domingo, 14 de noviembre de 2010

6 de septiembre (Parte 4).

  Mi pretensiones iniciales al escribir el Diario nunca fueron literarias. Era una manera de desahogar mi pena. Un ejercicio para no pensar y, al mismo tiempo, pensar. Era dejar correr mí mano hacia el sufrimiento. Revolcarme en el con sinceridad para que alguien, alguna vez (más que todo mis hijos porque por ellos comencé a escribirlo) supiesen que el dolor me mató, que el pesar pudo, al fin, acabar con mí paz y mí vida. Que no sólo fui un tonto deprimido, sino un tonto que murió por amor.
  Esa era mi intención inicial. Ahora le tomé el gusto. Ahora, con todas sus benditas imprecisiones y vaguedades -todas verdaderas y sinceras-, trato, pese a mí dolor, buscarle un sentido literario a este Diario de un Desesperado.
  Me turba el miedo, el temor de que caiga en malas manos. En manos inadecuadas. De que alguien se entere de esta intimidad tan desesperante. Que mis notas sean leídas sin que pueda hacerle cambios, sin que pueda reemplazar todos los nombres verdaderos por otros ficticios, que nunca semejen a los auténticos, al menos en algunos casos. Me aterra esa idea, como la de que nunca nadie sepa, se entere, del verdadero del motivo de mí tormento.
  Juego a escribir y eso calma un poco el dolor que me causa esa corona de espinas que abrasa mi corazón. No sólo lo abrasa sino también lo abraza, como amante de sangre, y lo hiere.
  Sé que resistiré y renaceré. ¡Dios me protege con su bondad infinita! pero, ¿estaré haciendo lo correcto? ¿Estoy fallándole a los principios divinos?
  ¿Estos es amor u odio? No soy un fabricante de ideas, sino un desesperado que plasma su dolor sobre papel.
  La primera epístola de san Pablo a Los corintios habla de amor y dice: El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido (¿Lo estaré haciendo yo?), no busca lo suyo (¿Estaré yo buscando lo mío?), no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad (¿Y está es la verdad? Quizás la mía, nada más. ¿Pero es la verdad o sólo la verdad mía y la verdadera verdad es otra?) . Todo lo sufre, todo lo cree (¡Ahí estoy yo!), todo lo espera (¿La muerte, una nueva vida, la felicidad y la paz?), todo lo soporta (¿Hasta cuándo y por cuánto tiempo?).
  Dudas, siempre las dudas. ¿Será que mí fe, y la esperanza de nuevos tiempos después de la turbulencia, me ha abandonado? Era tan feliz, siempre risueño y positivo, ¿por qué ahora me embarga tan sufrida tristeza y melancolía?
  Dios, Tú, el misericordioso, sabes la respuesta. ¡Quema mí alma, envíala al infierno, si todo lo que he escrito no corresponde a la verdad, a mi sincero y real tormento! ¡Guíame y sigue guiando mis manos, pera paralízalas si falto a la verdad!
 ¿Estoy cuerdo o rayo en la locura?... ¿Estaré quizás desvariando y haciendo uso de Tú santo nombre en el pecado?
  ¡Dame una señal o paralízame a fin de no concluir este Diario!
  Son largos cuarenta días, los mismos que Tú, Señor, pasaste en el desierto. Yo estoy en una montaña, un desierto de árboles, de hojas y sufrimientos, dos mil años después. ¿Tendrá algún sentido ésta coincidencia?...
  ¡No!... No he cumplido aún los cuarenta días. Por la hora y el día que señala el celular, son treinta y ocho. Me faltan dos días, y ¿luego qué?
  En este instante, más que a Carolina, quiero ver, abrazar, besar y mimar a Dorian. Al principio lo había utilizado como “escudo”, como excusa cobarde y egoísta debido al resentimiento (¿amor?) hacia Carolina, pero ahora, que lo sé en Caracas, mi corazón siente la imperiosa necesidad de verlo. No me conformo con la foto del portarretrato, quiero verlo en carne y huesos.
  ¡Coño!, necesito abrazarlo más que a nadie, más que a su madre, a quien presumo amar tanto. ¿Será amor el qué le abrigo o, por el contrario, la veo, la necesito como mi puntal hacia la seguridad y estabilidad económica en estos momentos tan tormentosos y críticos?... ¿La amo?... ¿Verdaderamente la amo o todo es pasión carnal? ¿Son los placeres de la carne o las delicias de los sentimientos los que me unen a ella?... ¡Oh, bendita alucinación de los sentidos!... ¡Qué confusión! Lo único que no es objeto, sino fin de tal confusión, es Dorian. Mi amor por él… Lo demás puede ser lo demás. Cosas sin sentido que turban y enloquecen mi desesperado espíritu.
  ¡Venceré! Venceré mí desesperación. Me humillaré ante ella y le ganaré la batalla.
  El otro día, en mi recorrido desesperado leí y memoricé el letrero de una valla que promociona una conocida marca de whisky. Es un proverbio chino y dice. No temas ir despacio, sólo teme quedarte parado. Y yo no estoy inerte. Voy despacio, pero nunca me encerraré en una abulia, ni física, mental o espiritual.

MAÑANA:                                                                    
  Me muevo en el borde del venenoso filo de la incertidumbre. Eso me inquieta, claro está, pero estoy acostumbrándome a dejarme llevar por ella, aunque en ocasiones me le resisto con furia. “¡Qué pérdida de energía!”…

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