Lo primero que hice esta mañana después de despertar, fue llamar al hijo del canciller para pedirle trabajo. Misión imposible. Nadie atiende ninguno de sus teléfonos. Le volví a dejar un suplicante mensaje donde dejaba entrever mi urgencia de trabajo. Luego llamé a un periodista español que tuve bajo mi dirección y que está en la empresa donde trabaja por única y exclusiva recomendación mía. Como profesional es muy talentoso y eso hay reconocerlo, pero como ser humano es un desecho tóxico. Al menos conmigo. De frente dice quererme, estimarme mucho y ser gran amigo, pero al darle le espalda es todo lo contrario. Lo carcome la envidia, rabia, mala disposición y si puede ponerme una zancadilla, no duda siquiera un instante en hacerlo. Conozco de su perversa actitud desde hace bastante tiempo, pero siempre le he restado importancia. No entiendo el porqué, el motivo, de esa doble cara y disfrazada indisposición hacia mí, porque nada le he hecho. En dos ocasiones le di trabajo y saqué del hoyo donde se encontraba, el cual era bastante profundo y desesperante. Aunque él nunca, que yo sepa, ha comentando nada sobre el porqué de su animosidad, quienes lo conocen dicen que sus celos, al parecer, provienen por cuestiones personales y no profesionales. Que le daba rabia, que no soportaba que yo siempre anduviera con mujeres bonitas y de buena posición y él, todo un gran profesional, tenía que refugiarse en prostitutas baratas para tener sexo y compañía, ya que era incapaz de conquistar a nadie. Quizás, pienso ahora, se debía a su putrefacto aliento producto de sus úlceras y gastritis. Muchos, a sus espaldas, le decían “aliento del diablo”. No obstante, yo creo que eso no es todo, ese sólo es el camuflaje de la verdad. Que detrás de sus relaciones con las mujeres, del porqué no puede relacionarse íntimamente con ellas como un ser normal común y corriente, hay algo más oscuro y oculto. Un lado negro. Algo relacionado a su intimidad al estar con una mujer. Algo de su función como hombre, algo muy secreto y misterioso.
Algunos de mis conocidos argumentaban que su animadversión hacia mí se debía a que él no podía tener hijos, y nunca los tuvo, y yo sí. Esa hipótesis se fundamenta en muchos hechos. Me decían que cuando a sus oídos llegaban algunas de mis correrías o “historias amorosas”, que no es el caso repetir ahora, se descomponía. Bueno, si se puede asomar algo. Se indisponía cuando escuchaba el chisme sobre mujeres, algunas de las cuales él conocía, que querían tener un hijo mío y de otras que después de salir embarazadas abortaban por negarme a casar con ellas… Si, lo sé… El aborto es un delito… Un abominable delito del que, pese a mi negativa, fui cómplice en varias ocasiones. De otros casos me enteraba mucho tiempo después… Después que el delito había sido cometido. Nunca, a ninguna mujer, le di mi consentimiento para tal crimen. Siempre me opuse y me opondré mientras tenga vida al aborto inducido, pero eso no me excusa de que fui cómplice de esos delitos… Pero, ¿cómplice, de qué? ¿De no casarme con la mujer que se acostaba conmigo y luego abortaba sin mi consentimiento ¿Cómplice de no saber que estaban en su momento de fértil procreación, o sea ovulando, cuando se iban a la cama conmigo? ¿Cómplice por no ponerme preservativos cuando ellas imploraban que no lo hiciese… que no les gustaba sentir en sus vaginas el plástico sino la carne?... Si ese es un delito, entonces fui cómplice de sus abortos, pero nunca sufragué, pagué un solo centavo, por uno de ellos y siempre, cuando me ponían contra la espada y la pared, cuando decían “si no te casas conmigo aborto”, me oponían en forma contundente y razonada. Soy católico y estoy contra ese y cualquier otro crimen que atente contra la vida, mis valores espirituales, morales y de ser humano.
¡Dejémoslo hasta aquí!...
Me salí del asunto del periodista español. Para concluir y resumir rápido la cuestión de mi amigo, al que sigo estimando, es que simple y llanamente es un resentido patán. Un envidioso patológico… Al pobre le hace falta psicoterapia y urgente. Tengo muchos cuentos y casos sobre su extraña personalidad. Son muchos, pero anotaré solo uno, el cual puede servir de ilustrativa abreboca. Una vez que salí de vacaciones durante cuarenta y cinco días (tenía tres años sin poder tomarlas) lo dejé, por recomendación mía, aunque al editor de la empresa no le gustaba mucho la idea, como Director-encargado de la revista que dirigía en ese entonces, la de mayor circulación y venta en el país. Bueno para resumir el cuento, después de irme, el fulano “amigo” comenzó a frecuentar todos los mismos sitios donde yo era habitué (bares, restaurantes, canales de TV, disqueras, etcétera) y a quien le preguntaba por mí, dónde estaba, qué había pasado, simple y desfachatadamente, les decía: “El murió. Yo soy ahora el nuevo director”. ¿Qué tal?... Me enteré al regresar de vacaciones y comenzar, nuevamente, a frecuentar mis sitios de costumbre. Al traspasar la puerta de los locales, dueños, maître y meseros con los que me topaba, me veían como si fuese un fantasma. Ellos, muchos de ellos y otras personas, me comentaron la fechoría. Por eso lo supe. Él, ni palabra de su mala acción dijo. ¡Así paga el diablo! Siquiera le reclamé el asunto, tampoco lo despedí. Lo hice al par de años por otro malévolo agravio que cometió. ¡Había colmado mí paciencia y compasión! Y ahora, después de todo lo que hice por él, además de arreglar muchos de sus entuertos profesionales, ahora que está en la buena posición, se niega a extenderme la mano. Eso sí, nunca ha tenido la valentía, sinceridad y honestidad, de lanzarme un no rotundo. Es el rey de las evasivas. De su boca nunca ha salido un no, sino un “veré que hago. Llámame la semana que viene”. Le encanta, en mis momentos de desespero, tenerme en el limbo de la incertidumbre. Eso, al parecer, lo plena de felicidad, alboroza su alma corrompida tenderme un manto de esperanza. Lo llena de dicha. Es muy ambiguo, como su alma. En sus adentros, en la intimidad de su perversa conciencia, parece gozar, burlarse de mí. Se siente feliz por eso… ¡Pobrecito!... Si eso es lo que le gusta, ¡qué su pudra en su infierno interior! Yo lo perdono, y con el perdón le otorgo el premio de Campeón Mundial de Evasivas Perversas. Sé, desde siempre, que es pérdida de tiempo solicitarle apoyo, pero lo sigo llamando para ver hasta dónde llega la miseria humana y el cinismo de una mente enferma. Aunque su nombre de pila es José Luis Ramírez, él se hace llamar Rafael Del Talante, nombre que adoptó desde que de su amada España llego al país. El dice que es su nombre artístico. Que en su Asturias natal habían muchos taladores y su padre hacía ese oficio… ¡Qué sé yo!... Algo así decía para justificar su apodo, su alias periodístico… No creo que sea de la ETA o lo estén buscando en España por algún crimen, pero, desde que tengo uso de razón, sé que sólo a los artistas de cine les da por eso de cambiarse el nombre por uno más impactante, corto y con “sonidos y luz”. Se les entiende, aunque no se les justifica. Miren ustedes a Arnold Schwarzenegger, el austriaco de Conan, el bárbaro, Depredador, Terminator y cientos de películas más. Obligó a todos los amantes del cine a aprenderse su nombre y punto. ¡Eso es personalidad!... Cero complejos imbéciles.
En descargo de Rafael Del Talante debo decir, porque nobleza obliga, que con algunos desposeídos muestra otra actitud. Es caritativo y no le tiembla el pulso cuando debe socorrer a alguien necesitado. S ha ocupado de los gastos de sepultura y preparativos funerarios de varios periodistas que quedaron en la indigencia y bajo la impasible e ignorada mirada de los editores donde prestaron servicios hasta que les devino la muerte. No sólo eso. También ha estado atento y prestado ayuda económica, espiritual y humana a varios colegas enfermos y sin recursos. Recuerdo el caso de un periodista chileno el cual, enfermo de SIDA y desahuciado, fue atendido personalmente por Rafael en su lecho de muerte de un hospital público. Iba todos los días a asearle y cambiarle las sábanas y pijama. Siquiera las enfermar querían atenderlo, pero él lo hacía con devoción cristiana. Y no es que eran grandes amigos, sino apenas un conocido de la redacción. Todos los habían abandonado, hasta su familia que vivía en Chile, pero Rafael, sin ser arte ni parte de él, estoicamente lo ayudó hasta su último suspiro. También sé de su labor social en un ancianato de la capital, adonde va semanalmente a llevar galletas, caramelos y otros obsequios a los viejitos. Por eso, sólo por eso, es que lo perdono y sigo llamando amigo. No importa cuál sea su esquizofrenia virtual conmigo. Es un estado mental muy particular y no por ello, le retiraré el calificativo de amigo… Es la paradoja de la vida y los sentimientos.
Bueno, para terminar de contar lo relativo a mis intentos de búsqueda de trabajo, anoto en este Diario que no localicé a nadie. Perdí mucho, del poco tiempo de llamadas que me quedan el celular. Entre “espere un momento, veré si está” y toda esa sarta de estupideces con que te demoran telefonistas, secretarias y “asistentes”, para al final decirte que la personas que buscas no se encuentra y que llames más tarde (o cuando te de la perra gana, porque de todos modos no te van a atender), dejé en la angustiosa espera gran parte del crédito telefónico que me quedaba. Si quiero mantener este canal abierto, el único que me comunica con el resto del mundo y amistades, pronto tendré que comprar baratas tarjetas de recarga para seguir usándolo.
MAÑANA:
Algo raro ocurre en mí cuerpo y temo un infarto o derrame cerebral. Tomaré un duchazo con agua bien fría, como la de esta montaña, a ver si cesa de martirizarme esa sensación.
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