daño a mi alma. Pienso desistir… No tengo por qué atormentarme más. Sea lo que sea, se lo dejo en manos del Todopoderoso. En su sabiduría infinita sabrá qué hacer, y si las cosas deben ser así, si esa es su voluntad divina, que así sea. Trataré de no oponer más resistencia al destino para que todo fluya como debe ser, aunque me desangre por dentro. Me dejaré atrapar por la sabiduría de la incertidumbre. Necesito darle un poco de paz a mi espíritu…
  Dios, mí querido Dios, hazme instrumento de tu amor infinito. Si a través del sufrimiento podré alcanzar la felicidad y paz interior, entonces hazme sufrir… No importa. Sabes, porque vives en mi, que lo único que deseo es paz y felicidad, no riqueza o poder… Mi Dios, si logro alcanzar la felicidad, concédeme el don para transmitir esa divina gracia a mis semejantes… ¡Déjame revelar tu misericordiosa bondad, Dios Todopoderoso!… ¡Ilumíname!... ¡Dame paz!
  Mi alma grita pero nadie quiere escucharla. A nadie le importa mi sufrimiento… No le importo a nadie…
  En la tarde le dejé a Carolina un mensaje en el celular. Ya no tengo como escribir e-mail. Todas las puertas se me han cerrado. El poco dinero que me queda lo “invierto” en alcohol, mi destrucción.
  No obtengo respuesta. Debe haber dejado el teléfono en casa de su hermana, la endemoniada Angélica, ya que ella, supuestamente, está en Aruba.
  En el mensaje le advertí -ya que me amenazó de muerte en varias ocasiones- que si llegara a sucederme algo (accidente, asalto, un disparo o lo que fuese contra mi integridad física), la responsabilizaría a ella, a su familia y a su amante. Le comuniqué que dejaría tres cartas en sitios bien precisos y ocultos, cuyas copias serían enviadas a los principales periódicos en caso de cualquier “accidente”.
  ¡Ah, qué estupidez!... Que metida de pata… Estoy actuando como un miedo pendejo… ¿Seré un cobarde?... ¿Tengo miedo y sólo busco vengarme?... ¿Estoy tendiéndole una trampa?... Creo que no… ¿Qué le está pasando a mi cerebro?... Porqué actúo de esa forma. ¿Por que estoy amargado y confuso?... Será eso…
  Tarde en la noche, después de reprocharme una y mil veces mi estúpida acción, como conozco el sistema y la clave de acceso, me metí en la contestadora telefónica y borre el mensaje que dejé grabado… Era una vileza torturarla de esa manera, aunque ella a mi me ha súper torturado, tanto psicológica, como humana, moral y socialmente… ¿Bah, qué importa!
  Carolina no ha tenido el menor remordimiento. A estas alturas no sé en qué parte de Aruba está, si en verdad viajo para allá. Por más que le insistí no me dejó el teléfono del hotel donde se hospedaría. Quería escuchar, aunque fuese a través del auricular, la voz y la cándida risita de mi adorado Dorian. Mi corazón se hubiese llenado de gozo y, quizás por breves instantes, habría vencido la amargura que se ha convertido en mi sombra. Cada día lo aleja más de mí. Es una gran injusticia. Algo de locos.
  Nunca le fui infiel. Ni cuando éramos amantes ni durante nuestro matrimonio.
  Voy a montarle cachos… Le voy a pagar con su misma moneda… ¡Estoy harto de tanto masturbarme!... ¡Necesito a una mujer!







MAÑANA:
 
  Me dan ganas de llorar… Lo quiero hacer, pero las malditas lágrimas no quieren salir de mis ojos… ¿Los locos lloran?... ¿Y los atormentados?...

La sublime esperanza (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre cartón 55 x 48 cm.
      Colección Privada familia Mecia.     


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lunes, 4 de octubre de 2010

11 y 12 de agosto.

EL AHOGO DEL ALMA

 El cristofué no me desampara. Todas las mañanas escucho su alegre canto invocando a Cristo.
  Paso largo rato asomado al ventanal, pero no logro distinguir la tierna paz del bosque ni el color de sus flores. Todo es gris. Todo se ha opacado en mí. Ya no puedo deleitarme en su belleza como lo hacía antes. No hay brillo en ellos, porque no hay luz de vida en mis ojos.
  ¿Dios, por qué a mí?… ¿Dónde está tú infinita misericordia?… ¿Existes o eres producto de la fantasía de los hombres?... ¿Por qué no escuchas mis súplicas?... ¿Eres acaso sordo?... A los poderosos los ayuda, pero a los humildes y débiles nos abandonas… ¿Por qué?… No, no existes... No puedes existir si eres indiferente a la maldad del mundo… Sólo eres producto de la imaginación humana… ¡Al carajo entonces con la moral y la fe!… Para qué coño me han servido: ¿para sufrir?... ¡Mierda!
  Hoy no tengo ganas de escribir nada. Me echaré sobre la cama y esperaré a que me fulmine un rayo o que el dolor me asfixie… Para qué seguir viviendo si siquiera Dios me escucha… ¿O es qué acaso esperas que me suicide?... ¡Sí, te lo preguntó a ti, Dios!… Es lo que buscas… ¡Qué me vaya a podrir en el infierno!... Entonces no eres Dios… ¿O eres Diablo y Dios al mismo tiempo… ¿Es eso?… ¿Acerté?... ¡Sí, definitivamente eres sordo Dios, de otras forma de apiadarías de mi!
  Al carajo con todo… ¡Te burlas de la fe Dios!… Estoy decepcionado.
  ¿Dónde?… ¿Dónde estará la caja de Lexotanil?… ¿Qué se habrá hecho?... ¿Dónde se habrá escondido? … ¡Oh!, al fin te encuentro, único sopor de mi tormento… ¡Te amo pastillita mía!
12 de agosto.




 Tengo varios día, quién sabe cuántos, sin salir de la cabaña... Ni el arrullar del cristofué tranquiliza mi espíritu… Sólo cuando no hay nadie en los alrededores me atrevo a asomar por la ventana… ¡Ah, que aire tan puro!… No se parece en nada a mi podrido espíritu.


 Estoy aturdido, pero necesito más tranquilizantes… Me hacen daño, lo sé, pero no me importa… ¡Los necesito, al igual que el alcohol!
 Gracias al Diablo que mi amigo Juan, el médico del Hospital Universitario, me extiende los récipes morados como si se tratase de compras de caramelos.
 Mis manos tiemblan menos. Siento que la serenidad perdida está regresando… Pienso... Doy vueltas por la cabaña como un desquiciado… Estoy indeciso, pero al fin me atrevo y marco el número de Luis David. Quiero comunicarle sobre la llamada anónima que recibí, pero Shirley, su secretaria, me informa que aún no ha llegado a la oficina y eso que él virtualmente amanece en ella.
 A la media hora vuelvo a llamar. Tampoco se encuentra… ¿Se estará negando?... ¡Quizás!... No obstante le pedí a Shirley que le dijera que se comunicara conmigo apenas llegase a la oficina ya que se trataba de algo urgente. Por supuesto que era algo urgente… Mi desespero es algo urgente. Mi vida pende de el.
 A eso de las diez de la mañana sonó el teléfono. Era él. Le conté detalladamente lo de la llamada anónima y siquiera mostró sorpresa.
 Argumentó que todo era producto de la envidia, de mis enemigos. Que hubiese podido ser cualquiera, sin embargo el sospechaba de su abogado y confidente, el mismo que falsificó mi firma, al que yo nunca le cuadré y nos tratábamos con cierta diplomacia y distancia.
 Me sugirió que no le diese más vuelta a la cabeza, que no perdiera más tiempo pensando en eso. A manera de justificación, dijo:
–Yo no tengo tiempo para enamorar a nadie… Mi trabajo no me lo permite. Por eso tengo el ‘depósito’, donde me llevo a cualquier vichita para que me lo chupe, que es lo que más me gusta.
 ¡Qué sucio, Dios mío!... No sé como se me ocurrió asociarme con el.
  Analicé cada una de sus palabras e inflexiones de voz. Y me pregunto: ¿No hubiese sido mejor haberme dicho, a manera de disculpa o asombro: ¡Dios mío, Leonardo, yo sería incapaz de algo tan bajo e indigno!, o ¡Coño, me ofendes!... Cómo puedes creer algo tan sucio de mí?”...
 Sin embargo, ni pío. No dijo nada de eso. Asumió el tema sin desconcierto, como si de antemano supiese lo que estaba sucediendo… ¿Raro, no?
 ¡Los dos, tanto Carolina como él, son unos hijos de puta!... Pobres seres.
 Ya no estoy tomando whisky, siquiera del barato. Las finanzas han mermado, por eso estoy ingiriendo ginebra de tercera o cuarta, qué se yo… ¡A quién coño le importa se es basura o no!
 Aquí en la montaña no hay nada que hacer… No me aburro. Sólo pienso, bebo, fumo y escribo este Diario. Lo hago de día, de noche o a la hora que el tormento me deje hacerlo. Salto días… A veces escribo los eventos de un día al siguiente y trato de ordenarlos lo mejor que pueda. Mí atormentada memoria a veces lo confunde todo… Escribo lo de ayer hoy o lo de hoy mañana… El tiempo no tiene significado para mí… Tampoco la cronología de los hechos, aunque parece que lo estoy haciendo correctamente… Lo real, es que cada letra que escribo la estoy viviendo y padeciendo…Todo está salpicado de dolor y verdades desgarradas.
 Sé que entre los tranquilizantes, la bebida y los cigarrillos estoy cavando a pasos agigantados mi propia tumba… ¿Es una forma suicidio?… ¿A quién carajo le importa?... Además, nadie, ni mi familia, sabe que estoy metido en esta montaña. Aquí soy un desconocido. Un alma desesperada.
 Ayer en la tarde, a eso de las seis, hice una pequeña fogata detrás de la cabaña y quemé todas las fotos de Carolina que tenía conmigo… El bagaje de la traición ardió con fuerza.
  Casi entré en delirio. Entre trago y trago de ginebra reí a carcajadas viendo retorcer su imagen en el fuego. Era como si la puta adúltera se enroscaba de dolor en una pira de La Inquisición. Casi podía escuchar sus gritos de clemencia y sus movimientos cuando el fuego comenzaba a incendiarle el rostro.
– ¡Muere!... ¡Muere, puta adúltera!... ¡Muere bruja!... ¡Muere, puta inmunda! –alcanzaba a gritar en medio de mi gran borrachera de alcohol y tranquilizantes.
 Lo disfruté con dolor y rabia, pero ese no era yo. Nunca había sido así. Jamás me hubiese imaginado hacer lo que hice. Varias lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Luego sentí como un nudo en la garganta parecía querer asfixiarme. Las penas atenazan con más vigor que unas fuertes manos. Tomé un largo trago. Después otro. Sentí como la ginebra quemaba parte de mi garganta y parte de mis entrañas, pero aliviaba mi dolor y liberaba el cuello de la asfixia.
 Cuando todo, las fotos y mis recuerdos quedaron convertidos en cenizas, comencé a botar a puntapiés los residuos por el barranco que estaba a dos pasos de distancia de donde me encontraba. De pronto sentí una mano invisible que contenía mi pie. Era la mano de la conciencia. Enseguida me arrepentí del perverso acto que había consumado y hurgué entre las cenizas para rescatar algunos pedacitos de fotos. Todo se consumió rápido. No había quedado casi nada.
 Luego caminé hacia la cabaña contigua. Una larga cadena mantenía bajo raya a Ranger, un fuerte perro pitbull color miel, mi inseparable compañero en el tormento y el dolor. Todos le temían por su ferocidad, menos yo. Éramos los únicos que nos quedábamos solos en la montaña y nos hicimos buenos y grandes amigos… Nadie aún lo sabía. Ese era nuestro “secreto”.
 En medio de la atroz borrachera comencé a juguetear con el. Ranger saltaba sobre mí con especial emoción y cariño. Alegre, con su lengua acariciaba mi rostro. Estaba feliz, y yo también… Al menos alguien me quería de verdad y desinteresadamente, aunque fuese un temible animal.
 Los perros son tan nobles y fieles que merecen hacerles estatuas. No como la puta de Carolina, a quien le prodigué amor, devoción y pasión desenfrenada y me traicionó a la vuelta de la esquina. ¡Qué perra!… ¡No!, disculpen… Llamarla perra sería ofender a los caninos. A Carolina mejor le cuadra el calificativo de víbora depravada e inmunda.
 Seguí jugueteando con Ranger un buen rato. Saltaba sobre mí con cariño. Me divertí tanto, que por instantes olvidé mis penas. Tomé su hocico y lo acaricié un buen rato… ¡Nos besábamos!… No como hombre y mujer, sino como dos guerreros… Como dos seres que nos comprendíamos a la perfección… Aunque era un animal, había algo en el que me hacía presentir que era más humano que yo… Sentí en sus caricias y lengua áspera, un don divino. Tan tierno y fiero a la vez, pensé mientras lo acariciaba… Lo besé y el, agradecido, devolvió mis besos lamiendo mis mejillas con su lengua. ¡Qué paz me prodigaba aquel fiel animal! En esos instantes me sentí en otra dimensión. En una dimensión donde no hay fronteras entre lo animal y lo humano. En una frontera donde hay un sólo Dios para todo y todos. En un mundo donde el amor es más que una sensación humana...
 En una de las tantas piruetas que dio alrededor mío, Ranger me tomó por la manga del suéter que tenía puesto y me inmovilizó. Le pedí que me soltara, pero seguía jugueteando y haciéndose el tonto. Lo tenía fuertemente agarrado a la altura del brazo, aunque sólo retenía la tela. Yo estaba borracho, pero el no lo sabía. Quise zafarme, pero no hubo forma ni manera de hacerlo. La mordida de los pitbull es bestial, así como mortal, aunque en este caso correspondía sólo a un juego. Le ordené varias veces que me soltase. Pero no. El quería seguir jugando. No comprendía que, por mi parte, el juego había llegado al final.
  Deseaba que me soltase para ir a buscar la botella de ginebra que había dejado cerca de la fogata, la cual el no me dejaba alcanzar si seguía con sus dientes aferrados de mi suéter. Tenía sed, mucha sed, pero Ranger no lo entendía. Entonces decidí usar la fuerza. Comencé a halar con fuerza el suéter a fin de que lo soltase. Resultado: la manga se rompió y yo rodé dando cabriolas casi diez metros barranco abajo.
 Caí boca arriba sobre una pila de bambúes verdes que los obreros que construyen las cascaritas habían cortado y puesto a secar, ya que los utilizan a manera de revestimiento de techo y paredes antes de recubrirlos con cemento.
 Tuve, obligatoriamente, que haber perdido el sentido durante algún tiempo. Una hora, dos, o quizás más. Nadie pudo jamás confirmármelo. Yo tampoco lo recuerdo porque del golpe me desmayé.
 Estuve tirado sobre el colchón de bambúes hasta eso de las nueve de la noche. Gracias a Ranger, quien desconsolado aullaba requiriendo ayuda con su hocico apuntado hacia el fondo del barranco, se apersonó el vigilante de la finca para indagar qué sucedía. Al ver al animal inquieto, iluminó con su linterna hacia el sector donde el perro indicaba con su trompa. Ahí estaba yo, tirado boca arriba y sangrando por el rostro y, por la posición como había caído (a manera tortuga boca arriba) y los tragos, no tenía fuerza para incorporar por mi mismo.
  Al verme, el vigilante se asustó y corrió en busca de ayuda.
  Regresó con Robert, quien desde arriba podió que no me moviese. Que si tenía algún hueso roto o algún problema en el cuello o la cervical, cualquier movimiento fuera de lugar sería peor.
  Los dos hombres no sabían qué hacer. Estaban indecisos y no se atrevían a bajar en esa oscuridad, menos en un sitio como ese, infestado de serpientes venenosas.
  Al rato llegaron Antonello y Fernando, el grandullón de la montaña y experto en artes marciales, quien quedó al verme tirado como muerto en el fondo del precipicio, no quiso involucrarse en “el rescate”. Antonello reaccionó de forma distinta. Le pidió la linterna al vigilante y decidido bajó a buscarme. Al llegar me extendió la mano y me ayudó a incorporarme. Le di las gracias y apoyado en él comenzamos a subir la cuesta.
  Mi borrachera seguía tan viva como cuando caí, por ello empecé a hacer chistes sobre mi estado y en lo estúpido que había sido. Mientras subíamos Antonello escuchaba pálido, aunque, con algunas de mis ocurrencias, sonreía de vez en cuando.
  Al llegar a lo alto seguí con los chistes. Todos se alegraron al verme vivo, aunque bastante magullado. Me dolían algunas partes del cuerpo, pero los dolores no eran agudos. Apenas los percibía. Todavía estaba anestesiado por todo el alcohol y tranquilizantes que había ingerido.
  Ya dentro de mi cascarita, Robert, ayudado por la fuerte luz de la linterna, examinó los cortes que tenía en el rostro. Para tranquilizarlo le dije que no era nada, que apenas eran rasguños y que no se preocupase. Que todo estaba bien. Le di las gracias y le pedí que se fuese a la finca, que yo estaría bien.
  No quiso. Mi cara parecía un mapa del tesoro. Rayas, equis y cortes por todos lados. Así habrá sido el tiempo que estuve inconsciente sobre los bambúes, que ya se me habían formado varias costras. Robert estaba sumamente nervioso. Sabía quién era y no quería pasar malos ratos si mis heridas ameritaban atención urgente. Sobresaltado me pidió que tomase una ducha a fin de limpiar parte de la sangre que había formado un horrible coágulo sobre mi frente y mejilla. Quería examinarme mejor, de otra forma no se iría. Necesitaba saber si debía llevarme esa misma noche a un hospital o esperar hasta el día siguiente.
  Antes de complacerlo me serví una ginebra, la cual apuré de un tirón. Me metí en la ducha cantando y riendo. Fue un baño rápido, por lo que pronto salí. Algunas de las heridas se habían parcialmente secado, aunque por otras todavía salían diminutos hilillo de sangre, más después de frotarlas con las manos para sacarle toda la tierra y el sucio. Mi bata de baño blanca estaba hecha un asco, ya que con sus mangas secaba los residuos de sangre.
  Robert volvió a revisarme. Está vez quedó tranquilo. No eran heridas profundas sino grandes excoriaciones, las cuales, como en ese momento nadie tenía medicamentos a mano, comencé a desinfectármelas con pedazos de papel toilllete bañados en ginebra.
  Viéndome de tan buen humor, Robert se despidió y bajo con su familia a la finca. El vigilante se fue a su puesto de control y Fernando a su cabaña. Antonello se quedó conmigo. Estuvimos charlamos y tomando ginebra hasta tarde. Desde ese momento nos hicimos muy amigos. Luego, el también se retiró a su cabaña, donde lo esperaba Sol, su novia.
  Al quedar sólo me hice un auto examen. Consecuencias: excoriaciones grandes en la frente (lado derecho), nariz (suaves), boca, pierna y tobillo izquierdo, codo derecho, rodilla derecha, espalda y un fuerte dolor en el glúteo derecho, séptima costilla (me duele el pecho al toser o bostezar) y dolor más arriba del riñón izquierdo y un hematoma en el parietal derecho.
  ¡Lo sé!... Me hubiese podido matar… ¿Me habré caído por la serie de funestos pensamientos que tuve hacia Carolina y Luis David?… ¿O fue porqué quemé las fotos?… Si ella es una mujer casta, pura y mis deducciones falsas, cometí un imperdonable sacrilegio... ¿Fue un castigo divino?... Quizás, pero todos los indicios apuntan hacia la traición… ¿Será todo producto de mi fantasía o coincidencias infernales?... ¿Estaré desvariando?


MAÑANA:
   Me estoy convirtiendo en un ser miserable que disfruta auto flagelándose y luego se odia por eso.

Sara Bernhardt, no obstante a pesar de todo (1985)
Pintor: Diego Fortunato
Acrílico sobre cartón 66 x 48 cm.
Colección Privada




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