viernes, 12 de noviembre de 2010

6 de septiembre (Parte 2).

  Ahora, en el instante que estoy escribiendo esto, tengo los libros desplegados sobre mi tablón de trabajo. Abro la tapa de la novela de Grishan y en su primera página encontré un díptico impreso en papel Fabbiano y conservado en forma impecable. Leo su primera página y me asombra. Por eso lo voy a transcribir en el Diario. El texto, muy corto, dice: “En la tarde de la vida te examinarán en el amor”. Abajo, a manera de firma S. (¿san?) Juan de la Cruz. Lo abro y en su… (PAUSA INTERIOR: Se acabó la tinta del bolígrafo. Buscó otro.) parte interior el díptico tiene dos poemas-pensamientos. Uno es de san Agustín y, a la izquierda el otro, que a su pie firma, en letra de imprenta, Santos Erminy Ymery y la fecha: diciembre de 1999. Los leeré inmediatamente… (Pausa).
  Ya los leí. Me emocionaron… Ambos poemas me emocionaron. Tanto, que me serviré mi primer gin y los copiaré en el Diario. Pero, además de eso, los reflexionaré, pensaré y llevaré siempre instalados en el departamento de cosas útiles y preciosas de mi cerebro.
  Mientras sostengo el papel en mis manos reflexiono e interrogó interiormente: ¿Será este díptico, que llegó a mis manos en esta apartada montaña en momentos de tormento y desesperación y entregado junto a un libro por un carpintero (tal como lo fue Jesucristo) un mensaje divino que me envió el Todopoderoso a través de Freddy, quien hace apenas tres días llegó a la zona con el propósito de ayudar a Joaquín? ¿Será, pese a su hablar tosco, un arcángel moderno enviado por Dios? Y el tres… Llegó hace tres días… El tres es sagrado. A las tres de la tarde murió Cristo y tenía 33 años cuando fue crucificado… El tres es mágico… ¡Es divino!
  Una vez con Antonello me pasó lo mismo. Percibí esa misma sensación. Fue a la semana de haberme prestado el libro En la intimidad con Dios. Recuerdo que fue una tarde. Él iba saliendo hacia El Saltillo. Sé dónde iba porque me lo dijo cuando se ofreció en traerme del pueblo lo que necesitase.
  Ese día estaba encerrado en mis cavilaciones, tal como siempre. De pronto tocaron la puerta de la cascarita. Era Antonello. Al abrirla nos topamos cara a cara. Sus ojos, brillantes, estaban circundados por una aureola rojiza. Al principio creí que eran ojeras. Que el pobre, a quien percibo sufrir mucho, tenía días de mal dormir. Pero mientras pensaba eso, lo vislumbré, lo asemejé al Arcángel san Gabriel. Mi estupor fue grande. Sentí algo divino recorrer mi cuerpo. Era él, el que estaba frente a mi era el Arcángel san Gabriel. Había visto muchas estampitas del santo, ya que Carolina es su devota y lo tiene por toda la casa. Esa sensación duró microsegundos, pero fue real y tan vívida que no sé como describirla. ¡Lo vi!... Era el Arcángel y no otra persona… En esos microsegundos no era Antonello sino san Gabriel con aureola y todo, ya que aprecié su resplandor tras la cabeza. Quizás pudo ser por efecto de la luz que se proyectó detrás del cuerpo de Antonello al abrir la puerta, pero la luz estaba allí… Yo no estoy loco y tampoco veo visiones… Nunca he visto una.
  Enseguida se lo comenté a Antonello. Le dije que por instantes se me pareció al Arcángel san Gabriel. Se sonrío y dijo: “Eso es lo único que me faltaba… ¡Yo un arcángel!”.
  ¿Pero por qué tuve que relacionar al arcángel con Antonello? ¿Qué prodigio o misterio encierra este lugar, al que bauticé como La montaña de los desesperados? ¿Por qué todos los moradores de la montaña que he conocido hasta ahora respiran desespero por cada uno de sus poros? Hasta Fernando, con su corpulencia y casi dos metros de estatura, a quien creía el más fuerte de todos, arrastra un gran tormento interior, además de graves problema con su mujer. El mismo me lo contó sin preguntarle. Fue el lunes pasado, creo. Él se había quedado en la montaña porque iban a hacerle unos arreglos a su cabaña (todas tienen muchos detalles sin terminar). Esa mañana me contó muchos atormentantes pasajes de su vida y el mal momento que estaba pasando con Sonia. Incluso me mostró la carta que le estaba escribiendo, la cual me negué a leer. A esa hora de la mañana bebía ron ligado con caña blanca y un refresco de cola. Estaba muy turbado. Hasta me enseñó la caja de balas dundun que había comprado.
  –Estas hacen mucho daño –dijo enseñándome la punta de plomo perforado del cartucho.
  Bueno, parece que por aquí todos estamos expiando algún pecado…
  Creo que me distraje un poco. Vuelvo al díptico… El prodigioso díptico que encontré dentro de uno de los libros que me prestó Freddy y que había olvidado anotarlo… Así funciona el tormento. Una vez vas de aquí para allá y después de allá para ninguna parte… Trataré de dominar las dispersiones… Por cierto, no anoté que a Freddy, en “reciprocidad literaria” le presté El descenso de Xanadú, de Harold Robbins, el cual, confieso, no he leído y tampoco sé cómo vino a dar a mis manos. Bien, voy a copiar el texto del dichoso díptico sin distraerme otra vez.
  Aunque se acaba de meter un insecto misil que anda dándose cabezazos por toda la cabaña, no haré pausa.
  El pensamiento de san Agustín está escrito en verso, o sea en forma de poema, y así lo transcribiré.

Cuando tenga que dejarte
por un corto tiempo
por favor no te entristezcas,
no derrames lágrimas
ni te abraces a tú pena
a través de los años.
Por el contrario, empieza de nuevo
con valentía y con una sonrisa
por mi memoria y en mi nombre
vive tu vida y haz todas las cosas
igual que antes.
No alimentes tu soledad
con días vacíos, sino llena cada hora
de manera útil. Extiende tu mano
para confortar y dar ánimo
y en cambio yo te confortaré
y tendré cerca de mí; y nunca; nunca
tengas miedo de morir porque yo estaré
esperándote en el cielo.

San Agustín

  Hermoso. Esperanzador y lleno de dulzura celestial. Más cuando afirma empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi memoria y en mi nombre vive tu vida. Y después cuando advierte no alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera útil.
  Aunque no soy devoto de san Agustín ni de ningún santo en especial, sino que los amo a todos por igual, todavía conservo, aunque un poco envejecida, entre las páginas de la agenda donde comencé a escribir este Diario, una estampita a todo color con la imagen de Jesús en el Huerto de Getsemaní. En su parte trasera hay una oración y el logotipo del Colegio San Agustín, institución educativa donde estudié la primaria.

PAUSA DE ORACIÓN: Pondré la estampita junto al recuerdito de bautizo de Dorian para que lo cuide siempre.

Copiaré el segundo poema-pensamiento.

Linda la gente
que puede sonreír siempre.
Linda la gente
que es agradecida
y sabe agradecer.
Linda la gente
que no siente envidia.
Linda la gente
que ama
y puede expresar su amor.
Linda la gente
que es generosa
y se esmera en dar.
Linda la gente
que quienes le hacen
daño puede perdonar.
Y, más bella aún,
si los puede amar.

Santos Erminy Ymeri
Diciembre 1999

  Realmente es linda la gente que ama y puede expresar su amor. Parecen mensajes dirigidos al centro de mi alma. Linda la gente que quienes le hacen daño puede perdonar/y, más bella aún, si los puede amar.
  Creo que Dios me habla a través de ese díptico. Es su forma de decirme que me escucha y me indica qué debo hacer. El camino a tomar.

MAÑANA:                                                                   
  Una llamada suya reconfortaría mi espíritu herido. Aunque me dijese la verdad más amarga, la perdonaría, aunque no excusaría sus pecados si los cometió.


No hay comentarios: