jueves, 28 de octubre de 2010

30 de agosto. (Parte 1).

  Anteayer (el 28) compré -no recuerdo si lo había dicho- una caja de lexo de 6 mg. que contiene tres blister de tabletas de diez pastillas cada una… ¡Qué manjar para un desesperado!
  Aunque Paramahamsa Yogananda recomienda en una de sus sagradas oraciones “enséñame a no narcotizarme con el opio de la inquietud”, mi tormento interior es más sólido que el acero y tan grande como el universo y todo, todo dentro de este insignificante y mortal cuerpo, se ha convertido en un andrajo que ni los buitres querrán devorar.
  Al día siguiente de mi encuentro con Cruz y De La Sierra estuve de compras. Gasté más en medicinas que en alimentos. Volví a chequearme con la oftalmóloga ya que mis ojos están constantemente llorosos… ¿Esto lo había escrito ya?… ¡Buh!, como dicen los italianos. De todos modos qué importa. Sigo.
  La doctora me puso otro tratamiento y afirmó que la queratitis medicamentosa que yo mismo me había producido por la inoculación excesiva de colirios, había desaparecido. Expresó que lo que ahora aquejaba mis ojos era algo más bien alérgico. Le dije que podría estar en lo cierto porque vivía en la finca de un amigo, un lugar muy húmedo y lleno de hongos.
  Compré las nuevas medicinas al salir del consultorio y comencé el tratamiento de inmediato. Todavía no ha hecho efecto. Es más, creo que empeoré.

PAUSA DE HAMBRE: Son las 2:50 p.m. y aún no he almorzado. Hoy desperté a eso de las 11:30 a.m. con una resaca de padre y señor nuestro… ¿o mío? Fui directo hacia los lexos. Ingerí uno inmediatamente. Luego monté el almuerzo: Caraotas blancas, las cuales todavía están duras como una piedra debido a que no las puse a remojar anoche. Las dejaré para la cena. Veré qué puedo comer. Pero antes me tenderé en la cama. Estoy algo débil y con un desgano terrible.

PAUSA TELEFÓNICA: Al escuchar los repiques de un salto me incorporó de la cama y tomó inmediatamente el teléfono. Supuse que era Alfredo Díaz, mi abogado, quien pese a que lo he llamado -ayer y hoy- a su bufete, no he podido hablar con él. En las dos ocasiones me dejaron esperando en la bocina. La secretaria iba a su oficina, indagaba y regresaba siempre con evasivas: “Está hablando por larga distancia y ahora no lo puede atender. Llámelo más tarde”, expresaba. Lo hago y después la secretaria me sale con el cuento: “El doctor tuvo que salir urgentemente”. Como es eso, si camina con dificultad por su problema en la pierna. El pobre, al que le tengo sincero afecto y admiración, tuvo poliomielitis cuando era niño. Lo quiero como a un hermano, quizás hasta más, y lo estimo de verdad, tanto que ni el mismo sabe cuánto. No importa, son cosas de la vida. Como dice el dicho popular, cuando estás abajo, hasta las gallinas te cagan. Aunque ese no es el caso de Alfredo Díaz, lo sé y en ello pongo mis manos sobre el fuego.

  Quien llamaba era Orzi Basale, un periodista gay que en una oportunidad trabajó conmigo cuando yo dirigía la revista Mundo Gráfico. Especifico lo de gay, no para denígralo, sino porque él se siente muy orgulloso de serlo y no tiene ningún empacho en pregonarlo a los cuatro vientos.
  –Te tengo de segundo en mi lista –comenzó diciendo después que se identificó.
  – ¿De qué lista? –pregunté sorprendido porque hace tiempo que no sé de él.
  –Del cóctel de esta noche en Vermman´s. Es a la siete.
  – ¿Cuál cóctel? –pregunté todavía sorprendido.
   ¿Orzi llamándome por celular para invitarme a un cóctel cuando nunca lo había hecho?... Raro…
  –El de la revista –contestó.
  – ¿Cuál revista? –riposté confundido.
  Por mi extrañeza se percató de inmediato que había cometido un error. Que había marcado el número que no era.
  – ¿Quién habla? –preguntó tartamudeando más de lo común, ya que es tartamudo de nacimiento y cuando está nervioso se le acentúa más el defecto.
  – ¿Es una nueva revista? –repregunté amodorrado por la cantidad de lexos que tenía encima.
  –Pe-pe-ro, ¿quién es?... ¿Quién habla?... –gagueó mi buen amigo Orzi.
  –Leonardo Vento –aclaré para que ambos saliésemos de la confusión.
  Orzi creía que se había comunicado con Leonardo Montaro, otro periodista, también gay y que también trabajó conmigo. Luego de disculparse y saludarme, me pidió el favor de que le diese el número del celular de Montaro. Consulté la libreta telefónica y se lo di. Apenado, no lo quedó más remedio que invitarme al dichoso cóctel. Se daba para celebrar el aniversario de la revista Ocean World.

MAÑANA:                                                                             
…me dio un fuerte ataque de pánico. Creí que iba a morir. Me tiré sobre la cama buscando que se me calmara, pero nada. Desesperado, respirando en ahogos y con el corazón palpitando con tanta fuerza que creí que iba a estallar, me incorporé y busqué la Biblia.

No hay comentarios: