martes, 7 de diciembre de 2010

12 de septiembre (Parte 2).

  Al regresar de la bodega vi a Antonello y a Luna en short y franela que subían por la cuesta a fin de iniciar una caminata por la montaña.
  Saqué la pequeña compra del auto y en mi descenso nos cruzamos. “¿De ejercicios? Los felicito. Eso es bueno”, manifesté a mi paso.
  Entré a la cabaña, ordené las cosas, y me senté a escribir. Con desgano apenas garabateé unas cuatro líneas de este TERCER FINAL. Quería anotar unas cuantas “cosillas” que se me habían pasado por alto anoche, pero mi pensamiento, mis deseos iban hacia Antonello y Luna y su disposición de ejercitarse y caminar libres por la montaña. Respirar profundamente todos sus misterios y sabiduría. A mí me encanta hacerlo. Entonces, de pronto, mi yo interior exclamó decidido: “¡Coño, déjate de pendejadas y anda también a echar una caminata!”.
  Me quité el suéter de lana, enfilé una franelilla sin mangas, guardé el celular en uno de los bolsillos del mono y en el otro una pequeña navaja por si había que cortar algunas ramas, y abandoné la cabaña.
  Comencé a bajar por el enramado camino de bambúes que convierte a ese tramo del descenso en un hermoso túnel vegetal y pronto me volví a encontrar a Antonello y Luna, quienes ya venían de regreso. Me dijeron que sólo hicieron un corto recorrido. Les indiqué que más reconfortante para alma y espíritu era bajar más, adentrarse en la soledad de la montaña. Que allí se respira paz y que, además, era excelente para ejercitar todo los músculos. Antonello manifestó que no bajaron mucho porque Luna les tiene terror a las serpientes. Me volteé hacia la muchacha y le dije que yo también, pero que no se preocupase porque ellas nos temían aún más a nosotros y que cuando “olfateaban” presencia humana salían más rápido que una bala a protegerse en sus guaridas. Además, le manifesté que más adelante la vegetación era muy hermosa, que parecía bañada por un manto divino y que, con suerte, podría ver a algunas traviesas y escurridizas ardillitas. Mi argumento convenció a Luna y ambos me siguieron.

PAUSA ATORMENTANTE: Son las 11:16 p.m. El teléfono repicó en varias ocasiones Al constatar el número que aparecía en la pantalla del celular con los que estaban almacenados en mi memoria enseguida supe que era Maura quien llamaba. Estaba indeciso en si atenderla o no. Opté por lo primero. Me contó lo que había hecho durante el día. Que entregó el currículo en la Siemens y que en la entrevista le fue de maravilla. Luego siguió con su eterno blablablá y, ¡coño!, al terminar, siguió con otro blablabá que comenzó a impacientarme. ¡Sí habla esa mujer! Parece una máquina incontrolable de palabras. Creo (ahora lo creo muy, pero muy en serio) que en aquella época la dejé por eso. Por su desbocada lengua. ¡Coño, es atormentante! Me dijo, a fin de que no pensase en nada “malo”, que se estaba portando bien. Que confiara en ella. Después me volvió a repetir su agenda del día y todo otro blablablá. De pronto hizo una pequeña pausa y me preguntó qué había comido y, lo insólito, aunque sé que es muy desconfiada, lanzó: “¿Dónde estás?”… ¡Qué bolas! ¿Dónde carajo voy a estar? Con esta desesperación, limpio como tablón de lavandera, sin trabajo y, ahora, también atormentado por ella y sus dudas. Dónde coño puedo estar sino metido en esta mierda. No obstante, como es tan bocona, le volví a hacer la advertencia de que no dijese nada de dónde estaba. Que me había convertido en un súper escéptico, que ya no creía en nadie, y que estaba cansado de traiciones. Volvió a repetirme que ella había “cambiado” y que por nada en el mundo me haría daño. Me mandó besos… Muchos besos y…

  – ¿Y la nevera? Tienes que tener una nevera –expresó cuando ya estaba por trancar.
  “¡Qué coño me interesa una nevera! Yo ya estoy congelado en mi tormento. ¿Otro peo más?”. Eso lo que pensé dentro de mí, pero a ella le contesté que lo decidiría más adelante, que me averiguase cuánto cuestan. Prometió que se ocuparía de ello. Más besos y la pregunta: “¿Vamos a pasar este fin de semana juntos en la montaña?”. Le dije que no había problema -aunque hay uno- y le volví a recordar que no se le ocurriese decirle nada a Rosalía, ya que esa mujer es diabólica. Me contestó qué si creía que estaba loca (¡sí lo está, o casi!) y que no le repitiese tanto esa advertencia. Que ella estaba clara (¿Clara?... ¡Ni por el coño!) y siguió con otra retahíla más. Que me cuidara. Qué yo valía mucho y bla… bla… bla… Besos y adiós.
  Hoy ha sido mi primer día, desde que regresaron de Aruba, que no llamé a casa. Tantas burlas continuas, que no me provocó. Estoy tan herido en mi amor propio, que tampoco tuve ganas de hacerlo por Dorian. Olvidaré los recorridos desesperados. Esos tours de angustia y muerte súbita y me quedaré tranquilo sin siquiera, a pesar mío, llamar por teléfono, hasta que esta mierda llena de incertidumbre no se aclare a través de los abogados. ¿Divorcio o no divorcio?… ¿Ser o no ser?...

MAÑANA:                                                                               
  He estado en su cascarita y los he visto meterse, a ambos, sus puchos de marihuana. No los crítico. Ni me interesan sus razones o porqué lo hacen. Quizás, si me da la perra gana, yo también lo haga algún día.

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