martes, 5 de octubre de 2010

13 de agosto.

EN LOS BORDES DEL DOLOR                        

 Hoy estoy bastante adolorido. Los golpes comienzan a salir. La cara se me hinchó un poco… Parezco un disfraz con careta de monstruo. Me doy lástima a mí mismo y me desprecio cuando veo mi rostro y su lánguida mirada en el espejo, el único que tengo, el cual coloqué sobre un rústico armario donde tengo colgadas parte de mi ropa y algunos trajes, los cuales se están poniendo mohosos y blanquecinos por la descomunal humedad y a los hongos.
 Me estoy convirtiendo en un ser miserable que disfruta auto flagelándose y luego se odia por eso.
 A eso de las diez de la mañana tuve el valor de llamar a Dolores. Durante la conversación, entrecortada e imbuida de amarga sed de venganza, le sugerí que chequease los recibos telefónicos de Luis David, tanto del directo como el celular y el del depósito, su centro de lujuria y aberración.
 Le pedí que indagase en los del mes de julio y principios de agosto y que al tener en sus manos los recibos, me entregase una copia para cotejar si en esos días hubo cruces de llamadas entre Carolina y Luis David. Me prometió que así lo haría.
  Al colgar me embargó un profundo pesar y remordimiento. Me sentí vil e idota al mismo tiempo, casi un mogólico.
  Esa cacería de brujas le está haciendo mucho daño a mi alma. Pienso desistir… No tengo por qué atormentarme más. Sea lo que sea, se lo dejo en manos del Todopoderoso. En su sabiduría infinita sabrá qué hacer, y si las cosas deben ser así, si esa es su voluntad divina, que así sea. Trataré de no oponer más resistencia al destino para que todo fluya como debe ser, aunque me desangre por dentro. Me dejaré atrapar por la sabiduría de la incertidumbre. Necesito darle un poco de paz a mi espíritu…
  Dios, mí querido Dios, hazme instrumento de tu amor infinito. Si a través del sufrimiento podré alcanzar la felicidad y paz interior, entonces hazme sufrir… No importa. Sabes, porque vives en mi, que lo único que deseo es paz y felicidad, no riqueza o poder… Mi Dios, si logro alcanzar la felicidad, concédeme el don para transmitir esa divina gracia a mis semejantes… ¡Déjame revelar tu misericordiosa bondad, Dios Todopoderoso!… ¡Ilumíname!... ¡Dame paz!
  Mi alma grita pero nadie quiere escucharla. A nadie le importa mi sufrimiento… No le importo a nadie…
  En la tarde le dejé a Carolina un mensaje en el celular. Ya no tengo como escribir e-mail. Todas las puertas se me han cerrado. El poco dinero que me queda lo “invierto” en alcohol, mi destrucción.
  No obtengo respuesta. Debe haber dejado el teléfono en casa de su hermana, la endemoniada Angélica, ya que ella, supuestamente, está en Aruba.
  En el mensaje le advertí -ya que me amenazó de muerte en varias ocasiones- que si llegara a sucederme algo (accidente, asalto, un disparo o lo que fuese contra mi integridad física), la responsabilizaría a ella, a su familia y a su amante. Le comuniqué que dejaría tres cartas en sitios bien precisos y ocultos, cuyas copias serían enviadas a los principales periódicos en caso de cualquier “accidente”.
  ¡Ah, qué estupidez!... Que metida de pata… Estoy actuando como un miedo pendejo… ¿Seré un cobarde?... ¿Tengo miedo y sólo busco vengarme?... ¿Estoy tendiéndole una trampa?... Creo que no… ¿Qué le está pasando a mi cerebro?... Porqué actúo de esa forma. ¿Por que estoy amargado y confuso?... Será eso…
  Tarde en la noche, después de reprocharme una y mil veces mi estúpida acción, como conozco el sistema y la clave de acceso, me metí en la contestadora telefónica y borre el mensaje que dejé grabado… Era una vileza torturarla de esa manera, aunque ella a mi me ha súper torturado, tanto psicológica, como humana, moral y socialmente… ¿Bah, qué importa!
  Carolina no ha tenido el menor remordimiento. A estas alturas no sé en qué parte de Aruba está, si en verdad viajo para allá. Por más que le insistí no me dejó el teléfono del hotel donde se hospedaría. Quería escuchar, aunque fuese a través del auricular, la voz y la cándida risita de mi adorado Dorian. Mi corazón se hubiese llenado de gozo y, quizás por breves instantes, habría vencido la amargura que se ha convertido en mi sombra. Cada día lo aleja más de mí. Es una gran injusticia. Algo de locos.
  Nunca le fui infiel. Ni cuando éramos amantes ni durante nuestro matrimonio.
  Voy a montarle cachos… Le voy a pagar con su misma moneda… ¡Estoy harto de tanto masturbarme!... ¡Necesito a una mujer!







MAÑANA:
 
  Me dan ganas de llorar… Lo quiero hacer, pero las malditas lágrimas no quieren salir de mis ojos… ¿Los locos lloran?... ¿Y los atormentados?...

La sublime esperanza (1987)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre cartón 55 x 48 cm.
      Colección Privada familia Mecia.     


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